domingo, 28 de noviembre de 2010

De la paciencia


Paciencia. (Del lat. patientĭa).

1. f. Capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse.
2. f. Capacidad para hacer cosas pesadas o minuciosas.
3. f. Facultad de saber esperar cuando algo se desea mucho.
4. f. Lentitud para hacer algo.

Esta semana comentaba en una charla de café del trabajo que mi apariencia engaña. No sé por qué existe el falso tópico de que los gordos somos personas tranquilas y pacientes, bueno, también existe el de que somos personas felices y bonachones, pero creo que de esa mierda ya he hablado suficiente. Imagino que la tranquilidad viene asociada al concepto de lentitud, vale, a lo mejor físicamente somos algo lentos, de hecho no me veo compitiendo ni en una carrera de sacos, pero si la tranquilidad no es una magnitud física creo que queda todo dicho, se puede ser gordo y un manojo de nervios, sirva yo de ejemplo.

No tengo claro si el concepto de tranquilidad va unido al de paciencia, deben ser cosas distintas pero no se puede ser paciente si no se es tranquilo. Yo, ni soy tranquilo ni soy paciente, ya es lamentable tener cromosomas XY (a partir de ahora leído equis ye, joder, lo que me va a costar) y no poder desconectar el cerebro ni cinco minutos para pensar en nada, como para encima pasarme el día de los nervios recordando todo lo que está por venir. Creo que esa es la definición de ansiedad pero no podría afirmarlo, a fin de cuentas yo soy de ciencias puras. Vivo deseando estar ya en el siguiente segundo y eso no debe ser nada bueno porque es un desprecio al presente que hipoteco al futuro que de nuevo será presente y así hasta el infinito.

Es curiosa la forma tan diferente en la que el cerebro desarrolla un concepto y cómo después nuestros académicos son capaces de plasmarlo en un diccionario, yo no sé si los demás mortales son capaces de tener conceptos disociados que se guardan en diferentes estantes de la alacena craneal, yo no. Viendo la definición de paciencia me doy cuenta de lo limitadísimo que es el lenguaje, no puede ser lo mismo la capacidad de padecer que ser lento haciendo algo, deberíamos tener diferentes palabras para definirlas y sin embargo llamamos de la misma forma a cosas distintas, conceptualmente lejanas, no me extraña que nos cueste tanto expresar con precisión lo que queremos decir y que existan tantos malos entendidos. I mean.

Volviendo al diccionario, ya he comentado que no soy capaz de esperar sin desesperarme, y no importa si es algo que desee mucho o si me están esperando una horda de caníbales para darse un festín a mi costa, la fuerza de Coriolis que provoca la rotación de mis pensamientos hace que mi vida gire en espiral como el agua que escapa por un sumidero. Pero si que soy capaz de realizar tareas pesadas y minuciosas, como hacer un puzzle de miles de piezas o limpiar de manera enfermiza una malla de mejillones, no termino con ellos hasta que no veo ni la traza de cualquier micro-organismo, ese tipo de paciencia la tengo aunque desgraciadamente no es la versión importante de la paciencia.

Pero con lo que no puedo es con soportar ciertas actitudes de la gente, especialmente en el trabajo donde se mezclan las actitudes con las aptitudes, allí es donde cada día se produce una prueba de fuego de la paciencia, y aunque voy comprobando que la paciencia se educa, y hasta se desarrolla, no creo que en mi vida sea capaz de cruzar el umbral de la impaciencia. No puedo con la gente que está más preocupada en aparentar que soluciona algo que por verdaderamente solucionarlo, estoy hasta las pelotas del “ponlo por escrito”, de las reuniones de per-seguimiento, de la reunión preparatoria de la reunión, de la agenda, del acta (o de la minuta, manda huevos), del informe y hasta de la madre que los parió. Cientos de horas perdidas robadas a cosas más interesantes y decenas de cabreos que a la larga seguro que van contra la salud.

No tengo paciencia para la gente que le da mil vueltas a algo que es evidente, evidente simplemente porque es lógico, que abusa del tiempo de los demás en su afán de protagonismo, cachondos de escuchar el eco que producen sus absurdas palabras, estirando su estupidez capaz de eclipsar el sol, que son más densos que la mierda y que se creen en el derecho de ser así y lo que es peor, están encantados de serlo. Para ellos no tengo paciencia, no, ni creo que la tenga nunca, porque su mera presencia hace que los ojos se me inyecten en sangre, que ardan dentro de mí las palabras que no puedo pronunciar retorciéndome las tripas como si habitara en mi interior un monstruo que me susurra palabras que hablan de aniquilación, de destrucción, de levantarme y dar un puñetazo encima de la mesa.

Claro que sería mejor hacer caso al proverbio chino que dice: “Siéntate pacientemente junto al río, y verás pasar flotando el cadáver de tu enemigo”, no sé, con la suerte que tengo el río junto al que yo me siente tendrá su cauce seco adornado por ramas muertas.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Sit tibi terra levis


Tiene frío, tiene miedo, sabe que hoy puede morir.

Siente el bullicio a su alrededor y el vino mezclado con agua en su estómago, le reconforta. Recuerda sus últimos días en Roma pero no los echa de menos, a fin de cuentas es mejor la vida de soldado que terminar apaleado como un perro en cualquier rincón del Subura, el barrio más populoso de Roma. Allí, en sus estrechas calles, donde se hacinan los más miserables, los matones y las meretrices, allí creció, donde brillan los puñales en cada tabernae y donde se escucha blasfemar en mil lenguas a los esclavos traídos de todos los confines de la república, sin una familia, sin una madre, sobreviviendo como un ratero, esquivando las cuchilladas del hambre. Vivo o muerto no piensa volver jamás, es un buen pensamiento, eso hace renacer la esperanza dentro de él, o puede que sea el vino o puede que sean los primeros rayos de sol que acompañan al alba.

No se arrepiente de haberse alistado en las legiones huyendo de su pasado y del hambre, aunque fuese como un miserable soldado auxiliar, eso es lo de menos, no quiso matar a ese hombre pero ya es tarde para arrepentimientos, está seguro que es mejor morir en combate que crucificado, y sabía que si le atrapaban iba a ser crucificado. No le importa ser poco más que escoria para el legado que, con cara de desprecio, les da las últimas órdenes a lomos de su caballo, ¡estúpido niño barbilampiño! Le devuelve con frialdad la mirada mientras que una oleada de orgullo es bombeada por su corazón, tiene miedo pero al mismo tiempo está deseando demostrar su valía en el campo de batalla. Repasa con detenimiento su armamento, mira la jabalina, acaricia el filo de su espada corta, el gladius, sabe perfectamente lo que tiene que hacer con ambas a pesar de llevar poco tiempo alistado, él es un matón de la calle y no ha necesitado mucha instrucción para aprender a sobrevivir entre los soldados.

Los toques de las cornetas le devuelven a la realidad, ya es completamente de día y el general les ordena formar, si hay suerte hoy el enemigo les presentará batalla. Mientras alcanza su puesto entre las primeras filas piensa en la guerra y no se asombra al llegar a la conclusión de que no la entiende, no sabe por qué lucha y no siente ningún tipo de odio o rencor contra sus enemigos. Las razones de la guerra son de otros, piensa, él solo se contenta con sobrevivir a un nuevo día y llevarse su parte del botín, al pensarlo esboza una sonrisa, el general siempre es generoso con quien le sirve bien. Cuando por fin alcanza su posición se sorprende ante el sentimiento de excitación que le provoca verse cara a cara con la muerte, si sobrevive se promete gastar algún as con aquella muchacha siria que, como muchas otras, sigue a las legiones en búsqueda de fortuna y mejor vida. Si consigue que le licencien con un pedazo de tierra se casará con ella.

A pesar del frío comienza a sudar, vuelve a sentir miedo, desde su posición en lo alto de la colina puede ver los millares de bárbaros formando, parecen enormes, parecen fieros, por supuesto que no disponen de su equipamiento y de su formación pero aun así son peligrosos. Repasa con su mirada el horizonte y queda aterrado cuando sus cuentas mentales le dicen que son inferiores numéricamente al enemigo por lo menos tres a uno. Sin embargo el general nunca ha sido derrotado y eso le hace sentir mejor. El terreno para plantar batalla es bueno, despejado de obstáculos para que las legiones puedan maniobrar sin problemas y decididamente cuesta abajo, sí, es un buen terreno para combatir, además tienen el sol a su espalda y los germanos llegarán al choque ciegos y extenuados. Agarra con fuerza la jabalina al sentir gritar con furia a los guerreros germanos, su respiración se acelera al escuchar el estruendo que provocan al salir en estampida corriendo hacia ellos, la tierra al temblar le hace recordar a Anibal y a sus elefantes aunque nunca los ha visto, a pesar de ello no puede evitar sentir una gran admiración al pensar en los soldados que se enfrentaron a él.

