lunes, 30 de agosto de 2010

La vida con alfileres

Sí, me dispongo a escribir un post de esos que ahuyentan a mis potenciales lectores y dejan sumidos en la indiferencia a mis cuatro gatos. Lo digo por ahorraos seguir leyendo y dedicad lo poco que queda del mes de agosto a algo más provechoso. Tampoco es que escriba mucho últimamente, porque la verdad es que me apetece muy poco, pero es lo que hay, releyéndome me he dado cuenta de que hace unos meses era bastante más gracioso, pero los blogs depende mucho del estado anímico del “artista” y el mío ahora tiende asintóticamente a muy bajo.

Lo primero, hoy debería estar de vacaciones, pero no lo estoy, ¿por qué?, pues porque el proyecto absurdo en el que estoy inmerso cada día es más absurdo e imprevisible, pero claro, no está la cosa como para jugar con el trabajo, así que estoy en modo perrito faldero cuando lo que me apetece de verdad es ponerme en modo me cago en vuestra puta calavera, dos veces. Es una de las primeras cosas que llevo prendidas con alfileres, el trabajo, a pesar de que me hagan tener la ridícula sensación de que el futuro del planeta depende de mí esfuerzo, la triste realidad es que en cualquier segundo me pueden poner en la calle por dos miserables perras, sad but true, cómo me arrepiento ahora de mis años tocándome las bolas en la universidad y mis escarceos en la empresa patera.

Pero casi nunca el trabajo me había arrastrado a la depresión, es más, pocas veces me había hecho dudar de mí mismo, porque a pesar de todo, increíblemente, debo ser bueno. Así que obviamente algo más gordo me debe estar pasando. Hoy leyendo a ND y
sus reflexiones sobre la madurez he vuelto a pensar que la vida me viene bastante grande y que soy un ser inmaduro que vive una continua y frenética huida hacia delante. Tampoco es mi culpa, porque no tengo la voluntad de ser lo que soy, como tampoco puedo controlar que se me caiga el pelo o me crezcan las uñas, pero la sensación que tengo es bastante desagradable, por momentos no estoy a gusto conmigo mismo. Siento que no soy el buen marido que debería ser, siempre girando en mi noria particular, tampoco me siento el padre ejemplar que solo vive para su hijo, si no soy capaz de comportarme yo mismo como debiera no sé cómo me las voy a arreglar para educar a un niño, incluso muchas veces siento que no atiendo decentemente a mi perro. Desde luego como un día los tres voten mi expulsión de la casa me veo durmiendo debajo de un puente, hasta Homer Simpson me parece mejor padre de familia que yo.

Seguramente soy esa clase de persona que ha nacido para estar solo y reproducirse por esporas, la mayoría de las cosas que la gente considera maravillosas a mí me resbalan y mis valores por decir algo, y si los tengo, deben ser diferentes. Claro, luego me comparo con la gente de mi alrededor y entro en pánico, o ellos mienten o yo soy muy malo, debe ser lo segundo. Sigo adelante por inercia y porque no me queda más remedio, pero me siento como los concursantes japoneses que van saltando de plataforma en plataforma seguros de pegarse un buen guantazo, si no me lo he dado ya es de milagro.

Así que, niños y niñas, me voy a pasar unos días al pueblo con el firme propósito de reflexionar, de dar largas caminatas por la montaña, de escribir algo mejor que esta basura, de jugar con mi hijo, de hablar con mi mujer, de pasear a mi perro. Posiblemente nada cambie, pero habrá que intentarlo, nos vemos dentro de una semana, si queréis, claro.


sábado, 28 de agosto de 2010

Mega-call-meeting-of-the-death


Juanjo, ¿Qué haces el martes?

¡Coño! Pues venir a cumplir con el contrato de esclavitud a tiempo parcial que tengo firmado con vosotros, pero si me dais el día libre no me importa quedarme en casa tocándome las pelotas.

Estupendo, pues entonces confirmo a los americanos que podemos hacer la mega call meeting de la muerte el martes, es imprescindible tu presencia, vamos a discutir el informe que hiciste la semana pasada.

Pero si ese informe lo hice en media hora mientras que me comía un sándwich de atún, no vale una mierda.

Si eran por lo menos diez páginas.

Es que tengo un blog para escribir gilipolleces como las del informe e ir entrenando.

Eres un cachondo… pues el cliente lo ha leído y cree que es fundamental dejar todos los puntos que citabas claros, especialmente lo de la junta de la trócola. Acuérdate, el martes a las dos.

¿A las dos?, yo a las dos estoy comiendo, me viene fatal, ¿no puede ser a las cuatro?

Es que las dos de aquí son las siete de allí y las diez de la noche en China.

¿En China? ¿Qué me importa a mí la hora de China?

Es que los americanos han subcontratado la junta la trócola en China y tienen que estar en la reunión, ¡ah!, y también unos escoceses que no sé bien que hacen pero son muy importantes.

Cojonudo, esto va a parecer el chiste de van un español, un escocés y un chino…pero vamos que yo a las dos estoy comiendo, lo pone en el convenio.

