viernes, 30 de abril de 2010

Y la carne se hizo carne

Los milagros existen, todos los días, en cada rincón del mundo, sin darle mucha importancia, casi sin darnos cuenta. Todos los días millones de heroínas anónimas enganchan a este mundo el siguiente eslabón de la cadena, sin prácticamente hacer ruido, apretando los dientes y dejándose el alma, con miedo y con incertidumbre, pero también con mucho amor, alegría y esperanza, una alegría que solo conoce el que ha conseguido transformar sus genes en carne, una esperanza que unos días será temor, angustia otros y la mayoría simplemente será un juego de cartas, esperando levantar un naipe y que nos salga un as o una dama.

No existe amor parecido al que se siente por un hijo, no es prepotencia ni presumir de nada, es así y no se sabe hasta que le has mirado a los ojos por primera vez. Posiblemente no te ha visto, ni siquiera te reconoce, no eres nadie aún para él pero con solo haber atravesado esa flor en llamas que es la puerta del mundo, con su vida, ya ha llenado la tuya, te ha poseído hasta los tuétanos y cruzarías mares y desiertos por conservarla. Porque por mucho que quieras no volverás a ser jamás un individuo, una fuerza sobrehumana te ha fisionado para después fusionarte con su materia, que es diferente, pero en la que encajas como encajan una figura y su molde. Todavía deberás aprender que la figura cobrará vida propia hasta que no dependa para nada de ti, pero hasta que llegue ese día ahí estarás, para lo bueno y para lo malo, e incluso después, cuando ya no hagas falta.

Y pasaras ratos buenos y ratos malos, ratos en los que habrás creído encontrar el sentido de la vida y serás dichoso, embriagado por una felicidad plena porque no se nutre de la necesidad de obtener nada, y existirán otros ratos en los que desearas no haberle tenido, pero esos son ratos de mentira, porque su mirada lo llenará todo, su olor te devolverá a la vida y el tacto de su piel te transportara siempre a una mañana de primavera, junto al mar, con la brisa revolviéndote el pelo y acariciándote la cara. Eso lo vale todo, a partir de ahora será tu gasolina y el mejor motivo para nunca tirar la toalla, y algún día cuando él inicie ese ciclo escribirá cosas parecidas y te estará agradecido y te querrá más que nunca.

Pero hay que aprenderlo por uno mismo, escuchando con mucha atención todas las opiniones que, requeridas o no, comenzaran a bombardearte a tu alrededor, es ley de vida. Aunque sin hacerlas caso al pie de la letra, y eso a las más sensatas, porque lo más emocionante del viaje que comienza es el mutuo aprendizaje, todas las enseñanzas que vais a intercambiar, él sorprendiéndote con su inocencia, tú bañándole con tu experiencia. Porque un niño es un lienzo en blanco, pero un padre es una pared que hay que volver a pintar, al principio de blanco cuando no se sabe nada, y después de los colores que nacen de la intuición y de un instinto durmiente que, sin saberlo, está grabado en nuestro código genético.

Él lo aprenderá todo porque no sabe nada y tú querrás desaprender mucho de lo que sabes para encontrarle a la mitad del camino. Le regalarás un idioma para expresarse, al principio torpemente, equivocando sonidos y conceptos, pero poco a poco llegaréis a un entendimiento, palabra a palabra os iréis uniendo hasta que cantéis la misma canción con la misma letra aunque seguramente con distinta música, es como debe ser. Él te enseñará tus errores, te cambiará los conceptos y juntos escribiréis un nuevo libro lleno de manchones y gurripatos, vuestro libro, el más bonito, el que se viene escribiendo desde hace miles de años, el libro de la vida, el libro que todos entendemos aunque hablemos diferentes lenguas, aunque seamos amarillos, negros o blancos.

Esta semana me he enterado de que dos nuevas personitas ya son, y que dentro de nada les conoceremos. No son de mi sangre, pero me da lo mismo porque aprecio y quiero a quienes les han engendrado, les quiero a mi manera, claro, siempre en segundo plano y como si no estuviera, por tanto les quiero a ellos también y estoy deseando abrazarlos. Sé que son unos niños deseados, los más deseados, pero también sé que serán unos niños felices y queridos, tremendamente afortunados, porque vienen al lugar adecuado, porque tienen libros del Pato Donald esperándolos y un mundo a éste y al otro lado del océano por descubrir. Solo les deseo que crezcan sanos y felices, que no le tengan miedo a nada porque sean valientes pero sobre todo porque no exista nunca nada a lo que tengan que temer, que miren al mundo de frente y si hace falta que se lo coman a bocados.

lunes, 26 de abril de 2010

Cursos


Si existe algo bueno en una empresa es que te den formación, bueno, y un sueldo, si a final de mes no llega la mortadela el resto sobra. Para el que haya trabajado toda la vida en una empresa como Dios manda, y no en un chiringuito, que le manden a un curso igual hasta le parece una putada, pero cuando la única formación que has tenido es la propia de la vida o, como mucho, descubrir qué marca de insecticida mata mejor las cucarachas que pululan por tu inmunda nave, entonces, ir a un curso es una experiencia sumamente reconfortante. Si encima vas porque lo has solicitado y la empresa paga el importe, incluyendo el de prescindir unos días de tus servicios, es el no va más, te sientes importante, crees que el mundo es un lugar mejor y que tu contrato de esclavitud a tiempo parcial merece la pena.

La semana pasada estuve en un curso que impartía uno de mis revisores de hojas de papel favoritos, es tan bueno que me había ya comprado un par de libros suyos antes del curso y, por supuesto, los dos tenían todas las páginas con dos caras, pares e impares, como debe ser. Verle me ha recordado que la gente no tiene que ser exactamente como escribe, aviso a navegantes, el ser más ingenioso del mundo delante de una hoja en blanco puede ser una seta en persona, y viceversa, una seta puede estar llena de encanto si se pone delante de un teclado. La muestra no está muy lejos, justo a este lado del teclado.

Pero no es de eso de lo que quiero hablar, no, a mí lo que me llama la atención es ver cómo nos comportamos en una situación en la que juntamos durante tres días a veinte desconocidos. En principio puede sonar a gran hermano, pero va a ser que no, fundamentalmente porque para poder hacer la inscripción había que saber leer y escribir, y salvo sorpresa tremenda creo que todos los asistentes sabían hasta sumar y restar, un nivelazo. Pero vamos por el principio, me revientan los cursos que comienzan con una presentación de los premiados, coño, que a un curso vas a aprender no a hacer terapia de alcohólicos anónimos, eso de “hola, me llamo Juanjo_ML, soy ingeniero industrial y reviso hojas de papel… pero me estoy quitando” a mí me revienta. Ya que hay que pasar por eso lo genial sería que los demás compañeros, en lugar de solo pensarlo, te respondieran con un “me importa un huevo” o “que te folle un pez”, pero el solitario eco de tu voz es todo lo que te responde, da mucho miedo.

