He descubierto que soy una persona racista y xenófoba. Tal cual. Además lo digo sin tapujos y al que le ofenda que se aguante. Lo mejor de todo es que las victimas de mi odio étnico no son pobres inmigrantes africanos que pierden su juventud vendiendo en una manta, no, ellos por lo menos tienen todos mis respetos por jugársela en busca de una vida mejor. Mi racismo es casi todo lo contrario, mi odio se centra en determinados individuos de tez lechosa, ojos claros y cabellos por lo general de un rubio intenso que me tienen (con perdón) hasta los cojones. Sé que generalizar es muy malo y blablablabla, pero o yo tengo muy mala suerte o no debo estar muy equivocado.
Son cosas del mundo actual, en el que un pobre pringao como yo, criado en el barrio del otro lado de la vía de Alcorcón, tiene que hacer malabarismos, en un proyecto multinacional, como responsable de revisar que todas las hojas de papel tienen dos caras. Puede parecer fácil, pero no lo es. Al principio, cuando todas las hojas eran de fabricación nacional, lo llevaba bien; aquí, en España, tenemos nuestras cosas, somos chapuceros, poco aplicados, con cierta tendencia a la improvisación y a esperar la intervención divina, pero somos en general noblotes, y si alguien te la intenta clavar (que seguro que te la van a intentar clavar) y te cuenta que su hoja solo tiene una cara, lo arreglas de mil amores con un sentido y sonoro “¿tú te crees que yo soy gilipollas?”. En un pis pas escucharas “anda no, aquí está la otra cara, es que no la había visto”. Asunto arreglado.
Pero eso en el extranjero, y lo cuento desde mi triste experiencia, no funciona, a pesar de los tópicos que dicen precisamente lo contrario, porque si los hacemos caso damos por hecho que los habitantes del norte de Europa, teutones, neerlandeses, anglosajones y demás parientes, son gente seria y aplicada, honrados trabajadores de los que te puedes fiar. Pues no, vengo a proclamar fuerte, desde mi desierto particular, ¡y un huevo de pato! También podría hablar largo y tendido de los americanos (los que limitan al norte de la vergonzosa verja que se han montado en la frontera mexicana), pero lo voy a dejar para otra vez porque son caso aparte y muy particular.
No soy nuevo en el oficio y nada me pilla por sorpresa porque ya me he visto en situaciones parecidas anteriormente, sin ir más lejos hace un par de años, cuando me dedicaba al diseño de transporte por canales de barquitos de papel, entonces, como ahora, me encontré en manos de ingleses, holandeses y flamencos (de flandes, aunque tengo más cariño a los de la guitarra y el taconeo acompasado), y descubrí sus malas artes como comerciantes. Que por el hecho de ser español me tomen por gilipollas ya ni me irrita, su condescendencia y sentido de la superioridad me resbala, pueden intentar hacernos creer que tienen un lóbulo más que nosotros en el cerebro, pero no cuela, porque como mucho ese lóbulo es el encargado de decirles que caminen por nuestros paseos marítimos en chanclas y calcetines de cuello alto, rojos como el prepucio de un babuino y con cara de haberse tomado algo con más graduación que una horchata de chufa.
Todo eso me da igual, lo que no soporto son las malas artes, el intentar sacar pasta por cualquier cosa pasándose continuamente por el arco de triunfo contratos y especificaciones, el chantaje continuo al que te someten amenazándote con continuos retrasos si no pasas por el aro, su retórica de mierda y su agresividad latente. Al final te tienen bien sujeto por las pelotas y vas cediendo poco a poco a la extorsión, porque en eso son mucho mejores, se nota que han ido acumulando experiencia en jodernos desde que Guillermo de Orange e Isabel I de Inglaterra concedieron patente de corso contra el español.
Existirán excelentes personas en sus países de origen, como en todos los sitios, pero seguro que se dedican a cultivar tulipanes y a ordeñar vacas lecheras, los que me han tocado en suerte tienen grabado a fuego los genes de los piratas, son dignos herederos de la Compañía de las Indias Occidentales, excelentes contrabandistas, corsarios y tratantes de esclavos, de hecho todavía allí siguen, instalados en las Antillas y en los más variopintos paraísos fiscales. Porque eso es lo más triste, que unos hemos pasado a la historia como lo peor del mundo mientras que otros de verdad se lo llevaban crudo pareciendo mucho más civilizados y simpáticos. Cosas de ser español, ya lo dijo Pérez Reverte: “desde siempre, ser lúcido y español aparejó gran amargura y poca esperanza”.
Pero voto a bríos que como este siga así acabaré invocando al espíritu de Juan de Austria, o al de Alejandro Farnesio o al del mismísimo Alatriste, para que vengan a meter en vereda a esta pandilla de infieles.