Pues comes antes.

Es que antes no tengo hambre.

Tú siempre tienes hambre, déjate de tonterías, esta reunión es clave para el proyecto. Te espero en la sala 5-2.

¿La sala 5-2? ¡Pero si no tiene aire acondicionado! Vamos a morir cocidos en nuestro jugo si somos más de dos.

Somos seis, pero no te quejes tanto que voy a pedir café y agua.

¡Oh, gracias magnánimo! ¿Y las pastas de orfanato, también las has pedido? ¿Sí? ¡Qué bien!, así se nos pondrá la boca pastosa y combatiremos a los tejanos con sus propias armas, no se nos entenderá ni el huevo.

Mega-call-meeting-of-the-death-day: sauna finlandesa con teléfono seta (hablando en algo semejante al inglés)

Hola, ¿me escucháis?

Sí. Si. Nosotros también ¿Quiénes sois vosotros?

¿Nosotros? ¿Quiénes nosotros? ¿O nosotlos?

Vosotros.¿Nosotlos?

(Risas contenidas)

A ver comencemos otra vez, vamos a presentarnos por orden.

Sí, por la A de americanos

¿Te quieres callar?, te están escuchando.

Claro, igual ofendo a los chinos, o a los escoceses…

Habla Greg Gramenauer, desde Houston, vamos a presentarnos.

Quince americanos, una americana (de dos botones), seis españoles, tres chinos y dos escoceses y media hora después.

Bien ahora que ya nos conocemos todos vamos a empezar con el orden del día, estado del suministro de la junta de la trócola, Greg.

Me encanta que nos hagas esa pregunta, miserable español tercermundista. A pesar que en Houston somos capaces de lanzar cohetes supersónicos, para poder cumplir con los plazos previstos (y de paso ahorrarnos una pasta) hemos subcontratado el pedido a unos chinos que son capaces de copiar, perdón, quise decir fabricar, cualquier cosa en un pispas.

Estos mangantes nos la van a clavar, a ver qué mierda nos hacen los chinos.

Pero en el contrato queda claro que la fabricación sería en EEUU, perdonen que tengamos dudas sobre los procedimientos de calidad de la fabricación en China y…

Disculpe levenlentisimo señol, nosotros lleval copiando juntas de tlocolas veinte años. Si usted querel nosotros ponel en junta de tlocola logotipo de Diol o Almani y legalal cien camisetas de Leal Madlil.

Por supuesto, una vez terminados los equipos serán enviados para su inspección y validación a nuestra delegación de Aberdeen.

¿Y qué pasa si los equipos no pasan la inspección una vez allí? La verdad es que no nos sentimos muy confiados con la propuesta.

Soy Conner McCloud, de Scotland, quiero transmitirle para su tranquilidad, con todo el aplomo que me permite mi flema británica, que nunca hemos rechazado un equipo recibido de China por muy lamentable que haya sido su fabricación.

Aunque nunca me atrevería a poner en duda la palabra de un hombre que viste falda de cuadros, la verdad es que la respuesta no me parece muy satisfactoria, nos queda un cierto resquemor y un recelo.

Greg Gramenauer al habla de nuevo, aunque sus dudas sobre la calidad de la junta de la trócola china nos parecen infundadas, creemos que la mejor forma de disiparlas es redactando un informe preliminar que analice el estudio previo de las capacidades productivas y logísticas de nuestro subcontratista. Nuestro experto independiente Jack Sparrow, es la persona más indicada para realizarlo. ¿Qué opinan los chinos? ¿Hola, Sr. Yao Ming? Vaya, parece que hemos perdido la comunicación con China.

Sí, o se han quedado dormidos o han salido corriendo con el anticipo.

De cualquier manera aceptamos recibir el informe preliminar del estudio previo, ¿para cuándo lo pueden tener?

Entienda que ahora mismo no me pueda comprometer a dar una fecha, tenemos primero que consultarlo con el Sr. Sparrow, y nuestros socios chinos, lo antes posible por supuesto pero preveo que no antes de tres meses. Después del estudio previo podremos evaluar si la solución es satisfactoria y su impacto en términos de plazo y, váyase haciendo a la idea, un aumento de precio.

Perfecto, siguiente punto del orden del día, el condensador de fluzo.

Siete puntos del orden del día y cuatro horas más, cinco americanos, tres chinos, dos españoles y dos kilos menos. Cero decisiones tomadas.

Gracias Greg, debido a sus esfuerzos tendremos un producto de menor calidad, más caro y que posiblemente no llegue a tiempo, podría haber sido peor. Juanjo, ¿puedes hacer el acta de la reunión y un nuevo informe para nuestro cliente?

Por supuesto, haré otro informe estúpido, me encantan los sándwiches de atún.

viernes, 27 de agosto de 2010

Súper Campeones



Y que nos quiten lo bailao ;)





domingo, 22 de agosto de 2010

Eliza debe estar enfadada

Eliza debe estar enfadada conmigo, debe creer que ya no me gustan sus flores, pero Eliza se equivoca, sus flores son estupendas, solo que no tengo sitio donde ponerlas.

