sábado, 8 de mayo de 2010

Buscando culpables


Si existe un deporte nacional en este país es el de buscar culpables, para todo, para las miserias cotidianas, para las grandes tragedias, para la política, el deporte, la economía… ¿la verdad?, nos la suda, porque a nosotros eso de intentar conocer las raíces de un problema para aprender y no repetirlo nos importa un huevo, lo importante de verdad es tener alguien sobre quién descargar nuestra ira o nuestra frustración, si luego el error se repite hasta el infinito es secundario, tenemos a nuestra presa y pagará por ello.

Existe gente que es verdad que se lo gana a pulso y que ya solo por el hecho de vivir merece ser apaleada, lo admito, pero a veces llevamos nuestra animadversión a los límites de lo ridículo. Hoy, sin ir más lejos, he escuchado a uno de mi trabajo decir que la culpa de la crisis griega era de ZP por haberla metido en la Unión Europea. ¿Qué ha metido ZP en la Unión Europea? ¿Tiene súper poderes?, porque los griegos, que bastante tienen ya los pobres sin ZP, ya se metieron ellos solitos unos añitos antes que nosotros. Si Pericles o Solón escucharan semejante necedad se amputarían los brazos a mordiscos, ¿un señor de León con cara de atontado metiendo a Grecia en Europa?, manda huevos, y es que ya lo dijo Quilón de Esparta: “No permitas que tu lengua corra más que tu inteligencia”, amén.

Pero lo de la política es casi secundario, existen actividades cotidianas en las que la caza de brujas adquiere la categoría de deporte olímpico, sin ir más lejos en el trabajo. Ahí existe toda una casta de brahmanes (que no rima con cabrones aunque lo parezca), destinada a culpar de todos los males de la empresa a los sudras, parias, vagos y maleantes, es decir, a nosotros. Como es más cómodo y fácil soltar hostias a diestro y siniestro con mano ajena, se han ido creando una serie de cargos llamados mandos intermedios, versión moderna del típico encargado o señor con gorra. Curiosamente estos mandos llegan a adquirir un nivel de hijoputismo incluso mayor que el de sus amos, además de habilidades sobrehumanas para endosar marrones y cargarte el mochuelo aunque tú ni pasabas por allí.

Los proyectos de ingeniería son así, mezclas en la coctelera un montón de departamentos, cada uno de su padre y de su madre, y esperas a ver que sale. Al principio se hacen reuniones de seguimiento, cuando no existen problemas aún, y se da una buena dosis de palmaditas en la espalda a todos los convocados. Pero según se va avanzando las reuniones no son de seguimiento, ahora son reuniones de perseguimiento, es la hora de sacar a punta de pistola todos aquellos compromisos que habías adquirido cuando aún la cosa estaba de buen rollo. Se va pasando lista y a cada uno se le lee la cartilla según un orden perfectamente establecido. Lo normal, lo que dicta la lógica, es que se tratara de ver que problemas, presentes y futuros, impiden que el trabajo no avance según lo previsto, pero no, eso sería muy fácil para el interrogado y complicadísimo para el persecutor.

A la voz de “tonto el último” se empieza a jugar al juego de la patata caliente, que pasa de mano en mano a la velocidad de la luz hasta que el más incauto se la tiene que comer con piel y sin sal. Es en ese momento, cuando te tienen justo en el sitio que querían, que comienzan los recelos y las desconfianzas, ir a trabajar cada día es tan duro como en la Alemania nazi huir de la Gestapo. Porque los que antes eran tus compañeros, y con los que te podías tomar un café tan pichi, ahora se ha convertido en una panda de delatores y soplones que están deseando ver tus puntos débiles para clavarte un palmo de acero entre la tercera y cuarta costilla. Es el sálvese quien pueda y el a mí que me registren. Pero tampoco pasa nada, hay quien se gana la vida desactivando minas que debe ser mucho más peligroso aunque más noble.

Hasta que llega el momento CYA (cover your ass), término que me enseñó un cliente durante mi aventura texana. Ahora es cuando urge dejar todo, pero absolutamente todo, registrado por escrito. Comienzan a cruzarse correos electrónicos que tienen en copia hasta al papa roma, para dejar constancia de que si algo pasa desde luego no va a ser culpa tuya. En mi empresa tenemos la suerte de contar con varios medallistas olímpicos y un par de campeones del mundo de la especialidad, les deseo lo peor del mundo, incluyendo una gonorrea, dolor de huevos crónico y una úlcera de estómago. Si alguien se parase a pensarlo, se daría cuenta que al redactor de las misivas poco tiempo libre le puede quedar para hacer bien su trabajo, pero claro lo importante no es hacer bien o mal el trabajo, lo importante es que quede claro que el error ha sido de otro.

Total, que al final, como nadie puede trabajar tranquilo, las posibilidades de hacer mal las cosas se van incrementando exponencialmente, todo deriva en un sistema retroalimentado que se va al carajo. ¡Pero tenemos localizado al culpable!, menos mal, estamos salvados. ¿Y qué se hace ahora?, ¿aprender de la experiencia y subsanar el error?, ¿denunciarlo públicamente para que no vuelva a suceder?, ¡ni de coña!, somos incompetentes, malos compañeros y traidores, pero nadie de fuera debe darse cuenta de la cagada, comienza la operación tapar mierda y aquí no ha pasado nada.

Si algún día dentro de x años algo explota ya habrá otros ingenieros del futuro a los que echarles la culpa. Así nos luce el pelo.

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