Luego está la metodología, existen dos tipos de cursos, los que te duermes mientras te leen transparencias y los que te dan un ordenador para que sigas los pasos de las mismas, no hay más. El mundo de los cursos hoy en día gira alrededor de una presentación de PowerPoint en la que el profesor puede hacer gala de su vena artística. Me imagino cómo sería dar clase en una universidad del siglo XIV, sin diapositivas, sin botellas de agua y sin compañeras a las que mirar de reojo, un auténtico coñazo. Pero seguro que se aprendía algo, porque lo único bueno de un curso es lo que se dice y no está en las transparencias. Por eso no me extraña que muchos de los alumnos acaben haciendo viajes astrales por galaxias lejanas a lomos de dragones alados que cantan eso de “Vamos con afán, todos a la vez, a buscar con ahínco la bola de dragón”, y vaya si la encuentras, a base de escandalosas cabezadas que provocan el descojone del personal, son esas mismas risas las que te arrebatan a Goku y te devuelven abochornado al mundo de los mortales.

Pero afortunadamente ha llegado la pausa del café, el combustible universal del sufrido alumno de un curso, es la primera prueba de fuego social. Hace tiempo la tensión de no saber ni con quién hablar ni de qué hacía que abrieras la boca y soltases la primera gilipollez que se te viniera a la cabeza, normalmente el socorrido recurso del tiempo, de dónde vienes o en qué trabajas. Por cierto, un fenómeno me ha preguntado si trabajaba o era estudiante, a mi contestación de que ya se me ha pasado un poco el arroz para estudiar me ha contestado que hay gente que sigue estudiando sin importarle la edad, ¿me lo dices o me lo cuentas?, campeón. Sin embargo ahora lo primero que hace la gente es lanzarse a hablar por el móvil, o simplemente a mirarlo como si fuera a llamarle en ese preciso momento el tío o tía más macizo del universo. Vamos que muy mal, así no se puede, estás en un curso y es la pausa del café, es momento de usar la maldita y mal usada palabra, socializar.

Con mucho esfuerzo a duras penas surge alguna conversación y poco a poco hasta se van formando grupos con el mínimo común denominador del azar. Parece una tontería pero no lo es, durante el tiempo que dure el curso ellos serán tu tribu y no los otros, a los que sin comerlo ni beberlo ya tienes hasta manía. Con ellos comes, con ellos charlas café tras café y con ellos bajas las escaleras camino del metro. En pocas horas parecen amigos de toda la vida sin hacer caso de la realidad, porque en unas horas desaparecerán de tu vida y si te he visto no me acuerdo. Porque nadie te llama o te manda un correo a pesar de que juraron hacerlo, y tú mismo cuando vuelves a ver la tarjeta que te dieron ni recuerdas quién te la ha dado ni dónde fue. Es así, todo se olvida vertiginosamente rápido, especialmente el temario del curso. ¿De qué estaba hablando?

domingo, 25 de abril de 2010

Brico-chapuzas


Éste debería ser mi nombre, brico-chapuzas, una lástima, y eso que en teoría debería tener el potencial de MacGyver, coño, ¡qué soy ingeniero!, pero la triste realidad es que tengo el cuerpo de Manolo y las ideas de Benito. Por eso una vez más la he vuelto a cagar cayendo en el más oscuro pozo de la vergüenza y la ignominia, mancillando, de paso, las enseñanzas del barbas de bricomanía. Porque siempre que me pongo a hacer algo en casa sucede un drama, es tan matemático como el teorema del seno, al final a duras penas suelo remontar la situación, aunque, ahora que recuerdo, una vez estuve a punto de cagarla del todo. Si alguien se cree que montar un fregadero es coser y cantar que hable conmigo antes de intentarlo, le daré un único consejo, amigo, llama a un fontanero.

El día que te casas te dan dos cosas, bueno algún cabrón también te da el pésame, pero eso vamos a obviarlo, la primera es el libro de familia, un conjunto de papeles de dudosa utilidad pero escurridizo como un bebé de foca, a la que te descuidas ha desaparecido y nadie sabe dónde está. El segundo es un título honoris causa de técnico de mantenimiento del hogar, realmente no está escrito en ningún lado que debas de ser tú el encargado de que esa cosa viva, que es tu casa, detenga su deterioro o cambie de aspecto, pero ya puedes protestar más que el pitufo gruñón, te va a dar lo mismo, es tu misión y te jodes, punto final. A partir de ahí descubres que tu padre no se lanzaba a la arena disfrazado de gladiador tracio por gusto, ¡qué va!, era el eslabón anterior en la cadena de chapuzas amateurs. Es una mierda, yo preferiría tener que matar leones con mis propias manos a tener que sufrir colgando lámparas, barras de cortinas y cuadros, seguro que no soy el único.

Y por culpa de un cuadro me encuentro en la situación de desamparo actual, ¡por un puto y jodido cuadro!, y no solo por eso, lo admito, además por manazas, cabezón y cocinillas. Todo empezó hace casi un año, en casa de mi prima, en Valencia. Ella, que es más maja que las pesetas y tiene vocación de artista, no supo negarse al encargo de mi mujer de un cuadro para nuestra habitación. Dicho y hecho, hace menos de un mes recibimos un lienzo con un precioso sol mediterráneo amaneciendo en el mar, me encanta. Hasta ahí perfecto, lo malo, su ubicación, justo encima del cabecero de la cama.

Me da una pereza horrible taladrar encima de la cama y mover el canapé, pesa varias toneladas y mi espalda es propensa al lumbago. Honestamente, creo que debemos estar almacenando lingotes de plomo dentro de él, porque unos bolsos y unos zapatos no deberían pesar tanto. Pero no pasa nada, colgar el cuadro hoy en día sin utilizar métodos intrusivos está chupado, dos gotas de masilla fijadora, de esa que juran en el envase que sería capaz de unir las dos neuronas de Leire Pajín para provocar un pensamiento y asunto resuelto (para las de Javier Arenas no ha avanzado aún tanto la química, lo siento Javi, chato). Pero no, ni la buena de Leire tendrá jamás su momento de gloria ni mi cuadro quedó fijado en la pared. Analizándolo bien, en frío, era una misión destinada al fracaso, mi pared tiene más curvas que una montaña rusa y encontrar un buen plano de fijación es imposible. El resultado, aún, no era dramático, unos manchurrones en la pared perfectamente disimulables con el propio cuadro.

