domingo, 30 de enero de 2011

Akenatón


En general, los faraones no me caen bien, a lo mejor por eso de que soy republicano, y la verdad, he de reconocerlo, es que los pobres no tienen la culpa, a fin de cuentas eso del gobierno del pueblo por el pueblo se inventó muchos años después, tan después que todavía no lo hemos asimilado. Ya le di lo suyo y lo de su prima al farsante de Ramsés II, que era un buen pájaro. Sin embargo el bueno de Akenatón despierta en mí sentimientos contrarios, me cae bien, me parece un tío como Atón manda, sencillo y bastante campechano. Por lo menos esa es la imagen que transmite el arte de su época, naturalismo, tanto desde el punto de vista formal como desde el punto de vista humano. Con Akenatón podemos ver por primera vez un faraón físicamente imperfecto, con los rasgos propios de su raza, grandes ojos rasgados, labios y nariz prominentes, hasta con cierta barriga y un poco calvo, es un dios pero también es hombre, por eso no solo se le inmortalizo escamochando enemigos, sino que se le puede ver en tiernas escenas familiares como la que adorna este post, jugando con sus hijas y con la maciza de Nefertiti, más guapa que una princesa Disney de aquí a Nubia.

Una de las cosas cojonudas de ser faraón es que podías tener todos los nombres que te diera la gana, incluso si el que tenías no te gustaba lo cambiabas y te quedabas tan pancho. Por ejemplo, que no te gusta llamarte Robustiano, pues te lo cambias a Robustianamón y le cuentas a la gente que significa “robusto sea el ano del hombre que evacua en el nombre de Amón”, así de fácil. Akenatón antes se llamaba Amenofis IV, algo así como “Amón está satisfecho”, pero ese era solo uno de sus cinco nombres, otro de ellos era Kanajt Qayshuty, que venía a ser algo como “toro potente de Amón”, no le pegaba nada. Si algo bueno tenía Akenatón es que no iba de macho man, iba de sí mismo y por eso podemos dar fe mirando su iconografía de que tenía pinta de blandito. Al llamarse Akenatón, “agradable a Atón” o Meriatón, “amado de Atón”, lo dejaba claro.

Además, si algo tenía la religión egipcia hasta la época es que era un auténtico putiferio, montones de dioses cada uno con sus propias cosillas y con su propio clero. Akenatón, como buen Tebano, hubiera debido rendir culto a Amón, un dios raro al que llamaban “el oculto”, y no, juro por mi honor que ZP no es la reencarnación de Amón a pesar de que nadie sepa dónde se encuentra desde hace tiempo. Por eso todo valía, si la competencia achuchaba se podían fusionar dioses como Ra y Amón, dando lugar a Amón-Ra, mitad halcón y mitad carnero, porque esa era otra, se adoraba a cualquier cosa, era lo que había, lo mismo te arrodillabas delante de un chacal, que de una vaca, que de un hipopótamo; con vestirles como para salir de domingo te quedaban de lo más presentable y apañado. Era un sinvivir, templo para aquí, templo para allá, todo el día picando piedra para hacer esculturas y jeroglíficos, y menos mal que los monjes vestían con dos collares y un taparrabos, que si no Zara se hubiera inventado en Egipto hace tres mil quinientos años.

Pero el caso es que había demasiados monjes y con demasiado poder, así que Akenatón usando el sucio y viejo truco de la conversión decidió sacarles el dedo corazón a todos y hacerse seguidor en el Nilebook de Atón, el disco solar, dejándoles con dos palmos de narices. Ellos se vengarían más tarde borrándole el perfil y la cuenta de correo, pero a Akenatón ya le dio igual porque estaba muerto. Para que corriese el aire y le dejasen hacer decidió pirarse de Tebas y fundar su propia capital, algo muy típico de los reyes de la antigüedad, una forma como otra cualquiera de reactivar el negocio del ladrillo y de hacerse eterno. Pero hay que pensarse bien dónde pone uno su capital, porque por mucho que trates de construirla anónimamente tarde o temprano se van a acabar enterando de su paradero los monjes de Amón o lo que es infinitamente peor, tu suegra, en Egipto es fácil, tienes el Nilo infestado de cocodrilos para que te saquen del apuro librándote de ella, pero aquí ¿dónde montas el chiringuito?, ¿cerca de Doñana?, pues lo tienes claro, acabas en la cárcel o en el destierro por una denuncia de Green Peace por tratar de envenenar a las garzas y a las culebras.

Al final, él se instaló en Amarna, un desolado rincón del desierto entre Menfis y Tebás, desde allí prohibió todos los cultos, menos el de Atón, claro, y se hizo nombrar único representante del dios en la tierra, algo así como el Papa pero con un gorro mucho más chulo y sin aguantar al clero. Eso le hizo muy poderoso pero no muy popular, porque cuando llevas miles de años adorando a un gato y a un buitre necesitas seguir haciéndolo, la nueva religión era demasiado conceptual para un pueblo acostumbrado a sus imágenes, ¿qué haríamos nosotros sin nuestro Jesús del Gran Poder y sin el Cristo de los Gitanos?, yo no quiero ni pensarlo. El resultado fue que, entre confabulaciones y enfermedades, ni Akenatón ni el cisma duraron mucho tiempo. Akenatón tiene pinta de haber sido un político hábil pero para nada un buen guerrero, por eso, y ya que dominaba un imperio con posesiones en Egipto, Libia y oriente medio, decidió no complicarse la vida y mantener el statu quo a base de firmar tratados de paz y de calmar a los posibles enemigos con dinero.