Son cosas del mundo actual, en el que un pobre pringao como yo, criado en el barrio del otro lado de la vía de Alcorcón, tiene que hacer malabarismos, en un proyecto multinacional, como responsable de revisar que todas las hojas de papel tienen dos caras. Puede parecer fácil, pero no lo es. Al principio, cuando todas las hojas eran de fabricación nacional, lo llevaba bien; aquí, en España, tenemos nuestras cosas, somos chapuceros, poco aplicados, con cierta tendencia a la improvisación y a esperar la intervención divina, pero somos en general noblotes, y si alguien te la intenta clavar (que seguro que te la van a intentar clavar) y te cuenta que su hoja solo tiene una cara, lo arreglas de mil amores con un sentido y sonoro “¿tú te crees que yo soy gilipollas?”. En un pis pas escucharas “anda no, aquí está la otra cara, es que no la había visto”. Asunto arreglado.
Pero eso en el extranjero, y lo cuento desde mi triste experiencia, no funciona, a pesar de los tópicos que dicen precisamente lo contrario, porque si los hacemos caso damos por hecho que los habitantes del norte de Europa, teutones, neerlandeses, anglosajones y demás parientes, son gente seria y aplicada, honrados trabajadores de los que te puedes fiar. Pues no, vengo a proclamar fuerte, desde mi desierto particular, ¡y un huevo de pato! También podría hablar largo y tendido de los americanos (los que limitan al norte de la vergonzosa verja que se han montado en la frontera mexicana), pero lo voy a dejar para otra vez porque son caso aparte y muy particular.
No soy nuevo en el oficio y nada me pilla por sorpresa porque ya me he visto en situaciones parecidas anteriormente, sin ir más lejos hace un par de años, cuando me dedicaba al diseño de transporte por canales de barquitos de papel, entonces, como ahora, me encontré en manos de ingleses, holandeses y flamencos (de flandes, aunque tengo más cariño a los de la guitarra y el taconeo acompasado), y descubrí sus malas artes como comerciantes. Que por el hecho de ser español me tomen por gilipollas ya ni me irrita, su condescendencia y sentido de la superioridad me resbala, pueden intentar hacernos creer que tienen un lóbulo más que nosotros en el cerebro, pero no cuela, porque como mucho ese lóbulo es el encargado de decirles que caminen por nuestros paseos marítimos en chanclas y calcetines de cuello alto, rojos como el prepucio de un babuino y con cara de haberse tomado algo con más graduación que una horchata de chufa.
Todo eso me da igual, lo que no soporto son las malas artes, el intentar sacar pasta por cualquier cosa pasándose continuamente por el arco de triunfo contratos y especificaciones, el chantaje continuo al que te someten amenazándote con continuos retrasos si no pasas por el aro, su retórica de mierda y su agresividad latente. Al final te tienen bien sujeto por las pelotas y vas cediendo poco a poco a la extorsión, porque en eso son mucho mejores, se nota que han ido acumulando experiencia en jodernos desde que Guillermo de Orange e Isabel I de Inglaterra concedieron patente de corso contra el español.
Existirán excelentes personas en sus países de origen, como en todos los sitios, pero seguro que se dedican a cultivar tulipanes y a ordeñar vacas lecheras, los que me han tocado en suerte tienen grabado a fuego los genes de los piratas, son dignos herederos de la Compañía de las Indias Occidentales, excelentes contrabandistas, corsarios y tratantes de esclavos, de hecho todavía allí siguen, instalados en las Antillas y en los más variopintos paraísos fiscales. Porque eso es lo más triste, que unos hemos pasado a la historia como lo peor del mundo mientras que otros de verdad se lo llevaban crudo pareciendo mucho más civilizados y simpáticos. Cosas de ser español, ya lo dijo Pérez Reverte: “desde siempre, ser lúcido y español aparejó gran amargura y poca esperanza”.
Pero voto a bríos que como este siga así acabaré invocando al espíritu de Juan de Austria, o al de Alejandro Farnesio o al del mismísimo Alatriste, para que vengan a meter en vereda a esta pandilla de infieles.
1 comentario:
Pues supongo que es como dices, yo no tengo experiencia en el trato con esos herejes :DD, lo que sí me da pena es que, aún falseándola, esa gente tiene respeto por su historia y saben a grandes rasgos de donde vienen, aunque unas cuantas veces sean siempre los buenos de la película. Muchas veces, nosotros nos dejamos mangonear, porque no conocemos ni queremos conocer de donde venimos nosotros. Y si alguien lo sabe, encima tiene que pedir perdón, parece. En fin...
Un saludo :)
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