Evidentemente era el momento de plantarse y sacar la taladradora, pero de eso nada, una vez que has decidido que no la vas a usar, no la sacas aunque tengas que unir el marco a la pared con un cordón de soldadura. Plan B, pongamos esos pequeños fijadores de los que todo el mundo habla maravillas. Pongo el primero, agua, lo único que existe debajo de la pintura en una capa de yeso que comienza a desmoronarse, habrá sido mala suerte, a ver, un poco más arriba, coño, más yeso, un poco más abajo, más yeso, ¡qué mierda de pared!, seguro que si me lanzo contra ella la atravieso y caigo al vacío como un concursante de humor amarillo. Varios intentos desesperados después descubro con pánico que tengo una pared manchada y llena de agujeros, la he cagado.

Cuando tu mujer se percata de la que has liado no es precisamente compasión lo que ves en su mirada, sería el momento de claudicar y llamar a un pintor que además sepa colgar cuadros, pero no, los nervios te hacen optar por la peor solución, la huida hacia delante. Dos segundos después de decir, “no pasa nada, compro un poco de pintura y la pintamos entera que ya iba haciéndole falta”, estás completamente arrepentido. Por no hacer dos taladros te va a tocar sacar los muebles de la habitación, lingotes de plomo incluidos, llenarla de cinta de carrocero, cubrir el suelo de papel, repasar todos los agujeros con aguaplast, hacer los dos taladros que deberías haber hecho al principio, rezar para que hayan caído en su sitio y pasarte un día entero dándole al rodillo. Leyendo esto último Leire y Javier me parecen una pareja brillante, ¡qué bochorno!

Pero ya está hecho, misión cumplida, tengo la habitación pintada y el cuadro en su sitio, no soy muy eficiente pero mi eficacia está fuera de toda duda. De propina me han caído los techos de la cocina y el baño, porque, ya puesto, no me costaba nada. Seguro que sabéis quién ha dicho esa frase, yo no, por supuesto. Ha sido la misma persona que me martillea el cerebro repitiéndome que el tono de azul que he usado no es el correcto y que aunque aprecia mi esfuerzo el resultado final no le gusta. Lo escucharé todos los días de mi vida hasta que esa maldita pared desaparezca. Ahora entiendo aquella frase de Taxi driver que dice “It's not really jail. 'Course living with his wife, anything would be jail”. Yo pensaba que no la entendía por culpa del inglés, pero me equivocaba, es que todavía no me había casado. Cariño, te quiero.

lunes, 19 de abril de 2010

Con la iglesia hemos topado


Que soy agnóstico creo que ya lo he dicho en repetidas ocasiones, ni lo llevo a gala ni es importante, simplemente soy así. Y la verdad es que es una pena, porque dejar montones de cosas en las manos de Dios sería maravilloso. También soy tolerante y respetuoso, tanto como para escribir siempre Dios con mayúscula, porque no cuesta trabajo y porque así nadie se sentirá ofendido.

Obviamente tampoco soy de misa diaria, ni siquiera de misa de domingo, como la mayoría de los españoles, quiero dejar esto claro porque más tarde volveré a ello. Sin embargo no existe año en el que no tenga que ir varias veces a la iglesia, una boda, un funeral, un bautizo, son las convenciones sociales y yo las acepto, no tengo motivos para no hacerlo. Entro en la iglesia porque quién me invita a su boda espera que le vea darse el sí quiero, y no que me quede en el bar de enfrente poniéndome chuzo a tercios. Quién quiera que lo haga, y yo no diré nada, pero creo que cuando se hacen las cosas se hacen con todas las consecuencias, ni más ni menos.

Ayer me tocó ir a una misa de difuntos, o mejor dicho a una misa de recordatorio de difuntos, porque un difunto va perdiendo sus derechos ante la iglesia con los años, al año aún tienes derecho a una misa, a los diez a un recordatorio. Imagino que será así, pero me parece curioso. Porque en el fondo estoy de acuerdo, partiendo del principio que para mí la muerte no es el comienzo de nada, más bien el final del camino, pero para quien predica lo contrario no debería ser así. No señor. Además el recordatorio no es gratis, existe un cuadro de tarifas perfectamente estipulado, nombrar a un difunto en una misa que de todas formas ibas a celebrar cuesta ocho euros. Tampoco me parece mal, aunque no lo comparta, yo he montado un acontecimiento y si quieres ser protagonista de él pasas por caja, aunque traigas a la mayoría del público.

Si le pidiera a los Rolling Stones que me dedicasen una canción en un concierto entendería el tema del pago, pero en una misa por muchas vueltas que le doy no lo entiendo, porque la religión no debería ir de eso. Y lo que me molesta no son los puñeteros ocho euros, que ni al señor cura le van a hacer rico ni a mí me van a mandar a la ruina, es el detalle, porque yo soy mucho de detalles, de cómo se deben hacer las cosas, soy estúpidamente idealista y me tomo esas cosas muy a pecho. Por eso si alguien viene a mí para que recuerde a su padre muerto nunca, pero nunca jamás, se me ocurriría meter al vil metal por medio. ¿Es eso lo que querría Cristo?, me sorprendería mucho, porque si te haces llamar cristiano lo primero que deberías hacer es seguir su ejemplo. ¡Ay!, mi idealismo otra vez.

También debo admitir que la misa hasta me estaba gustando, la Biblia cada día me interesa más, pero como historia, porque no sé que tenemos que ver nosotros con unos señores que habitaban hace varios miles de años en oriente medio. Pero hay algo que no cambia en las misas, son los sermones. Acepto con deportividad que me digan que sea bueno, uno lo intenta pero un recordatorio no está ni de más ni de menos, también me llegan dentro otros mensajes como la compasión ante el sufrimiento ajeno, o ser consciente de que la mayor montaña que debemos superar en esta vida está en nuestro interior, chapó, todo eso está muy bien, ¿por qué entonces joderlo con comentarios que no vienen a cuento? Porque es muy de curas mezclar las témporas con el culo e ir soltando puyazos a diestro y a siniestro.

Esta vez no iba a ser menos y el señor cura lanzó la siguiente perla: “esta España que no sabe a dónde va, esta España confundida que no reconocemos y reniega de sus raíces”. ¡Con dos cojones!, dicho delante de un auditorio compuesto por cuarenta o cincuenta ancianos, seis o siete jóvenes y un niño, es darse verdadera cuenta de cómo funciona este país y de tener un buen concepto de negocio. Que ya está bien de ir propagando la virtud basada en el miedo, que ya vale, porque el infierno es un cuento y que se anden con ojo por si no lo es, porque todos tenemos derecho a ser lo que queramos y estoy seguro de que a Dios le gustaría como somos. Tanto predicar en su nombre y se han olvidado de escucharlo.

