Solo sé que no sé nada. ¡Qué frase tan cojonuda! Seguro que si Sócrates no hubiera existido podría haberla deducido yo mismo, pero los filósofos griegos tienen la mala costumbre de haber vivido antes que el menda que subscribe, y por ese insignificante motivo me han pisado montones de buenas ideas. De todas formas es una frase de un extremismo visceral, es un frase que tiene un fondo casi hasta de chulería, de sabelotodo, de ahí queda eso, de soy más chulo que un ocho y mi modestia es más grande que todos vosotros juntos, piltrafillas. Sócrates, como Chuck Norris, debía ser un tipo capaz de contar dos veces hasta infinito.
Aunque no lo parezca, yo soy mucho más modesto que él, faltaría más. Admito sin complejos que no tengo ni puta idea de casi nada, a pesar de que un montón de almas cándidas piensan lo contrario. El truco es saber un poquito de muchas cosas y no hablar más de la cuenta de ninguna, con esa sencilla receta uno puede ganarse la vida, pasar por entendido y si tienes la suerte de tener un enchufe en la tele hasta te puedes hacer tertuliano, bueno menos de la tertulia de Curri Valenzuela. Para entrar en su tertulia debes como mínimo haber contado en voz alta hasta menos infinito en números romanos. ¿Imagináis?, menos palo, menos palo palo, menos palo palo palo, (millones billones y trillones de menos I, V, X, L después), menos palo palo infinito, menos palo infinito, ¡menos infinito! ¡Bravo!, ya eres un Curriman o una Curriwoman.
Es un hecho que existen muchísimas más cosas que ignoro que las que sé. La suerte es que mi cerebro, imagino que como el de todo el mundo, no tiene capacidad de abarcar cosas muy grandes a la vez, supongo que es un sistema de autoprotección que tiene la criatura para que no me de un chungo que me deje catatónico. Porque el agujero negro de mi ignorancia me abruma, y no solo pienso en la ignorancia en el sentido de conocimientos (además eso no me importa la mayoría no me serían necesarios ni si quiera para alimentar a mi curiosidad), no, yo pienso en la ignorancia en termino de la multitud de sitios, personas y acontecimientos que ni sé que existieron, que existen y que existirán. Eso me jode, porque mi vida es demasiado finita hasta para rascar en la corteza de mi desconocimiento.
Sin embargo existe gente que sabe de todo, le ha pasado de todo y se atreve a opinar de todo. Yo les llamo los opinadores. Los opinadores son una de las castas más despreciables que te puedes encontrar en la vida porque además de ser pesados y palizas te arruinan la mayoría de las conversaciones. No importa de qué estés hablando, ellos saben más, no importa donde hayas ido, ellos estuvieron antes, y además comieron en el mejor restaurante. Son gente despreciable que no merece la pena conocer pero que por algún motivo inimaginable no acaba colgada del mástil de un barco con bandera somalí.
Me estoy acordando de uno en particular, un campeón del mundo, una persona autoproclamada rey Salomón del nuevo siglo, me tocó sufrirle durante una temporada y me amargó las comidas de muchos más días de los que estoy tardando en olvidarle, y eso que ya llevo más de mil días sin verle. Un día hablando con otro compañero nos propusimos sacar un tema del que no fuera entendido, le tocó a las vacas. En medio de la comida y sin venir a cuento dije “la mejor raza de vaca es la parda alpina”, no tardó ni un segundo en responderme “te equivocas, la mejor es la negra avileña”, ese día me descojoné pero me rendí, no sabría nada de vacas pero ¡qué pedazo de ciervo era el amigo!
Por cosas así vivo con el dilema de si merece la pena vivir en busca del conocimiento, cada día que pasa estoy más convencido de que la respuesta es no. El motivo, pues muy simple, la experiencia me va haciendo comprender que la ignorancia es una de las variables principales en la ecuación de la felicidad y encima es directamente proporcional a la misma. Y si el saber forma parte de la ecuación debe ser como la famosa épsilon de mis ejercicios universitarios, prácticamente despreciable. Porque desde hace un tiempo mi felicidad principalmente depende de una personita de la que ignoro más de lo que sé y que además, afortunadamente para él, es un libro en blanco aún por escribir, espero, por su bien, que sea uno de aventuras con un final feliz.
