miércoles, 1 de octubre de 2014

La posibilidad de una isla


Este mes, los nunca suficientemente desdichados miembros del Club de Lectura 2.0, hemos leído “La posibilidad de una isla”, de Michel Houellebecq a propuesta mía. La verdad es que yo quería leer “El mapa y el territorio” pero varios miembros del club ya lo habían leído, sin embargo, como el hecho de elegir a Houellebecq había provocado esa reacción galdosiana resumida en emocionados “es Houellebecq, es Houellebecq”, decidí seguir adelante con el autor y propuse otro título.

En qué mala hora.

Porque he llegado a odiar el libro, pero con un odio visceral, de hecho si no lo hubiera leído con el libro electrónico creo que lo hubiera quemado. ¿Es feo quemar libros? Sí, pero más feos es perpetrarlos, y venderlos. De hecho, hasta me repugna escribir una reseña de esta estupidez, pero no me queda más remedio porque en el fondo soy un profesional y me debo a mi club.

Vamos con el resumen de la editorial para ponernos en situación:

La posibilidad de una isla es la historia de Daniel, famoso por sus monólogos cáusticos en los que mezcla la provocación con una visión fría y cruel de la existencia. protagonista narra los últimos años de su vida, sus relaciones sexuales amorosas con Isabelle y con Esther, su contacto con una secta cuyos miembros aseguran que el ser humano alcanzará la inmortalidad. Temas filosóficos, sociales, políticos científicos, clonación y sexo, juventud y vejez, violencia y deseo… Toda la fuerza del pensamiento de Houellebecq se cruza en una trama donde las ideas tiran a dar.

Simplemente con leer estas pocas líneas ya habréis pensado que menudo batiburrillo, y efectivamente, lo es. Houellebecq nos cuenta la historia de Daniel, un imbécil del presente, y la de sus clones dos mil años en el futuro, unos seres que son como el detergente en polvo, que a pesar de tener una receta mejorada a los ojos del observador siguen siendo siempre el mismo polvo blanco e insulso. Tanto como los personajes arquetípicos y previsibles del presente, con un protagonista que conduce al vómito continuo, pasado de rosca, más inestable que un átomo de plutonio 240.

Ser un “enfant terrible” en este caso se convierte en ser un gilipollas integral y, posiblemente, en estos momentos no esté sólo pensando en el personaje. Y si la historia se quedase en la prescindible vida de Daniel, tal vez no estaríamos hablando más que de una mala novela, pero no, Houellebecq tenía que tomar atajos recurriendo a la ciencia ficción para poder poner en contexto a sus elucubraciones, y es ahí donde más hacer el ridículo. Porque la historia de la secta es inverosímil y estúpida, y no me vale decir que en el fondo es ciencia ficción, porque el primer deber de una historia de ciencia ficción es ser creíble una vez establecidas las reglas del juego, y esto no te lo puedes tomar en serio ni después de haberte esnifado una raya de coca del tamaño de la muralla china.

Pero siendo todo esto malo lo peor viene con la parte de ciencia ficción, con esos neohumanos clónicos y aislados entre ellos, tan interesantes como jugar una partida de ajedrez contra un paramecio. ¿Qué es esa patraña de la inmortalidad a través de unos clones y del relato del primero de ellos? ¿qué inmortalidad es ésa? Eso no vale ni para dormir a un niño. Los personajes me recuerdan mucho, diría que incluso sospechosamente, a los de “El sol desnudo” de Asimov, que por cierto le da a esta novela mil vueltas, pero sin nada de su fuerza, incapaces ni de amar ni de tener empatía con los demás, huecos, vanos, innecesarios, seres que más que ser inmortales de mentirijillas merecerían estar muertos.

Por eso, toda la fuerza del pensamiento de Houellebecq diría yo que se queda en un pedo elocuente, que trata de convencernos de su sonoridad hasta que llegamos a la conclusión de que en el fondo huele a mierda. Y es una pena, porque es capaz de poner varios objetivos en la diana, como la libertad, el existencialismo, la bioética, el derecho a una muerte digna... pero todo lo jode por sobrado, por creerse el más listo de la clase, por escribir desde la superioridad moral pontificando, por ser un petardo, en definitiva.

Como siempre, encontraréis otras opiniones en las reseñas de Desgraciaíto, Carmen, Livia y Bichejo, seguramente más positivas que las mías. Porque así es el club, diverso e impredecible, leyendo siempre en el filo de la navaja.