No le fue del todo mal, hasta que se encontró con un enemigo inesperado, la peste. La peste asoló Amarna y de paso se llevó por delante, casi con seguridad, a su madre, a la gran esposa real, Nefertiti, y a cuatro de sus hijas, evidentemente no se sabe qué enfermedad asoló la nueva capital, pero lo que sí se sabe es que faltó el tiempo para afirmar que la enfermedad era un castigo que habían enviado el halcón, la vaca, el hipopótamo y el carnero. Aunque las bodas entre padres e hijos no eran lo más habitual, a Akenatón se le piró un poco la cabeza y se casó con su hija, Meritatón haciéndola Gran Esposa Real, posiblemente en un intento de mantener el poder, ya que los derechos sobre el trono se transmitían por línea materna, incluso tuvo una hija con ella. Poco tiempo antes de morir hizo corregente a Semenejkara, del que casi nada se sabe y que le sucedería como faraón, como ya he dicho que Akenatón era un tío majo le cedió a Meritatón como esposa y se casó con otras de sus hijas de la que también tuvo descendencia Anjesenpaatón. Un horror, pero si eso lo pilla telecirco le da el culebrón para rellenar la parrilla de varios años, en fin, la vida era así de curiosa junto al Nilo, peor que un culebrón caribeño.

Akenatón murió en el año 17 de su reinado, siendo un treintañero. Le sucedió Semenejkara, que no duró ni un par de crecidas del Nilo, al cual sucedió un tal Tutankatón, un faraón niño al que los monjes comieron la oreja y volvió al redil del carnero; se cambió el nombre y por Tutankamón, le conocemos. Los monjes tebanos, que eran unos rencorosos, hicieron borrar todo rastro del paso de Akenatón por este mundo, pero afortunadamente algo nos ha llegado, nosotros le conocemos por el faraón hereje, el único faraón monoteista, una anécdota curiosa de la historia que seguro que no gustó mucho a Osiris, dios de los muertos. Imagino que le hizo un corte de mangas al encontrarle y le mando a tomar el sol fuera de su reino eterno.

viernes, 28 de enero de 2011

El mal amigo


La amistad tiene mucho en común con el amor, ambos son ciegos. Lo mismo que te enamoras de alguien y sigues así hasta que un día te plantan sin saber cómo ha sucedido, lo mismo que puedes vivir en una relación sin tener ya nada en común, puedes tener un amigo que ya no lo es y no haberte enterado. Son cosas de las relaciones de dos en las que uno vive su historia sin saber muy bien cómo va la historia del otro mientras que ambos giran en órbitas paralelas condenadas a no volver a cruzarse.

Llegados a ese punto, la amistad es una falsa historia de amor en la que una parte ve perfectamente cómo todo se va resquebrajando pero a pesar de ello en la cabeza se monta falsas escusas de negación, la más gorda y la más socorrida es pensar que pase lo que pase una amistad es algo a prueba de bombas. Mentira podrida. Desgraciadamente, la mayoría de las veces la amistad no vive del pasado sino que se nutre del presente, además tiene fecha de caducidad y lo más triste es que puede caducar delante de nuestros ojos sin que aparentemente nada haya pasado.

El mal amigo puede defraudarte, engañarte, traicionarte, incluso despreciarte y casi siempre, a pesar de que se merece una patada en las gónadas, le justificas. Habrá sido sin querer, no se habrá dado cuenta, él es así..., llega tan lejos la negación de la realidad que hasta te preguntas si le habrás hecho algo, te culpas a ti mismo cuando la única verdad es que pasa de ti, le importas un carajo hasta el punto de llegar a hacerte daño. Ese es el límite.

Solo queda firmar el acta de defunción y morirte de pena mientras que rumias la decepción, notando que te deja un regusto amargo en la boca y que no es capaz de llenar el vacío que sientes en el estómago. Más tarde llegarán los ataques de nostalgia cada vez que tu mente perversa te empareje a traición con el nuevo extraño. Es duro aceptarlo, pero se aprende con los años, no sé si por aprendizaje o por estadística, porque el paso del tiempo llena las alforjas de buenas y malas experiencias que hacen todo mucho más relativo. No es un plato de gusto pero es así y hay que aceptarlo.

Hoy me he dado cuenta; mi amigo ya no es mi amigo, solo un conocido, no es más que mi amigo imaginario.


martes, 25 de enero de 2011

Juanjo Bronkovich


Llevo unos días laboralmente cabreado, abrumado por esa sensación de dejadez que olisqueo en el ambiente, con el presentimiento de que me nos está cagando el palomo y a nadie le importa, ahora, porque cuando las cosas vengan mal dadas muchos se rajarán la camisa y llorarán más que mi abuela viendo el culebrón de la sobremesa. Lo sé, está escrito en los libros de la Sibila y no existe forma humana ni divina de salvarnos.

Lo que más me molesta es que cuando me cabreo saco fácilmente todo lo peor que llevo dentro, y es mucho, porque en el fondo sé que tengo un lado oscuro enorme, casi capaz de eclipsar toda mi rica vida interior, ese pozo de los deseos en el que los pensamientos se vuelven maldades. Y estoy cabreado sin saber aún mi futura subida de sueldo, que puede ser gloriosa y de la que nada espero, porque tal y como van las cosas tendré suerte si al salir de la ritual valoración no me han quitado la cartera, metafóricamente hablando, por supuesto. Da un poco de cosa escribir esto en plena crisis, pero alego en mi defensa que cuando me exprimen cual limón nadie se acuerda ni de mí ni de la que está cayendo.

Si la vida fuese justa, cada vez que me pongo de mala leche debería caer en una tremenda afonía y mis dedos se deberían convertir en garras con las que fuese imposible teclear, pero no, mi voz de graves se vuelve aún mas grave y más de ultratumba y mis dedos se vuelven rápidos como el viento para escribir cualquier respuesta no muy bien pensada y con muy malos modos. Gracias a ello he conseguido que me digan lindezas del tipo “Vos tenés un carácter de mierda” o “te estás creando una imagen que no te interesa”, lo primero puede ser verdad, pero lo segundo ni de coña, yo quiero ser un personaje de Tarantino y poder firmar en el correo como “Hijo de puta peligroso” o “Señor Lobo”, y poder decir en una reunión al empanado de turno eso de “que seas una persona no significa que tengas personalidad”, bueno, alguno dudo de que tenga ni latido ni constantes vitales pero no puedo comprobarlo porque tampoco me dejan pincharlos con un palo para ver si se mueven o si sienten algo.