Porque no se enteran de que este país será lo que quiera ser, que su falsa superioridad moral es repugnante, que el mundo es de colores, que las personas tenemos libre albedrío y que más les valdría entendernos que juzgarnos. Si no, se les terminará el negocio, serán unos muertos vivientes que darán risa y pena predicando en un desierto o entre rastrojos.

sábado, 17 de abril de 2010

ECC – La I Guerra de Sucesión Castellana


Año 2599. “Alcorcón 4-0” es ahora un barrio residencial de la colonia “Madripolis”, capital de los “Estados Confederados Castellanos” (ECC), pequeño estado mesetario que hace varios siglos formaba parte de un país llamado España. Hace siglos que desapareció cualquier tipo de referencia a todo aquello, vivimos años de ignorancia y barbarie tras la quema de bibliotecas, museos y universidades. Sin embargo un ebook que escapó de la inquisición esgaeliana ha ido pasando de padres a hijos para perpetuar nuestra historia, dice así:

La anarquía es ya lo único que reinaba en los “Estados Confederados Castellanos”, lo último que se supo de Froilán II es que se estaba tostando vuelta y vuelta en alguna playa del Caribe mexicano, bebiendo piñas coladas y acosando a las turistas alemanas, algo intolerable para el gobierno mexicano, que no quería tener rondando por allí un nuevo Maximiliano en potencia. En connivencia con el nuevo gobierno provisional de los ECC fue deportado a Venezuela, donde fue encerrado en una mazmorra del palacio presidencial de Tarhugo Chávez y así saldar una vieja deuda de honor que los Tarhugos tenían pendiente desde tiempos inmemoriales. Cuenta la historia que por la megafonía de la celda una voz repetía sin parar “¿Por qué no te callas? ¿Por qué no te callas? ¿Por qué no te callas?”. Triste final para una dinastía tan prescindible como imperecedera, porque eso lo que creían todos, que era el final de los Bourbones, pero se equivocaban, aún tendríamos Bourbon para rato. Porque los Bourbones, como los asesinos, siempre vuelven al lugar del crimen.

Marciano “Hilillos” Rajojoy, en calidad de primer ministro, se hizo con el poder y se autoproclamó primer presidente de la I República Castellana, en su discurso de investidura no pudo dejar de recordar a su tatarabuelo, el original Hilillos, afamado estadista y mejor persona, aunque jamás llegó ni a presidente de la comunidad de vecinos, sus chistes sobre la propagación de hidrocarburos en el medio marino son todavía un clásico del humor casposo transmitidos de generación en generación, de gasolinera en gasolinera. De todas formas, paradójicamente, no era Hilillos el que movía los hilos del poder, un poder más grande y perverso gobernaba con puño de hierro. Oculto en las sombras el verdadero maestro de marionetas era Ruin Rapiñón.

Ruin Rapiñon era un ser astuto que vivía oculto, cual Hades, gobernando en el inframundo, desde allí construía un mundo lleno de impuestos y tasas con las que alimentar su megalomanía. Dicen las malas lenguas que por sus venas corría sangre de faraones, de ahí su amor por las grandes obras públicas. Posiblemente no sea más que un rumor sin fundamento, pero a él se atribuyen grandes construcciones como el túnel Madrid-Wellington y el lago al que comúnmente llamamos Océano Pacífico, dentro de éste la fosa de las Marianas no era más que el sitio donde pensaba deshacerse de su jefe, llegado el momento, calzándole unos zapatitos de cemento.

Sin embargo, el pobre Ruin no contaba con la existencia de un poder más oscuro que el suyo, desde las profundidades de la Puerta del Sol, Esperancia Aguililla organizaba a la insurgencia. Nombró ministro de guerra a Federico Trilerillo, IV Vizconde de Perejil, que tan bien había servido a la causa castellana durante la defensa de Castro. Trilerillo busco refuerzos fuera de las fronteras castellanas, y los encontró por tierras levantinas. A cambio del agua del Tajo (y de seis trajes, dos relojes de titanio y un bolso de Luís Buitrón), Fran Trinco Camps y Rita Barbaridad, corregentes valencianos, mandaron a las Brigadas Neoliberales a luchar por la causa. Así lo narró Trilerillo en sus memorias “Al alba y con viento duro de levante, viento de 35 nudos de corbata, partieron, desde la base aérea de Manises, cinco helicópteros cargados de naranjas como única munición”. Lo que ya no cuenta Trilerillo es que Ruin Rapiñón había previsto perfectamente la jugada y no sólo les compró las naranjas a buen precio, además subió el envite de Trilerillo y, junto al agua del Tajo, bolsos, trajes y demás fruslerías, prometió a Rita y Fran Trinco llevar a Valencia las fuentes del Nilo y la desembocadura del Amazonas, su departamento de obras hidráulicas, alborozado, se puso inmediatamente manos a la obra. La corazonada de Ruin Rapiñón por fin se había cumplido.

Pero evidentemente Esperancia, que de tonta no tenía ni un pelo, había preparado un plan B que no podía fallar. Si el archienemigo de Esperancia era Ruin Rapiñón, el archienemigo de Ruin era Enemigo Jimenez de todos los Santos. Enemigo no necesitaba comer, no necesitaba dormir, no necesitaba que su corazón latiera para sobrevivir, de hecho llevaba casi cien años embalsamado, alimentado únicamente por la ira y el rencor que sentía hacia el mundo. Esperancia lo sabía, porque ella sentía algo parecido, ninguneada y víctima de mofas y chanzas durante mucho tiempo, sabía que su oportunidad estaba por llegar. El plan era simple, sicarios de Enemigo tomaron todas las emisoras de radio y televisión junto con todos los postes de repetición. Enemigo comenzó a transmitir sus proclamas y amenazó con continuar su monólogo hasta que Hilillos y Ruin claudicaran. La población espeluznada asaltó a los tres minutos el palacio presidencial al grito de “Vivan las cadenas”.

