Desde que soy padre en prácticas no me ha quedado más remedio que desarrollar la paciencia y también la imaginación. Porque hay que armarse de paciencia y de imaginación para entretener a un niño tan activo como el mío (pero me encanta). Al principio me conformaba con ir tirando de los cuentos populares y los que vienen en libritos con versiones resumidas para niños, por poner un ejemplo puedo citar a “El Mago de Oz”. El problema es que cuando se lo has leído tres veces él, por decisión propia y espontánea, llega a la conclusión de que el mago es tonto, Dorotea es tonta (odio el nombre de Dorothy), el león es tonto y el hombre de hojalata y el espantapájaros dan mal rollo.
Por eso he comenzado a contar cuentos imaginarios, espontáneos e interactivos. Es mucho más divertido ir inventado el cuento sobre la marcha, escoger a los personajes por consenso y dar giros absurdos a la trama según esta avanza, introducirse en el mundo de la lengua de trapo y los pensamientos limpios es una terapia estupenda cuando el resto del día una vive en el mundo de la lengua viperina y los pensamientos sucios y malintencionados.
Cuando le digo a Dani que le voy a contar un cuento se vuelve loco de contento, manda el Lego a la porra y se olvida de los dibujos de la tele, salta de un brinco a mi lado y pone ojos como platos esperando la siguiente ocurrencia de su padre. Hay que tener una gran vena de actor para satisfacerle y además es imprescindible hablar despacio y con aire misterioso, exagerando cualquier cosa, por insignificante que parezca y sobre todo ahuecar más la voz, lo cual en mi caso significa poner voz de locutor de documentales de osos hambrientos pescando salmones extenuados
.
Él corresponde haciéndose el sorprendido y contestando “Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii????” con ojos como platos cada vez que algo sucede en la historia, por insignificante que sea, “el niño se llamaba Pepito”, Siiiiiiiiiiiiiiiii????, público más agradecido no puede haber. Le encantan las historias con animales, si yo le digo que le voy a contar un cuento de un príncipe enseguida el me dice que tiene un caballo y yo añado un dragón para darle algo de sustancia al asunto, pero no sé donde ha aprendido que los dragones se comen a los caballos y por eso hay que matarlos con una espada, natural. En mi generación los dragones se podían comer a los caballos y se les podía atravesar y hasta darles dos descabellos sin el menor problema, pero yo soy un padre del siglo XXI y resuelvo los problemas de otra manera. El príncipe, como si fuera el de Beckelar, le ofrece galletas al dragón, que no es que sea malo, es que tiene hambre. Éste muy agradecido se hace amigo del caballo y todos comen perdices, aunque a mí lo que me pide el cuerpo es que el dragón despedace al príncipe, que por algo soy republicano, pero no es políticamente correcto.
Si le digo que le voy a contar un cuento de una ballena y le propongo que él ponga otro personaje me sorprende nominando a la Gallina Turuleca, sí, habéis leído bien, gracias a Miliki y a mis padres la puñetera gallina me va a perseguir hasta el final de mis días, porque le veo cantándole la cancioncita de marras a mis nietos. Y es que las canciones de Miliki le encantan, sospecho que esconden mensajes subliminales que solo puedes entender si tienes menos de cinco años, luego se te olvidan para volver a reactivarse como una bomba del tiempo cuando tienes un hijo, palabra de honor, el que no recuerde “En el auto de papá” que no se preocupe, en cuanto tenga un niño se actualizará automáticamente como si se tratara del Windows XP, un día se despertará y allí estará la canción.
Total, que hay que montar una historia con una gallina, una ballena y en el último momento Dani sube la apuesta y añade un tiburón llamado Peteto, porque todos los cuentos con un tiburón son mejores, y Peteto debe ser un nombre maravilloso que va repitiéndose de cuento en cuento. Os ahorraré los detalles del cuento, pero al final todo acaba igual, el tiburón se tiene que comer a la gallina y a la ballena. Es curioso que todos los cuentos terminan con un bicho comiéndose a alguien. Cuando rendido estoy a punto de admitir que los tiburones han nacido para devorar cetáceos y gallináceas él me dice muy decidido “nooooooooooooo papi, dale galletas”.
Y es que Dani tiene razón, el mundo con más galletas sería un lugar mejor.