Lo más cachondo es que luego, cuando llevo ya doce horas dando el callo, viene un iluminado y trata de calmarme y adoctrinarme diciéndome la tontería de que no me lo tome como algo personal. ¿Que no me lo tome como algo personal? Me cago en su puta calavera. Es justo en ese momento cuando se me ha venido a la mente la imagen de la Julia Roberts más bocazas, valga la redundancia, en Erin Brockovich y el infame y fácil juego de palabras. Vaya por delante que a mí Julia Roberts me chifla, al igual que la Verdú, otra maravillosa bocazas, las veo y solo me generan amor y, eufemísticamente, ganas de abrazarlas.

Me he visto en el pellejo de Julia, o Erin, y me han dado todas las ganas de gritarle al interfecto “¿qué consideras tú que es personal?, porque si dejarme la piel tropecientas horas al día en algo no es personal es para hacérselo mirar, entonces, ¿qué coño es personal?, ¿robarle todo ese tiempo a mi familia no es personal?, !claro que es personal¡, no poder jugar con mi hijo es personal, ¿no hacer las cosas que me gustan y tener que soportarte a ti no es personal?”. Posiblemente se me está pirando la cabeza y estoy perdiendo el norte, pero cada día soporto menos esas frases hechas multiusos que se dicen sentando cátedra. Si no me ganara la vida con mi trabajo me podría permitir el lujo de utilizarlas, pero mientras que pague la hipoteca y los recibos con mi sueldo, querido tonto el haba, las frasecitas de marras no aplican.

Sin embargo la frase que sí aplicaría es la que dijo el gran Marcellus Wallace después de tener aquel pequeño incidente rectal en un sótano, daría hasta el último céntimo de la nómina de este mes por poder responder tranquilamente: “Quiero que disequen a este colega empleando un soplete y un par de alicates. ¿Has apuntado lo que he dicho, maldito capullo? Aún no he acabado contigo. ¡Ni lo sueñes! Practicaremos el medievo con tu culo”

Desgraciadamente no puedo ser yo mismo, un despido sería algo demasiado personal para soportarlo.

domingo, 23 de enero de 2011

Una llamada en la noche


Cuando un teléfono suena en la madrugada un escalofrío recorre la noche.

Sales un viernes a cenar con unos amigos a los que hace meses que no ves, te las prometes felices pero sin saberlo el destino tiene otros planes para ti, aunque seas el personaje menos importante de esta historia, poco más que un actor secundario. Apuras un café solo pensando en pedir una copa cuando el teléfono suena, no te cuadra y no has visto todavía quién te llama pero la experiencia te susurra al oído que las llamadas después de media noche suelen ser aciagas. Al mismo tiempo varios teléfonos suenan en lugares remotos llamando a personas con las que nada tienes que ver pero a las que van a contar una historia diferente pero entrelazada con la tuya, unos van a llorar, otros van a reír, algunos se sumirán en la duda y en el miedo y otros simplemente van a cambiar de planes precipitadamente.

Cuando un teléfono suena en la madrugada solo esperas que una voz en calma pronuncie las palabras mágicas que dicen tranquilo no pasa nada, por lo menos no algo grave, porque está claro que nadie te llama a las tantas para decirte que te echa de menos, que te quiere o que no puede vivir sin ti, por lo menos a mí no me pasa en este mundo en el que ahora vivo y en el las noticias tienden a ser malas. Afortunadamente hoy no estoy en el bando de los que les toca llorar, y borro la palabra afortunadamente porque por desgracia sé que a los que les toca penar no lo merecen por tener el corazón más grande que el futuro que acaban de regalar, solo cabe darles las gracias y compartir su dolor anónimo e invisible, aunque hoy su dolor se transforme en esa puta vestida de verde a la que llamamos esperanza.

Porque se trata de eso, de la vida y de la muerte en su versión más desgarrada, y no puedo evitar sentir un nudo en la garganta al pensar que el fin de una vida, seguramente de una manera injusta y despiadada, sea la continuación de múltiples vidas anónimas que ahora corren a un hospital en busca de un órgano de repuesto que les devuelva la esperanza mientras que otros volvemos a descolgar el teléfono tratando de colocar el niño a las tres de la mañana, sabiendo que vamos a hacer saltar las alarmas hasta poder repetir rápidamente que no pasa nada. Y no van a acabar aquí las injusticias, porque a pesar de hacerse ilusiones no todos los que han atravesado Madrid, Guadarrama o La Mancha, saltando los radares o haciendo girar las sirenas de las ambulancias, van a tener suerte, pero muchos de ellos ya lo saben cansados de hacer viajes de ida y vuelta con las manos vacías y viendo como el contador de la vida, al menos el de una vida plena y normal, se les acaba.

Ahora es el momento de la ciencia y, afortunadamente, la ciencia no conoce ni vive de las penas, de los dramas, del futuro que no fue, del futuro que con suerte será. La ciencia es fría y protocolaria, no sabe de personas aunque se deba a ellas y se rige por la objetividad y el bien general, aunque el bien general sea tu perdición personal. Yo, que no soy nada romántico para las cosas materiales lo comprendo y trato de ser objetivo, en el fondo no deja de ser una cuestión de oferta y de demanda, dichosamente con criterios distintos a los del dinero, al menos aquí, todavía, en la cada vez más irreconocible España. Por eso para cada órgano se convocan a varios candidatos y se le adjudica, imagino, al que más probabilidades de éxito tiene o al que mejor se adapta. Los demás se van tal y como han venido, o peor, y no se sabe que decirles cuando recogen sus cosas cabizbajos y se marchan.

Nosotros nos quedamos y por fin V, mi cuñado, tiene ese riñón prestado que tanta falta le hacía. Ese riñón que casi vemos como una pieza de recambio y que ayer se llamaba José, o Cristina... ¿qué más da ya?, ese riñón que de nada iba ya a valer y que para él significa recuperar una vida que con solo 33 años estaba unida, ya casi a diario, a la de una máquina. Ahora solo nos queda cruzar los dedos y esperar que, instalado en su cuerpo, el riñón vuelva a funcionar, que no haya rechazo ni complicaciones, que le veamos volver a ser lo que ya no era, que pueda regalarnos de nuevo su alegría, que nos dé sobrinos, que vea a su Madrid ganar otra copa de Europa, a pesar de que me haga rabiar en los derbis, sin ir más lejos el jueves, ¿quién nos lo iba a decir V?, aunque pensándolo bien te deseo que lo veas dentro de cincuenta años, ya sabes que soy así de generoso.

