Ser gordo es una maldición, yo lo sé bien. Si tu peso supera a tu coeficiente intelectual estás jodido y si tu coeficiente intelectual supera los 130 entonces no es que estés jodido, entonces estás muerto o camino de estarlo.
Eso me dijo el cabrón de endocrino sentado en su sillón de cuero mientras me miraba con la condescendencia del que ha visto pasar delante de sus ojos más carne que un descargador de Mercamadrid y más grasa que un ballenero japonés. No durarás diez años. Sentencia de muerte ¿Y yo? ¿Qué hacía yo mientras? Pues yo estaba subido en una robusta báscula, en bolas como mi madre me trajo al mundo pero elevado a la enésima potencia y deseando que ese preciso segundo fuera el ultimo segundo del día 365 del año décimo. Tierra, ¡trágame! (pero prepara una buena dosis de bicarbonato)
En el momento que ves correr la balanza de decena en decena piensas en el concepto de infinito y comienzas a dudar de que el infinito sea un número inalcanzable. De reojo y con la dignidad bajando al ritmo que avanza la pesa miras el final de la barra y esperas que detrás del 200 aparezca el símbolo ∞, pero no, después del 200 aparece el 210 y así sucesivamente hasta el 250. Después del 250 la nada o mejor dicho un nicho doble en el cementerio.
Me explicaron el concepto de límite cuando era aún adolescente y creo que no lo entendí hasta ese día. Cuando la pesa equilibró la balanza en 139,5 vi claro que el límite de Juanjo dividido por su autoestima cuando su autoestima tiende a cero no era infinito, era 139,5.
Es realmente paradójico que cuanto más gordo eres más invisible resultas para los demás. Si te cruzas con alguien no te mira, como mucho te circunvala. Nadie te invita a su fiesta ni te presenta a sus amigos, no digamos sus amigas, y da igual que seas más salao que la raspa de un bacalao, eres un paria excluido del universo de los livianos. Es deprimente ser parte de un mundo en el que es mejor ser gilipollas o estúpido que obeso. Por lo menos si hubiera algo de justicia ya que se me hizo gordo se me podía haber hecho más tonto que el asa de un cubo porque yo no creo en la teoría del gordo feliz y si en la del ignorante feliz.
Y si la vida social es difícil no digamos lo que supone ir a comprar ropa. Si la obesidad es uno de los males de nuestro tiempo, ¿por qué demonios no existen tallas normales para nosotros? Yo no lo entiendo, ¿dónde se esconden esas hordas de gordos que no encuentran ropa de su talla? La solución se encuentra en un gueto llamado sección de tallas grandes o especiales (¡bonito eufemismo!) Yo realmente la llamaría leprosería textil. El buen dependiente de esta sección debe ser un hijo de puta sin escrúpulos, una persona sin alma y sin sentimientos. En otra vida debió ser cazador de mamuts pero en ésta los mamuts van solos a su encuentro.
La ropa de tallas grandes es fea, pero fea de cojones. Los cortes son horribles y no será porque no tengan metros cuadrados de ropa con los que lucirse. Es como si a Miguel Angel le hubieran dejado toda la Capilla Sixtina y en lugar del juicio final hubiera pintado al Naranjito y al Cobi haciendo cola delante del todopoderoso, bueno eso habría tenido su morbo la verdad aunque el resultado sería claro, ¡arderéis en el infierno! Por cierto, me apunto para otro día hablar de la gente que se forra por inventarse una naranja vestida con pantalones cortos o un perro, ¿perro?, al que parece haberle pasado por encima un camión de dieciséis toneladas.
Volviendo al tema, ¿qué decir de los colores de la ropa XXXL?, ¡ah! y la XXX no será porque incite a la lascivia precisamente. Tonos más apagados no se encuentran ni en las primeras emisiones del NODO. Claro, pensarán los pobres que ya que somos gordos no querremos llamar mucho la atención, pero a ver, el luto como mucho ya lo llevamos por dentro, y no es que sea necesario vestirnos disfrazados de chalecos reflectantes pero un verde claro o un rojo no le han hecho daño a nadie. Los tonos a los que estamos condenados son: negro, gris (en todas sus tonalidades), azul marino, un verde oscuro indefinido realmente espantoso, marrón… Vamos la alegría de la huerta, seguro que hasta Franco tenía un fondo de armario más atrevido.