Echo de menos a Eliza y me gustaría que leyera esto, para que sepa que no la olvido aunque no pueda cantar con ella.

sábado, 21 de agosto de 2010

Calor


Tengo mucho calor.

Ardo como el martillo de un herrero,
cuezo como el horno de un panadero,
hiervo como un político chanchullero
en las calderas de Pedro Botero.

Tengo más calor que el aceite que fríe un huevo,
más calor que el bombero que apaga un fuego,
y más que una monja viendo el estreno
de una película de desenfreno.

Sudo cual atleta de diez mil metros,
como argentino en el mes de enero,
como Lawrence cruzando el desierto
desnudo a lomos de su camello.

Y tengo la boca seca como un madero,
mi paladar con polvo es un campo yermo,
mi cuerpo entero ruge sediento…
me voy a la nevera a por un refresco.

jueves, 19 de agosto de 2010

Una (des)ventura holandesa


Esta semana mi estimada dirección de proyecto ha tenido la delicadeza de mandarme en viaje relámpago a Holanda, sabía que tarde o temprano me tocaría ir pero la verdad es que no me apetecía ni el huevo. Lo primero porque llevo una temporada que no me apetece viajar, ya he rodado lo mío y creo que en estos años ya he cumplido por lo que me queda de vida, lo segundo porque a veces las brillantes mentes pensantes que dirigen los proyectos, y soy muy magnánimo con usando “a veces”, tienen ideas dignas de mortadelo y sacrifican los recursos de la empresa en auténticas gilipolleces, aunque visto lo visto además de mi tiempo poco han sacrificado.

Hace unos días recibí un correo con la siguiente orden: “tienes que tomar un avión a Ámsterdam para hacer una inspección en la que certifiques con tu firma y un sello de la empresa que en Holanda hay vacas”. Yo me quejé amargamente porque claro, todos sabemos que Holanda está llena de lindas vacas que pastan por doquier, pero mis quejas fueron aplastadas por un argumento tan aplastante como “todos sabemos que en Holanda hay vacas, lo importante es que tú lo veas y lo acredites con tu firma”… vivir para ver. A continuación el plan de viaje, un vuelo low cost, no digo la compañía porque paso ni de hacerla publicidad y una reserva en un hotelazo de dos estrellas, joder, sé que estamos en crisis pero ya es pasarse. No quiero ni business ni cinco estrellas, pero por lo menos un billete decente y un hotel decente, lo suficientemente decente como para que no te de vergüenza decir donde te hospedas a las vacas que vas a visitar.

Además en un alarde de destreza alguien se equivocó de ciudad y reservó el hotel en Gouda, sí, donde el queso, cuando yo iba a Amersfoort, lo más normal, si vas a Toledo lo mejor es dormir en Cuenca. Al darme cuenta del error me puse en contacto con unos seres del inframundo llamados “los de viajes”, seres que viven en un cuarto oscuro velando por el interés de la empresa, al principio me dijeron que sin problemas, que me lo solucionaban, total un antro de mala muerte existe en cualquier sitio, en Alcorcón tenemos hasta la güisquería “El conejo”, pero ¡ay iluso de mí!, en media hora tenía un correo diciéndome que si anulaban les cobraban la mitad de los cochinos 70€ de la habitación y que mejor me hacía unos kilómetros por la mañana. ¿Qué más da la gasolina o que me perdiese el desayuno para poder llegar?, los de viajes por 35€ matan y la gasolina va a otra cuenta de gastos.

El vuelo de ida bien, una clavada adicional de 22€ por llevar el portátil, pero bien. El coche de alquiler comparado con el resto de lujo, un Astra más majo que las pesetas, tuvo que salir precioso en la foto que nos hizo el primer radar, lo mismo que yo, iluminado por un centelleo de luces azules espectacular, definitivamente el azul es mi color. Iba a 80 en un tramo de 70, pero en Holanda está claro, el que la hace la paga. En Gouda bien, es una ciudad bonita llena de canales a pesar de no estar cerca del mar, es lo que tiene vivir por debajo del nivel del mar, que si quieres un canal solo tienes que excavar, lo cual me parece una idea cojonuda para el transporte de mercancias. Llegué a las nueve y era como si fueran las dos de la mañana, por la calle ni las águilas, las cocinas de los restaurantes cerradas y si cené yo creo que fue porque le di pena al mesero de un restaurante mexicano que afortunadamente hablaba español, digo afortunadamente porque si quieres dar pena nada como tu lengua materna.