Ya lo tenía antes claro, más que el agua de un manantial de montaña, pero una cosa es pensarlo y otra verlo de cerca, el día que me pase algo, bonito eufemismo, que tomen de mí todo lo que sea utilizable y que incineren los restos, porque la vida es un préstamo que nos transciende, que se repite una y otra vez sin tenernos en cuenta, por la que podemos hacer algo más que transmitir nuestros genes. Así pienso y ese es mi concepto de vida eterna, una vida sin nosotros que, a fin de cuentas, no somos tan importantes como nos creemos. Por eso, aunque soy minúsculo e insignificante, desde este rincón solitario animo a quien me lea a hacerse donante de órganos, deseándole de todo corazón que nunca, nunca, nunca, tenga que prestarlos.

miércoles, 19 de enero de 2011

Sí, es difícil, pero... ¿por qué no?


Sí, ya se que no es fácil, pero si te gustasen las cosas fáciles seguramente ahora estarías en otro sitio y pensando en otra cosa, desde pequeño ir contracorriente ha sido siempre lo tuyo y no te vas a dejar llevar arrastrar por el pesimismo ahora, ni de coña, ahora precisamente no, si mañana tiene que pasar que pase, pero hoy no, hoy estamos vivos y vamos a pelearlo.

Nunca has considerado imprescindible la victoria, se pierde y se gana porque así es el juego y así es la vida, por eso mismo no necesitas de éxitos ficticios para ser feliz, con los tuyos te basta y lo demás son sentimientos que solo compartes con los que cada tarde, haga frío, llueva o nieve, te acompañan. Vale, siempre es mejor ganar que perder pero no de cualquier manera, no por costumbre, mucho menos por necesidad, eso, después de haber perdido tanto, te la chufla, no, no serías el mismo si no conocieses el gusto a hiel, si no te hubieran tirado al suelo mil veces y no te hubieses levantado al menos novecientas noventa y nueve, más una.

Eres un soñador que cree en imposibles, en la rebelión de los débiles, en la caída de los poderosos, que sueña con ver a los ricos desplumados por los indios de la ribera, que brinda por otra copa y una revancha que siempre amaga y la muy puñetera nunca llega. Pero eso es el pasado porque hoy no cabe la resignación, ni la derrota, por muy honrosa que parezca y por mucho que esté envuelta en un halo romántico que a veces te hipnotiza y que a veces te ciega. Hoy toca disfrutarlo, pase lo que pase, porque estás vivo y el mañana no existe, porque todos los hombres son iguales vestidos de corto por mucho dinero que los de blanco tengan y valgan, porque hoy no vale rendirse y aunque solo sea por invocar al espíritu de la justicia poética hay que dejarse el alma en el intento.

Así que prepara los bocatas y manda el mito del pupas a la mierda. Húndete en tu gorro hasta las cejas y ponte la bufanda de rayas, porque va a hacer un frío húmedo que hasta en los huesos se te va a meter, y déjate la garganta cantando, aunque no escuches tu voz, fúndete con miles de los tuyos y siente dentro de ti la vibración invisible que transmite la pasión de la masa. Y si se pierde pues se pierde y punto pelota, se felicita al rival y a otra cosa mariposa, porque la vida sigue y habrá otra oportunidad, has llegado al mil uno y del cien mil seguro que no pasa.

martes, 18 de enero de 2011

Et maintenant?


Sabía que este día tenía que llegar, lo mismo que llegará el día en el que no seamos nada el uno para el otro, y me duele, y me dolerá, pero ya no lo sabrás y mi dolor será en balde. Te vas, y la sensación de vacío que me dejas en el estómago me sorprende, sobre todo porque ya hacía tiempo que te habías ido, a pesar de que físicamente sigues estando cerca, tampoco vas a leer esto, no importa. Son las cosas de la vida, de la agenda, de la desidia, de lo imposible... aunque no me canso de repetirme, de repetirte, lo importante que eres para mí ahora que, tal vez, ya es tarde.

Recuerdo perfectamente el día en el que te conocí, me gustaste mucho porque tenías cara de niña buena y ojos de lista, de listísima, y una forma de ser que invitaba a compartir una sonrisa. Afortunadamente no se me ocurrió al conocerte hacer el chiste fácil de la revista y las medias con tu nombre porque hubieras pensado que soy un idiota y ha sido mejor que te hayas ido dando cuenta a tu manera. Recuerdo tu español dubitativo y con acento francés, cambiando las zetas por eses y sin pronunciar una jota como Dios manda, estoy seguro de que te costaría horrores entenderme porque hablo como una metralleta, sin embargo ponías cara de pillarlo todo y no me pedías repetir una palabra. En un pispas hablabas mejor que yo pronunciando perfectamente robot, Juanjo y manzana.

Qué hacías en la empresa patera nunca lo sabré, pero me alegro de que por una vez te hayas equivocado en algo, no fue mucho tiempo el que pasamos juntos pero para mí fue importante porque comenzaron a cambiar muchas cosas en mi cabeza, de alguna tú tienes la culpa. Por cosas de las empresas me tocó ser algo parecido a tu jefe, y jamás escuché una queja a pesar de que sé que era algo duro contigo, luego me han contado que te lo hice pasar un poco mal, pero jamás de tus labios, ya sabes que no era por putearte, era porque eres buenísima y esperaba de ti todo lo que te he visto hacer, y muchas más cosas que harás, no tengo duda. No sé que pensarías de mí el día que pediste la cuenta y sin mover ni una ceja te dije que eran cosas que pasaban porque nunca hemos hablado de ello, pero se me rompió el alma cuando tuve que decirte que no era necesario que volvieses mañana.