Ve a los germanos acercarse mientras que con el rabillo del ojo observa las primeras escaramuzas de las unidades de caballería por los flancos, dependen de esa caballería para alcanzar la victoria y los germanos son excelentes jinetes, no lo tiene claro. Y los germanos siguen avanzando, ya casi puede ver sus rostros, el legado jura por Marte que destripara él mismo al primero que lance una jabalina antes de tiempo, para no tener barba tiene coraje el niñato. Levanta el brazo, bascula la jabalina y escucha la orden de arrojarla, lo hace con todas sus fuerzas para seguirla con la mirada hasta ver como atraviesa la garganta de uno de sus enemigos. Pero no tiene tiempo de celebrarlo. Con rapidez sujeta su escudo y su espada tratando de dejar el menor hueco entre sus compañeros de los lados.

Aprieta sus pies contra el suelo mientras siente el calor de su propia orina recorrer sus piernas, el choque es brutal, un calambre recorre el brazo que sujeta el escudo a la vez que retrocede medio metro. Nota el olor del primer enemigo a tan solo unos centímetros, pero no le ve, siente como le comprime contra las filas traseras que, afortunadamente, no ceden terreno, es momento de reaccionar. Busca los huecos entre los escudos y comienza a acuchillar, al principio al vacío, toma aire y localiza de nuevo a su presa, vuelve a lanzar el brazo y esta vez encuentra su objetivo, nota chocar la punta de la espada con los huesos del germano y como va desgarrando los tejidos cuando trata de sacarla.

Repite el gesto mecánicamente hasta que el legionario de al lado cae entre alaridos de dolor, un nuevo compañero ocupa rápidamente su puesto, pero para él ya es demasiado tarde. Uno de los germanos, aprovechando el espacio, ha lanzado su espada contra su muslo y le ha alcanzado. Nota como esta vez las que se abren son sus carnes y como la sangre fluye a borbotones hasta dejarle sin fuerzas para seguir luchando. Sabe que su batalla ya ha terminado, aunque afortunadamente no está muerto, lo último que nota es como le arrastran a la retaguardia mientras que unos auxiliares tratan de hacerle un torniquete llamando a voces a uno de los médicos. Entra en un duermevela mientras piensa en su futura casa en Hispania, y en los ojos de la muchacha siria de la que no recuerda su nombre, nunca se lo ha preguntado.

Y ya no tiene frío, ya no tiene miedo, ya no siente nada.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Imilce


Cástulo, alto Tharsis, primavera, año 223 a.c.


Imilce juega tranquila junto al cauce del río, entretenida observando como un alimoche hostiga a una lagartija que, como puede, se esconde bajo las ramas de los tomillos, es tarde, pero Imilce no entiende de peligros. Imilce es traviesa, le gusta el campo, corretear entre los matorrales persiguiendo mariposas que, majestuosas, despliegan sus alas de un intenso azul turquesa revoloteando entre las violetas y los alfilerillos.


Mientras, en la ciudad, todos buscan a Imilce, la pequeña princesa íbera, que una vez más se ha vuelto a escapar. Su padre, el poderoso rey Mucro, ruge palabras que hablan de castigo y muerte a los soldados encargados de su custodia, pero eso será más tarde, primero hay que encontrar a su única hija, bella, como lo fue su madre, si no más, esbelta, morena, muy morena, con el pelo negro como el carbón y los ojos almendrados de color azabache. Dentro de poco será su mejor arma, la casará buscando una alianza, tal vez con los propios cartagineses; la idea rompe su corazón de padre pero sabe que es su obligación como rey, quizá sea la única forma de salvar a su pueblo.


Es tarde y los soldados púnicos están cerca, en el horizonte pueden verse las columnas de humo de su campamento y de los cultivos arrasados a su paso, no deben estar a más de dos días de camino, el rey se estremece, teme el momento de enfrentarse a unos soldados mercenarios que no entienden de compasión. Por eso, una vez que caiga el sol la puerta de la ciudad se cerrará, hayan encontrado a Imilce o no, fuera de los muros no habrá piedad para nadie. Mucro maldice a los feroces africanos, desde que cruzaron las columnas de Hércules no ha vuelto a haber paz en las tierras bañadas por el Tharsis, nadie les ha podido parar y aunque Cástulo es fuerte y rica no se ve capaz de superar un largo asedio. Habrá que negociar, no queda otra salida.


Linares, a orillas del Guadalimar, junio de 1973


El sudor rueda por las sienes de Adolfo Estepa mientras vuelve a maldecirse, ¿a quién se le pudo ocurrir construir una ciudad en medio de esta campiña?, ¿no pudieron acercarse más a la sierra?, se pregunta observando las cimas recortadas de la Sierras de Segura y las Villas mientras con mimo limpia con paleta y brocha los restos del enterramiento. Hoy ha tenido suerte, parece haber encontrado los restos de lo que parece ser una niña, ¡qué extraño!, ¿quién sería esta pequeña para merecer el honor de ser enterrada rodeada de guerreros? Observa su urna funeraria, es pequeña, rectangular, austera, en una de sus caras una niña juega con una muñeca observada por un corzo. Una pieza única, digna de una princesa.


Varias figuras de arcilla yacen junto a la urna, forman parte de su ajuar funerario, pequeñas compañeras de juegos en su viaje hacia el más allá, Adolfo sonríe con una mueca, piensa en su propia hija y en el dolor que le produciría su pérdida. Mientras trata de alejar ese pensamiento repara en una diminuta figura de madera hecha pedazos, cuidadosamente la desentierra y la limpia de la tierra que la ha cubierto durante más de dos mil años. Al principio no adivina de qué se trata, pero al juntar los trozos esparcidos por sus manos una sensación extraña comienza a invadirle, de repente el paisaje a su alrededor cambia, la campiña se vuelve bosque, y los olivos son remplazados por encinas, quejigos y robles melojos, una alucinación fruto del calor, piensa Adolfo, pero al volver a mirar sus manos ve que ahora contienen una muñeca que le sostiene la mirada y comienza a hablarle...


La patrulla de reconocimiento cartaginesa avanza a través del bosque, los hombres murmuran y se hacen señas en voz baja para no delatarse, la tarde es fresca y han podido descansar y dar de beber a los caballos. Afortunadamente no se han cruzado con ninguna patrulla enemiga que de un certero flechazo les enviase a rendir cuentas a la diosa Tanit y al dios Baal. Llevan ya varios años guerreando con ese pueblo al que llaman íbero sin llegar a someterlos del todo, nunca habían conocido nada igual, son rudos y tercos como mulas, con lo fácil que sería que aceptaran su dominación y terminar de una vez con esta maldita guerra.


Mientras, Imilce juega bajo una encina, rodeada por los matorrales, al escuchar el sonido lejano de los caballos corre a refugiarse detrás de unas retamas y unos espinos, presa del miedo mira hacia atrás y se da cuenta de que ha olvidado su muñeca, todavía está a tiempo de ir a buscarla. Vuelve rauda sobre sus pasos pero tropieza y cae al suelo. Uno de los jinetes cree escuchar algo a sus espaldas y sin hacer ruido desenvaina su espada lanzándose al galope en esa dirección. Entonces la ve, con alivio, en la mitad del claro, es solo una niña, no debe tener más de doce años, seguramente sea virgen, parece que la patrulla no va a ser tan rutinaria como parecía.


Imilce queda paralizada delante del jinete, éste avanza despacio sonriendo con malicia y los ojos llenos de lascivia, son ya demasiados meses arrastrándose por esa campiña sin yacer con ninguna mujer, eso hoy va a cambiar. Imilce huye en dirección a la ciudad, pero ya es demasiado tarde para ella, el jinete la persigue y una de las patas del caballo rompe la muñeca que ha vuelto a caer de las manos de Imilce, no sería la única muñeca rota que no verá al sol amanecer en un nuevo día.


