domingo, 11 de octubre de 2009

Deporte escolar


Ahora que nos invade la tristeza por no ser sede olímpica he recordado mi adolescencia y esa pesadilla que se llamaba “clase de gimnasia”. Eran los finales de los gloriosos años ochenta y el país se preparaba para albergar unas olimpiadas. Después del fracaso del mundial 82 se respiraba un cierto aire de revancha porque no podíamos volver a ser la vergüenza del planeta. De hecho en esos años todo había cambiado mucho, a España no la conocía ni la madre que la parió, ¡ya éramos europeos!, y Alcorcón no digamos, ¡hasta nos habían pavimentado los accesos del instituto!, el polvo los días de sol y el barro los de lluvia habían dejado paso a asfalto, adoquines y baldosas. Cuantas inmerecidas hostias me ahorré a partir de entonces por llegar echo un asco a casa.

Los niños del nuevo siglo entrenan para llegar a las olimpiadas de la Play Station, los bachilleres de mi quinta éramos víctimas de la clase de gimnasia. Entonces no teníamos ni un Rafa Nadal que echarnos a la boca, (bueno sí, rectifico, teníamos a Perico Delgado, maestro y símbolo de la hasta entonces chapuza nacional, Perico era un crack, pero un crack capaz de perder un Tour por despistarse y llegar tarde a la salida, con un par, Spain is different!), así que, para desgracia de todos los que aprovechábamos la hora de la clase de gimnasia para escaquearnos, comenzó una búsqueda de talentos por tierra, mar y aire.

De esa forma tan absurda, y como victima colateral de las olimpiadas, estrené mi casillero de suspensos. Ya es triste que el primer suspenso que recibí en mi vida fuera en gimnasia, y no es que suspendiera y luego por pena me aprobasen en el último instante, no, yo he tenido que hacer un examen de gimnasia en septiembre, teórico, eso sí, con dos cojones. Para que nos entendamos, suspenderme a mí en gimnasia era tan fácil como suspender a Stevie Wonder el carnet de conducir por ser ciego, aprobarme después en septiembre era tan coherente como poner a pilotar un fórmula 1 al bueno de Stevie por haber aprobado el teórico en Braille. Me hubiera parecido mucho más noble que mi primer suspenso hubiera sido en inglés. ¡Qué fenómeno mi profesor de inglés! con que estilo nos tiró aquel balón inocentemente situado en el patio, parecía que estuviese haciendo el saque de honor del trofeo Teresa Herrera, nos miró, nos saludo, golpeó de empeine y casi lo levantó un palmo, lo cual para estar el balón lleno de piedras fue toda una proeza. Eso sí, ya no volví a sacar más de un cinco en inglés ese año y es que, como les dije a mis padres, el ingles del instituto era very difficult. Milagrosamente el del año siguiente volvió a ser as easy as usual.

Pero volviendo al tema, era una gran idea tener una clase de gimnasia de tres a cuatro justo después de comer. Hacer el Test de Cooper (12 minutos de carrera continua hechos pasión) el mes de junio en plena digestión era de lo más educativo, a los cinco minutos ya casi sabíamos que había comido la mitad de la clase porque, por lo menos en mi casa, el señor Cooper no iba a imponer el menú del día. ¡Qué gran combinación el sol, el ejercicio y las alubias pintas!, sí, alubias pintas, porque si el señor Cooper no nos iba a decir que teníamos que comer, el señor junio menos, en mi casa la temporada de potajes terminaba con las vacaciones de verano que rigurosamente comenzaban el uno de Julio. Con alubias o sin ellas estaba claro que era un zote, saltar no se me daba mejor, ni de coña, era como un elefante saltando a la comba, pero con los pies atornillados al suelo, creo que de todas las pruebas solo hice como debía el lanzamiento de balón medicinal y eso gracias a que siempre he sido un poco bestia parda.

El año siguiente fue aún peor, comenzamos a hacer las actividades del gimnasio, comenzamos por algo inofensivo, saltar el plinto, tras algunas rondas pasadas con más pena que gloria y tras ir subiendo la altura cajón a cajón llegó la ronda final, sobre todo para el plinto. Yo avisé, pasar esa altura era tan posible para mí como volar para un gorrino, pero el profesor insistió, le di tal leche al plinto que tuvieron que recoger trozos de madera hasta en el laboratorio de física, seguro que si mis compañeros hubieran podido conmigo me hubieran paseado a hombros por el patio como si fuera la Esperanza Macarena. Con un instituto con el presupuesto tan escuálido como una modelo de Dior no volvimos a ver al plinto ese año.

Había ganado una batalla pero perdí la guerra. Neutralizado el plinto, el combate se iba a decidir en el cuerpo a cuerpo. Sobreviví a la batalla de las volteretas, fui herido leve en la del pino y casi perdí un brazo en la del pino puente, pero, a pesar de todo, allí me encontraba aún de píe y luchando. Llegó el día de hacer la paloma y ese día supe que era como un soldado de infantería en la primera fila, armado con una bayoneta de goma, carne de cañón. Imitando a ese soldado comencé a correr lleno de furia contra el enemigo, pero en lugar de lanzarme como una paloma me lancé al vacío como un gorrión sin alas. Como éste no es el blog de “Historias desde la cripta” tengo que imaginar que la colchoneta me salvo el pellejo, pero el trastazo que me pegué fue de padre y muy señor mío, solo recuerdo el dolor de cabeza y la visita al médico. Volví a suspender, pero por lo menos no tuve que volver a representar el papel de Nadia Comaneci encerrada en el cuerpo de Maguila Gorila.

1 comentario:

el chico de la consuelo dijo...

¿de verda te creiste que perico delgado se perdió ese dia? Ya entonces recuerdo decir a mi compañero de tours, este tio se ha largado por alguna historia rara!!!