Es gracioso que recuerde primero el principio y el fin, y no las cosas que pasaron entre medias, cosas de esas que unen a las personas, muchas risas y alguna que otra lágrima, posiblemente más mías que tuyas porque soy un llorón y tú eres una educada chica francesa. Te encantaba chincharme y repetirme una y mil veces que soy un quejica, y te prometo que de tanto decírmelo me quedé con la copla, cada vez que pienso en quejarme por algo veo tu rostro echándomelo en cara y se me pasan las ganas de hacerlo, porque eres de las pocas personas cuya opinión me importa y me tomo en serio porque sé que tienes la cabeza bien amueblada, a lo mejor demasiado, pero no eres fría, todo lo contrario, eres cariñosa y te haces querer, mucho más que lo que anteayer pensaba.

Tienes la culpa de que me atreviese con el francés, mitad por apuesta contigo mitad por demostrarte que no soy tan negado como parezco ser, y me ha salido el tiro por la culata porque efectivamente soy más torpe que Monsieur Patata. Vamos, que hemos hablado una vez en francés y porque a la otra francesa presente le dio la gana, porque no acabo de entender esa teoría de que con una persona se habla en el idioma en el que se la ha conocido, pero si tú lo dices será verdad, que para eso eres políglota y tienes mucha más experiencia conociendo personas que hablan como les da la gana. Y aunque contigo haya sido un fracaso me has abierto un mundo que desconocía, has derribado algunos prejuicios y me has hecho ganar Bélgica, Suiza y Francia, como aquel día en el que coincidimos sin saberlo en el mismo avión a Paris y conseguí que todas las azafatas me miraran con mala cara, o aquel día que compramos ese queso que olía a perros muertos en Estrasburgo y que unos días (y unas cuantas pituitarias torturadas) más tarde cenamos en tu casa.

Creía que eras nuestra pero me equivocaba del todo, tú eres de aquí y de allá, eres del mundo y no veo cómo nadie te va a poder cortar las alas. Me duele enterarme de tu marcha cuando ya tienes fecha de partida y ni siquiera sé los motivos, aunque me los puedo imaginar, al final son los motivos de todos, la tierra tira, la sangre tira, el sol ya no importa y menos irse por Chueca de farra. Te vas y siento que se va un trocito de mí, y, aunque ya nos hemos contado todas las mentiras del a nosotros no nos va a pasar, casi pienso en ti en pasado, aunque apenas teníamos ya presente. Te deseo buena suerte en la ciudad de los ladrillos rosas, en la que espero verte algún día para poder charlar largo y tendido, si es que alguno de los dos todavía recuerda el idioma del otro, bueno, tú seguro que sí, que para eso eres la lista y yo el de la mala memoria. Aunque lo mejor será mirarte a los ojos y poder decirte con ellos esas palabras de afecto que significan lo mismo en cualquier idioma y que a veces son tan innecesarias.






Et maintenant que vais-je faire
De tout ce temps que sera ma vie
De tous ces gens qui m'indiffèrent
Maintenant que tu es partie

Toutes ces nuits, pourquoi pour qui
Et ces matins qui reviennent pour rien
Ce cur qui bat, pour qui, pourquoi
Qui bat trop fort, trop fort

Et maintenant que vais-je faire
Vers quel néant glissera ma vie
Tu m'as laissé la terre entière
Mais la terre sans toi c'est petite

sábado, 15 de enero de 2011

Del amor propio


He aquí otro de esos post que ahuyentan lectores y aburren a las ovejas, pero como dice Sheldon en su recién estrenado blog, es lo que tiene.

Existe algo que todos, al menos en teoría, deberíamos tener, se puede llamar orgullo, vergüenza torera o simplemente dignidad, pero a mí me gusta llamarlo amor propio, es uno de los componentes de la gasolina que nos hace sobrevivir. El amor propio tiene que ir ligado a esa pequeña dictadora invisible a la que llamamos conciencia, sin ella está condenado a desaparecer, a no existir, porque los cantos rodados del camino no tienen amor propio, ni los puercos que se revuelcan en un charco, ni los futbolistas del Atleti, ni los banqueros, ni las princesas, tampoco las de los cuentos. La conciencia es un ama sadomasoquista que, cubierta de cuero y látex, fustiga sin piedad al amor propio obligándole a lamerle las punteras de sus botas altas.

El amor propio también va ligado a los sentidos, pero no a la vista o el olfato, por mucho que cada vez todo huele más a mierda, más bien va ligado a otros sentidos como el sentido del ridículo o el sentido del deber. El primero es una lacra que algunos llevamos como una bola amarrada al tobillo, algo absolutamente insoportable que muchas veces ni siquiera nos deja ser nosotros mismos, por eso, en ocasiones, admiro en secreto a quien no tiene ningún sentido del ridículo y me pregunto si yo con los años llegaré a librarme de él, aunque no lo creo, porque es un rehén famélico y barbudo del amor propio y de la falta de estima. Ese es otro tema, es curioso cómo tanto amor propio, a veces, puede convivir con tanta falta de estima. Lo del sentido del deber imagino que casi debe sonar a chiste, demasiado castrense, pero a mí no me suena así, me parece algo imprescindible ya que uno debe comportarse como cree que debe hacerlo, por decencia y por estética, pese a que la mayoría de las veces lo hacemos por el qué dirán, un arma muchísimo más poderosa que la dignidad. Así nos va.

La dignidad es en todo esto la cuadratura del círculo, si la conciencia viste de cuero y látex entonces la dignidad viste de harapos y duerme entre cartones en un barco de un parque, y que se vaya preparando porque su futuro es que un barrendero municipal se la encuentre cualquier día de estos muerta. Nadie reclamará su cadáver. En este mundo en el que todo se vende y todo se compra, al menos la dignidad no debería ser un objeto de mercado, y sin embargo lo es, y además tiene un precio relativamente bajo, es muy triste. Perdemos la dignidad por infinitos motivos que no están a la altura: por miedo a fracasar, por miedo a la soledad, por querer ser aceptado, por conservar un trabajo... este último es bastante lamentable porque la dignidad no forma parte del sueldo ni perderla forma parte de un contrato, ni del tuyo ni del mío, ni siquiera debería formar parte del contrato de los lupanares de carretera, pero mucho contratador no lo sabe, pobre ignorante, aunque curiosamente lo que sí tiene clarísimo es que la dignidad y el amor propio no pagan las hipotecas, y de eso se vale.