Durante la noche la luna derramó dulces lágrimas de rocío para limpiar el cuerpo de Imilce, tan abundante fue su llanto que al mezclarse con la sangre de la princesa tiñó de rojo el río que algún día bautizarían como wad al-ihmar (el río colorado). Por la mañana encontraron el cuerpo de Imilce, desmadejado, al verlo el rey Mucro lloró de rabia y de impotencia, haría pagar con su vida al culpable de aquello, aunque para él la vida ya no tuviera sentido la guerra no había terminado.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Tamerlán


Después del gran y anónimo post que le dediqué a Atila, que si no habéis leído ya le podéis dar al hipervínculo, a medio petición del Explorador hoy voy a atreverme a hablar un poco de otro de esos personajes cuya mera mención hacían que le temblaran las canillas a media antigüedad. Asombrosamente, para liarla lo parda que la lió, es un gran desconocido para el gran público, y no se lo merece en absoluto, porque fue capaz de montarse un imperio, eso sí, a base de cortar cabezas, allí donde hoy en día los marines fracasan, su nombre es Tamerlán.

Tamerlán es el nombre occidentalizado de Timur Lang. En unos lados he leído que significaba Timur el Tuerto y en otros Timur el Cojo, espero por su bien que solo tuviera uno de los dos problemas, aunque ya igual le da, porque si de verdad era cojo y tuerto debía ser un espectáculo andante. Sé que es cruel, pero mi profesor de máquinas eléctricas era cojo y tuerto y le llamábamos el Fistro, no digo más, corría la leyenda de que algún chirifú le había pegado un linternazo, y yo me la creo, aunque en su defensa diré que era un profesor estupendo, gracias a sus lesiones cambié la alta tensión por los miliamperios. Yo no tengo ni idea de si Tamerlán era cojo o tuerto, pero un fistro desde luego que no era, por si acaso vamos a zanjar el asunto llamándole Timur el Grande.

Timur nació en 1336, 40 años después de que los cristianos abandonaran definitivamente tierra santa, cerca de Samarkanda, en la actual Uzbekistán. Era de origen turco y mongol, ambos pueblos llegados del centro de Asia, no hay que olvidar que por entonces en la actual Turquía a duras penas el imperio bizantino, cristiano, resistía a los otomanos, musulmanes, al igual que lo era Tamerlán. Tras la muerte de Gengis Kan, el imperio mongol se había desintegrado en una serie de kanatos, uno de ellos era la Transoxiana, allí creció la criatura. Tamerlán era de origen noble y naturaleza trepa, de manera que se declaró heredero sanguíneo del bueno de Gengis Kan. Por supuesto, a la hora de reclamar reinos, cualquiera podía decir que era descendiente de quien le viniera en gana, a falta de pruebas de ADN estoy seguro de que a Gengis Kan le salieron más hijos bastardos que al Cordobés y a Maradona juntos.

Tamerlán, con solo 26 añitos, dio lo que ahora llamamos un golpe de estado, parece ser que a su propio suegro, porque las familias reales de entonces no eran tan amorosas como las de ahora, posiblemente no todos cobraban de los presupuestos generales del kanato. Tras eso, y tras eliminar a todos los posibles rivales, se proclamó Emir en 1370 y fijó su capital en Samarkanda. A partir de ahí todo fue coser y cantar, guerreando y conquistando territorios con una fiereza y eficacia que en nada tenían que envidiar a su supuesto ancestro , todo ello con la idea de devolver su esplendor al imperio mongol y emular, de paso, a Alejandro Magno. Porque oye, era nacer entre el Indo y el Orontes y a cualquier gobernador, rey o emir le daba por fundar un imperio al estilo del rubiales macedonio de cabeza leonina.

Apoyado por un ejercito brutal y sanguinario, en unos 25 años había conquistado territorios desde la actual Turquía hasta la India, luego se dio una vuelta por las estepas rusas y más tarde se encaminó a Siria, siendo recordadas con pavor las tomas de Bagdad y Damasco, ciudades que ya habían sido un siglo antes conquistadas a los mamelucos y destruidas por otro supuesto nieto de Gengis Kan, llamado Hulagu Kan. Está claro que vivir en la antigüedad era un sinvivir, si es que vivías, porque las tropas de Tamerlán agradecían la resistencia de los sitiados separándoles de forma traumática la cabeza del resto del cuerpo y después, con las cabezas decapitadas, se entretenían haciendo macabras pirámides que servían de aviso a navegantes. Obviamente, como ya me he cansado de repetir en otros post, la vida humana no valía un pimiento, y más la de los enemigos, la palabra genocidio prácticamente significaba defensa propia, acompañada de ese término, ahora tan de moda, que es la guerra preventiva.

Llegado a este punto, Tamerlán se encontró con que el único imperio que le podía hacer algo de sombra era el otomano, y entonces si alguien te hacía sombra debía ser eliminado. Por supuesto que los otomanos pensaron lo mismo, y la cagaron, pero a base de bien. Los otomanos estaban a punto de hacer caer al imperio bizantino, de hecho poco más que la misma Bizancio les quedaba a los romanos de oriente, los otomanos se habían hecho ya con los territorios de Anatolia y de los balcanes cuando se enfrentaron a Tamerlán. En 1402 hubo una batalla tremenda, llamada de Angora (Ankara), en la que pudieron combatir cerca de medio millón de soldados, eso para la época es una auténtica barbaridad, tanto que a mí me cuesta creerlo, allí el genio militar de Tamerlán le dio la victoria y los otomanos fueron arrasados. Imagino que los bizantinos estaban esperando su turno para ser conquistados cuando Tamerlán dio media vuelta y puso rumbo a China. De esa forma Bizancio resistió aún cien años a los otomanos que al final se acabaron recuperando y los conquistaron.

Pero fue camino de China, en 1405, donde Tamerlán sufrió su primera y última derrota, y no fue en el campo de batalla. Timur estaba maquinando cómo hincarles el diente a los chinos, que ya debían ser una legión, más o menos por la actual Kazajistán, cuando le dio un chungo que se lo llevó por delante, desgraciadamente para él en eso sí que se pareció a Alejandro, porque lo más normal en esos casos era morir por una ingesta masiva acero forjado. También era normal que los imperios creados por el carisma personal se desintegrasen a la muerte de su conquistador, y aquí se confirmó la regla, los sucesores de Tamerlán se repartieron los pedazos para gran alivio de chinos y otomanos.

Tamerlán fue un pieza, sin duda, pero la vida entonces era así. En su haber podemos poner que en sus territorios floreció la economía, que se reactivaron rutas comerciales como la de la seda, que era un amante del arte y que la cultura conoció una época de esplendor. Como siempre me queda la duda de si habría que admirarlo o que despreciarlo, es difícil. De cualquiera de las maneras imagino que Alá ya le habrá juzgado.

domingo, 14 de noviembre de 2010

La encuesta de satisfacción laboral


El viernes la gente de recursos humanos, perdón, en mi empresa eso no existe, quería decir la gente de dirección de personas, nos han presentado los resultados de un estudio que hacen cada cinco años para medir no sé muy bien qué, porque no me ha quedado muy claro. Es un rollo de esos de consultores que indican nuestro grado de satisfacción con la empresa, para, en teoría, detectar y tomar las acciones correctivas necesarias que hagan que todos vivamos en “un mundo feliz”. A mí las intenciones me parecen muy buenas, a lo mejor hasta las mentes pensantes que juegan con estas cosas son personas de bien que colaboran con nosotros desinteresadamente para hacer este mundo un lugar mejor, sí, puede ser, pero a lo mejor son meros empleados con la única misión de vendernos la moto, tan bien podría ser.

Del párrafo anterior se debería deducir que soy una persona escéptica con este tipo de cosas. Voy a disipar dudas, sí, soy una persona escéptica, muchísimo, cada vez que alguien se preocupa por mí pienso que algo va a querer a cambio, algo material por supuesto, y me suelo equivocar tan pocas veces... Pero tampoco va a ser una crítica feroz contra mi empresa, porque la verdad es que a pesar de los problemas del día a día soy en ella más feliz que una perdiz. Debo de ser una de esas pocas personas que se siente valorado, aunque no valore mucho el trabajo que hace (esto debe ser más a causa de mi poca autoestima que del trabajo en sí mismo), y no me siento ni discriminado, ni mal pagado, ni todas esas cosas malas que terminan por “ado”, yo simplemente he aceptado que si quiero trabajar en lo que trabajo, y no se me ocurre en que otra cosa podría a estas alturas trabajar, hay lo que hay y es como lo de las lentejas, si te gustan bien y si no también. Soy un puto técnico y lo he asumido.