Después de cenar me fui a dar un paseo, me hubiera encantado comprarme un queso, aunque no sé si los miserables del avión lo hubieran considerado equipaje de mano, pero me tuve que conformar con contemplar un par de escaparates de queserías, preciosos, adjunto foto. Aunque no eran ni las diez y media decidí irme al hotel no fuera a ser que alguien asombrado por la presencia de un ser humano en la calle llamara a la policía y ésta me aplicase la ley de vagos y maleantes. El hotel espectacular, aunque llamarlo hotel es un alarde de magnanimidad, mi habitación era un cuartucho de mierda en el que había una minúscula cama de 80 con más batallas a sus espaldas que los tercios de Flandes. Para colmo en un bajo, directamente al nivel de la calle, la pared, que daba a la calle, era una cristalera de punta a punta con unas cortinillas blancas que muy poco tapaban. Tentado estuve de ponerme unos ligueros y exhibirme en pelotas al más puro estilo del barrio rojo porque nunca se sabe, depravados existen en todos los sitios y a lo mejor había hecho mi agosto.

La noche fue larga, contar los muelles de un colchón es una tarea que debe hacerse bien y a conciencia, además ¡que frío!, en pleno agosto con pijama y nórdico, no me extraña que perdiese la cuenta de los muelles cada vez que tenía que pugnar con las chinches por el control del edredón, bueno, chinches a lo mejor no eran, pero las podemos llamar, como mínimo, ácaros zumosoleados. Al amanecer partí a ver a mis vacas como tele transportado al mes de diciembre, diez grados, lluvia, todo muy desagradable, las vacas bien, allí estaban, di fe con mi firma de su existencia y tomé el camino de regreso a casa. El vuelo con retraso, para variar, y cuando ya llevábamos una hora embarcado, el piloto como quien no quiere la cosa nos anunció que el retraso se debía a un tornillo flojo que los ingenieros ya estaban apretando, nada de importancia. Claro, nada de importancia, a lo mejor es el tornillo maestro que hace que no se caigan las alas, y que triste es ser ingeniero y terminar apretando tornillos, reniego hasta la muerte de mi título de ingeniero, aunque al paso que vamos en los aviones low cost pronto gritarán las azafatas “¿existe un ingeniero aprietatornillos a bordo?”

Otra hora de retraso cortesía del control de tráfico aéreo y para casa, me quedo por lo menos con una vista aérea de Paris iluminado muy chula. Aterricé a media noche con ganas de llegar a casa, así que nada mejor que un taxi que espero que acepten en mi nota de gastos, y echar una cabezada mientras tanto, pero no, el taxista al escuchar Alcorcón puso cara de pánico y me contestó “señor soy nuevo pero llevo navegador, tiene que darme la dirección exacta para que le lleve a casa”… ¡qué horror!, adiós a la cabezada, ya ni siquiera queda la emoción del taxista chanchullero que te tima dando un rodeo. “No se preocupe, yo le indico”, le contesté al pollo, “a cien metros, en la rotonda tome la segunda salida e incorpórese a la autopista”.

domingo, 15 de agosto de 2010

De lo grande y de lo pequeño


Existe un mundo visible y un mundo invisible, aquí mismo, delante de nuestros limitados y atrofiados ojos. Existe un mundo de lo mínimo, de lo aparentemente insignificante, un mundo compuesto por trillones de seres invisibles que nos acompañan cada segundo, por fuera de nosotros, por dentro, por todos los lados, un mundo de diminutas partículas atómicas y subatómicas que solo a nosotros, que jugamos a ser dioses, nos interesa. Existe también un mundo de lo inalcanzable, de lo infinito, un mundo gigantesco, exorbitado, infinito, tanto que ni siquiera es un mundo y lo llamamos universo, cosmos o firmamento.

En medio de esos mundos, o formando parte de ellos, estamos nosotros, como meros actores interpretando un papel cuya transcendencia no acierto a entender. En nuestro afán por querer comprender todo, y no ser meros espectadores pasivos con los ojos vendados, construimos artefactos ópticos que nos ayudan a ver lo que sin ellos no nos atreveríamos ni a imaginar ni a creer, queremos observar lo que nunca llegaremos a alcanzar sin darnos cuenta que no es más que un truco de magia, una ilusión, tal vez necesaria, tal vez prescindible. Así utilizamos microscopios y telescopios cada vez más potentes, refractores, reflectores, fotónicos, electrónicos, radiactivos, en la tierra y en el espacio, tomamos imágenes sin parar de todo para maravillarnos de la sencillez de lo grandioso y la complejidad de lo insignificante, somos así, voyeurs infinitesimales de un eterno juego de dados.

Declaramos la guerra a diminutos entes y seres micrométricos a los que llamamos virus y bacterias, pequeños fragmentos de código genético a los que damos nombre y tratamos de poner forma. Unos y otros, celulares o no, habitan dentro de su microcosmos, inabordable para ellos, ignorantes de sus actos y de sus consecuencias, no tienen ni siquiera constancia de su propia existencia y les es indiferente si nos molestamos en observarlos, pero allí están, matándonos sistemáticamente como fríos psicópatas asesinos sin hacer de ello nada personal, como lo llevan haciendo millones y millones de años. Tantos años como los electrones llevan girando alrededor de un núcleo, eternamente, repitiendo las trayectorias de sus órbitas, tantos años como los neutrones llevan cortejando a los positrones, sin necesidad de ser acelerados, bombardear o ser bombardeados para curarnos un cáncer o por el contrario creárnoslo.

