Hoy volvía a casa del trabajo escuchando una de esas emisoras que ponen grandes éxitos de los 70, 80 y 90, cuando de repente ha sonado una canción que me ha devuelto a mis años universitarios, la canción era, y es, estúpida pero me ha recordado lo colgado que estaba por una tía tan maciza como simple y pija, los que conozcáis a un típico ejemplar de ICADE sabréis de lo que hablo. Ahora me da un poco de sonrojo pensarlo aunque esgrimo en mi defensa que mi composición hormonal ha debido variar bastante desde entonces.
Recuerdo esa canción porque la bailé con esta chica en una de mis fraudulentas fiestas de fin de año en la que por supuesto no me comí ni un rosco. Lo que para mí fue un éxito y una esperanza seguramente para ella fue una obra de caridad, sin embargo hoy al escuchar la canción he subido el volumen de la radio y he esbozado una media sonrisa. Un pensamiento me ha sacado de mi estado bobalicón, soy gilipollas.
No conozco a muchas personas que consideren la nostalgia una sensación placentera, cualquiera que tenga un par de dedos de frente pensará, y con razón, que al que le ocurra algo parecido debería hacérselo mirar. Pues sí, tienen toda la razón, lo sé porque yo soy una de esas personas, la sensación de nostalgia me deja una sensación agradable difícil de explicar, ser nostálgico es una forma de vida y hasta una droga. Vale, es para ir al psicólogo de cabeza, no lo discuto, pero yo no pienso ir porque para eso escribo este blog.
La nostalgia es la falsa y estúpida ilusión de que todo tiempo pasado fue mejor. Que un tío con mi historial y mi pasado se permita el lujo de ser nostálgico lo demuestra. El cerebro debe tener pequeños trucos para envolver los recuerdos de falsas sensaciones que realmente nunca se produjeron. Si nuestra realidad cotidiana tiende a ser un asco y está desprovista de tiernos sentimientos y sensaciones entonces me parece muy complicado creer que todos mis recuerdos estén bañados de un aura de ternura y felicidad.
Recuerdo con cariño a aquel niño gordito y empollón, me refiero a él como si fuese un extraño porque difícilmente le reconozco como yo mismo. El niño de mis recuerdos era divertido y soñador, le encantaba jugar y le encantaba leer libros de aventuras, era un mico que no levantaba dos palmos del suelo y ya tenía su carné de la biblioteca para devorar libros que le parecían maravillosos. La triste realidad es que ese niño tenía que partirse la cara casi todos los días con otros niños que le hacían la vida imposible, pero de eso no me acuerdo, seguramente es mejor no hacerlo.
También recuerdo como maravillosos mis años de estudiante a pesar de haber sido un adolescente tímido y acomplejado y un joven perdido y desorientado. Por el instituto pasé con más pena que gloria, tengo el dudoso honor de haber sido el primero de mi promoción y de coleccionar sobresalientes y matriculas de honor, eso era estupendo, pero hubiera sido mucho mejor que pasada ya la otra mitad de mi vida los amigos que nunca hice me recordaran lo felices que fuimos y lo bien que lo pasamos. Esos amigos nunca existieron, pero mis recuerdos me engañan y me hacen creer que fui feliz y lo pasé bien, además echo de menos a esa mentira y a esos amigos.
En la universidad lo que coleccioné fue suspensos, pero hice algún amigo a pesar de estar en la etapa más borde y rebelde de mi vida. El recuerdo debe estar aún muy cercano porque no me provoca ningún sentimiento nostálgico, habrá que darle tiempo al tiempo, seguro que dentro de diez años más no recuerdo lo malo, que seguramente ya no será tan malo pasado por el baño de almíbar de mi cerebro.
Para mí la nostalgia es una sensación de pérdida de algo que quizá nunca paso o quizá imaginé que debió pasar. La representación que en mi cabeza tengo de la nostalgia es la escena de “La edad de la inocencia” en la que Daniel Day Lewis (Newland, ese nick que he arrastrado por algún que otro chat) observa desde lejos a Michelle Pfeiffer (la Condesa Olenska) mientras que la maravillosa y calida voz de Joanne Woodward dice: "Se dio a si mismo una sola oportunidad, ella debía volverse antes de que el velero pasase el faro de Lime Rock, entonces iría hacia ella". El velero pasa el faro, ella no se gira y él se da media vuelta y la pierde para siempre... Eso es pérdida, eso es nostalgia.