Desde que trabajo en una empresa “de bien” he descubierto muchas cosas, muchas buenas, como el respeto a las personas, el respeto (casi siempre) al trabajo del prójimo, el orgullo de pertenencia (aunque de momento sea más de los demás que propio, aunque voy avanzando), algunas cosas intangibles que nunca hubiera imaginado. También he descubierto cosas que me dan repelús, como cierto servilismo, la burocracia, los escaqueados y los que no se mojan ni en la ducha, pero vamos, en el fondo fruslerías de gente acomodada, porque la verdad es que los que más se suelen quejar son los más acomodados y los que no se han dado cuenta de lo mucho que llueve fuera. Es por eso por lo que doy por buenos los ocho años que pasé luchando en la empresa patera.

Para los que se sientan desgraciados en su trabajo me permito hacer el recordatorio de que siempre alguien lo está pasando peor en una de esas pseudo-empresas. Empresas en la que un jefe se permite decir envalentonado que se pasa el convenio por el forro de los cojones, que se permite el lujo de disponer de tu tiempo como si le perteneciera, importándole tu familia un pimiento, en la que nunca se cobraba a tiempo, pero sin embargo veías al dictador estrenar sin el menor pudor su BMW último modelo, en la que te mandaban a trabajar a una nave en un polígono de Guadalajara a varios grados bajo cero sin el menor de los remordimientos, sin calefacción, sin nadie que fuese a limpiar los baños, bueno ni los baños ni nada, con el enganche de la luz pirata, con los proyectos siempre retrasados, mintiendo de cualquier forma a los clientes y sintiendo vergüenza ajena (y propia) de tu trabajo.

Por eso me parece casi entrañable que una empresa se tome la molestia de investigar todas estas cosas, aunque sea en su propio beneficio, y trate de explicárnoslas, aunque sea de una forma bastante pobre. La impresión que me ha quedado es que están encantados de mirarse el ombligo y de que realmente no utilizan la farragosa encuesta como herramienta de mejora, sino como confirmación de lo bien que hacen las cosas. Los puntos que han salido flojos lo achacan directamente a que la consultora ha planteado mal la pregunta, como por ejemplo con lo que opinamos, o más bien percibimos, con la gestión de los costes de la empresa. Y no es un tema baladí, porque la verdad es que todos tenemos la sensación, aquí y casi en cualquier sitio, de que el dinero se podría gestionar mejor, y en una ingeniería el dinero se traduce en tiempo y en horas para hacer nuestro trabajo. Voy a obviar cosas como la conciliación laboral y familiar, los beneficios sociales y el teletrabajo, porque con eso nunca he contado y no los hecho de menos, pero si que me preocupa la forma en la que trabajamos.

Antes, en un tiempo que no conocí, las cosas tomaban el tiempo necesario para hacerlas, es importante por dos motivos, el primero para hacerlas bien, el segundo porque desde esa perspectiva es la única en la que se valora como se merece el trabajo, no trivializándolo. Pero la necesidad de reducir costes a cualquier precio ha llevado a ofertar los trabajos por menos horas de lo que realmente cuesta hacerlos, todo vale y poco importa que las cosas salgan así, de cualquier manera. Por tanto, el mundo de la ingeniería se ha convertido en un monstruo con muchas prisas y poco tiempo para hacer las cosas bien, que devora a dos carrillos horas extras hechas de más y que los partes de horas sistemáticamente no van contabilizando. Y no es que reclame que me las paguen, lo mío tiene mucho de vergüenza torera, lo único que pido es que dejemos de engañarnos, que nos cuenten las cosas claras y que decidamos si seguimos trabajando como ingenieros u ordeñando.

Yo entiendo que posiblemente trabajar así sea la única solución para sobrevivir, eso e irse a trabajar fuera en este mundo globalizado, bien sea como individuo o como parte de una empresa que se va internacionalizando, porque aquí de momento el negocio está finiquitado, y más nos vale tomárnoslo con espíritu constructivo porque no veo otra forma de que salgamos para delante. A fin de cuentas, casi somos unos afortunados porque la ingeniería se puede exportar, los planos y papeles pueden cruzar los océanos digitalizados, otros no lo han tenido tan fácil, porque los ladrillos se ponen a mano y las carreteras se trazan a pico y pala y excavando. Pero que no me vendan más la moto, por favor, que no soy gilipollas y ya peino canas en los pocos sitios que pelo me va quedando.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Olenska


Nunca había visto su cara pero lo sabía con certeza, era la mujer de su vida. Estaba loco por ella, sí, loco, porque solo un loco podría enamorarse de un ideal hasta el delirio, hasta caer enfermo de amor, desesperación y deseo, solo un loco podía negar la realidad y rebelarse contra el destino, ella no podía ser simplemente una ilusión, tenía que existir en algún lugar de este mundo o del otro. Juró que la encontraría aunque tuviera que desafiar al espacio y al tiempo, juró hacerla suya, poseerla hasta quedar ambos agotados y bañados por ese sudor que, justo ahora, le cubría la frente y las sienes, el mismo sudor que empapaba las sábanas y le provocaba escalofríos que, como pequeñas descargas eléctricas, recorrían su espina dorsal.

La fiebre le hizo volar, la ira blasfemar, lloró lágrimas secas de impotencia y preguntó a la muerte si llevado por su mano llegaría a encontrarla, pero no obtuvo respuesta, solo creyó ver una sonrisa burlona donde no había rostro. Desesperado, gritó hasta desgarrarse el alma, gritó hasta que dejó de escuchar su propia voz, gritó hasta que su carne se hizo tinta, sus dientes puntos y sus huesos letras. Gritó hasta que se fundió en el papel, como la nieve se funde en primavera, gota a gota, lentamente, sin dolor, sintiendo como su mente y sus pensamientos se transformaban en palabras y frases encadenadas que hablaban de él, de su historia, de la de ella.

Perdió la noción de su propia existencia, alzó las manos para asegurarse de que seguían perteneciéndole, pero no las vio, ¿cómo iba a ver nada si en su búsqueda había cruzado la frontera que separa el ser del no ser? Ahora solo era un fluido que poco a poco marcaba trazos sobre el papel, ¿o era algo más?, sí, era potencialmente lo que quisiera ser, por fin era libre. Se dejó llevar disfrutando del hormigueo que le producía ir retorciéndose en cada una de las letras, como si cabalgara en una montaña rusa que a su paso iba dejando una estela de palabras secas.

Y, de repente, el carrusel dejó de girar y todo se volvió claro. Allí estaba Olenska, la reconoció al instante y sin dudarlo, ¿cómo podría confundirla si ahora los dos estaban compuestos por la misma materia? Era tal cual la había imaginado, de apariencia frágil, vulnerable, pero a la vez orgullosa y altiva, estaba seguro de que tras su gélida mirada, tras sus ojos grises que amenazaban tormenta, existía una gran pasión reprimida, una necesidad vital de amar y de ser amada. Se entretuvo jugando mentalmente con sus rizos trigueños, admiro la elegancia de su cuello, anuncio de unos hombros anchos y esbeltos, dibujó en el aire la forma de sus pechos y se recreó ante la imagen de sus labios, traviesos guardianes del manantial que abastecía el pozo de los deseos.

Cuando por fin la miró fijamente no supo que decirle, le asaltaron el miedo y las dudas, no sabía si ella era consciente de su presencia, de si le reconocería o si por el contrario le tomaría por un extraño, ni siquiera sabía si hablaría su mismo idioma. Pero no le dio tiempo a pensar más, una frase rompió el silencio aunque no fue un sonido lo que escuchó, una voz grave y con marcado acento balcánico directamente se proyectaba en su cerebro. “¿Qué haces aquí?, ¿a qué has venido?, ya no te esperaba”. Era una voz firme y decidida que trataba de disimular cierto temblor producto de la sorpresa y del miedo. Él podía entender la sorpresa, pero no llegaba a comprender los motivos del miedo, los escalofríos volvieron y de repente él también tuvo miedo, “ya no te esperaba”, ¿qué significaba eso?

Pero se armó de valor, no había abandonado todo para amedrentarse al primer contratiempo. Contestó despacio, con ternura, le contó su viaje y su renuncia, mientras que ella le miraba víctima de la incredulidad con la cara desencajada, le contó como la había descubierto, sin querer, en la página veintitrés de un libro antiguo y lleno de polvo que un día encontró olvidado en un rincón del desván, un libro que hacía casi un siglo que nadie había abierto. Ella comenzó a llorar y él aprovechó para declararle todo su amor con rabia, con la fuerza del deseo acumulado y reprimido, con la pasión salvaje que había alimentado la desesperanza.

