Hoy he vuelto a casa con un dolor de cabeza de mil demonios, lo más triste es que ya salí con él de casa y no he conseguido que se olvide de mí en todo el día. Creo que ha sido un castigo divino, por ateo, por descreído y por ser del atleti.
¿Por qué? Pues porque ayer me congelé en esa cámara frigorífica que se llama estadio del Manzanares, un sitio como otro cualquiera en el que poner un campo de fútbol si lo que quieres es putear hasta lo inimaginable a la parroquia que fielmente paga una entrada cada dos domingos. Ese frío húmedo que viene directamente del río, además de sus posibles trazas de radiación, se cuela en los huesos y no te lo quitas ni tras una ducha bien caliente. Creo que el plan preconcebido era matarnos de frío en dos o tres generaciones hasta hacer desaparecer la mutación cerebral que nos hace colchoneros, pero con lo que no contaban era con nuestra capacidad de adaptación y de sufrimiento, vamos, que por ese lado les ha salido el tiro por la culata. Debe ser por eso que, además de por frío, tratan de acabar con nosotros por otros medios, como la esquizofrenia, el ataque al corazón o el suicidio colectivo fichando a los peores tuercebotas a los que ingenuamente algunos llamamos ídolos. Está claro, un ser superior me está castigando.
Como ya debo haber contado mil veces los domingos voy al fútbol con mi padre y mi hermano, tal vez alguna vez ampliaremos la pandilla con mi hijo y mi sobrino, aunque no sé, igual no es una enfermedad de transmisión hereditaria. Ir con ellos es posiblemente más importante que el fútbol en sí mismo, es una de esas cosas que llevas haciendo años y a la que te aferras como símbolo de normalidad, de continuidad. Además forma parte de mis acuerdos prematrimoniales y es algo a lo que no pienso renunciar. Es del dominio público que no nos va muy bien, al equipo, que os veo venir, pero este mes vamos claramente a peor, y me he dado cuenta porque ayer mi hijo antes de irme, con la inocencia de sus tres años, me dijo que a ver si el tío y yo no perdíamos, que siempre perdemos. Debe pensar el pobre que nos vestimos de corto y paseamos nuestras panzas por el campo, lo más triste es que a lo mejor no desentonaríamos mucho entre tanto vago.
Mi hermano y yo siempre hacemos la misma broma, si el partido es malo siempre nos queda el bocadillo al descanso para llevarnos un buen recuerdo, porque nosotros no nos andamos con chiquitas en los bocatas, son verdaderas obras de arte del saber popular culinario, tiernos filetes de lomo, jugosas tortillas de patata, aceitosos pimientos, jamones ibéricos y buenos quesos suelen acompañarnos para disfrute nuestro y envidia del personal. Pero ayer jugábamos a las cinco, un horror, ni bocadillo ni nada que llevarse a la boca, y por eso lo veía venir, ni ese capricho nos íbamos a dar. Para colmo la tarde amagaba tormenta aunque eso nos da igual porque vamos al campo con un chubasquero que ni la capa de la antigua benemérita, podríamos con él pescar bonitos en el Cantábrico sin mojarnos, pero algo malo rondaba, se mascaba en la atmósfera, y efectivamente, acerté con la premonición, todo lo malo que podía suceder sucedió, perdimos el partido, no hubo bocadillo y tras el segundo gol del rival le dije a mi hermano “solo falta una señal del cielo y que se ponga a diluviar...”