Recuerdo esa canción porque la bailé con esta chica en una de mis fraudulentas fiestas de fin de año en la que por supuesto no me comí ni un rosco. Lo que para mí fue un éxito y una esperanza seguramente para ella fue una obra de caridad, sin embargo hoy al escuchar la canción he subido el volumen de la radio y he esbozado una media sonrisa. Un pensamiento me ha sacado de mi estado bobalicón, soy gilipollas.
No conozco a muchas personas que consideren la nostalgia una sensación placentera, cualquiera que tenga un par de dedos de frente pensará, y con razón, que al que le ocurra algo parecido debería hacérselo mirar. Pues sí, tienen toda la razón, lo sé porque yo soy una de esas personas, la sensación de nostalgia me deja una sensación agradable difícil de explicar, ser nostálgico es una forma de vida y hasta una droga. Vale, es para ir al psicólogo de cabeza, no lo discuto, pero yo no pienso ir porque para eso escribo este blog.
La nostalgia es la falsa y estúpida ilusión de que todo tiempo pasado fue mejor. Que un tío con mi historial y mi pasado se permita el lujo de ser nostálgico lo demuestra. El cerebro debe tener pequeños trucos para envolver los recuerdos de falsas sensaciones que realmente nunca se produjeron. Si nuestra realidad cotidiana tiende a ser un asco y está desprovista de tiernos sentimientos y sensaciones entonces me parece muy complicado creer que todos mis recuerdos estén bañados de un aura de ternura y felicidad.
Recuerdo con cariño a aquel niño gordito y empollón, me refiero a él como si fuese un extraño porque difícilmente le reconozco como yo mismo. El niño de mis recuerdos era divertido y soñador, le encantaba jugar y le encantaba leer libros de aventuras, era un mico que no levantaba dos palmos del suelo y ya tenía su carné de la biblioteca para devorar libros que le parecían maravillosos. La triste realidad es que ese niño tenía que partirse la cara casi todos los días con otros niños que le hacían la vida imposible, pero de eso no me acuerdo, seguramente es mejor no hacerlo.
También recuerdo como maravillosos mis años de estudiante a pesar de haber sido un adolescente tímido y acomplejado y un joven perdido y desorientado. Por el instituto pasé con más pena que gloria, tengo el dudoso honor de haber sido el primero de mi promoción y de coleccionar sobresalientes y matriculas de honor, eso era estupendo, pero hubiera sido mucho mejor que pasada ya la otra mitad de mi vida los amigos que nunca hice me recordaran lo felices que fuimos y lo bien que lo pasamos. Esos amigos nunca existieron, pero mis recuerdos me engañan y me hacen creer que fui feliz y lo pasé bien, además echo de menos a esa mentira y a esos amigos.
En la universidad lo que coleccioné fue suspensos, pero hice algún amigo a pesar de estar en la etapa más borde y rebelde de mi vida. El recuerdo debe estar aún muy cercano porque no me provoca ningún sentimiento nostálgico, habrá que darle tiempo al tiempo, seguro que dentro de diez años más no recuerdo lo malo, que seguramente ya no será tan malo pasado por el baño de almíbar de mi cerebro.
Para mí la nostalgia es una sensación de pérdida de algo que quizá nunca paso o quizá imaginé que debió pasar. La representación que en mi cabeza tengo de la nostalgia es la escena de “La edad de la inocencia” en la que Daniel Day Lewis (Newland, ese nick que he arrastrado por algún que otro chat) observa desde lejos a Michelle Pfeiffer (la Condesa Olenska) mientras que la maravillosa y calida voz de Joanne Woodward dice: "Se dio a si mismo una sola oportunidad, ella debía volverse antes de que el velero pasase el faro de Lime Rock, entonces iría hacia ella". El velero pasa el faro, ella no se gira y él se da media vuelta y la pierde para siempre... Eso es pérdida, eso es nostalgia.
2 comentarios:
;-)
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