Ella comenzó a correr sin volver la vista atrás como si escapara de su propio destino, como si escapara de su propio pasado, él la persiguió hasta alcanzarla, la sujetó de un brazo y la lanzó contra su regazo, tratando de calmarla, tratando de consolarla. No pudo calcular el tiempo que así pasaron, él aturdido, ella descargando en su pecho, una vez tras otra, todo su dolor y su desconsuelo, hasta que sus puños no tuvieron fuerza para continuar golpeando, hasta que sus ojos se vaciaron de lágrimas y no pudo más que susurrar “¿Por qué has vuelto? Ya es tarde, llevas muerto demasiado tiempo”

Entonces, al ver su vestido enlutado del que nunca fue consciente, al descubrir las arrugas en su rostro, fruto del sufrimiento, en las que reparaba por primera vez, lo recordó todo. Recordó que eran amantes en una época en la que eso solo se pagaba con la muerte, recordó cómo los descubrieron, recordó los golpes por todo el cuerpo y los gritos de ella. Pero sobre todo recordó que mientras descendía a las profundidades, atado de pies y manos, con el agua inundando sus pulmones, juró volver, no para vengarse, solo para volver a verla. Y se volvió loco, maldiciendo el capricho del escritor que los separó, de ese ser despiadado que, después de darle todo, todo se lo había arrebatado. Volvió a gritar, como un animal herido, agonizando, hasta que de repente ya no pensó en nada más.

Por la mañana lo encontraron, frío y sin pulso, con los ojos abiertos y un libro entre las manos abierto por la última página, esa última página que nunca había querido leer para no perder del todo a Olenska, una página que ahora, misteriosamente, estaba en blanco.

martes, 9 de noviembre de 2010

Interpretaciones bíblicas (I)


Los antiguos llamaban Mesopotamia a las fértiles tierras que quedaban entre los ríos Tigris y Eúfrates, según la Biblia por allí debía quedar el paraíso, aunque ahora de miedo ir a pisarlo. Sin embargo, yo he visto ambos ríos, trabajé en las centrales hidráulicas turcas del Eúfrates, incluso por accidente caí en sus gélidas aguas a cuatro grados, también tuve la suerte de que unos operarios kurdos que nos habían tomaron cariño nos llevaron a conocer el Tigris, concretamente fuimos a Hasankeyf, donde pude ver con lágrimas en los ojos, y es que uno es así de sentimental, sus casas de hace muchos, pero muchos, miles de años excavadas en los meandros del río, los pilares de su milenario puente derribado para contener una invasión, su ciudadela ya en ruinas... Increíblemente tanta riqueza cultural iba a ser inundada para construir una presa con fondos europeos, aunque afortunadamente el proyecto se ha parado. Lo que voy a contar puede que tenga algún error, porque mi memoria no es muy buena, pero a mí me parece fascinante, digno de ser compartido, tal vez leyéndome a alguien le pique la curiosidad y se interese por el tema.

Yo, que todo lo idealizo, me quedé algo chafado al contemplar los páramos yermos que rodean a ambos ríos, puras piedras entre las que unas famélicas cabras buscaban unas briznas de vegetación con la que calmar su hambre atrasada, no había más que mirar sus huesos desprovistos de carne. Sin embargo, en la antigüedad, todo aquello se llamó el creciente fértil, o la media luna fértil, una región que abarcaba la actual Iraq, el sur de anatolia, Siria y parte de lo que conocemos por Israel. Desde allí se accedía a la otra gran civilización de la época, la egipcia, porque entonces las grandes civilizaciones crecían en las riberas de los ríos. El sistema de irrigación de los mesopotámicos y las crecidas del Nilo hicieron que ambas civilizaciones fueran capaces de cultivar una cantidad suficiente de cereales y legumbres como para hacer frente a un gran crecimiento demográfico y por supuesto urbano, de esa manera aparecieron las primeras ciudades, surgió la cultura, nació la escritura.

De los egipcios lo sabemos prácticamente todo, durante siglos fueron considerados la gran civilización de la antigüedad, de los mesopotámicos casi no se sabía nada, unas cuantas referencias en los relatos bíblicos, que además no les dejaban muy bien parados, porque como en muchos de los temas de la Biblia se confundía, y se sigue confundiendo, la realidad con la leyenda. Pero la explicación para su olvido era muy simple, mientras que los egipcios habían construido su mundo en piedra los mesopotámicos lo habían construido en barro, mientras que las pirámides se mantenían orgullosamente en pie, los zigurats y los templos no eran más que un montón de barro camuflado en el relieve. No fue hasta mediados del siglo XIX cuando se solucionó el enigma. Expediciones francesas, inglesas y más tarde alemanas comenzaron a desmontar esos montes, que los nativos llamaban tell, para, asombrados, encontrar todas esas ciudades legendarias, Ninive, Babilonia, Ur, Uruk, Lagash, Mari... Tras unos 2500 años de olvido volvieron a la actualidad, y a los museos, sumerios, akadios, asirios y babilonios. Además de encontrarse magníficas obras de arte y espectaculares palacios se encontró algo más, pequeñas tabletas de arcilla cocida llenas de símbolos extraños, era la escritura cuneiforme, al descifrarla el pasado se hizo presente para sorpresa de propios y extraños.

Como ya he dicho antes los judíos pusieron a parir a los babilonios en la Biblia, era su forma de vengarse de ellos por haber osado destruir el templo de Jerusalem en el siglo VI a.c., el mismo templo que había construido Salomón hace ya 3000 años. Por si no fuera poco, tras el saqueo del templo y conquista de Judea, Nabucodonosor II, sí, el de la ópera de Verdi, decidió deportar a las famosas tribus perdidas de Judea a Mesopotamia. Era práctica común de la época, y además bastante eficaz, llevarte a la gente problemática de un sitio para que en pocas generaciones se difuminara con la población local y terminar con el problema, de paso se repoblaban sus tierras con población leal a la causa, creo que los judíos lo aprendieron bien y con la misma táctica acabarán por quedarse con palestina. Sin embargo con los judíos no funcionó, porque el judaísmo además de una religión es una cultura y una forma de ver la vida, llevaron consigo a su dios único y además de la transmisión oral encontraron una forma más poderosa de no perder sus raíces, escribieron un libro en el que plasmar sus creencias y tradiciones, además lo fueron ampliando con el tiempo, es un libro maravilloso, digno de ser leído y releído, nosotros le llamamos Antiguo Testamento.

¿Cómo se llegó de ahí a nuestra versión del cristianismo? Pues fue una jugada maestra, la cuadratura del círculo, tan bien lo hicieron que dos mil años después somos cientos de millones los católicos, me incluyo porque estoy bautizado, que poblamos el mundo. Tras un par de siglos preocupados por sobrevivir, nada más, de repente el cristianismo era la religión del imperio, y claro cuando todo el mundo es de los tuyos llega la hora de dar explicaciones, ¿qué hacemos con Jesús?, porque ser mesías es estupendo, pero es mejor ser Dios en primera persona. Un tal Arrio dijo que Jesús no podía ser Dios, fundo el arrianismo, otros, llamados encarnacionistas, dijeron que Jesús siempre había existido como creación divina y que simplemente había descendido de los cielos para hacerse hombre. Tras un par de concilios en Nicea y Constantinopla ganaron los segundos, era mucho más práctico, la Santísima Trinidad se oficializó y asunto resuelto. Obviamente es difícil de creer, aunque vamos a respetar la fe de cada uno, y resulta algo forzado, pero de esa forma se unieron antiguo y nuevo testamento para conformar la Biblia tal y como la conocemos, más o menos.

Con el paso de los siglos la gente se fue olvidando de esto, la Biblia se convirtió en la palabra de Dios y punto pelota, dictada directamente por él en la oreja de los que la escribieron. Las historias antiguas se difuminaron con el tiempo sin que se tuviese una base histórica que las confirmase o que herejemente las desmintiese, hasta que se descifró la escritura cuneiforme, y en parte también la jeroglífica. Increíblemente esas tablillas hablaban de los hechos bíblicos, con nombres y apellidos, fue todo un golpe para la mentalidad de la época y para la iglesia encontrar las mismas historias, o muy similares, escritas por los enemigos de los creyentes, pueblos con su propia cosmogonia y decenas de dioses paganos, de repente los olvidados, los enterrados en barro y arena tomaban la palabra. Pero esas historias paralelas que me encantan las voy a dejar para otro día, si os apetece, porque me está quedando el post un poco largo.

Nota: La foto es el estandarte de Ur, una pieza preciosa que se puede admirar en el Museo Británico.