Por eso he comenzado a contar cuentos imaginarios, espontáneos e interactivos. Es mucho más divertido ir inventado el cuento sobre la marcha, escoger a los personajes por consenso y dar giros absurdos a la trama según esta avanza, introducirse en el mundo de la lengua de trapo y los pensamientos limpios es una terapia estupenda cuando el resto del día una vive en el mundo de la lengua viperina y los pensamientos sucios y malintencionados.
Cuando le digo a Dani que le voy a contar un cuento se vuelve loco de contento, manda el Lego a la porra y se olvida de los dibujos de la tele, salta de un brinco a mi lado y pone ojos como platos esperando la siguiente ocurrencia de su padre. Hay que tener una gran vena de actor para satisfacerle y además es imprescindible hablar despacio y con aire misterioso, exagerando cualquier cosa, por insignificante que parezca y sobre todo ahuecar más la voz, lo cual en mi caso significa poner voz de locutor de documentales de osos hambrientos pescando salmones extenuados
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Él corresponde haciéndose el sorprendido y contestando “Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii????” con ojos como platos cada vez que algo sucede en la historia, por insignificante que sea, “el niño se llamaba Pepito”, Siiiiiiiiiiiiiiiii????, público más agradecido no puede haber. Le encantan las historias con animales, si yo le digo que le voy a contar un cuento de un príncipe enseguida el me dice que tiene un caballo y yo añado un dragón para darle algo de sustancia al asunto, pero no sé donde ha aprendido que los dragones se comen a los caballos y por eso hay que matarlos con una espada, natural. En mi generación los dragones se podían comer a los caballos y se les podía atravesar y hasta darles dos descabellos sin el menor problema, pero yo soy un padre del siglo XXI y resuelvo los problemas de otra manera. El príncipe, como si fuera el de Beckelar, le ofrece galletas al dragón, que no es que sea malo, es que tiene hambre. Éste muy agradecido se hace amigo del caballo y todos comen perdices, aunque a mí lo que me pide el cuerpo es que el dragón despedace al príncipe, que por algo soy republicano, pero no es políticamente correcto.
Si le digo que le voy a contar un cuento de una ballena y le propongo que él ponga otro personaje me sorprende nominando a la Gallina Turuleca, sí, habéis leído bien, gracias a Miliki y a mis padres la puñetera gallina me va a perseguir hasta el final de mis días, porque le veo cantándole la cancioncita de marras a mis nietos. Y es que las canciones de Miliki le encantan, sospecho que esconden mensajes subliminales que solo puedes entender si tienes menos de cinco años, luego se te olvidan para volver a reactivarse como una bomba del tiempo cuando tienes un hijo, palabra de honor, el que no recuerde “En el auto de papá” que no se preocupe, en cuanto tenga un niño se actualizará automáticamente como si se tratara del Windows XP, un día se despertará y allí estará la canción.
Total, que hay que montar una historia con una gallina, una ballena y en el último momento Dani sube la apuesta y añade un tiburón llamado Peteto, porque todos los cuentos con un tiburón son mejores, y Peteto debe ser un nombre maravilloso que va repitiéndose de cuento en cuento. Os ahorraré los detalles del cuento, pero al final todo acaba igual, el tiburón se tiene que comer a la gallina y a la ballena. Es curioso que todos los cuentos terminan con un bicho comiéndose a alguien. Cuando rendido estoy a punto de admitir que los tiburones han nacido para devorar cetáceos y gallináceas él me dice muy decidido “nooooooooooooo papi, dale galletas”.
Y es que Dani tiene razón, el mundo con más galletas sería un lugar mejor.
2 comentarios:
Pues sí, creo que lo sería, y desde luego el mundo de la imaginación es mejor que el mundo frío de la lluvia y el viento (es una cursilada, pero es que que día hace hoy...xD).
Espero que la costumbre siga y ofrezca grandes relatos con misterio y emoción, que terminen bien, y siento lo de Miliki. A veces hay que currarse la felicidad.
Bueno, me lío solo. Magnífica entrada, de veras.
Pues con mi hija es algo totalmente al contrario. Le gusta que le cuente el cuento siempre igual y luego ella hace como que lo lee repitiendo lo que ya se sabe.
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