Cuando un teléfono suena en la madrugada un escalofrío recorre la noche.
Sales un viernes a cenar con unos amigos a los que hace meses que no ves, te las prometes felices pero sin saberlo el destino tiene otros planes para ti, aunque seas el personaje menos importante de esta historia, poco más que un actor secundario. Apuras un café solo pensando en pedir una copa cuando el teléfono suena, no te cuadra y no has visto todavía quién te llama pero la experiencia te susurra al oído que las llamadas después de media noche suelen ser aciagas. Al mismo tiempo varios teléfonos suenan en lugares remotos llamando a personas con las que nada tienes que ver pero a las que van a contar una historia diferente pero entrelazada con la tuya, unos van a llorar, otros van a reír, algunos se sumirán en la duda y en el miedo y otros simplemente van a cambiar de planes precipitadamente.
Cuando un teléfono suena en la madrugada solo esperas que una voz en calma pronuncie las palabras mágicas que dicen tranquilo no pasa nada, por lo menos no algo grave, porque está claro que nadie te llama a las tantas para decirte que te echa de menos, que te quiere o que no puede vivir sin ti, por lo menos a mí no me pasa en este mundo en el que ahora vivo y en el las noticias tienden a ser malas. Afortunadamente hoy no estoy en el bando de los que les toca llorar, y borro la palabra afortunadamente porque por desgracia sé que a los que les toca penar no lo merecen por tener el corazón más grande que el futuro que acaban de regalar, solo cabe darles las gracias y compartir su dolor anónimo e invisible, aunque hoy su dolor se transforme en esa puta vestida de verde a la que llamamos esperanza.
Porque se trata de eso, de la vida y de la muerte en su versión más desgarrada, y no puedo evitar sentir un nudo en la garganta al pensar que el fin de una vida, seguramente de una manera injusta y despiadada, sea la continuación de múltiples vidas anónimas que ahora corren a un hospital en busca de un órgano de repuesto que les devuelva la esperanza mientras que otros volvemos a descolgar el teléfono tratando de colocar el niño a las tres de la mañana, sabiendo que vamos a hacer saltar las alarmas hasta poder repetir rápidamente que no pasa nada. Y no van a acabar aquí las injusticias, porque a pesar de hacerse ilusiones no todos los que han atravesado Madrid, Guadarrama o La Mancha, saltando los radares o haciendo girar las sirenas de las ambulancias, van a tener suerte, pero muchos de ellos ya lo saben cansados de hacer viajes de ida y vuelta con las manos vacías y viendo como el contador de la vida, al menos el de una vida plena y normal, se les acaba.
Ahora es el momento de la ciencia y, afortunadamente, la ciencia no conoce ni vive de las penas, de los dramas, del futuro que no fue, del futuro que con suerte será. La ciencia es fría y protocolaria, no sabe de personas aunque se deba a ellas y se rige por la objetividad y el bien general, aunque el bien general sea tu perdición personal. Yo, que no soy nada romántico para las cosas materiales lo comprendo y trato de ser objetivo, en el fondo no deja de ser una cuestión de oferta y de demanda, dichosamente con criterios distintos a los del dinero, al menos aquí, todavía, en la cada vez más irreconocible España. Por eso para cada órgano se convocan a varios candidatos y se le adjudica, imagino, al que más probabilidades de éxito tiene o al que mejor se adapta. Los demás se van tal y como han venido, o peor, y no se sabe que decirles cuando recogen sus cosas cabizbajos y se marchan.
Nosotros nos quedamos y por fin V, mi cuñado, tiene ese riñón prestado que tanta falta le hacía. Ese riñón que casi vemos como una pieza de recambio y que ayer se llamaba José, o Cristina... ¿qué más da ya?, ese riñón que de nada iba ya a valer y que para él significa recuperar una vida que con solo 33 años estaba unida, ya casi a diario, a la de una máquina. Ahora solo nos queda cruzar los dedos y esperar que, instalado en su cuerpo, el riñón vuelva a funcionar, que no haya rechazo ni complicaciones, que le veamos volver a ser lo que ya no era, que pueda regalarnos de nuevo su alegría, que nos dé sobrinos, que vea a su Madrid ganar otra copa de Europa, a pesar de que me haga rabiar en los derbis, sin ir más lejos el jueves, ¿quién nos lo iba a decir V?, aunque pensándolo bien te deseo que lo veas dentro de cincuenta años, ya sabes que soy así de generoso.
Ya lo tenía antes claro, más que el agua de un manantial de montaña, pero una cosa es pensarlo y otra verlo de cerca, el día que me pase algo, bonito eufemismo, que tomen de mí todo lo que sea utilizable y que incineren los restos, porque la vida es un préstamo que nos transciende, que se repite una y otra vez sin tenernos en cuenta, por la que podemos hacer algo más que transmitir nuestros genes. Así pienso y ese es mi concepto de vida eterna, una vida sin nosotros que, a fin de cuentas, no somos tan importantes como nos creemos. Por eso, aunque soy minúsculo e insignificante, desde este rincón solitario animo a quien me lea a hacerse donante de órganos, deseándole de todo corazón que nunca, nunca, nunca, tenga que prestarlos.