Ruin tuvo tiempo de huir y pedir asilo político en León al excelso Zetapé Jr. II, allí vio la luz y abrazó la fe verdadera del socialismo, que era lo que desde siempre le había pedido el cuerpo, lo cual no fue óbice para que construyese el túnel de La Plata y varias líneas de metro en La Bañeza, Benavente y Zamora. Rajojoy fue recluido en el Monasterio de las Huelgas, donde se volvió sindicalista y renunció a sus principios, influenciado por el cenobitismo. Organizó unas elecciones a abad y fue elegido por mayoría absoluta, ¡por fin lo había conseguido! Esperancia y Enemigo se casaron en el monasterio de El Escorial donde además fueron nombrados emperadores del imperio castellano, como siempre la república no había durado un asalto, corría el año 2103. Según la rumorología, una voz, como venida de ultratumba, se escuchó en ese momento helando el alma de los presentes, no podemos saber si es cierto o no pero decenas de personas juraron por lo más sagrado haber escuchado las palabras “Chemari, abre la tapa que subo”. Sea como fuese no sabemos quién era Chemari ni quién le invocaba.

Desde su palacio, y tras largas noches de bodas en cuero y látex, Esperancia y Enemigo comenzaron a preparar la reunificación de la península bajo su mando, pero eso ya es otra historia que contaremos otro día.

jueves, 15 de abril de 2010

Voy a montarme un chiringuito


Tengo un plan. Se terminó el trabajar de sol a sol, el conducir un Citroën con menos curvas que una regla y el vivir en un piso de segunda mano más pequeño que el cerebro de Sergio Ramos. Puede parecer imposible pero no es nada difícil, pensándolo bien es lo más fácil del mundo y ya está inventado, me voy a hacer político.

Pero no me voy a meter ni en el PE-JOE ni en el PEPÉ, no quiero competencia y allí hay ya más chorizos que en todas las fábricas de Cantimpalo juntas. Si me pongo a la cola de los maestros charcuteros igual me muero antes de viejo y lo mío tiene que ser todo un pelotazo. La ideología no la tengo bien definida, bueno, eso realmente es una mentira pero tengo que aprender a mentir si quiero sobrevivir en este mundillo nauseabundo. Mi ideología está clara, todo lo que produzca ingresos en la cuenta que pienso abrirme en las Islas Marshall es bueno, todo lo demás es malo, por tanto el partido debe estar a mi servicio personal y favorecer mi enriquecimiento sean cuales sean los medios utilizados. Pero de esos partidos ya hay muchos y necesito que los pardillos, perdón, quería decir mis futuros votantes, encuentren un hecho diferenciador que les anime a mover el culo hasta el colegio electoral.

Recapitulemos, ¿quién soy? Un pobre pringado de Alcorcón sin un puto duro y un título universitario. Con este currículo no voy a llegar muy lejos, ¿o no?, ¡coño!, creo que a lo de Alcorcón se le puede sacar partido… Sí, eso es, si quiero llamar la atención mi partido tiene que ser independentista, da igual si tiene fundamento, eso es lo de menos, comienzo reclamando el hecho diferencial alcorconero y ya habrá algún idiota que se lo crea y pida la autodeterminación. Eso funciona seguro. Pero si quiero ser presidente de un partido independentista necesito una bandera que adorne mis mítines, aunque Alcorcón ya tiene una bandera y no me la puedo inventar, a ver, es roja y verde, ¡como la de Portugal!, mecagoentoloquesemenea, eso es muchísimo mejor, no seremos independientes, seremos un estado libre asociado a la república portuguesa. Así trincaremos alguna subvención costeada con los impuestos de los vecinos de Santa María de Feira tan identificados con nuestra noble causa. Es perfecto.

Necesito también fuentes estables de financiación, los pelotazos inmobiliarios ya llegarán, pero además de eso necesito un fijo para ir tirando. Cuento con las subvenciones de mis hermanos portugueses (ya me sale llamarlos así hasta con naturalidad), pero necesito meter mano en una caja que poder transferir a mi caja B, a ver, piensa un poquito JJ, ¡claro!, ¿qué es lo que tiene más cajas en Alcorcón?, ¡pues el IKEA!, voy a extorsionar a los suecos bajo la amenaza de la nacionalización. Si quieren seguir vendiendo el sofá KARLSTAD y las estanterías BILLY a los de Móstoles y Aluche, a partir de ahora deberán darme el diez por ciento. Además de barra libre de tapas en el restaurante, no es que sean muy buenas, pero soy capaz de comerme cualquier bazofia con tal de que sea gratis.

Volviendo al tema inmobiliario, voy a paralizar el plan de vivienda de protección oficial el día después de ganar las elecciones, total, en cuatro años si todo va bien estaré bronceándome en una playa caribeña. En su lugar voy a encargar a Paco el Pocero que diseñe una urbanización de chalets de lujo cerca de la frontera de Pozuelo, que eso sí que deja perras de las buenas. Y ya que tengo a Paco el Pocero en nómina le diré que me preste al Urdaci como asesor de imagen y jefe de prensa. A su lado nada puede fallar. Seguro que él sabrá transmitir la idea de que es mejor una urbanización llena de ricos pijos y estilosos que un PAU lleno de proletarios pobretones sin glamur, el menor estilo ni nada de nada.

Y como necesito ciertas actividades que den prestigio a mi causa y me permitan hacer negocios con mis amiguitos del alma, pienso construir un circuito de F1 y traerme la copa América aunque no haya agua, habrá siempre algún delicado que se queje por esa tontería, pero si hace falta podemos poner ruedas a los catamaranes y que vuelen por la R5, total no la usa nadie, no creo ni que haga falta cerrarla al público. Además me construiré un palacete y me hace un baño de mármol en el que cuelgue la cabeza de un ciervo abatido en una de mis cacerías. Y volaré en un avión privado a costa del presupuesto, y le pondré un despacho a mi hermano. Será estupendo.

Por eso os pido el voto, porque Alcorcón merece algo más que ser una ciudad dormitorio de Madrid, porque necesitamos que se reconozcan de una vez nuestras profundas raíces portuguesas, porque pienso dar trabajo a todos y no voy a dejar que se lleven nuestro dinero cadenas multinacionales que no van a reinvertirlo en el bien de todos. Porque todos necesitamos una vivienda digna de verdad, no un piso de sesenta metros cuadrados, porque quiero reclamar el lugar de Alcorcón en el mundo organizando eventos de importancia mundial. Porque nunca os defraudaré, por eso votadme, por el bien de todos.

lunes, 12 de abril de 2010

La banda del Maligno, el Tortuga y Techines (I, introducción)



Hace ya unos años que me mi jefe, el traficante de esclavos, me vendió a la banda del Maligno, el Tortuga y Techines. Literal, vendió una línea de fabricación automática con ingeniero a juego. Dos años me costó volver a recuperar la libertad, atrapado en una espiral de despropósitos que desembocaba directamente en un sumidero.

