Me encantaría ser neurocirujano para poder comprobar esto en persona, pero yo también soy víctima del mal que voy a denunciar y solo me pude quedar en ingeniero. Visto el comportamiento de muchos de los seres que me rodean, he llegado a la conclusión de que no todo el mundo tiene un cerebro situado en el cubículo preparado a tal efecto dentro de su cráneo. Aunque está feo lo que voy a escribir, no puedo dejar de hacerlo como homenaje a toda esa gente que en un momento de su vida consiguió engañar al departamento de recursos humanos. Y que conste que me pongo el primero, porque yo también comienzo a dudar que exista dentro de mi cabeza algo más que serrín. Las primeras sospechas comenzaron hace unas semanas cuando al estornudar aparecieron en mi nariz unas virutas de madera, entonces pensé que alguien había intentado sacar punta a un lápiz dentro de ella, tal vez mientras dormitaba en mi sitio, pero no, debe ser que fugo serrín porque algo anda peor que de costumbre dentro de mí.
Estoy segurísimo de que si existiese una especie de trampilla para asomarnos dentro y ver que hay encontraríamos los objetos más variopintos. Estarían los que tendrían una esponja de baño marina. A simple vista estos seres dan el pego y hasta parece que pueden llegar a pensar y a realizar razonamientos complejos, pero a la hora de la verdad lo único que pueden retener, como buenas esponjas, son líquidos. No llegan al nivel de los tarugos porque son gráciles y porosos, y aunque dan lo justo de sí se comportan como si merecieran el premio Nobel de medicina. Yo les admiro en secreto porque viven bien y se creen unos especímenes únicos e inigualables, para mí son unos verdaderos campeones del mundo. Dentro de esta variedad está la subespecie madejita de lana, comparte todas las características de las esponjas pero son capaces de enrollarse hablando de su mundo virtual minutos, horas y hasta jornadas laborales enteras mientras toman café y a nadie parece importarle.
Pero los hay peores, un clásico de ayer y hoy son los que alojan un tarugo de madera, preferiblemente de alcornoque descortezado que nunca pasa de moda, de kilo y medio de peso y diez centímetros de espesor. Estos seres son incapaces de tener un pensamiento propio de manera espontánea, de veras, es tan imposible como conseguir una combustión en ausencia de oxígeno o parir siendo virgen. Son tan obtusos que no entenderían el razonamiento más simple ni utilizando dibujos y un esquema para explicárselo, de hecho es más fácil enseñar a un rottweiler física cuántica que a ellos una regla de tres, pero el destino os ha unido y tendrás que aprender a convivir con ello a pesar de que habrías preferido agarrar unas ladillas en un baño público. Variantes modernas de este arquetipo son el ladrillo y el adoquín que, aunque presentan pequeñas variaciones del modelo original, son básicamente lo mismo.
En medio de los grupos anteriores se sitúa el modelo algodón de azúcar. Los algodoncitos, o blanditos, suman a una especie de felicidad innata y bobalicona una predisposición para la felicidad y el buenrollismo digna de admiración. Para ellos todo el mundo es bueno hasta que se demuestre lo contrario, y después de hacerles una demostración científica del teorema, con corolario incluido, aún pensaran que los hijoputas son unos pobrecitos porque el destino les ha hecho así. Como los blanditos no se meten con nadie, ni para bien ni para mal, progresan en la vida sin hacer mucho ruido y suelen llegar lejos llevados por su optimismo, y es que parece imposible, pero pueden estar lloviendo puñales del cielo que milagrosamente ni les rozan. Muchos de ellos llegan a alcanzar el estatus de guays aunque muchos otros se quedan simplemente en bichos raros.
Como fan de Asimov que soy, muchas veces me he preguntado si de verdad somos de carne y hueso o si, por el contrario, todos somos robots con un cerebro positrónico perfectamente diseñado. Posiblemente no todos lo seamos, vamos, que lo afirmo después de lo que he dicho de los esponjas, los tarugos y los blanditos, pero me jugaría hasta una disfunción eréctil a que existen androides gobernados por un microprocesador entre nosotros. Los bichos raros estos todo lo tienen que grabar y registrar, todo lo tienen que analizar, diseccionándolo, replanteándolo, buscando una solución alternativa de la que te quieren hacer partícipe, como si a ti te importara que posean una vida interior tan rica. Pensándolo bien antes me quedo con un tarugo que con un cerebrín de estos, porque a un tarugo le puedes contar cualquier cosa que ni se lo plantea, como mucho puede subir un poco una ceja (y no pensaba en un merluZo en Particular), con ellos es imposible, todo lo que digas puede ser usado en tu contra, así que cuanto menos información les des a procesar mejor, ignorarles es el mejor remedio.
Por último existen unos seres repugnantes y malignos que albergan en su interior una serpiente de cascabel. Estos son lo peor porque son peligrosísimos, son fríos y calculadores, por ello el día del reconocimiento médico de la empresa ni aparecen, alegando una enfermedad imaginaria, para que el incompetente galeno del servicio médico de la empresa no se de cuenta de que son unos verdaderos muertos vivientes que no tienen ni pulso ni constantes vitales. La verdad es que el médico que tenemos difícilmente distinguiría un ser humano de un maniquí, y la enfermera carnicera no conseguiría sacarle sangre a ninguno de los dos, pero por si acaso la serpiente no arriesgaría tanto. Uno de los grandes méritos de estos ofidios es volver todos los días a casa enteros sin que alguien les haya partido la cara, y normalmente lo suelen conseguir. Yo por mi parte estoy muy agradecido de su existencia, porque en comparación me hacen parecer buena persona y, además, consiguen hacer florecer en mí virtudes como la paciencia a la vez que aprendo a controlar los arrebatos de ira.
De momento.
AVISO A NAVEGANTES: Si crees que me conoces no sigas leyendo, seguramente habré logrado engañarte. Si la curiosidad te vence, pues nada, encantado de haberte conocido porque yo soy así. Si no me conoces... ¿seguro que no tienes algo más interesante que hacer?
martes, 15 de junio de 2010
El reparto de cerebros
Etiquetas:
Mundo laboral,
Pedaladas
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5 comentarios:
Yo tuve una época en la que me escandalizaba por las continuas demostraciones de 'genialidad'y 'educación' de la gente que me rodeaba, tanto que pasé de aprenderme nombres completos y simplemente les añadía el sufijo -tonto/a al de pila. Supongo que así contado no dice mucho (bueno) de mí, pero en fin... algo relaja.
Y por cierto, vaya gusto le he cogido al comentario, ¿eh? :-)
Muy bueno, me he reído un montón. Dios, no quiero ni pensar en qué categoría estoy.
Nemesis, la estupidez existe, la maldad existe, la combinación de ambas también. Por lo menos nos debe quedar el derecho al pataleo, ¿no? Y no te preocupes, comenta lo que quieras :)
Annie, tú tienes materia gris en abundancia, enhorabuena!!!
Me gusta pensar que en la azotea tengo una especie de cactus: no son espectacularmente bonitos pero son bastante decorativos, no necesitan muchos cuidados y se defienden solitos ante las agresiones externas. Con que me acuerde de darles la vuelta de vez en cuando, vale.
Si pensara que tengo un cerebro de verdad creo que me moriría de la ansiedad.
Vale Gordi, admitamos que tienes un cactus en la azotea, pues dentro de él existe algo que sabe pensar.
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