Aunque no lo parezca, yo soy mucho más modesto que él, faltaría más. Admito sin complejos que no tengo ni puta idea de casi nada, a pesar de que un montón de almas cándidas piensan lo contrario. El truco es saber un poquito de muchas cosas y no hablar más de la cuenta de ninguna, con esa sencilla receta uno puede ganarse la vida, pasar por entendido y si tienes la suerte de tener un enchufe en la tele hasta te puedes hacer tertuliano, bueno menos de la tertulia de Curri Valenzuela. Para entrar en su tertulia debes como mínimo haber contado en voz alta hasta menos infinito en números romanos. ¿Imagináis?, menos palo, menos palo palo, menos palo palo palo, (millones billones y trillones de menos I, V, X, L después), menos palo palo infinito, menos palo infinito, ¡menos infinito! ¡Bravo!, ya eres un Curriman o una Curriwoman.
Es un hecho que existen muchísimas más cosas que ignoro que las que sé. La suerte es que mi cerebro, imagino que como el de todo el mundo, no tiene capacidad de abarcar cosas muy grandes a la vez, supongo que es un sistema de autoprotección que tiene la criatura para que no me de un chungo que me deje catatónico. Porque el agujero negro de mi ignorancia me abruma, y no solo pienso en la ignorancia en el sentido de conocimientos (además eso no me importa la mayoría no me serían necesarios ni si quiera para alimentar a mi curiosidad), no, yo pienso en la ignorancia en termino de la multitud de sitios, personas y acontecimientos que ni sé que existieron, que existen y que existirán. Eso me jode, porque mi vida es demasiado finita hasta para rascar en la corteza de mi desconocimiento.
Sin embargo existe gente que sabe de todo, le ha pasado de todo y se atreve a opinar de todo. Yo les llamo los opinadores. Los opinadores son una de las castas más despreciables que te puedes encontrar en la vida porque además de ser pesados y palizas te arruinan la mayoría de las conversaciones. No importa de qué estés hablando, ellos saben más, no importa donde hayas ido, ellos estuvieron antes, y además comieron en el mejor restaurante. Son gente despreciable que no merece la pena conocer pero que por algún motivo inimaginable no acaba colgada del mástil de un barco con bandera somalí.
Me estoy acordando de uno en particular, un campeón del mundo, una persona autoproclamada rey Salomón del nuevo siglo, me tocó sufrirle durante una temporada y me amargó las comidas de muchos más días de los que estoy tardando en olvidarle, y eso que ya llevo más de mil días sin verle. Un día hablando con otro compañero nos propusimos sacar un tema del que no fuera entendido, le tocó a las vacas. En medio de la comida y sin venir a cuento dije “la mejor raza de vaca es la parda alpina”, no tardó ni un segundo en responderme “te equivocas, la mejor es la negra avileña”, ese día me descojoné pero me rendí, no sabría nada de vacas pero ¡qué pedazo de ciervo era el amigo!
Por cosas así vivo con el dilema de si merece la pena vivir en busca del conocimiento, cada día que pasa estoy más convencido de que la respuesta es no. El motivo, pues muy simple, la experiencia me va haciendo comprender que la ignorancia es una de las variables principales en la ecuación de la felicidad y encima es directamente proporcional a la misma. Y si el saber forma parte de la ecuación debe ser como la famosa épsilon de mis ejercicios universitarios, prácticamente despreciable. Porque desde hace un tiempo mi felicidad principalmente depende de una personita de la que ignoro más de lo que sé y que además, afortunadamente para él, es un libro en blanco aún por escribir, espero, por su bien, que sea uno de aventuras con un final feliz.
3 comentarios:
Con tu permiso, voy a adoptarte de guru espiritual.
Gordi, es que estoy pasando una etapa mística y todo lo que escribo me sale así, espero que se me pase...
Tienes mucha razón en que la ignorancia es piedra fundamenteal de la felicidad. Dicen los budistas que la felicidad no está en encontrar respuestas a todas las preguntas, sino en no preguntar. Gente lista.
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