En
la primera quincena de agosto, los desperdigados miembros del Club
de Lectura 2.0, hemos leído “El lugar más feliz del mundo”
un libro escrito por el periodista David Jiménez, flamante nuevo
director del diario El Mundo, en el que nos cuenta una serie de
historias que ha presenciado durante los quince años en los que fue
corresponsal de este mismo periódico en Asia. Es un buen libro, lo
digo para que no quede duda tras leer mi reseña o por si algún
incauto se fía de mi palabra pero no quier leer más. De hecho, si
no conociese al escritor y su nuevo cargo, estaría encantado con el
libro y con su autor, que es capaz de bajar a muchos infiernos para
hacernos partícipes de un sufrimiento sin afán de sensacionalismo,
simplemente para hacernos partícipes y conocedores de lo que esos
remotos lugares está pasando, en parte como denuncia, en parte para
honrar a esos personajes anónimos cuyos gestos merecen ser
conocidos, en parte para remover nuestras conciencias occidentales
que son como la copla de María de la O: “desgraciaita teniéndolo
tó”.
La
Editorial Kailas, que publica el libro, nos hace este resumen del
mismo: “David Jiménez vuelve al reporterismo literario que ha
convertido su libro Hijos del monzón en un éxito internacional y
nos traslada con sus crónicas a un mundo de paraísos perdidos,
guerras olvidadas, héroes improbables y lugares marcados por los
extremos de la condición humana, sus luces y sombras. El lugar más
feliz del mundo es como el dictador de Corea del Norte describe la
más brutal y despótica tiranía de nuestro tiempo. También es una
de las paradas del corresponsal de El Mundo en un viaje que le lleva
a adentrarse en la prisión camboyana donde cumplen condena los
pederastas más peligrosos, ser testigo de la llegada de la
televisión al reino de Bután, acompañar a un grupo de mafiosos
yakuza en su intento de abandonar el hampa o permanecer en la
desierta ciudad de Fukushima tras el accidente nuclear que mantuvo al
mundo en vilo. Y es a menudo en mitad de la oscuridad, en lugares
tomados por la desesperanza, donde el autor encuentra a los
personajes más fascinantes, las situaciones más humanas y los actos
de coraje capaces de hacernos creer en un mundo mejor. Ensalzado como
el Kapuscinski español, David Jiménez reúne en este libro el
manual definitivo sobre el periodismo de reportajes, una excepcional
radiografía sobre la condición humana y un recorrido vital de 15
años en busca de un destino que a menudo está más cerca de lo que
pensamos: El lugar más feliz del mundo.”
El
libro es tal y como lo describe la editorial, a lo que yo añadiría
que no está falto de calidad literaria, porque David Jiménez es un
narrador de historias bien escritas, lo cual es muy de agradecer
porque cuando algo está bien escrito hace que el contenido se
realce, de hecho la buena escritura es como los buenos árbitros de
fútbol, que cuanto mejor es más desapercibida pasa. Sin embargo el
contenido del libro no puede pasar desapercibido porque cada historia
te encoge el corazón, y no porque el periodista utilice de forma
tramposa trucos sórdidos, al contrario, las historias son
excepcionales porque en todas y cada una de ellas vemos a los seres
humanos que las protagonizan, sin que el autor nos empuje a tomar
partido por causa alguna que no sea la realidad cruda de los hechos,
porque es tal vez la mayor virtud del libro ese no tomar partido por
nadie de antemano, no contar historias de buenos y malos, quedando
claro que la bondad y la maldad existen, pero casi siempre no como
algo dogmático, sino más bien como algo inevitable y consustancial
al ser humano.
Quien
después de leer esto crea que David Jiménez no se involucra en las
historias que cuenta se equivoca, porque precisamente hay que estar
muy decidido a contar una historia para dar voz a todas las partes de
la misma, porque tal vez sea más fácil caer en la tentación de no
hacerlo, de ir por la vía fácil pero mucho menos honesta, y eso a
mí me parece muy difícil de hacer. Lo mismo que es muy difícil
hacer sentir la desolación del que ha perdido todo, la desesperación
del que lucha con sus propias manos desnuda una guerra que nunca
podrá ganar, la esperanza del que cree que es posible un mundo mejor
sólo con la suma de pequeños o grandes actos. Todo ello pasado por
un prisma oriental que nos hace difícil entenderlo, tan desconocido
que nos sorprendemos a cada página, tan abrumador cuando eres
consciente de que esa gente, que nos parece tan alejada de nuestra
realidad, abarca a dos tercios de la humanidad y de que este
porcentaje año tras año va creciendo.
Sin
embargo, me queda un resquemor que, para ser justos, no tiene que ver
con el libro sino con su autor. David Jiménez siempre llevó a gala
su pasión por el oficio del reportero, con integridad y con
independencia, y es fácil encontrar entrevistas
con motivo de la publicación del libro en las que habla de ello
abiertamente y en las que parece rechazar un futuro inmediato al
abrigo de una redacción, porque no es su sitio, por estar alejado
del poder político y, de repente, director de El Mundo, con una
línea editorial muy clara que no se ha movido ni un milímetro desde
su llegada, que da portadas por filias y fobias y que no rehúsa a
utilizar cuando lo cree necesario un titular tendencioso o
sensacionalista. Y esto me hace dudar de todo lo que escrito en los
primeros párrafos, lo siento.
Como
siempre, encontraréis otras opiniones en las reseñas
de Desgraciaíto,
Carmen,
Paula
y Bichejo,
como siempre ¡corred a leerlas!
5 comentarios:
Es un libro que está bastante bien.
Y es cierto que hay algo sospechoso en él. Es una especie de querer crearse un pasado (mientras era su presente) de reportero de guerra que luego quedará muy bien en su CV detrás de las mesas de redacción y como director.
No me ha parecido tan dramático el libro, ni tan espeluznante. Tal vez porque no se recrea en la desgracia en plan sensacionalista, sino que está escrito con mesura. Y estoy con vosotros en que hay un poso de impostura en el autor.
Pocas conciencias remueve si no están removidas de casa...
Te lo han dicho todos ya, yo he pasado por aquí, te he leído y es un libro en el que en general estamos todos de acuerdo en todo. Que ya era hora.
Si Carmen y tu coincidis en un libro es para mi ya una razón más que convincente para leerlo (sin menospreciar al resto de gafotas, claro). Pero descalificar al autor solo por ser director de El mundo me parece un poquico sectario-carmenista.
Ya desde mi adorado Lou Grant se sabe que una cosa es ser el director, otra el jefe de redacción y otra el editor-propietario.
Abrazos a puñaos.
Ya he dicho en el blog de carmen que este caerá seguro.
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