El sufrimiento no sabe a fresa


Lo increíble de malvivir es que llega un momento en que la mala vida se traviste de realidad. ¿Que qué quiero decir?, pues que cuando vives rodeado de problemas tu mente te hace creer que la vida realmente es así, te acostumbras, bueno, no es que te acostumbres a tener problemas y ya todo te de igual, no, los problemas siempre joden, a lo que te acostumbras es a vivir angustiado, te olvidas de cómo era vivir despreocupado, sin cagarte de miedo cada vez que tu móvil suena, y lo aceptas resignadamente. En el fondo si quieres seguir fingiendo ante el mundo, simulando que tienes una vida normal, no te queda mucho más remedio, además, los límites del sufrimiento son capaces de estirarse como un chicle, siempre un poco más, un poco más, otro poco más. Pero el sufrimiento no sabe a fresa, ni a menta.

Sin embargo un día, de repente, todo cuadra como si se hubieran alineado varios planetas y todos te fueran propicios, no sabes qué es lo que ha pasado pero sin proponértelo todo es maravilloso, y no porque haya pasado algo ni medio excepcional, para nada, es de noche y no tengo absolutamente nada que contar. Eso es lo más increíble de todo, hoy ha sido un día maravilloso porque no ha pasado nada, nada malo, por supuesto, hoy el gato que vive dentro de mí, y se entretiene arañándome en el estómago, ha debido irse de puente. Ojalá no volviese, ojalá que encuentre una gata persa y se olvide de mí, pero volverá, porque sus siete vidas me pertenecen, aunque no sea yo el que le alimenta, porque si de mí dependiese ya se habría muerto de hambre hace tiempo. Maldito gato, ni siquiera ahora me dejas disfrutar del momento, no te veo pero te presiento cerca.

Mis miedos están de puente, pero yo no, y da lo mismo porque los días de puente son estupendos, trabajes o no. Es genial salir a la M40 e incumplir con el límite de velocidad, por poco que quede claro, es estupendo llegar al aparcamiento y que sobren los sitios sin preocuparte de tener que ir a aparcar al maldito destierro, es estupendo que casi no suene el teléfono y que no se te llene en una hora la bandeja de correo, además hoy, para gran regocijo del personal, ha escrito el inglés que no se entera de nada y me he permitido contestar de manera desenfada, es decir, siendo yo mismo. Mi manía de escribir correos a la yugular a lo mejor me cuesta el puesto de trabajo algún día, pero si tamaña desgracia llegase a suceder igual edito un libro. Sí, estaría genial, sería mil veces más divertido que este blog, es cierto eso de que la realidad siempre supera a la ficción.

Pero lo mejor de todo ha sido volver a casa y que todo estuviese donde debía estar, bueno a mi casa y antes a la que fue mi casa. No puedo explicar el alivio que siento cuando veo a mis padres relajados y sonriendo, cuando puedo jugar con mi sobrino de dos años y mirar con él un trozo de Bambi mientras que le enseño a imitar el ulular de un búho y a pronunciar tambor, cuando veo a la peque regresar de ese sitio en el que la intentan enseñar a comer llena de satisfacción por haber sido capaz de vencer a unos miserables guisantes, cuando cierro la puerta camino del coche completamente relajado pensando que ya ha pasado lo peor del día. Y por si no fuera poco, que para mí ya es mucho, cuando abro la puerta y veo a mi hijo comiendo tranquilo en su trona, mientras que su madre hace nuestra cena, girarse hacia mí con una sonrisa de oreja a oreja para decirme, con su lengua de trapo, que ha cenado todo, todo y que no ha llorado en la ducha, bueno, solo un poquito.

Sí, a veces la vida merece la pena ser vivida, sin necesidad de que pase algo excepcional, son los pequeños detalles los que la hacen más agradable, es la ausencia de drama lo que la hace soportable.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Estimado Neptuno


Estimado Neptuno, o Poseidón, señor de los mares y océanos, patrón de los atleticos:

Como ya debes saber mañana es el derby, día funesto para los atléticos los últimos años, y, por desgracia, no me da muy buen rollo tampoco este año. O mucho me equivoco o nos van a volver a curtir el lomo porque no veo a los muchachos de las rayas rojas y blancas muy inspirados, desafortunadamente, por lo menos en lo referente al deporte del balompié, aunque a lo mejor lo suyo es la petanca y todavía no nos hemos enterado, desde luego para la petanca sí que apuntan maneras, o para lanzar huesos de aceitunas, o para jugar al tute en el hogar del jubilado. No, no les veo, pero para nada, y mira que me toca las narices tener esta sensación de cordero que va al matadero, pero me parece que no nos libra ni la madre que te parió, la señora Rea, ni su madre, tu señora abuela, la diosa de la tierra Gea, a la que devotamente hemos consagrado a nuestro portero, David, para mayor gloria de vuestro linaje.

Hago énfasis en lo de “como bien debes saber” porque llevas una década tocándote las pelotas a dos manos, cuidado con el tridente que los carga Urano. A lo mejor, cansado de nuestro juego que aburre hasta a las sirenas, te has hecho del Barcelona aprovechando que, además, tiene puerto de mar. No es que te lo reproche, futbolísticamente hablando, más bien alabaría tu buen gusto, pero si es así, maldito renegado, podrías haber avisado y nos hubiéramos ido a celebrar la Europa League a Sol con la estatua del oso y el madroño, nuestro héroe, el único que lleva sudando la camiseta casi cien años. Nosotros, los que cada dos domingos vamos a la orilla del río con fe inquebrantable, preferiríamos que aun sigas siendo uno de los nuestros, pero el movimiento se demuestra nadando.

Honestamente creo que no tienes sangre en las venas, pasas de nosotros cuando a unos centenares de metros se descojona de ti la dama de blanco. Ya debería hacértela hervir, la sangre, que confundan a la advenediza con tu madre, y se hable de la diosa Rea/Cibeles, ¡qué barbaridad!, vamos, es como confundir a la Macarena con la Esperanza de Triana, o viceversa que no se me enfade nadie, por mucho que las dos sean madres de Jesús y procesionen en viernes santo. A mí se me caería la cara de vergüenza si una diosa frigi(d)a me hiciese una colosal peineta dos veces al año, delante de tu sobrino Apolo que, algún partido de estos, de un ataque de risa se va a caer del pedestal de su fuente y va a terminar hecho pedazos. Claro, que a lo mejor te da miedo que de la carroza de la frígi(d)a tiren dos majestuosos leones a los que llaman Higuaín y Ronaldo, mientras que de tu concha marina tiran dos putos caballitos de mar, ¡hay que joderse!, llamados Perea y Valera, la verdad es que es para echarse a llorar, y tú mientras con cara de póker mirando para otro lado.

Pero yo a pesar de todo no lo voy a dar todo por perdido, quiero creer en un milagro, y para ello cuento contigo. Si Goku, que era medio gilipollas, pudo con Célula y Freezer, si Oliver batió a Benji y no media casi un palmo, ¿no va a poder Agüero ganarle al abuelo de Carvallo un mano a mano? Sí, yo sigo teniendo fe, pero necesito tu ayuda, necesito que vuelva Forlán y se vaya a su casa su hermano gemelo, ese que lleva un par de meses arrastrándose por el campo, necesito un cerebro para Reyes, valor y unas gotas de 3 en 1 para Simao y un corazón para Tiago. Necesito que convoques a las nubes y a la lluvia, señor de las aguas, hasta formar un tornado de manera que el banquillo de los suplentes vuele por los aires y le caiga encima a Cristiano Ronaldo, que le siga una tormenta de esa de mil millones de litros por metro cuadrado, para que Marcelo y Ramos suban la banda en piragua, para que Özil nade a braza y Khedira a mariposa mientras que jugamos al waterpolo con Casillas meneando los pies mientras que el bueno de Assunçao le muele a pelotazos.

Creo que no es mucho pedir, como diría el Papa Roma, en verdad es justo y necesario. Si sigues siendo de los nuestros, si de verdad quieres darnos la alegría que ya nos merecemos, si quieres domar a los leones y levantarle las faldas a tu vecina, haz que el cielo se junte con la tierra, haz que el Manzanares se desborde inundando la Castellana y Concha Espina, haz que el agua espabile a los nuestros, les insufle fuerzas y sabiduría mientras que aturde y ahoga a los de blanco.

viernes, 5 de noviembre de 2010

La casa de trapo


Éste es el primer relato que presenté al concurso Miss & Mister Blogger 2010, el tema era la casa de verano, si os apetece curiosear hay relatos estupendos. Es un relato totalmente autobiográfico que hice con bastante cariño, me gustó como me quedó, modestamente, aunque es un poco largo :)

Como cada año la primavera iba tocando a su fin, eran días maravillosos con tardes infinitas de sol y juegos infantiles, juegos vividos siempre en la calle y en compañía, porque entonces nada se entendía si no era compartiéndolo con los tuyos, con tu pandilla, la misma con la que ibas a clase el resto del año, aprendiendo a resolver las reglas de tres y el uso del pretérito imperfecto; la misma cuadrilla de gamberros con la que intentabas robar la llave del despacho de los profesores para fotocopiar furtivamente los exámenes de inglés… ¿qué si lo conseguimos?, ¿tú qué crees?