Miramos al universo sabiendo que allí ya no habitan los dioses, sin miedo, con curiosidad científica. Asistimos atónitos al baile de unas galaxias que hace miles de años que bailaron, y creemos que así aprendemos algo de un valor práctico inútil, pero que nos hace, a nuestros propios ojos, vivir la quimera de que nos pertenece, de que es nuestro y en cualquier momento podremos conquistarlo. Y no es así, jamás lo veremos, ni nosotros ni los que nos sigan, porque no quedan ya mundos por conquistar ni océanos por explorar, ya solo quedar selvas que arrasar y mares que contaminar. ¡Qué paradoja!, buscamos fuentes nuevas de vida sin respetar las que ya conocemos, agua en Marte mientras aquí la desperdiciamos, seres extraterrestres sin conocer a nuestros vecinos de rellano… pobres seres siderales si algún día tienen la mala suerte de encontrarnos, porque sí, en el despropósito de la vanidad albergamos la esperanza, teñida de miedo, de que van a ser otros los que van a venir a buscarnos.

Necesitamos saber, hacemos preguntas, buscamos respuestas, es la naturaleza del ser humano, no nos conformamos con ser, queremos saber el por qué de nuestra existencia, el motivo de ser diferentes, de ser capaces de sentir, imaginar, crear, tener mente, tal vez alma. Yo, que siempre me he sentido tan distante de toda esa clase de conocimiento, que nunca he creído en la existencia de un dios porque no lo he necesitado, comienzo a hacerme todo tipo de preguntas y a caer en la duda de si todo esto no debe ser premeditado. Todavía me resulta más fácil y lógico creer en la ciencia salpicada de unas gotitas de azar, porque el azar es parte del juego, pero noto que dentro de mí han germinado unas semillas que me plantean dudas. De momento las arranco como a la mala hierba pero cuanto menos comprendo más dudo y más vulnerable soy, como un mal jardinero sin ganas de seguir desbrozando.

Por eso ya no quiero comprender nada, solo quiero ver al sol amanecer mientras coquetas nubes presumidas aguardan su presencia encarnando sus mejillas del color de sus rayos, quiero sentir el frio del viento en la cara para que me despierte, para que se lleve lo malo, y quiero que ese segundo sea eterno, que nunca termine, que muera con él si no estoy soñando.

martes, 10 de agosto de 2010

Verdades infantiles (como puños)


Admito que no soy un padre del otro mundo, es más, debo ser un padre bastante deficiente, porque no siento dentro de mí esa pasión desbocada que veo en otros padres de mi alrededor. Por supuesto que no tiene que ver nada con el cariño, ni mucho menos, yo por mi hijo mato, y aclaro que es por lo único que mataría, sin embargo ser padre no es el fin de mi vida, me explico, seguramente sea la faceta más importante y la que más me preocupa pero necesito de más cosas para ser yo mismo, a lo mejor muchos me toman por alguien horrible pero es lo que hay, además es recíproco, si alguien me dice lo contrario tampoco me lo creeré y le tomaré por algo psicópata.

Dicho esto tengo que decir que no me merezco la suerte que tengo, primero porque es un niño fuerte y sano, el mes que viene cumple tres años y por lo más grave que hemos pasado ha sido un catarro, después porque es más listo que el hambre, y eso no es amor de padre, es un hecho, y además es guapo a rabiar, vamos, de llamar la atención, lo cual además de un hecho sí que es amor de padre. Ha tenido la suerte de heredar la delgadez de su madre y la belleza de mi padre, afortunadamente, porque mi padre es guapísimo (bueno dicen que es atractivo lo cual es mejor), tanto que mis amigas de adolescencia venían a casa por verle y, lo que es peor, me pedían que les enseñara fotos suyas de cuando era más joven. Es un trauma que llevo con dignidad porque a la fuerza ahorcan, sin embargo gracias a mi hijo he podido comprobar que yo no era adoptado, eso de que la genética se salta una generación es verdad, para desgracia de mis nonatos nietos.

Pero al grano, que me pongo a teclear y suelto el sermón de la montaña, esta mañana Dani se ha levantado antes de que me fuese a trabajar, algo raro. Al verme se ha debido pensar que era fin de semana y se ha desilusionado bastante al verme coger el portátil y ponerme los zapatos, la conversación quitando su lengua de trapo ha sido esta:

Papi, ¿a dónde vas?

A trabajar cariño.

No vayas. (Él realmente dice no vayes)

Hijo tengo que ir para ganar dinerito para comprar la comida.

Yo te doy dinerito.

No Dani, hace falta mucho dinerito, tú no tienes tanto.

Esto no le ha debido dejar muy conforme porque tras pensarlo un rato ha insistido y me ha soltado:

Papi no puedes ir a trabajar.

¿Por qué Dani?

Porque en el trabajo hay muchos monstruos.

No he podido evitar sonreír y contestar:

Sí, Dani, cariño, no lo sabes tú bien.