Está claro que a casi nadie le gusta ser el hazmerreír de la fiesta, ni el tonto de turno, ni el pringado del curro, ni el amante despechado, que esa es otra, cómo perdemos los papeles y el amor propio cuando hablamos de sentimientos y cómo nos dejamos llevar, utilizar y pisotear olvidando eso de que para querer se debe empezar por uno mismo y que las relaciones no se construyen de fuera para dentro. Pero lo olvidamos y nos dejamos llevar, y no nos queremos, ni queremos escuchar a nuestras conciencias, y perdemos el objetivo y a la larga nos sentimos una mierda. Porque sí, ya sé que casi todos estamos hasta las pelotas del rol que nos ha tocado interpretar, pero hay que tirar de amor propio para seguir remando, para no dejarse llevar por la corriente, y por eso mismo hay que tratar de hacer las cosas con un poco de decencia, no aceptando que todo vale, que las cosas se pueden siempre hacer de cualquier manera y que no va a pasar nada por ello, porque sí pasa, pasa que nos vamos empobreciendo a pasos agigantados, y es evidente, aunque parece que a casi nadie le importa.

Por cierto, la imagen, que me parece rechula, la descargué de aquí.

lunes, 10 de enero de 2011

Quita los putos antinieblas de los cojones, por favor


Hoy toca darle al post protesta para denunciar una de las cosas que más me tocan las narices, el uso indiscriminado del antiniebla trasero. No lo digo por tocar las pelotas, lo digo porque mis ojos deben ser muy fotosensibles y los antinieblas traseros me dejan medio ciego. Lamentablemente mis palabras no van a llegar a la panda de cenutrios a las que van dirigidas, porque confío ciegamente en la inteligencia de mis abnegados lectores que seguro saben comportarse en la carretera, sin embargo no pierdo la esperanza de que mi telaraña atrape a algún incauto que aterrice vía Google, incluyendo a los autores “de víbora de cascabel es buena para triglicéridos” y “yo quería una cena, no una enfisema” (esta última con rima asonante y todo).

Últimamente se ha puesto muy de moda poner el puto antiniebla de los cojones (con perdón) a las primeras de cambio, vamos, que empieza a chispear y ya podemos observar a los primeros pistoleros de la palanca de luces disparando a matar, sin importarles un huevo las consecuencias de sus fechorías, porque sí, estimados y estimadas, es una fechoría penada por el código de la circulación con unos eurillos y ojalá que caiga sobre cada uno de ellos todo el peso de la ley, y más que eso, porque si me dan a elegir por mí les puede caer encima hasta el helicóptero que sigue a la vuelta ciclista a España con Rajoy dentro (vale, esto ya es un exceso verbal pero la estadística nos dice que sobreviviría, así que disculpadme). La primera tentación ante estos casos es ponerme detrás y cegarles con las largas, pero voy a tratar de explicarlo de manera más civilizada.

Por si alguno no lo sabe, que debería, el código de la circulación dice lo siguiente:

“Artículo 106. Condiciones que disminuyen la visibilidad: La luz antiniebla trasera solamente deberá llevarse encendida cuando las condiciones meteorológicas o ambientales sean especialmente desfavorables, como en caso de niebla ESPESA, lluvia MUY intensa, FUERTE nevada o nubes densas de polvo o humo.”

Yo creo que queda bastante claro, y seguro que alguno incluso marcó esa opción en el test el día que hizo el examen teórico, pero los conceptos de espeso, intenso y fuerte deben ser verdaderamente muy subjetivos. Comencemos por la niebla, niebla espesa significa que no puedes verte ni la punta de la nariz, mucho menos los zapatos, muchísimo menos el coche de delante, ni el que está a quinientos metros, y ya ni de coña marinera la maldita azotea de la Torre Espacio. Por supuesto dentro de los túneles del Pardo no puede haber niebla, no, la niebla no se cuela por los túneles, y si alguna vez crees que ha entrado entonces para el coche y sal corriendo antes de vivir tu versión particular de pánico en el túnel, no es niebla, es un incendio, así que no me toques los huevos con los antinieblas. Lo mismo aplica si estás en ciudad, si necesitas los antinieblas para ver y ser visto entonces mejor para el coche antes de que cual vulgar Godzilla vayas acabando con toda la vida que se cruce con tu camino o te empotres contra una farola.

Vamos ahora con la lluvia; lluvia muy intensa es el puto diluvio no un aguacero que a los antinieblas se la sopla. Así que, como consejo general, si al mirar por el retrovisor no ves a medio metro a Noé, al timón de su arca, dándote las largas entonces es que no necesitas los antinieblas, así de fácil, eso sí, si eres víctima de una riada y navegas por el Tajo camino de Portugal con los antinieblas puestos por mí ya puedes dejar las luces dadas, serás una víctima más fácil de los peces abisales, todos nos alegraremos por los pobres y famélicos animales. De lo de la nieve ni hablamos, con lo preparados que estamos en Madrid para la nieve si sales a la carretera con una fuerte nevada es que se te ha ido la pinza del todo y tienes licencia hasta para robarle la sirena a una ambulancia. Tú mismo yo no voy a estar allí para que me deslumbres.

Porque mirad con atención la próxima vez que haya un poco de niebla y los diablos cegadores comiencen su función macabra, ¿qué diferencia hay entre un coche cien metros delante con el antiniebla trasero y uno que solo lleva las luces de cruce?, pues que se les ve exactamente igual pero el segundo no te va dejando ciego, tan sencillo como eso. Pero claro, la tentación de fardar de antinieblas es demasiado poderosa, además es gratis y como son pocos días al año no desgasta mucho las bombillas, porque seguro que los zoquetes del antiniebla luego son los que no ponen las luces de cruce de día, algo mucho más útil en invierno, y los que no utilizan jamás los intermitentes para no ir dando pistas. Pero, sobre todo, si ya has obrado mal recuerda mirar el tablero de vez en cuando para no dejarlas puestas cuando luzca el sol a las diez de la mañana.