Ahora, que mi trabajo consiste en ir revisando plácidamente que todas las hojas de papel de la empresa tienen dos caras, recuerdo con pavor aquellos años en los que nos dedicábamos a hacer bricolaje industrial, definición que no es mía sino de mi amigo, y compañero de secuestro, DLG. Todos sabemos, menos el espabilao de Bricomanía, que el bricolaje encierra ciertos riesgos, ya que las cosas casi nunca salen tan bien como se planean, y mucho menos a la primera. Por muy manitas que seas la mayoría de las veces una de las patas de la silla se te queda corta, así es la vida. Esto aplicado al mundo de la industria es un drama, pero si la industria en cuestión es la de la automoción el termino drama debe ser sustituido por el de suicidio. No existe mayor número de hijos de la gran puta por metro cuadrado que en una fábrica relacionada con los automóviles, y no me refiero a los pobres operarios que trabajan en una línea de fabricación o en una cadena de montaje, que bastante tienen que soportar.

Por si alguien no se ha dado cuenta, hago la aclaración de que los coches tienen un techo, no, no la chapa de fuera donde se sujeta la baca, me refiero a la parte de dentro, exacto, el trozo de tela almohadillada que está justo encima de nuestras cabezas. ¿Alguien cree que merece la pena renunciar a dos años de una vida por semejante soplapollez? Pues aunque creáis que es imposible, la banda del Maligno, el Tortuga y Techines consagraba su vida a la producción de tan trascendental artilugio y me tomaron como rehén para asegurarse de su correcta fabricación. Porque hacer un techo de esos es más difícil que convencer a un funcionario de que haga horas extras gratis, aunque parezca mentira, hacer un techo es una combinación de fibra de vidrio, agua y pegamento digna de la sabiduría de un alquimista babilonio.

La banda tenía su guarida en Burgos, ciudad que acabaría descubriendo hasta sus últimos rincones, y vaya si los disfruté, allí descubrí lo bien que se vive en una ciudad de “provincias”, quitando el frío infernal que me atenazaba en invierno, porque lo de Burgos no es un tópico y hace honor a su fama, hace un frío de cojones. Al final, y no por síndrome de Estocolmo, me enamoré de sus calles llenas de historia, de su catedral, de los bares de tapas de la calle San Lorenzo, sobre todo de los “cojonudos”, con su choricito y su huevo de codorniz. Recuerdo las cenas en “El Morito”, a escasos cincuenta metros de la catedral, poniéndome ciego de morcilla, gambas y huevos rotos, una noche sí y otra también y se me llena de jugos la boca recordando el lechazo al horno de Los Trillos, el Azofra o el Ojeda, bien regado por un Ribera o un Rioja, que teniendo los dos tan a mano a ninguno había por qué hacerles ascos. Ya metido en faena no quiero que se me olvide rendir honores de jefe de estado a la olla podrida de Los Claveles, en Ibeas de Juarros, jamás pensé que aplastar una alubia roja con la lengua contra el paladar pudiera ser un placer orgásmico para los sentidos.

Tengo que hacer alabanzas a la parte gastronómica de mi secuestro porque realmente fue de lo poco bueno que tuve en dos años, aunque poco a poco desgranaré lo demás, las consecuencias fueron treinta kilos de propina en el zurrón que auto transportaba como si me preparase para hibernar y no volver a despertar jamás.

Lo que no se me quita todavía de la cabeza es la sensación de miedo que viví aquella temporada, ni de la frustración de saber que por mucho que te dejases la piel al final no iba a valer de nada, era como tratar de cruzar el Atlántico en una barca de remos como las que alquilan en El Retiro, lo único a lo que puedes aspirar es a morir ahogado a unos kilómetros de la costa, y eso es lo que me pasó, terminé ahogado en el juzgado número cinco de Burgos. Allí fue la última vez que vi al Maligno, curiosamente del Tortuga y Techines no había ni rastro. Me sorprendió que al cruzarnos se dignó a saludarme, él, que durante 24 largos meses fue dueño de mis días y de mis noches, porque que se me aparecía hasta en sueños, pero que jamás me dirigió la palabra directamente sino a través de sus secuaces. Y en ese momento me sobrecogió ver al ser humano que habitaba dentro de ese demonio, parecía cansado y derrotado, pero no me lo creí ni por un instante, seguramente a las nueve de la mañana no habría aún chupado suficiente sangre de sus víctimas. Posiblemente me había ganado su respeto, o simplemente la añada de mi sangre tenía su aprobación.

sábado, 10 de abril de 2010

Una de romanos




Me fascinan los romanos, porque sí, no tengo que dar mayores explicaciones, aunque las voy a dar, por supuesto. También me gustan las pelis de beisbol (esto no es nada nuevo) y las morenas. Es lo que hay, aunque no sea un amor recíproco, ¡mierda! El súmmum sería una peli de beisbol con el pitcher vestido con toga, sujetándola con la mano izquierda y lanzando la pelota con la derecha, el cátcher vestido de gladiador tracio y el segunda base de gladiador reciario. Sería un bombazo. Y no, no me estoy volviendo gay, que lo estaréis pensando.

Pero los romanos me ponen porque tienen una dualidad que encaja perfectamente en el géminis chiflado que hay en mí. Porque los romanos eran serios y organizados, pero también unos golfos y unos puteros, eran capaces de andar tropecientos kilómetros en sandalias cargados como auténticas mulas y después hacerse en un periquete un campamento como Júpiter manda, las mismas fuerzas que usaban para beber si se terciaba como cerdos, jugar a los dados en una taberna o irse de putas a un burdel. Me encantan.

Para mí no ha existido, ni existirá, una civilización más cojonuda y con más visión política. Porque hay que tener mucha visión y ser muy buenos para montarse un imperio desde la península Ibérica a Siria, pasando por el norte de África y media Europa, en un tiempo en el que la información viajaba a lomos de caballo y podían pasar semanas hasta que te enterases de lo que había pasado en la otra punta del imperio. Pero para llegar a eso, antes has tenido que ponerte a hacer calzadas como un loco, porque, aunque le pese al espíritu de Machado, el camino no se hacía al andar, se hacía camino al empedrar. Es una cuestión de fe y de tener una voluntad de hierro, eso lo he visto en muy pocos, de los de ahora y de los de entonces.