De la cobardía


Existe un concepto de la valentía que hoy en día solo vemos en el cine épico y en las novelas de aventuras, es ese tipo de valentía que se resume en el desprecio por la propia vida. Son los grandes valientes, los que se quedaron solos defendiendo a tiros un puente mientras silbaban una canción, los que voluntariamente se interpusieron en el camino de una bala para preservar un ideal en el que creían, los que avanzaban en primera línea pisando cadáveres sin más defensa que un escudo y una espada en la mano. Ellos representan un concepto abstracto de la valentía que me pone los pelos de punta, y que a la vez me hace preguntarme si yo sería capaz de estar a su altura, lo cual no deja de ser una pregunta retórica, porque sé desde antes de plantearla que la respuesta es negativa. Está claro que a lo largo de la historia ese tipo de hombres (y por supuesto mujeres) deben haber existido, son ya miles y miles de generaciones las que nos han precedido y seguramente un porcentaje de valientes habitaba dentro de ellas.

Se puede ser valiente por muchos motivos, el más simple es el que se deriva del sentido del deber, se hacen las cosas porque tienen que hacerse y punto pelota, así con dos cojones, y poco importan las consecuencias derivadas de las mismas, eso es lo de menos, aunque te sientas como un vulgar James Stewart delante de Liberty Balance sabiendo que ya estás muerto. También se puede ser valiente por amor, por supuesto, nunca ha faltado un príncipe que se enfrente a un dragón para libertar a una ñoña princesa, y sobre todo nunca faltará una madre que de la vida por sus hijos, el amor es una droga muy potente que compra voluntades, para lo malo y para lo bueno. Luego están los valientes de espíritu, los que se tiran a la piscina sin pensar si hay agua, personajes nobles y altruistas que todos admiramos sin percatarnos de que normalmente nadie habla de los que se escamocharon contra el fondo esparciendo a su alrededor sus pocos sesos. Porque existe una pequeña línea que separa la valentía de la locura y yo, perdónenme la debilidad, prefiero ser un cobarde vivo que un loco muerto.

En efecto, admiro a los valientes que moran en los cuentos y leyendas, pero decididamente yo no quiero ser uno de ellos. Es más, la valentía, así entendida, me parece un concepto sobrevalorado que no es de nuestro mundo, de nuestro día a día, fuera del alcance de nuestras posibilidades. Vivimos en un mundo donde prima la prudencia, un mundo en el que todos queremos mantener nuestro estatus a toda costa, conservar lo poquito que con el tiempo hemos ganado, pensando que la prudencia es el camino y el miedo la guía. Comulgamos con ruedas de molino y rezamos aquello de “virgencita que me quede como estoy” sin arriesgar lo más mínimo, tragando y tragando mierda. Tenemos pánico a lo que no conocemos y necesitamos tener la falsa sensación de que controlamos todo para poder respirar hondo, tememos a la enfermedad y sobre todo al dolor, el físico y el del alma, como si no formasen parte de la vida, como si siempre fuera posible esquivar a lo desagradable y lo único que tuviera sentido fuese la ausencia de problemas, la ausencia de angustia, la ausencia de alma.

Por eso creo que hay que ser muy, pero que muy, valiente para levantarse por las mañanas y presentarle cara a la vida. Hay que ser un héroe para soportar y vencer todas esas miserias cotidianas que nos retuercen las tripas sin llegar a volverse loco. Así, día tras día, sin apuntarse un tanto, de manera anónima y sufrida para juntar los arrestos y mirarse a los ojos en el espejo, retándose con él para el día siguiente, jodidos por un trabajo de mierda, si es que se tiene, haciendo ecuaciones diferenciales para llegar a fin de mes, sudando sangre para pagar una hipoteca que vence todos los meses machaconamente, como un martillo pilón…, y eso todavía es fácil. Porque existen cosas peores, la soledad, el abandono, el sentirse desvalido, no encontrar un hombro en el que llorar, no tener una mano que te ayude a no hundirte en el fango, eso es mil veces peor, eso te hace plantearte cosas, sobre todo preguntar ¿por qué?, una y otra vez, ¿por qué?, sin encontrar una mierda de respuesta, sintiendo que tus preguntas caen en el vacío, ese lugar en el que todo termina, en el que todo es fácil, en el que ya no merece la pena seguir luchando.

Porque se puede ser valiente sabiéndose derrotado, porque se puede ser valiente aunque estés muerto de miedo, porque se puede ser valiente solo por mirar adelante y seguir viviendo.

jueves, 5 de agosto de 2010

Tocando las nubes, mordiendo el polvo



Creo que soy una persona sensible, bueno, no sé cómo expresarlo, me refiero a que me dejo llevar por los sentimientos con mucha facilidad, a lo mejor demasiada. Desde pequeño me lo han dicho en casa machaconamente, que estoy siempre dispuesto a echar una lagrimilla en cuanto la situación lo requiere, yo creo que ni tanto ni tan calvo, barrunto que el problema debe estar en mis lacrimales, que no deben saber cerrarse herméticamente.