Por eso, luciérnaga deslumbrante , gusiluz infernal, la próxima vez que vayas a poner el antiniebla piensa si es verdaderamente necesario, con suerte te ahorrarás una multa de 150 euros y, por supuesto, yo te daré las gracias sinceramente.

miércoles, 5 de enero de 2011

Post para jugar


Cuando era pequeño, era un niño un poco diferente a los demás, por lo menos a los de mi entorno del otro lado de la vía. Como a ellos me gustaba darle patadas a nuestro balón comunitario, jugar a las canicas, a las chapas, tirarle piedras al tren, pasear en mi bici de segunda mano comprada en el rastro, en fin, todas las cosas que eran normales en nuestro barrio de marginados, pero, además de eso, a mí lo que más me gustaba en el mundo era leer, cualquier cosa, compulsivamente, desde el periódico que cada tarde traía mi padre hasta la revista de pasatiempos de Pedro Ocón de Oro que cada domingo comprábamos juntos en un kiosco de la plaza en la que, casualmente, ahora vivo. Es curioso, pero se me había olvidado que el kiosco estaba aquí hasta que lo he escrito.

No me sorprende nada el hecho de haber aprendido a leer con tres años, por mí mismo y por la insistencia de mi padre, que quería ver cuajados en mí todos sus sueños rotos a pesar de que ahora dudo si el futuro maravilloso que él tenía preparado para mí es realmente mi presente, y cuando digo dudo me refiero a él y no a mí, porque yo tengo la certeza absoluta de que no lo es, porque por bueno que seas viniendo de tan abajo es casi imposible en una generación pegar el salto. Pero claro, apostar después de haber levantado las cartas es muy fácil, y seguramente soy muy duro con los dos porque mi vida comparada con la suya es un cuento de hadas, pero claro, cada uno pone el listón a sus frustraciones y hasta el más rico y poderoso las debe tener, está en su derecho, es una de las mejores lecciones que, sin querer, mi padre me ha dejado.

Pero volvamos a los libros, ahora que no sé donde meter los libros, hasta tenerme que pasar casi por obligación al libro electrónico, recuerdo con mucha nostalgia mis regalos de reyes y de cumpleaños, pocos juguetes, muy pocos, bastante ropa y algunos libros, casi siempre de bolsillo porque eran los más baratos. A mí no me importaba, desde luego que no, ¡eran libros!, y eran míos, alimento para mis tardes y mis noches clandestinas, leyendo gracias a una bombilla de medio vatio conectada a una pila de petaca, porque, aunque era socio de todas las bibliotecas de Alcorcón, incluyendo la de la obra social de oso verde del mal a pesar de no tener la edad mínima para ser socio que eran si mal no recuerdo catorce años, y disponía de lectura abundante, poseer mis propios libros era una sensación de riqueza maravillosa, casi la única sensación de riqueza de la que de verdad he disfrutado.

Hoy, que es víspera de reyes, he recordado un año que fue espectacular, con cuatro libros que disfruté como el niño que era, especialmente uno que es el que da sentido a este post, aunque ninguno de los otros era manco. Ese año se debieron alinear varios planetas o, lo que es más probable, la dueña de la librería del barrio aconsejó muy bien a mis padres, porque aún existía la librería del barrio con una librera que sabía de libros y sobre todo de personas, y de niños que eran personas, que muchos lo vamos olvidando. Aquellos reyes, de una tacada, incorporé a mi modesta biblioteca “La llamada de la selva”, “20000 leguas de viaje submarino”, “Bichos y demás parientes” y un libro de un señor italiano del que nunca había escuchado hablar llamado Gianni Rodari titulado “Cuentos para jugar”, en una edición estupenda de Alfaguara que todavía conservo en casi perfecto estado para leerla algún día con mi hijo.

Supongo que casi todo el mundo lo habrá leído alguna vez, y si no lo ha hecho debería hacerlo, porque es un libro para personas, sin importar su edad. Son cuentos en los que se le ofrece al lector terminar la historia con tres finales alternativos, cada uno con sus consecuencias y con su moraleja, sin prejuzgar cual de ellos es el correcto, aunque el personaje al optar puede parecernos bueno, listo, avaricioso, ruin o malvado. Van pasando los años y sigo releyendo los cuentos, por nostalgia, por placer y porque siempre me he puesto en la piel de los personajes creyendo que la vida es precisamente así, un camino repleto de curvas en el que de repente llegas a un cruce en el que tienes que decidir qué, quién y cómo vas a ser, un poco a ciegas, sin tener muchos elementos de juicio para tomar las decisiones más importantes salvo lo que realmente te sale de las tripas, sin juzgar ni prejuzgar, incluso dejando algo al libre albedrío, a la ignorancia, a la inconsciencia, a la obligación, al miedo, a la prudencia, a la buena y la mala suerte.

Por eso escribo este post para jugar, un post que habla de mí, del camino que a bandazos he ido recorriendo a lo largo de mi vida hasta hacerme ser quien soy, sin juzgarme, desnudo delante de ese Juanjo_ML que aquí he ido creando, pensando en como seré cuando tenga que tomar la decisión del final del cuento, imaginando finales buenos y malos. Imagino un final en el que termino mis días a palos con el mundo pero siendo el ingenuo soñador que ahora soy, otro en el que dejo de pelear y termino derrotado, desengañado y amargado y un tercero en el que renuncio a todos mis principios pero en el que sin embargo triunfo como nunca lo hubiera imaginado. Pensad en ellos sin prejuicios, como hacía Rodari, porque en el fondo nada es del todo negro ni del todo blanco y yo no soy ni trigo limpio ni un mirlo blanco.

sábado, 1 de enero de 2011

La gran melopea


No recuerdo cual fue el año, ¡cómo para recordarlo!, pero si me acuerdo que la mayor borrachera de mi vida coincidió con un día como hoy, en una fiesta de fin de año, debía tener 22 o 23 años. Imagino que es algo poco original y que perdurará por los siglos de los siglos, aunque hace algunos años que no salgo en nochevieja para comprobarlo, el caso es que todas las ilusiones de ligar para los troles de las praderas se concentraban en aquella noche, y quiero remarcar la palabra ilusión, porque la realidad es demoledora, era más fácil encontrar trazas de inteligencia en un consejo de ministros que ligar en nochevieja, pero intentarse se intentaba. Si no, ¿qué hacía un pintamonas del otro lado de la vía de Alcorcón vestido de traje y corbata?, ¡manda huevos!, si ahora no me pongo una chaqueta ni a punta de pistola.