En Roma, además de ser todo lo corrupto que se podría ser, porque seguro que a más de uno le regalaron una toga nueva o una clepsidra, las leyes se basaban en una cosa llamada el Mos maiorum, dicho en un derivado del latín es el orgullo de pertenecer a una colectividad y respetar las costumbres de tus antepasados, del orgullo de ser ciudadano (o cives), algo que puede sonar muy facha hoy en día, pero que a la larga se comprobó que funcionaba. La prueba es que Constantinopla cayó en el 1453 y para mí ellos siguen siendo tan romanos como los que más. Además su comportamiento debía estar regido por una cosa que ellos llamaban “Dignitas” y que no era exactamente la dignidad (por cierto no confundir con la Dignitas personae de la Congregación de la Doctrina de la Fe que comienza con un “A cada ser humano, desde la concepción hasta la muerte natural, se le debe reconocer la dignidad de persona”, que tanto comparto, que tanto cacarean y que tan poquito aplican en algunos colegios y hospicios). La dignitas era algo a medio camino entre la reputación y la vergüenza torera y gracias a ella existieron tipos tan fascinantes como Marco Porcio Catón (padrino de este blog), Marco Tulio Cicerón, Lucio Cornelio Sila, Publio Cornelio Escipión, o Cayo Julio César, por citar a unos pocos de la época republicana, que por algo soy más de la República que del Imperio (incluyendo el que tiene su capital en Coruscant).

Y claro, la historia no la escriben los que acaban remando en galeras, ni los vendidos como esclavos, ni los que acabaron con una cuarta de gladius hundida entre las costillas, ellos dirían que los romanos eran unos redomados hijos de puta, pérfidos y traidores, con mucha razón, pero en este caso me da igual y mando a la mierda mis ideales progres y me vuelvo lésbico, no en el sentido de que me encanta acostarme con mujeres, que también, aunque sea de manera mono lésbica, soy lésbico en el sentido de que suscribo lo escrito por la buena de Safo, “Lo que es bello es bueno, y lo que es bueno no tardará en ser bello”, por tanto considero a los romanos muy bellos y muy buenos. Y eso sí que lo he podido ver con mis propios ojos. Porque, aunque eran bastante copiones de los griegos, su escultura y sobre todo su arquitectura me emocionan hasta las lágrimas. He llorado al ver el Coliseo, he sufrido un orgasmo al ver el Panteón, se me ha erizado el vello de la nuca delante de la Columna de Trajano y he sentido la felicidad que emana del placer paseando un día de sol por la Vía Apia.

En fin, yo soy de romanos, ya lo sabéis, pero, ¿a qué viene este ataque repentino de romanitis?, pues viene a que ayer dando un paseo por una librería descubrí que ya ha salido “El gladiador”, la novena entrega de las aventuras de Macro y Cato (unos centuriones al servicio del emperador Claudio y su general Vespasiano) escritas por Simon Scarrow. Como este blog no es de crítica literaria no voy a decir nada más que hace dos años me leí del tirón los siete primeros libros en poco más de un mes, que el año pasado el octavo me duró dos días y que ahora tengo el noveno envuelto en su plástico virginal esperando a ser devorado. Tengo tantas ganas de leerlo que me da pena empezarlo y quedarme sin él dentro de dos días, ¿qué hago?

miércoles, 7 de abril de 2010

La libertad

Llevo una racha en la que cada vez que me sueltan en el campo me pongo bucólico. Siento los ladrillos que suceden a mis excursiones, pero es lo que me pide el cuerpo escribir. Acostumbrado al ajetreo cotidiano, a los atascos, a las reuniones sin sentido, en definitiva a malgastar el tiempo como si éste fuera infinito en cosas insustanciales, es en esos momentos, cuando me encuentro en mitad del monte y todo parece detenerse, con la única compañía del canto de los jilgueros y el viento meciendo encinas y quejigos, cuando me doy cuenta de lo valioso que es cada segundo, y sobre todo de que son esos segundos cuasi estáticos los que de verdad me pertenecen, los que realmente cobran sentido, en los que soy libre porque así he decidido vivirlos.

La libertad es un ideal que reside en la mente de cada ser humano. No todos percibimos la libertad de la misma manera, ni somos capaces de cuantificarla, porque como concepto abstracto la libertad debería ser algo absoluto, o se es libre o no se es, no existe punto medio, pero desde un punto de vista práctico la libertad tiene escalas, es cuantificable y es interpretable. Y al revés, se puede ser libre y ni siquiera tener conciencia de serlo, como mis jilgueros, e incluso se puede ser libre y no ser, como el agua que nace en los manantiales, se convierte en arroyo y arriba al mar.

Para el común de los mortales, para los condenados al nacer a ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente, la libertad es una utopía, un ideal romántico, casi un sueño. Los más afortunados somos libres a tiempo parcial, y muchas veces ni eso, ¿no es motivo suficiente para disfrutar de los momentos en el que somos dueños de nuestro destino como si fueran un regalo? Porque existe mucha gente, pero mucha, que no puede disfrutar ni por un segundo de un momento de desconexión de sus miserias cotidianas, para los que sobrevivir es ya ganar la batalla, gente que si leyera mis tribulaciones de persona sin problemas se reiría de mí o me escupiría en la cara.

Aunque no sea mi culpa.

Por eso hoy, que me siento tan inmenso, que no soy consciente de las limitaciones que me impone el cuerpo, tan circunstancial, cuando creo en el infinito porque me siento infinito levitando entre las montañas, proclamo que la libertad es la bandera que quiero defender, con sangre si hace falta. Quiero romper las ligaduras físicas de las fronteras, de los velos y las de las razas. Y las del pensamiento, la culpa, la tiranía, la falsa moral y el doble rasero, quiero terminar con los que tratan de imponer su voluntad a cualquier precio, quiero terminar con todo eso, ser un ángel exterminador de opresores, violentos, carceleros y proxenetas, quiero acabar con ellos, pisarlos, hacerlos desaparecer en el polvo y luego soplar fuerte hasta no dejar ni su recuerdo.

Un ideal por el que matar y por el que morir, porque perder la libertad es peor que perder la vida. En el fondo el sueño eterno no es nada, va a pasar y no me asusta, pero que nadie trate de arrebatarme este suspiro que es mío, que no se atreva a impedirme darle el sentido que yo quiera, porque es lo único que tengo y tendré, y si se atreven, y me ganan, aún tendré el refugio de mi caparazón donde seguiré siendo libre, viviré dentro de ese milagro que somos más allá de lo meramente carnal y allí existiré, y seré yo de nuevo, y seré libre.

Ya lo escribió Miguel Hernández antes que yo y un millón de veces mejor que yo, sirvan sus palabras de homenaje para todos los que no son libres, por el motivo que sea, sean del bando que sean y cualquiera que sea el idioma que les enseñaron al nacer. Casi me da vergüenza mezclar sus palabras y las mías pero cuento con que él me perdonaría.

Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.

Para la libertad siento más corazones
que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,
y entro en los hospitales, y entro en los algodones
como en las azucenas.

Para la libertad me desprendo a balazos
de los que han revolcado su estatua por el lodo.
Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,
de mi casa, de todo.

Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,
ella pondrá dos piedras de futura mirada
y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.

Retoñarán aladas de savia sin otoño
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado, que retoño:
porque aún tengo la vida.

lunes, 5 de abril de 2010

Viajar con niños


Viajar con niños es una experiencia trepidante, da igual lo bien que lo planifiques todo, da igual si te crees un ser de otro planeta con súper poderes capaz de controlar la situación, todo da igual. Puedes ser tan iluso de pensar que las cosas van a salir según ese guión maravilloso que tan minuciosamente has preparado, pero no, viajar con niños es una de esas experiencias tan condenada a fracasar como ir a ligar a una fiesta de supermodelos, porque eso también es de ilusos, las supermodelos no son seres solitarios en busca de un alma gemela que las haga caso, y si es así ese alma gemela seguro que no eres tú.

El protagonista principal de un viaje con niño evidentemente es el niño. Como la naturaleza no es la mitad de sabia de lo que dicen, ni siquiera de lo que debería, los niños no tienen un botón de desconexión en modo viaje. Sería ideal, les montas en la sillita, activas el botón y a tirar millas, si alguna persona lo inventa habrá contribuido al desarrollo del transporte tanto o más que el inventor de la rueda. Una alternativa al botón es el adormecimiento por medios más o menos naturales, el más básico es el estacazo en la cocorota, pero desaconsejable, porque no es de buen gusto atizarle con un bate de beisbol a una criaturita que está estudiando o a punto de hacerlo. Posiblemente con la LOGSE igual ni se nota, pero mejor no tentar a la suerte. Las drogas podrían ser otra solución pero ilegal, si te para la benemérita y ve a un niño tranquilamente dormido en su sitio y a unos padres relajados disfrutando del viaje, al primero que le hacen un análisis de estupefacientes es al crío, y entonces ya la has liado. Vamos a descartar estos métodos fáciles solo en apariencia.

Otra solución, que no cuela, es darle a tu retoño un madrugón inmisericorde, crees que va a ser la forma de que caiga rendido y se duerma mientras tomas las curvas con la finura de un Michael Schumacher. Es un error de principiantes con dramáticas consecuencias, porque el crío no se vuelve a dormir hasta que escucha el crujido del freno de mano al llegar al destino, pero tú, que tan inteligente te creías, descubres a los cien kilómetros que estás hecho polvo y que matarías por ir en la silla del porta bebés. Porque además esos cien kilómetros los has hecho a la velocidad de un paso de nazarenos, rodeado, como ellos, por una multitud que ha tenido la mismita idea de dar el madrugón a los niños. Solo os falta que por radio tráfico os canten una saeta.

Llegados a este punto de fracaso comienzan los planes B, hoy en día uno de los más recurrentes es el DVD portátil con sonido dolby surround, diversión garantizada para toda la familia. Y es que eso es el progreso, tener una pantalla de DVD en el asiento trasero del coche. En mi generación servía como motivación y entretenimiento ser capaz de esquivar el pellizco o colleja destinada al primero que se moviera. Ahora no, ahora tienes que tener DVD con un repertorio de películas que sea digna del exquisito gusto de su alteza real el príncipe de la casa. Normalmente esto se arregla comprándote, o pirateando, un pack de series y películas Disney. Es una solución a corto plazo, porque en una media hora el crío se habrá aburrido, pero media hora de paz al volante es una recompensa que no hay que desdeñar.

Aún así el precio es alto, muy alto. Yo no sé si es que soy un poco peculiar, o un poco esquizofrénico, pero es superior a mis fuerzas conducir escuchando la voz de Mickey Mouse a mis espaldas, porque verlo es soportable, pero solo escucharlo justifica el ingreso urgente en un psiquiátrico. Las historias son insulsas, pero joder con las voces, tienen que vibrar a la frecuencia de resonancia de mi tejido neuronal y en unos segundos son capaces de joderme el cerebro. Si no, cómo se explica que la última vez que Mickey dijo que iba a utilizar la misteriosa Mickey Herramienta me lo imaginé desnudo, con gabardina y acechando en la puerta de un colegio. Hay que estar muy mal del coco para llegar a esos extremos, pero es todavía mucho peor admitir que estuve a puntito de girarme para ver cómo se las gastaba el ratón acosador.

Pasada la etapa DVD llega la etapa de las canciones, un ejercicio familiar que une a todos menos al interesado. Creemos absurdamente que al pobre le van a gustar las mismas canciones ochenteras que cantábamos en nuestra niñez, pero al niño le suele dar lo mismo. Y eso que a base de darle la tabarra es capaz de tatarear la Gallina Turuleta o la Abeja Maya, pero para viajar no sirve. Dos canciones después y varios niveles de autoestima menos ya no sirven absolutamente de nada. Es el momento “¿falta mucho?”. A ver, tienes dos años, no tienes noción del tiempo ni del concepto de la distancia y ya sabes decir “¿falta mucho?”. Estoy seguro de que es una de las secuencias que vienen ya pre programadas en el cerebro de los niños.

Después de responder varias veces que falta poco comienzas a perder crédito a pasos agigantados, y todavía quedan 200 km. El coche se convierte en una verbena andante, Mickey Mouse sigue amartillando el cerebro, otra facción insiste en que lo más conveniente es seguir cantando de los Apeninos a los Andes, el niño pasa de los pucheros al llanto más desconsolado, el perro ladra haciendo los coros al niño y el pobre conductor empieza a valorar la opción de despeñar el coche por un barranco y terminar todo de una maldita vez. Pero no, esta situación puede mantenerse más de una hora hasta que ves en el horizonte la localidad de destino. Ni Juan de la Cosa fue tan feliz al divisar América y gritar a pleno pulmón “Tierra a la vista”.

Pero después de tanto remar descubres que vas a morir en la orilla, te gustaría ser la reencarnación de Herodes cuando a menos de un minuto de llegar un rugido furioso resuena en el asiento trasero, tu hijo acaba de vomitar. Criaturita. Te queda encontrar aparcamiento, bajar el equipaje y pasarte media hora limpiando la tapicería que parece ahora un cuadro de Miró, si tuvieras que ponerle un nombre sería “Tropezón, cuajarón y estrella”, y es que en el fondo tu hijo va a ser un artista.