Pero es verdad, soy tremendamente influenciable por el sufrimiento ajeno, incluyendo una tendencia insana a hacer míos los problemas de la humanidad, a pesar de que soy plenamente consciente de que la humanidad, en sentido abstracto, está perfectamente dispuesta a desembarazarse de sus problemas a la menor oportunidad. Sin embargo algo me lleva a compartir el castigo de Atlas y le ayudo a soportar el peso del globo terráqueo como si fuésemos los dos atletas dorados que alzan sus brazos en la copa mundial del deporte del balompié. Por un lado le llamo responsabilidad, por otro soberbia, por creerme capaz de soportar todo lo que me echen a las espaldas, por otro estupidez, que seguramente es lo que más se asemeje a la realidad, es paradójico que una persona medianamente inteligente haga cosas estúpidas sin parar, deduzco que deben existir diferentes estadios de la inteligencia y alguno no debe ser fácil de cuantificar.

Y solo es la punta del iceberg, la manifestación más evidente del torbellino que vive en mi interior. Creo que ya lo he contado, soy incapaz de desconectar el cerebro ni un segundo, sí, a pesar de ser hombre, que le voy a hacer, y es terrible, porque además de darme tiempo a pensar en lo divino y lo humano mil veces a lo largo del día, vivo subido en el primer vagón de una montaña rusa espiral que gira y gira sin parar llevándome de la tristeza a la euforia, y viceversa, a un ritmo vertiginoso, cíclicamente, como si mi cerebro estuviera diseñado por un matemático con muy mala leche que quiso experimentar con el primer hombre fractal. Eso es lo que soy, un hombre fractal que va superando etapas de su vida para irremediablemente encontrarse otra vez atrapado en un juego de la oca que solo permite ir del laberinto al treinta.

Por momentos soy una persona feliz, inmensamente feliz, me siento cabalgar a lomos de un dragón jugando entre las nubes, me siento etéreo, noto como mi verdadero yo abandona el lastre de su envoltorio dejando atrás la baja autoestima y el cofre donde guardo con siete llaves mis complejos. Entonces soy fuerte, me creo capaz de conseguir lo que me proponga, vuelvo a creer en las personas y en los finales felices, en el amor, en la libertad, en que existe algo que da sentido a la palabra justicia. Pero lamentablemente he aprendido que ese no es mi sitio, que puedo tratar de engañarme no mirando hacia abajo y no mirando hacia atrás, pero da igual, no existe truco que valga, mi felicidad es un estado efímero que se volatiliza en cuanto soy consciente de ella como si mi cerebro, cual medusa, la convirtiese en piedra.

Porque cuanto más alto subo con más facilidad inicio un descenso en caída libre que solo termina cuando muerdo el polvo. Imagino que para la mayoría pasar de un punto a otro requiere un proceso, pero no es mi caso, es algo repentino e instantáneo, es como si el sol se pusiera dentro de mí y no existiera el menor indicio de la llegada de un nuevo amanecer. Me siento invadido entonces de una sensación de agobio infinita que me encoje el estómago y me recorre las tripas hasta paralizarme. En esos momentos todo es negro, todo es denso, todo es complicado, los problemas no tienen solución y solo cabe esperar un rayo justiciero que me fulmine y termine con mi agonía, en esos momentos la vida no es más que un reloj de arena con el fondo roto al que miro hipnotizado mientras cuento los granos que quedan para el final.

Y no sé si es una cuenta adelante o una cuenta atrás, pero nunca llego a terminarla, y mientras cuento me sosiego y voy comenzando la remontada. Subo la cuesta que me aleja de las pesadillas y me lleva al reino del equilibrio, un lugar donde puedo ser yo mismo por unos instantes, un lugar sembrado de los ideales románticos que me alimentan. Allí me dejo llevar por la nostalgia y por la melancolía, mis sentimientos favoritos, aunque parezca mentira, y contemplo el gigantesco tablero de ajedrez en el que ambas juegan una partida en la que las negras, las muy cucas, han declinado el gambito de dama, hagan lo que hagan las blancas el resultado está claro, son tablas.

lunes, 2 de agosto de 2010

Here comes the moon

No, este blog no era un lugar para poner vídeos musicales, este blog era para otra cosa, pero cada vez se parece más a un diario, por más que intento que no lo sea con alguna pedalada que otra. ¡Qué le voy a hacer!

Esta noche estaba tratando de convencer a Dani de irse voluntariamente a la cama y me he acordado de esta canción de George Harrison, mi Beatle favorito si tuviera un Beatle favorito. ¿Por qué ha venido de repente a mi cabeza?, pues ni idea, pero allí estaba, para recordarme que Dani ya no es un bebé, que cada día es más independiente y de que cada vez me costará más trabajo que acepte irse a la cama casi siendo de día.

A mí me gusta más “Here comes the sun” pero ya llegará el día que la recuerde mientras espero que Dani vuelva de juerga a casa, conociéndome lo haré, es cuestión de tiempo.



Buenas noches

domingo, 1 de agosto de 2010

Trepas y otros animales


Trepa.
3. com. coloq. vulg. Arribista

Arribista. (Del fr. arriviste).
1. com. Persona que progresa en la vida por medios rápidos y sin escrúpulos.