Recuerdo con cariño, y cierta añoranza, los coletazos de esos meses de junio, en los que la jornada escolar era ya continua e intrascendente, regalo anticipado de un verano eterno en el que cada día era una aventura en sí misma, porque entonces la vida era un reloj daliniano de agujas estáticas que se burlaban de los problemas y de las prisas. Aún no nos tocaba a nosotros preocuparnos por lo mundano, y, aunque no nos sobraba de nada, todo lo que no se podía comprar con dinero se desparramaba por nuestras calles y plazas, lo mismo nos daba dar patadas a una pelota vieja que a una lata, lo importante era salir, estar juntos, para reír o para escalabrarnos, para jugar al chopo, a las canicas o a la taba.


En esas andábamos cuando de repente llegaba julio, como una puñalada rasgando hasta el mismísimo cielo, para arrancarnos de todo aquello; julio, tiempo de que la troupe agarrase sus bártulos y se marchase de vacaciones. Caray, no ha pasado tanto desde que sucedió, pero sin embargo me parece tan, pero que tan lejano… Era como un milagro, porque cuando llegar a fin de mes se convertía en un acto de heroísmo cotidiano, marcharse de vacaciones estivales era un acto suicida, de rebeldía o tal vez de supervivencia. Sea como fuere, allí nos plantábamos, mis padres, los tres hermanos y nuestro pastor alemán, a bordo de un SEAT 850 amarillo, que tenía la mala costumbre de averiarse, cargado hasta los topes y coronado por una baca tan voluminosa como él mismo. Parecía el coche de unos magrebíes retornando a su oasis africano, pero no, solo éramos una familia de clase baja y periférica buscando refugio a la sombra de los pinos.


Los pinos, parece que desde aquí puedo olerlos, casi noto que mis dedos se pegan a las teclas, impregnadas de la resina de mis recuerdos, y siento a las chicharras cantar, con su letanía interminable que no paraba ni de día ni de noche. Por supuesto, nuestro destino no podía ser un chalet con piscina, ni siquiera una urbanización de aprendices de pijos con vespino o la casa del pueblo, qué va, lo nuestro era el aire libre, las estrellas como techo y el baño comunitario, el baño más grande del mundo, un baño que ni la cabeza de la Preysler podría concebir, vadeando el arroyo, detrás de los zarzales, cien metros cuadrados, metro arriba, metro abajo.


Nadie era tan afortunado como nosotros, sobre todo el día en el que llegábamos a la zona de acampada, el pinar nos pertenecía, sin escrituras y sin contrato, solo había que buscar un sitio de sombra generosa y un poco llano porque el resto corría de nuestra parte, una tienda de campaña de tamaño familiar con dos habitaciones, y una cocina, lujo asiático de los campistas más avezados. Porque así era nuestra casa de verano, de tela impermeable, naranja y amarilla, coqueta, con ventanas y porche, sustentada por una estructura robusta de acero templado. Una vez elegido el sitio, y debidamente limpio, de las profundidades de la baca del ocho y medio salían dos sacos, el primero marrón, donde esperaba su turno la lona de la tienda escrupulosamente doblada el verano anterior; el otro era blanco, y en él se encontraban los hierros de la tienda, un amasijo de chatarra que iba cobrando forma a duras penas, a pesar de que repetíamos el mismo ritual cada verano.


Porque entonces las cosas eran más funcionales que prácticas y montar la tienda era un ejercicio de maña y paciencia. Cada hierro venía suelto y parecían multiplicarse cada año. La única ayuda era un código de tres colores en los extremos de cada palo que permitían ir completando las esquinas de un poliedro imaginario. Cien veces había que desmontar y montar lo que ya parecía acabado, hasta que al final todo encajaba y la tienda se mostraba majestuosa como el esqueleto de un dinosaurio fosilizado. Comparado con aquello montar un cubo Rubik era tan simple como encajar un puzle de dos piezas, chupado. El resto era mucho más sencillo, fijar la lona al armazón, tensar los vientos y clavar los clavos, para terminar todos juntos cavábamos un reguero para desviar el paso del agua y enterrábamos los faldones de la tienda con piedras que acarreábamos felices al ver el resultado de nuestro trabajo.


Así que allí estábamos, cómodamente instalados en la naturaleza, a la orilla de un arroyo de un agua tan cristalina que se podía beber mientras nos bañábamos. Cuantas veces me acordé de ese agua fría, años más tarde, cuando trasladamos nuestros meses de julio a la cálida orilla del Cantábrico. Aquel agua, fruto del deshielo, embalsada en piscinas naturales, que nos ponía azules con su mero contacto, pero de la que no nos hubiera sacado ni un grupo de buzos de operaciones especiales específicamente adiestrados. Solo nos sacaban nuestras madres que, desde la orilla, nos reclamaban para ir a comer bajo la amenaza de recibir algún pescozón o un cocotazo. Morenos como tizones nos presentábamos en una mesa llena de ensaladas, gazpachos, carnes y pescados, servidos en platos y tazas de aluminio, cocinados en nuestro camping gas o en las parrillas destinadas a tal menester, sin que a los forestales les preocupasen incendios no intencionados.


Y la verdad es que nunca pasaba nada porque los que así veraneábamos amábamos la naturaleza y disfrutábamos de nuestro privilegiado escenario. Recuerdo las truchas cruzando las charcas, rozándonos los pies, a las ardillas trapecistas que nos lanzaban piñas en cuanto nos descuidábamos, a las majestuosas libélulas azul turquesa que, como aviones de reconocimiento, se pasaban los días río arriba y río abajo, y a los tímidos erizos de hábitos nocturnos que eran sorprendidos cuando íbamos a hacer pis de noche linterna en mano. De todo eso éramos privilegiados testigos, mientras que muchos idiotas al pasar nos miraban con desdén creyéndonos desafortunados. Y de mucho más me acuerdo, porque viví cosas que poco a poco se han ido olvidando, como beber en un botijo agua fresca con unas gotas de anís, como ir a comprar media barra de hielo artesanal para después trocearla a martillazos, como escavar en el suelo hasta dar con un manantial y besar el agua con los labios, como comprar leche a un vaquero para hervirla y hacer requesón, y tantas y tantas cosas más que ahora se llaman turismo rural y entonces solo eran turismo barato.


Pero de lo que más me acuerdo es de esas noches sentados en el porche de nuestra mansión portátil, sin más luz que la de la luna y la de un farol de gas, alrededor del cual se arremolinaban millones de insectos volando, inmolándose los más atrevidos como sacrificio invertebrado a vulcano. Noches de largas conversaciones de los mayores, que los niños escuchábamos callados, noches de partidas de julepe a peseta, en las que si ganabas cinco duros habías rentabilizado el verano, noches en las que lo único que se oía era el croar de las ranas que vivían felices en la charca de al lado. Noches frescas que a veces desembocaban en tormentas eléctricas, tan violentas que te encogían el corazón cuando un trueno anunciaba con décimas de segundo la aparición de un rayo que, por un instante, volvía la noche día, nuncios de gotas de agua golosas que repiqueteaban en la lona acompasadamente, rítmicas y continuas, como un coro de campanillas que nos acompañaban en procesión en el duermevela que precedía al sueño, al lugar atemporal en el que los sacos de dormir eran de algodón de azúcar dulce y rizado.


De todo eso me acuerdo como si hubiera sucedido hoy mismo, lo mismo que me acuerdo del día en el que todo terminó, el día que el cielo se volvió loco o nos consideró indignos de seguir disfrutando de nuestro vergel, el día que se travistió de noche, que apagó el sol, que conjuró a todos los vientos para castigarnos, que nos mandó diablos que a cada carcajada despertaban truenos, tan fuertes que al retumbar en la montaña parecía que la iban a partir, el día que el río harto de seguir el mismo camino se desbordó por la tierra y por el aire. Ese maldito día en el que tuvimos que huir a la carrera en el coche para no ver como la tormenta se lo llevaba todo. Y cuando al final escampó allí estaba nuestra casa, con la lona hecha jirones, con los vientos arrancados, con los hierros hechos un amasijo deforme, irrecuperable. Ese día terminó todo, volvimos a casa con los restos del naufragio y nunca jamás volvimos a ser campistas ningún verano.