Fue decirlo y comenzar a descargar el averno, en unos segundos caía tal tromba de agua no que podía ver ni las porterías, la gente empezó a huir despavorida por los vomitorios hasta casi vaciar el campo, no me mojaba, no, pero sentía el agua correr encima de mí como si fuese un río, tanto llovió que la grada no pudo evacuar el agua y comenzó a subir el nivel hasta cubrirnos los zapatos, y entonces miré a mi alrededor, y desperté del sueño, no era más que un imbécil muriéndose de frío y empapándose los pies mientras que unos tíos le daban patadas a un balón. No sé si fue una señal, tampoco tengo ya claro si existe alguien que se entretiene jugando con nosotros, pero de repente noté que había perdido la fe, que me importaba un carajo lo que allí pasase, como si la gélida lluvia hubiera arrastrado mis sentimientos. Me sentí ridículo por estar allí, vacío, absolutamente tonto, como si se hubiera terminado el amor, como si ya nunca fuera a ser igual, mi fe se había diluido y se ahogaba rodeada de cáscaras de pipas y vasos de refresco.
Miré a mi padre y a mi hermano y les dije que yo me iba, que no aguantaba ni un segundo más, y me miraron como si no me conociesen, porque yo nunca me voy por mal que esté la cosa, a las duras y a las maduras jamás me muevo del asiento. Faltaban veinte minutos y me levanté y me fui cabizbajo camino del metro, sin ganas de mirar atrás, sin ganas de volver, desengañado de esa religión, ese sentimiento completamente irracional que aquí llamo sentimiento atlético. Llegué a casa pensando en un baño caliente y un pijama seco cuando Dani me hizo la pregunta del millón: ¿papá, el tío y tú habéis ganado hoy?, le miré con resignación para decirle que habíamos perdido otra vez, ¿y sabéis lo que me dice?, cuando sea grande y fuerte voy a ir con vosotros para que no perdáis nunca más. ¡Vaya con el enano! ¿Ahora qué hago?
En la foto Arteche, uno que no se encogía jamás, aunque diluviase
¿Por qué? Pues porque ayer me congelé en esa cámara frigorífica que se llama estadio del Manzanares, un sitio como otro cualquiera en el que poner un campo de fútbol si lo que quieres es putear hasta lo inimaginable a la parroquia que fielmente paga una entrada cada dos domingos. Ese frío húmedo que viene directamente del río, además de sus posibles trazas de radiación, se cuela en los huesos y no te lo quitas ni tras una ducha bien caliente. Creo que el plan preconcebido era matarnos de frío en dos o tres generaciones hasta hacer desaparecer la mutación cerebral que nos hace colchoneros, pero con lo que no contaban era con nuestra capacidad de adaptación y de sufrimiento, vamos, que por ese lado les ha salido el tiro por la culata. Debe ser por eso que, además de por frío, tratan de acabar con nosotros por otros medios, como la esquizofrenia, el ataque al corazón o el suicidio colectivo fichando a los peores tuercebotas a los que ingenuamente algunos llamamos ídolos. Está claro, un ser superior me está castigando.
Como ya debo haber contado mil veces los domingos voy al fútbol con mi padre y mi hermano, tal vez alguna vez ampliaremos la pandilla con mi hijo y mi sobrino, aunque no sé, igual no es una enfermedad de transmisión hereditaria. Ir con ellos es posiblemente más importante que el fútbol en sí mismo, es una de esas cosas que llevas haciendo años y a la que te aferras como símbolo de normalidad, de continuidad. Además forma parte de mis acuerdos prematrimoniales y es algo a lo que no pienso renunciar. Es del dominio público que no nos va muy bien, al equipo, que os veo venir, pero este mes vamos claramente a peor, y me he dado cuenta porque ayer mi hijo antes de irme, con la inocencia de sus tres años, me dijo que a ver si el tío y yo no perdíamos, que siempre perdemos. Debe pensar el pobre que nos vestimos de corto y paseamos nuestras panzas por el campo, lo más triste es que a lo mejor no desentonaríamos mucho entre tanto vago.