Entre la variada fauna que habita en cualquier empresa, oficina o antro de mal vivir, existe una especie que, desafortunadamente, nunca falta, una especie que existe para tocar persistentemente los cojones al personal y que milagrosamente no se lleva ni la décima parte de las hostias que debería, son los trepas.

Los trepas básicamente se pueden definir como esos repugnantes hijos de puta, falsos, taimados y carentes del menor escrúpulo que si tienen que pisarte la tráquea o arrancarte el corazón para conseguir sus perversos objetivos lo hacen sin el menor de los miramientos. Para ellos el fin justifica los medios y tú, piltrafilla, no eres más que un insignificante trozo de carne al que hay que aniquilar y destruir con el fin de demostrar lo buenísimos que son y conseguir, a tu costa o a la de cualquiera, un puesto más alto en la pirámide laboral, un lugar donde caiga menos mierda y ésta pase más deprisa al escalón inferior.

Si el mundo fuera un lugar más justo, y los jefes fuesen jefes por méritos propios (cosa que no suele suceder aunque admito que existen honrosas excepciones), los trepas tendrían los días contados, no serían más que una panda de patéticos payasos de los que nos descojonaríamos hasta un minuto antes de introducirles un bate de beisbol, una rama de olivo o una motosierra por la garganta, pero como la justicia no deja de ser un ideal romántico y una patraña que solo habita en el cuento de caperucita, somos los demás los que terminamos con cara de gilipollas y con un trozo de carne del tamaño de una salchicha bratwurst taponando nuestros esfínteres.

Los trepas son una especie poco homogénea, aunque sus objetivos sean básicamente los mismos, están los depredadores solitarios, los que cazan en grupo, los carroñeros y existen especímenes de marcado carácter coprófago. Todos son malos por naturaleza y al final te la van a intentar meter hasta por las orejas, pero su modus operandi es marcadamente distinto. ¡Ojo!, no hay que confundir a los trepas con los pelotas, los pelotas son así de babosos por amor al arte, el pelota vocacional continua siéndolo aunque con su actitud no se coma un rosco y se arrastre de fracaso en fracaso, el trepa puede llegar a ser pelota pero solo como una táctica ante su presa, un trepa puede llegar a ser un gran “felador”, si lo necesita, para después no tener el menor remordimiento en arrancar de un mordisco los genitales del adulado.

Yo, si me dan a elegir, me quedo de todas todas con los trepas depredadores, a primera vista pueden parecen los mas hijoputas de todos, pero solo a primera vista, como lo tienen tan claro no se andan con remilgos ni tonterías, van a por ti desde el primer día sin disimularlo, y entonces existen dos opciones, si el depredador tiene más ínfulas que dientes acabará desdentado, aunque no escarmentado (seguramente cambie su estatus al de carroñero), pero si sus ansias por medrar están sustentadas por su intelecto entonces hay que ponerle una alfombra roja y dejar que transite por ella a la mayor velocidad posible, hay que aceptar con deportividad su triunfo y rezar por que su ascensión sea tan vertiginosa que en poco tiempo se olvide de ti y te haya perdido de vista.

Otro tema muy diferente son los carroñeros, estos sí que son el enemigo verdadero, a simple vista no parecen muy distintos de las personas normales, es más, pueden llegar a tener pinta de mosquita muerta y de no haber roto en su vida un plato, si eres débil o miope incluso te pueden llegar a caer bien, pero no se debe caer en tamaño error, tu debilidad es su alimento. Si bajas la guardia ante ellos les estás haciendo el trabajo sucio y antes de que te puedas dar cuenta te la habrán liado, su táctica es tan sencilla como repugnante, ir poco a poco poniéndote chinas en los zapatos hasta que puedan dar el golpe mortal que acabe contigo. Como las hienas se mantendrán a distancia hasta que ya no puedas defenderte y en ese momento comenzarán a devorarte aunque todavía estés vivo.

De los coprófagos, o vulgarmente llamados comemierdas, poco hay que decir, en el pecado llevan la penitencia. Son tan viles y ruines como poco inteligentes, a base de hacer los trabajos más sucios, de reptar por las cloacas, van poco a poco prosperando, pero todo el mundo sabe los medios que han utilizado, su triunfo sabe a heces y ellos mismos se sienten miserables y hediondos. Sin embargo es tan grande su necesidad de elevarse que prefieren tener barcos sin honra que honra sin barcos, allá ellos.

Sea como sea el trepa, sea como sean las circunstancias, la realidad es que los trepas triunfan, pero mucha culpa la tenemos nosotros, por blanditos. Al menor indicio de que alguien es un trepa deberíamos pararles los pies, sin miramientos y sin escrúpulos, a hostia limpia, porque ellos cuentan con ello, con que los demás no vamos a rebajarnos a jugar su juego. Pues no, amigo trepa, hasta aquí hemos llegado, a partir de ahora prepárate porque voy a hacerme con tu escroto un billetero.