Sí, volvimos al pinar, por supuesto, pero siempre rodeados de ladrillos y bajo un tejado, fue entonces cuando comencé a echarlo de menos, porque las ardillas ya no me alegraban la comida, ni me dormía la siesta por el arroyo arrullado.

martes, 2 de noviembre de 2010

Siempre adelante, siempre a la izquierda


Ésta no pretende ser una historia de vencedores y vencidos, no pretende desenterrar sentimientos causados por algo que sucedió hace muchos años, aunque no demasiados, hechos que yo no viví en primera persona aunque si pude escucharlos relatados directamente por labios que si los vivieron, por no pretender no pretende ni ser una historia de política, ni de sindicalismo, aunque, evidentemente, va de eso.


Como ya me he cansado de repetir mil veces, mis genes son heredados de los que nada tuvieron; por un lado de los que no tuvieron nunca nada y punto pelota, gente humilde, gente de campo, por el otro de los que teniendo mucho lo perdieron todo y además fueron humillados. Así es la vida y a mí ya me da igual, ha pasado tanto tiempo que los que lo vivieron ya no están y los que lo sufrieron han cerrado sus heridas, así deben quedar, cerradas, pero con dignidad. Nosotros, nietos y bisnietos, no tenemos ya de qué quejarnos porque lo hemos tenido todo, y no me refiero solo a un estómago que no conoce el hambre o a unos pies que siempre han estado bien calzados, no, me refiero a algo mucho más importante, hemos tenido libertad y sobre todo hemos vivido en paz y no tenemos miedo. Así crecí, sin miedo y sin ser consciente de todo esto que escribo, en mi barrio del otro lado de la vía viendo pasar los trenes de cercanías llenos de currantes camino de Aluche, mi padre, que siempre tomaba el primer tren de las 5:50 de la mañana, era uno de ellos, ha llovido mucho.


De entre los recuerdos de aquel tiempo no puedo, ni quiero, ni podré olvidar nunca unas siglas que no llegaba a entender, ni por su ortografía, llena de ces y de oes superfluas, ni por su significado, CCOO. Las Comisiones Obreras de las que mi padre era orgulloso afiliado, y no uno más, porque nunca se hubiera conformado con eso, él era un militante activo, sin más recompensa a su esfuerzo que los sinsabores, las decepciones y las broncas con mi madre, sin ganar nunca nada a cambio, como debe ser, de una casta de sindicalistas que parece desaparecida, de la que comenzó pagando sus veinticinco pesetas clandestinas a cambio de un sello en un carnet sin nombre ni rostro, un carnet cuya posesión podía ser un boleto ganador para recibir una buena manita de hostias y pasar una temporada en el calabozo. En el 75, y bastante antes, mi padre era de comisiones, tenía dos hijos y a penas 28 años, por eso se me cae la cara de vergüenza por mis miedos y mi sumisión, por lo que a veces pienso y por lo que muchas más veces callo.


Mi padre pertenecía a la Federación de Actividades Diversas, curioso nombre, y era secretario del comité de su empresa. Muchos, con la boca ligera, acusan a los sindicalistas de estómagos agradecidos y de vagos, de todo habrá, no digo que no, pero generalizar y hacerle el caldo gordo a quien no teme más que por su poltrona me parece ignominioso. Recuerdo que nosotros, muchos años antes de conocer la palabra impresora, teníamos una máquina de escribir, era horrible, las pasaba canutas para cambiarle la cinta, para justificar los textos, para borrar las erratas a base de retroceder e introducir entre la cinta y el papel una tira de tipex blanco. Con esa máquina ayudaba a mi padre a pasar a limpio sus actas de reunión y sus cartas dirigidas a la dirección de la empresa, siempre en dos copias que hacíamos con papel de calco. Dándole a las teclas me di cuenta de que la vida era jodida, por lo menos para nosotros que no siendo pobres de pedir, como la demagoga lideresa, no nos sobraba de nada, dándole a las teclas aprendí lo que era la explotación pura y dura, el acoso laboral, mucho antes de que como gilipollas le llamáramos mobbing, el despido improcedente, la conciliación laboral y la magistratura de trabajo.


Era gente dura de pelar, que no se amedrentaba por casi nada, hecha a si misma, que sobrevivían a base de puros huevos a huelgas que podían durar semanas, que ayudaban con lo que podían a un compañero despedido improcedentemente hasta que normalmente era readmitido tras pasar unos meses sin un sueldo con el que hacer frente a los gastos, en nuestras carnes lo sufrimos, gente que no se dejaba comprar por un variable, un ascenso de mierda o un puestecillo de encargado. Tenían ideales y lucharon por ellos, pero han sido muy mal recompensados, Son los grandes olvidados de aquel tiempo, y también los grandes engañados, bueno, más que engañados realmente traicionados. Traicionados por un gobierno que entonces se llamaba de izquierdas y que rápidamente cambió la chaqueta de pana por corbatas de seda y viajes en avión privado, traicionados por un partido comunista que se acomodó al sistema demasiado rápido y traicionados por sus propios dirigentes que bajo el disfraz de la renovación se vendieron por cuatro subvenciones, tres locales y algún que otro cargo. Siento vergüenza ajena cuando veo a un ex secretario general de comisiones no presentar su dimisión como parlamentario “socialista” ante la reforma laboral que nos han colado.


Son viejos dinosaurios que se dejaron la piel para conseguir vivir un país más justo y solidario, victimas del bipartidismo, del pensamiento único, de la globalización y de los mercados. Ya no están de moda, claro, porque ya no existen explotadores y explotados, porque ya no existen especuladores que provocan crisis económicas que pagan religiosamente las multinacionales y los bancos, pobrecitos ellos, porque no existen contratos basura y nadie hace horas extras no remuneradas por el miedo a ser despedido, no existen ni la corrupción ni los paraísos fiscales, los servicios públicos son divinos, las pensiones están aseguradas y podremos entretenernos trabajando hasta los 70 años, si es que llegamos. Todo es idílico y además tenemos que dar gracias al todopoderoso por tener, y conservar, un puesto de trabajo, ahora los buenos son los empresarios que altruista y desinteresadamente nos hacen el favor de darnos trabajo.



España ha cambiado mucho desde entonces, puede que ahora seamos más ricos en lo material, pero somos infinitamente más pobres en valores, unos valores que a mí me enseñaron bien, curiosamente los principales eran el esfuerzo y el trabajo, porque para poder llevar a gala su condición obrera tenían muy claro que primero había que hincar el lomo y trabajar mucho. Eran grandes profesionales que no concebían un insulto mayor que el de ser llamados vagos, y es que a fin de cuentas casi todos, para subsistir, habían empezado a trabajar a los 13 o 14 años, por experiencia no sería. Evidentemente no tenían estudios superiores y, por eso precisamente, educaron a sus hijos grabándoles a sangre y fuego la importancia de tenerlos, porque no eran ignorantes, simplemente no habían tenido las oportunidades que otros tenemos. Además, nos enseñaron a escuchar a los que piensan diferente, sin tratar de imponernos tampoco su ideario, pero dejando en nosotros un poso de sensibilidad, una cierta conciencia de clase que desprecia lo material, que no justifica los medios por muy bueno que sea el fin, capaz de la autocrítica y de no comulgar con ruedas de molino solo porque el molinero es del partido al que votamos.


Estos días me he acordado de aquel tiempo por la muerte de Marcelino Camacho, un ejemplo de entrega y lucha, una de esas personas de las que no podemos prescindir, pensemos como él pensaba o no, un referente para mucha gente, como mi padre, que tuvo la suerte de conocerle en persona, como yo, que tuve la suerte de que mi padre me lo presentara en la famosa huelga general del 14D, yo tenía 15 años. Nunca olvidaré ese día en el que vestidos con unos petos de seguridad interna íbamos abriendo el camino de cientos de miles de personas, justo delante de la cabecera, de tal forma que con solo girar la vista podía ver a Julio Anguita, Nicolás Redondo, al renegado de Antonio Gutiérrez o al propio Camacho. Ese día le dieron por donde amargan los pepinos al felipismo y a su plan de empleo juvenil, tenían redaños para hacerlo. Por eso, y por más cosas, cuentan con toda mi admiración y respeto, aunque no comulgo con sus ideas comunistas ni se me ocurriría llamar a nadie camarada mientras canto la internacional con el puño en alto.