Mi hermano y yo siempre hacemos la misma broma, si el partido es malo siempre nos queda el bocadillo al descanso para llevarnos un buen recuerdo, porque nosotros no nos andamos con chiquitas en los bocatas, son verdaderas obras de arte del saber popular culinario, tiernos filetes de lomo, jugosas tortillas de patata, aceitosos pimientos, jamones ibéricos y buenos quesos suelen acompañarnos para disfrute nuestro y envidia del personal. Pero ayer jugábamos a las cinco, un horror, ni bocadillo ni nada que llevarse a la boca, y por eso lo veía venir, ni ese capricho nos íbamos a dar. Para colmo la tarde amagaba tormenta aunque eso nos da igual porque vamos al campo con un chubasquero que ni la capa de la antigua benemérita, podríamos con él pescar bonitos en el Cantábrico sin mojarnos, pero algo malo rondaba, se mascaba en la atmósfera, y efectivamente, acerté con la premonición, todo lo malo que podía suceder sucedió, perdimos el partido, no hubo bocadillo y tras el segundo gol del rival le dije a mi hermano “solo falta una señal del cielo y que se ponga a diluviar...”
Fue decirlo y comenzar a descargar el averno, en unos segundos caía tal tromba de agua no que podía ver ni las porterías, la gente empezó a huir despavorida por los vomitorios hasta casi vaciar el campo, no me mojaba, no, pero sentía el agua correr encima de mí como si fuese un río, tanto llovió que la grada no pudo evacuar el agua y comenzó a subir el nivel hasta cubrirnos los zapatos, y entonces miré a mi alrededor, y desperté del sueño, no era más que un imbécil muriéndose de frío y empapándose los pies mientras que unos tíos le daban patadas a un balón. No sé si fue una señal, tampoco tengo ya claro si existe alguien que se entretiene jugando con nosotros, pero de repente noté que había perdido la fe, que me importaba un carajo lo que allí pasase, como si la gélida lluvia hubiera arrastrado mis sentimientos. Me sentí ridículo por estar allí, vacío, absolutamente tonto, como si se hubiera terminado el amor, como si ya nunca fuera a ser igual, mi fe se había diluido y se ahogaba rodeada de cáscaras de pipas y vasos de refresco.
Miré a mi padre y a mi hermano y les dije que yo me iba, que no aguantaba ni un segundo más, y me miraron como si no me conociesen, porque yo nunca me voy por mal que esté la cosa, a las duras y a las maduras jamás me muevo del asiento. Faltaban veinte minutos y me levanté y me fui cabizbajo camino del metro, sin ganas de mirar atrás, sin ganas de volver, desengañado de esa religión, ese sentimiento completamente irracional que aquí llamo sentimiento atlético. Llegué a casa pensando en un baño caliente y un pijama seco cuando Dani me hizo la pregunta del millón: ¿papá, el tío y tú habéis ganado hoy?, le miré con resignación para decirle que habíamos perdido otra vez, ¿y sabéis lo que me dice?, cuando sea grande y fuerte voy a ir con vosotros para que no perdáis nunca más. ¡Vaya con el enano! ¿Ahora qué hago?
En la foto Arteche, uno que no se encogía jamás, aunque diluviase
4 comentarios:
La broma fácil sería hazte del Madrid.
Me parece muy bien eso de ir todos juntos al fútbol. Por cierto, no iban a tirar el Calderón? No iba a ir a jugar el Atleti a la Peineta? Allí habrá menos humedad, pero queda más lejos (salvo del que viva allí)
Es imposible ND, sería como dejar de tener los ojos azules o medir de repente dos metros. No puede ser.
Lo del Calderón yo creo que va a tardar años. porque debe costar un dineral tirar un campo y hacer otro, y a día de hoy ni Ruíz Rapiñón ni el Atleti deben tener un chavo. Para mí ir allí será como el viaje de Marco Polo, pero bueno ya solucionará el problema el Juanjo del futuro, si es que sigo siendo abonado...
Ohhh...el ingeniero también estuvo en el campo..a lo mejor le tenias al lado.
Su sms fue " estos son unos paquetes".....
moli, ese fue el sms porque es una persona educada, el mío hubiera sido "estos hijoputas son unos paquetes"
Espero que tuviese más suerte que yo y se haya ahorrado el resfriado
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