Eso si, los precios son los mismos que si te llevaras un conjunto exclusivo de Dior. Pero el gordo no tiene derecho a quejarse ni por lo feo ni por el precio, la cara del dependiente lo deja claro: “da gracias porque alguien se ha dignado a ¿confeccionar? algo que envuelve a tu molicie”. Y lo más triste es que en lugar de mandarlos a freír monas normalmente bajas la mirada y pagas sin rechistar porque bastante jodido es haber encontrado un trabajo mejor que el de hacer de Papa Noel en un Carrefour el mes de Diciembre como para encima aparecer el lunes por la mañana en la oficina embutido en un saco en el que pone “Melones de Villaconejos”
Eso me dijo el cabrón de endocrino sentado en su sillón de cuero mientras me miraba con la condescendencia del que ha visto pasar delante de sus ojos más carne que un descargador de Mercamadrid y más grasa que un ballenero japonés. No durarás diez años. Sentencia de muerte ¿Y yo? ¿Qué hacía yo mientras? Pues yo estaba subido en una robusta báscula, en bolas como mi madre me trajo al mundo pero elevado a la enésima potencia y deseando que ese preciso segundo fuera el ultimo segundo del día 365 del año décimo. Tierra, ¡trágame! (pero prepara una buena dosis de bicarbonato)
En el momento que ves correr la balanza de decena en decena piensas en el concepto de infinito y comienzas a dudar de que el infinito sea un número inalcanzable. De reojo y con la dignidad bajando al ritmo que avanza la pesa miras el final de la barra y esperas que detrás del 200 aparezca el símbolo ∞, pero no, después del 200 aparece el 210 y así sucesivamente hasta el 250. Después del 250 la nada o mejor dicho un nicho doble en el cementerio.
Me explicaron el concepto de límite cuando era aún adolescente y creo que no lo entendí hasta ese día. Cuando la pesa equilibró la balanza en 139,5 vi claro que el límite de Juanjo dividido por su autoestima cuando su autoestima tiende a cero no era infinito, era 139,5.
Es realmente paradójico que cuanto más gordo eres más invisible resultas para los demás. Si te cruzas con alguien no te mira, como mucho te circunvala. Nadie te invita a su fiesta ni te presenta a sus amigos, no digamos sus amigas, y da igual que seas más salao que la raspa de un bacalao, eres un paria excluido del universo de los livianos. Es deprimente ser parte de un mundo en el que es mejor ser gilipollas o estúpido que obeso. Por lo menos si hubiera algo de justicia ya que se me hizo gordo se me podía haber hecho más tonto que el asa de un cubo porque yo no creo en la teoría del gordo feliz y si en la del ignorante feliz.
Y si la vida social es difícil no digamos lo que supone ir a comprar ropa. Si la obesidad es uno de los males de nuestro tiempo, ¿por qué demonios no existen tallas normales para nosotros? Yo no lo entiendo, ¿dónde se esconden esas hordas de gordos que no encuentran ropa de su talla? La solución se encuentra en un gueto llamado sección de tallas grandes o especiales (¡bonito eufemismo!) Yo realmente la llamaría leprosería textil. El buen dependiente de esta sección debe ser un hijo de puta sin escrúpulos, una persona sin alma y sin sentimientos. En otra vida debió ser cazador de mamuts pero en ésta los mamuts van solos a su encuentro.
La ropa de tallas grandes es fea, pero fea de cojones. Los cortes son horribles y no será porque no tengan metros cuadrados de ropa con los que lucirse. Es como si a Miguel Angel le hubieran dejado toda la Capilla Sixtina y en lugar del juicio final hubiera pintado al Naranjito y al Cobi haciendo cola delante del todopoderoso, bueno eso habría tenido su morbo la verdad aunque el resultado sería claro, ¡arderéis en el infierno! Por cierto, me apunto para otro día hablar de la gente que se forra por inventarse una naranja vestida con pantalones cortos o un perro, ¿perro?, al que parece haberle pasado por encima un camión de dieciséis toneladas.
Volviendo al tema, ¿qué decir de los colores de la ropa XXXL?, ¡ah! y la XXX no será porque incite a la lascivia precisamente. Tonos más apagados no se encuentran ni en las primeras emisiones del NODO. Claro, pensarán los pobres que ya que somos gordos no querremos llamar mucho la atención, pero a ver, el luto como mucho ya lo llevamos por dentro, y no es que sea necesario vestirnos disfrazados de chalecos reflectantes pero un verde claro o un rojo no le han hecho daño a nadie. Los tonos a los que estamos condenados son: negro, gris (en todas sus tonalidades), azul marino, un verde oscuro indefinido realmente espantoso, marrón… Vamos la alegría de la huerta, seguro que hasta Franco tenía un fondo de armario más atrevido.
Eso si, los precios son los mismos que si te llevaras un conjunto exclusivo de Dior. Pero el gordo no tiene derecho a quejarse ni por lo feo ni por el precio, la cara del dependiente lo deja claro: “da gracias porque alguien se ha dignado a ¿confeccionar? algo que envuelve a tu molicie”. Y lo más triste es que en lugar de mandarlos a freír monas normalmente bajas la mirada y pagas sin rechistar porque bastante jodido es haber encontrado un trabajo mejor que el de hacer de Papa Noel en un Carrefour el mes de Diciembre como para encima aparecer el lunes por la mañana en la oficina embutido en un saco en el que pone “Melones de Villaconejos”
No hay comentarios:
Publicar un comentario