Sales un viernes a cenar con unos amigos a los que hace meses que no ves, te las prometes felices pero sin saberlo el destino tiene otros planes para ti, aunque seas el personaje menos importante de esta historia, poco más que un actor secundario. Apuras un café solo pensando en pedir una copa cuando el teléfono suena, no te cuadra y no has visto todavía quién te llama pero la experiencia te susurra al oído que las llamadas después de media noche suelen ser aciagas. Al mismo tiempo varios teléfonos suenan en lugares remotos llamando a personas con las que nada tienes que ver pero a las que van a contar una historia diferente pero entrelazada con la tuya, unos van a llorar, otros van a reír, algunos se sumirán en la duda y en el miedo y otros simplemente van a cambiar de planes precipitadamente.
Cuando un teléfono suena en la madrugada solo esperas que una voz en calma pronuncie las palabras mágicas que dicen tranquilo no pasa nada, por lo menos no algo grave, porque está claro que nadie te llama a las tantas para decirte que te echa de menos, que te quiere o que no puede vivir sin ti, por lo menos a mí no me pasa en este mundo en el que ahora vivo y en el las noticias tienden a ser malas. Afortunadamente hoy no estoy en el bando de los que les toca llorar, y borro la palabra afortunadamente porque por desgracia sé que a los que les toca penar no lo merecen por tener el corazón más grande que el futuro que acaban de regalar, solo cabe darles las gracias y compartir su dolor anónimo e invisible, aunque hoy su dolor se transforme en esa puta vestida de verde a la que llamamos esperanza.
Porque se trata de eso, de la vida y de la muerte en su versión más desgarrada, y no puedo evitar sentir un nudo en la garganta al pensar que el fin de una vida, seguramente de una manera injusta y despiadada, sea la continuación de múltiples vidas anónimas que ahora corren a un hospital en busca de un órgano de repuesto que les devuelva la esperanza mientras que otros volvemos a descolgar el teléfono tratando de colocar el niño a las tres de la mañana, sabiendo que vamos a hacer saltar las alarmas hasta poder repetir rápidamente que no pasa nada. Y no van a acabar aquí las injusticias, porque a pesar de hacerse ilusiones no todos los que han atravesado Madrid, Guadarrama o La Mancha, saltando los radares o haciendo girar las sirenas de las ambulancias, van a tener suerte, pero muchos de ellos ya lo saben cansados de hacer viajes de ida y vuelta con las manos vacías y viendo como el contador de la vida, al menos el de una vida plena y normal, se les acaba.
Ahora es el momento de la ciencia y, afortunadamente, la ciencia no conoce ni vive de las penas, de los dramas, del futuro que no fue, del futuro que con suerte será. La ciencia es fría y protocolaria, no sabe de personas aunque se deba a ellas y se rige por la objetividad y el bien general, aunque el bien general sea tu perdición personal. Yo, que no soy nada romántico para las cosas materiales lo comprendo y trato de ser objetivo, en el fondo no deja de ser una cuestión de oferta y de demanda, dichosamente con criterios distintos a los del dinero, al menos aquí, todavía, en la cada vez más irreconocible España. Por eso para cada órgano se convocan a varios candidatos y se le adjudica, imagino, al que más probabilidades de éxito tiene o al que mejor se adapta. Los demás se van tal y como han venido, o peor, y no se sabe que decirles cuando recogen sus cosas cabizbajos y se marchan.
Nosotros nos quedamos y por fin V, mi cuñado, tiene ese riñón prestado que tanta falta le hacía. Ese riñón que casi vemos como una pieza de recambio y que ayer se llamaba José, o Cristina... ¿qué más da ya?, ese riñón que de nada iba ya a valer y que para él significa recuperar una vida que con solo 33 años estaba unida, ya casi a diario, a la de una máquina. Ahora solo nos queda cruzar los dedos y esperar que, instalado en su cuerpo, el riñón vuelva a funcionar, que no haya rechazo ni complicaciones, que le veamos volver a ser lo que ya no era, que pueda regalarnos de nuevo su alegría, que nos dé sobrinos, que vea a su Madrid ganar otra copa de Europa, a pesar de que me haga rabiar en los derbis, sin ir más lejos el jueves, ¿quién nos lo iba a decir V?, aunque pensándolo bien te deseo que lo veas dentro de cincuenta años, ya sabes que soy así de generoso.
Ya lo tenía antes claro, más que el agua de un manantial de montaña, pero una cosa es pensarlo y otra verlo de cerca, el día que me pase algo, bonito eufemismo, que tomen de mí todo lo que sea utilizable y que incineren los restos, porque la vida es un préstamo que nos transciende, que se repite una y otra vez sin tenernos en cuenta, por la que podemos hacer algo más que transmitir nuestros genes. Así pienso y ese es mi concepto de vida eterna, una vida sin nosotros que, a fin de cuentas, no somos tan importantes como nos creemos. Por eso, aunque soy minúsculo e insignificante, desde este rincón solitario animo a quien me lea a hacerse donante de órganos, deseándole de todo corazón que nunca, nunca, nunca, tenga que prestarlos.
7 comentarios:
Enhorabuena a tu cuñado por ese principio de nueva vida, y a ti por plasmarlo tan bien.
Yo no tengo ninguna duda respecto a la donación de órganos, a mí no me van a servir de nada, pues si se puede, que los aproveche otro.
Enhorabuena de nuevo
Enhorabuena para tu cuñado. Que vaya todo bien.
Enhorabuena a tu cuñado y a los que tuvieron la lucidez de donar el riñón.
Qué vaya bien.
Me alegro mucho por vosotros. Que todo vaya muy bien.
Enhorabuena por tu cuñado. Comparto tu perspectiva, por cierto ;)
Gracias a todos, vengo del hospital y todo va genial, aunque estas cosas necesitan su tiempo.
Un abrazo muy fuerte de animo.
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