Aquel año tocó ir a Leganés, en concreto a una macrofiesta en una carpa dentro de Parquesur, por entonces allí había un pequeño parque de atracciones, del que solo llego a recordar una mini montaña rusa y unos coches de choque, ambos artilugios son parte importante de esta historia. Con la entrada podías montar gratis en las atracciones que se mantuvieron abiertas toda la noche, o eso me han contado. La verdad es que es una gran idea mezclar atracciones con alcohol, no puede existir nada más divertido que ver a la peña potar los cubatas desde lo alto de los vagones y vamos si ponen a una pareja de la guardia civil a hacer un control en los coches de choque hubiéramos reventado el alcoholímetro. Sí, definitivamente era una idea cojonuda.

La verdad es que hubiera sido otra noche sin pena ni gloria de no ser por el azar, y el ron con cola, claro. La chica que me gustaba de la pandilla bebía los vientos por otro amigo mío que tuvo el detalle de presentarnos en aquella fiesta, y por sorpresa, a nueva novia, su actual esposa. Alguien con más luces que yo habría visto en aquello una oportunidad, pero ahora me alegro de ser tan memo porque así conseguí retrasar un par de años el día en el que la bruja despechada me arrancó el corazón y lo pasó por la túrmix, pero esa es otra historia que me llevaré a la tumba, yo hablaba del azar. En plena fiesta me encontré con A, buen amigo y compañero de fatigas universitarias, no tenía ni idea de que iba a ir a la misma fiesta, pero allí estaba con sus hermanos y su grupo de amigos, la verdad es que eran un plan mucho más interesante que el mío, por lo menos había grano nuevo que trillar.

Comenzó así una fiesta de idas y venidas de un grupo a otro, algo de lo más inofensivo si no fuera porque en cada grupo tenía mi copa que iba apurando como si no existiera un mañana con la excusa de ir a por algo y cambiar de compañía, porque la bruja, aunque luego recuperaría su esplendor, aquella noche estaba hecha unos zorros llorando por los rincones. Mucho más mona e interesante era una amiga del hermano de A, de la que solo recuerdo un tremendo pelazo negro y el abrigo con la que la vi llegar a la fiesta, cinco o seis dedos más largo que su minifalda. Mi último pensamiento consciente de aquella noche fue, cocido como un piojo, abordar a la carrera el coche de choque en el que iba montada, curiosamente me aceptó a bordo en lugar de atropellarme y denunciarme por acoso en el puesto de vigilancia.

Y hasta ahí puedo leer, porque la siguiente vez que abrí los ojos había cambiado mucho el panorama, la morena era un tío feo con bata y el coche de choque, como si le hubiera tocado la varita de un hada, se había transformado en una camilla de urgencias hospitalarias. “¿Has bebido mucho?”, fue la pregunta del millón que me hizo el tío feo, imagino que esas cosas se deben preguntar pero yo no le pregunté a él obviedades del tipo “¿jode estar tratando borrachos en nochevieja?”, además, con una insistencia absurda, me preguntaba qué había bebido, joder, si me habían llevado allí inconsciente agua con gas no iba a ser, estaba yo con el dolor de cabeza que tenía para hacer memoria... pero al minuto me habían dado de alta porque supongo que estaría aquello de gente peor aún que se petaba.

Al salir del hospital recuerdo que mis amigos estaban esperándome mucho más borrachos que yo, menos nueva novia, tan pijilla ella, que no sabía en la que se había metido, además le tocó conducir aunque afirmaba que no había cogido un coche desde que se sacó el carnet hacía ya una pila de años. No sé ni como llegamos a casa, ella a 40 por la autopista negándose a quitarse los tacones, y los otros cuatro borrachos y descojonados. Me dejaron en un estado lamentable, tan lamentable que me pusieron delante de la puerta, tocaron el timbre y salieron corriendo. A mi padre se le pusieron los ojos como platos al verme, y eso que sé que ha sido cocinero antes que fraile, mi madre entró en éxtasis místico, aunque tuvo los suficientes reflejos como para sacar corriendo a mi hermana pequeña de mi cama al grito de “Jose saca a la niña de la cama que el borracho éste la aplasta”, y mis abuelos me miraban con recochineo mientras murmuraban entre ellos en voz baja. Era la primera vez que me veían así, porque yo siempre he sido muy discreto para estas cosas, fue duro para ellos comprobar que el hijo modelo era en realidad bastante golfo, y eso que lo del hospital no se enteraron hasta pasados diez años.

El despertar fue lamentable, aunque quedé con mis amigos aquella noche para recapitular datos porque no me acordaba absolutamente de nada, el resumen fue éste:

- La morena existió, llevaba minifalda y no se llamaba Manolo.

- El alcohol pudo con mi miedo a las montañas rusas, unas fotos lo demostraban.

- En esas fotos también se demostraba que, como afirmaba mi madre, yo de casa salí con una corbata.

- A las cuatro y media me vieron irme de la fiesta con la morena.

- A las seis me encontraron recostado, inconsciente, contra un seto.

- A las siete y media salimos del hospital, no sé que me pusieron pero era bueno.

- A las nueve y algo me dejaron en casa, solo ante el peligro.

- Mi madre aún me lo reprocha

- No he vuelto a beber ron blanco.