Desde mi más tierna infancia siempre pensé que eso de quedarse calvo no era más que una frase hecha, algo que solo le pasaba a los demás, como las enfermedades venéreas (¿de verdad he escrito enfermedades venéreas?) o los accidentes de tráfico. Al principio lo de tener pelo te la pela, ese es un asunto de tu madre, porque hay que joderse con las madres empeñadas en proyectar sus frustraciones adolescentes (o que querían una niña) con tu melena, lo mismo acabas como el príncipe de Beckelar que como el doble travelo de Heidi, gritando a las vecinas a pleno pulmón que no eres una niña y mostrándolas con rabia el pito para corroborarlo. Por mucho menos se debería quitar la patria potestad.
Después uno crece y el pelo permanece, y se crea una falsa ilusión de posesión que culmina en la frase “hago lo que quiero con mi pelo”, ahora puedes parecerte al príncipe de Beckelar, pero porque te sale de los cojones, cambiar a un corte kale borroka o a unas greñas heavies mucho más clásicas. Y en esas estás, pensando en si quieres parecerte al cantante de Def Leppard o decidirte por algo más tipo hair metal cuando en clase de biología aparece un tipo que jugaba con guisantes, llamado Mendel, y por su culpa sin saberlo ya la has cagado. Por que sí, si en la puta vida hubieras escuchado hablar de Mendel nunca habrías dudado de tus genes, si ese día hubieras estado bebiendo y fumando porros en los billares nunca habrías pensado que el mal acecha como bomba de relojería programada para fastidiarte la juventud y nunca se te habría caído el pelo.
Porque repasemos los hechos, sin ir muy lejos, pensemos en mi hermano. Tiene tanto pelo, y tan fuerte, que podría pasar por un pointer alemán de pelo de alambre, el cabronazo. Mi padre es un leoncito que presume de su gran mata de pelo canoso y ondulado, muy rollo Richard Gere, pero mucho más guapo. Otro motivo para pensar que el verdadero Juanjo macizorro se cepilla la melena en otro lado. ¿Mis abuelos?, pues por el estilo, el materno era tan peludo que hubiera triunfado en un casting de hombres lobos, el paterno a sus noventa y tantos se fue a la tumba con su flequillo y su raya a un lado. Por eso llegas a renegar de las leyes de la genética, porque si de verdad había que hacer una búsqueda por el árbol genealógico que me sirviera de consuelo, habría sido mucho más divertido por ser negro y tener el pene del tamaño del de un zimbabwo superdotado.
Durante un tiempo buscas alternativas que justifiquen todo y como no eres tan cafre como para dudar de la virtud de tu madre, porque eso para un hijo está fuera de toda duda, piensas que tal vez en la maternidad les dieron el cambiazo, solución fácil, poco comprometida y que culpa a un tercero. Pero al final cedes porque eres un hombre de ciencia y cultivado, y pasas por el aro la genética, sobre todo cuando tienes un hijo y ves que se parece a tu padre, bueno, entonces crees en la genética, en la buena suerte y hasta en la virgen de los desamparados, porque eso es lo que es el dulce querubín, un ser inocente y desamparado que no sabe lo que se le viene encima, al que peinas con lágrimas en los ojos pensando en su futuro cráneo despejado.
Quedarse calvo jode porque no aporta nada, eres un jodido calvo y punto profundo, además es irreversible, es una puta mierda, algo así como la última frontera. Y si te resistes es mucho peor, la ansiedad es mala para el pelo, y la primavera, y los champús baratos. Porque por ahí se empieza, por cuentos macabeos que te hablan del exceso de grasa, de la respiración del folículo, del riego del cuero cabelludo, que sí, que todo tendrá que ver, pero por mucho remedio que tratas de ponerle al asunto la realidad es que tu pelo y tu cuenta corriente caen sin parar porque está escrito en los libros de la Sibila que serás calvo y nada podrá remediarlo. Desesperado tratas de pedir ayuda profesional y vas al dermatólogo que te cuenta que lo tuyo no es una enfermedad y que no hay nada malo en quedarse calvo, él cree en Mendel y en la medicina, por eso te aconseja tomarte unas pastis milagrosas, y ya pueden serlo con lo que cuestan, utilizadas para tratar el cáncer de próstata con un efecto crecepelo secundario. Y te las tomas por unos meses hasta que empiezan a ser contraproducentes y reflexionas sobre lo que estás haciendo con tu vida y las mandas a la mierda sin dudarlo.
Sí amigos, se acabó, ya has asumido que eres calvo y puedes enfrentarte a un mundo cruel hasta superarlo. Porque puedes hacer lo que quieras que pasarás a la historia como el calvo de la familia, la gente se descojonará en tu cara y encima tendrás que hacer como que no te importa para salvaguardar la dignidad. Porque ya no se trata ni de estética, ni de belleza, ni de salud ni de nada por el estilo, es una cuestión de irlo asumiendo dignamente hasta saber llevarlo. Por supuesto nada de usar trucos como pelucas, bisoñés, peinados ensaimizados, no, todo eso es indigno y chabacano. Tampoco recomiendo el transplante, porque por mucho que nos lo vendan la realidad del asunto es que acabas teniendo el pelo como el de una muñeca de trapo. Mucho menos caer en la rebeldía de dejar crecer los restos del naufragio cual vulgar Tamariz o como Krusty el payaso.
Todo eso lleva a la ridiculez y se trata de ser digno, no, ese no es el camino, el camino verdadero es hacer como si la calvicie no existiera, no darle importancia, llevar el pelo siempre corte e inmaculado, tratar de que todo el mundo asuma tu nuevo aspecto hasta que un día se olviden del anterior. Pensemos en Agassi, por ejemplo, y en su antes y después, con pelo era Brooke Shields y sin pelo es Steffi Graf, que sí, que admito que es un cambio a peor, a ver por algo ahora es calvo, pero es digno, porque Agassi con peluca podría haber terminado, por ejemplo, con Arancha Sánchez Vicario.
4 comentarios:
jajaja me he reído mucho. En mi árbol genealógico somos gente de frente despejada. mire por donde mire, así que no tengo salvación. De momento le estoy dando a las pastillas y no tengo más que alabanzas.
Arancha con Agassi, juas!
pues a mi steffi no me parece tan mal. Y mira el negrico calvo que se beneficia a mi adorada heidi Klum.
En mi cabeza hay descampados preocupantes pero todavía se aprecia vegetación suficiente...
Bueno, lo principal, supongo, es tomarlo con humor y asumir que lo genes nos tienen a todos atrapados. Si no es el pelo, la vista, o los dientes o qué sé yo. Habrá que resignarse, y bueno, tampoco importa tanto. O eso dicen la mayoría de las mujeres que conozco ;)
Un abrazo :)
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