Es la primera vez que escribo un post en un tren, bueno, creo que es la primera vez que escribo cualquier cosa en algo que se mueve, es una sensación extraña pero me gusta, como los trenes, me encantan, los que van lentos y dejan ver el paisaje y los que como éste van rápido pero parece que ni se mueven.
Hacía tiempo que no me movía de la oficina, era parte del objetivo que perseguía cuando acepté mi trabajo actual, moverme mucho menos que antes, porque hace unos años mi maleta y yo estábamos más de gira que un cantante de éxito. Pero creo que todo tiene una época para hacerlo, y la mía ya pasó, por mucho que mis jefes traten de convencerme de que haga la maleta y me vaya a eso que en el mundo de los ingenieros se llama puesta en marcha, pero que su equivalente en el mundo real es morir por Dios y por la patria. De momento resisto en la oficina, aunque ahora que no me lee nadie puedo decir sin problemas que estar en la oficina me mata.
La verdad es que ser ingeniero para terminar moviendo papeles es algo lamentable, y que me perdonen mis compañeros que hacen del apalancamiento un arte, pero de ahí al funcionariado en empresa privada va un paso. Lo ideal es ir alternando un poco las etapas de oficina con las etapas en obra, pero claro, aquí o una cosa u otra porque al final si dices que te gusta salir te acaban encasillando y vuelta otra vez a las andadas. Por mí estaría encantado pero ahora tengo una familia y sobre todo un hijo al que me gusta acostar después de pelearnos un rato. Es importante tener esto muy claro, porque la gente que hace de ello una forma de vida no sé si acaba mal, eso habría que preguntárselo a ellos, pero sí que acaban la mayoría divorciados, cincuentones y con cierta tendencia a la vida disipada, es decir, al vino y a las putas.
Sin embargo cuando se te mete el gusanillo de la obra no se te va aunque pases cien años sin ir a ella. A mí se me pone la carne de gallina cuando después de llevar un montón de tiempo pensando en algo, dándole vueltas, discutiéndolo y hasta llorándolo, llegas a un sitio para ponerte un casco, unas gafas y unas botas de obra y allí está, con cientos de personas construyendo lo que has ayudado a parir, moviéndote por una instalación en la que nunca has estado como por tu propia casa porque conoces de memoria los planos, y la realidad es esa, por mil problemas que existan, te sientes importantísimo y partícipe de algo.
Porque la sensación que se tiene entonces es impagable, la satisfacción de ver funcionar algo que has parido y pensado, un privilegio que no todo el mundo tiene, una sensación de ser útil para algo, por mucho que últimamente me sienta más insignificante que el rabo de una lagartija. Y no solo es satisfacción, es como un chute de adrenalina, el cerebro se pone en guardia y empieza a funcionar más deprisa, los ojos se aguzan y estás alerta a todo. Es una especie de instinto, algo que no sabes que está ahí pero que por mucho, muchísimo tiempo que pase sacas en un momento, es como montar en bicicleta aunque no hayas dado pedales en años.
Con esa sensación vengo, lleno de dudas y temores, los temores propios del trabajo, aunque eso es solucionable con dinero, y con tiempo, es un principio universal de los proyectos, todo es solucionable con tiempo y dinero, pero no es mi temor principal, lo que me da vueltas es saber hasta cuanto podré resistir sin que me den otro billete de tren sin retorno inmediato, porque tengo todas las papeletas para ser desterrado al paraíso de los pescados, las paellas y los arroces y ahora mismo no puedo. Me da pánico pensar que ahora que estoy tan a gusto en mi nido de arañas a alguien se le ocurra poner patas arriba mi vida sin tenerme en cuenta. Y yo lo entiendo, son solo negocios, pero ahora no puedo.
Así que cruzaré los dedos mientras que disfruto de mis no vacaciones de navidad, porque me he autocastigado sin vacaciones a ver si arreglo en estos días de paz el carajal en el que se está convirtiendo el proyecto. Son las “ventajas” de organizarse uno mismo el trabajo, menuda mierda, pero no me quejo pensando en la que está cayendo por ahí fuera. Y aunque no soy precisamente el espíritu de la navidad admito que un cinco por ciento de mí llega a ponerse tierno estos días, desde esa pequeña fracción de mí mismo, sea un pié, una oreja o el mismísimo duodeno, os deseo feliz navidad y, aunque espero escribir algo antes, feliz año nuevo.
Hacía tiempo que no me movía de la oficina, era parte del objetivo que perseguía cuando acepté mi trabajo actual, moverme mucho menos que antes, porque hace unos años mi maleta y yo estábamos más de gira que un cantante de éxito. Pero creo que todo tiene una época para hacerlo, y la mía ya pasó, por mucho que mis jefes traten de convencerme de que haga la maleta y me vaya a eso que en el mundo de los ingenieros se llama puesta en marcha, pero que su equivalente en el mundo real es morir por Dios y por la patria. De momento resisto en la oficina, aunque ahora que no me lee nadie puedo decir sin problemas que estar en la oficina me mata.
La verdad es que ser ingeniero para terminar moviendo papeles es algo lamentable, y que me perdonen mis compañeros que hacen del apalancamiento un arte, pero de ahí al funcionariado en empresa privada va un paso. Lo ideal es ir alternando un poco las etapas de oficina con las etapas en obra, pero claro, aquí o una cosa u otra porque al final si dices que te gusta salir te acaban encasillando y vuelta otra vez a las andadas. Por mí estaría encantado pero ahora tengo una familia y sobre todo un hijo al que me gusta acostar después de pelearnos un rato. Es importante tener esto muy claro, porque la gente que hace de ello una forma de vida no sé si acaba mal, eso habría que preguntárselo a ellos, pero sí que acaban la mayoría divorciados, cincuentones y con cierta tendencia a la vida disipada, es decir, al vino y a las putas.
Sin embargo cuando se te mete el gusanillo de la obra no se te va aunque pases cien años sin ir a ella. A mí se me pone la carne de gallina cuando después de llevar un montón de tiempo pensando en algo, dándole vueltas, discutiéndolo y hasta llorándolo, llegas a un sitio para ponerte un casco, unas gafas y unas botas de obra y allí está, con cientos de personas construyendo lo que has ayudado a parir, moviéndote por una instalación en la que nunca has estado como por tu propia casa porque conoces de memoria los planos, y la realidad es esa, por mil problemas que existan, te sientes importantísimo y partícipe de algo.
Porque la sensación que se tiene entonces es impagable, la satisfacción de ver funcionar algo que has parido y pensado, un privilegio que no todo el mundo tiene, una sensación de ser útil para algo, por mucho que últimamente me sienta más insignificante que el rabo de una lagartija. Y no solo es satisfacción, es como un chute de adrenalina, el cerebro se pone en guardia y empieza a funcionar más deprisa, los ojos se aguzan y estás alerta a todo. Es una especie de instinto, algo que no sabes que está ahí pero que por mucho, muchísimo tiempo que pase sacas en un momento, es como montar en bicicleta aunque no hayas dado pedales en años.
Con esa sensación vengo, lleno de dudas y temores, los temores propios del trabajo, aunque eso es solucionable con dinero, y con tiempo, es un principio universal de los proyectos, todo es solucionable con tiempo y dinero, pero no es mi temor principal, lo que me da vueltas es saber hasta cuanto podré resistir sin que me den otro billete de tren sin retorno inmediato, porque tengo todas las papeletas para ser desterrado al paraíso de los pescados, las paellas y los arroces y ahora mismo no puedo. Me da pánico pensar que ahora que estoy tan a gusto en mi nido de arañas a alguien se le ocurra poner patas arriba mi vida sin tenerme en cuenta. Y yo lo entiendo, son solo negocios, pero ahora no puedo.
Así que cruzaré los dedos mientras que disfruto de mis no vacaciones de navidad, porque me he autocastigado sin vacaciones a ver si arreglo en estos días de paz el carajal en el que se está convirtiendo el proyecto. Son las “ventajas” de organizarse uno mismo el trabajo, menuda mierda, pero no me quejo pensando en la que está cayendo por ahí fuera. Y aunque no soy precisamente el espíritu de la navidad admito que un cinco por ciento de mí llega a ponerse tierno estos días, desde esa pequeña fracción de mí mismo, sea un pié, una oreja o el mismísimo duodeno, os deseo feliz navidad y, aunque espero escribir algo antes, feliz año nuevo.
6 comentarios:
Pasaba por aqui y te he leído...que sepas que a pesar de todo lo que despotricas..parece que un poco te gusta lo que haces.
Los libros de colores si que son un sinsentido absoluto...y no hay manera de moverme del polígono....
Feliz Navidad y esas cosas...
¿Un poco? No, en el fondo me gusta mucho, pero lo que no puedo hacer, matarme en la obra. Yo despotrico contra la oficina, el papeleo, la burocracia, las reuniones absurdas, el estar más preocupado en quedar bien con los jefes que el hacer las cosas bien. Cosas de la vida, la última perla que mi director de proyecto me dedicó fue un "vos tenés un carácter de mierda", creo que otro año que me quedo sin variable :)
Y sí, feliz navidad y esas cosas...
A mí me gusta un poco de cada cosa, visitas a obra, algún papel absurdo de esos de 100 páginas sin decir nada, irme a mis medidas...
Y es cierto que te gusta ver algo funcionando en lo que has participado. En ese tren tan rápido que ni se mueve he participado y cualdo voy en él voy diciendo aquí hicimos no se qué, ahora viene la subestación de no sé dónde...
ND eso es lo ideal, picotear un poco de todo, pero en los proyectos nuestros el tren no te lo llevan a casa, te dan un boleto de un año en vayaustedasaberdónde con horarios más propios de un recolector de algodón del siglo XVIII y alejado de la familia, amigos, etc. No compensa.
Pero vamos que nos entendemos perfectamente. Y feliz navidad, ya queda menos para el chipirón ;)
Cómo envidio que te guste tanto la obra. Yo la odio. Ver que algo a lo que he contribuido un poco se levanta y hasta funciona me encanta pero de visita. Pelearme allí con todo el mundo no lo soporto. Yo es que creo que no tengo vocación.
Debe ser mi educación marrullera del otro lado de la vía, que al final te va la marcha y las peleas. Pero ya ni la mitad que antes, sobre todo desde que está Dani.
Pero de vocaciones (ni de vacaciones) no me hables, que yo soy de romanos.
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