sábado, 21 de noviembre de 2009

Fiesta fin de carrera




Uno de los mejores recuerdos que tengo de mi paso por la universidad es la fiesta que organizamos en la escuela para recaudar fondos para el viaje de fin de carrera. Menos mal que sacar dinero en una fiesta universitaria de barra libre organizada por solo 30 personas en un local gratuito es más fácil que pescar en una pecera porque si no hubiéramos acabado de viaje fin de carrera en Pan Bendito.

Para recaudar fondos constituimos una asociación de cuyo nombre no quiero acordarme, parece mentira que gente tan dotada para los estudios estuviese tan poco dotada para los negocios. Nos dedicábamos a las apuestas deportivas, también conocidas como porras, a la venta de disquetes y visto el éxito de éstos diversificamos el negocio con la venta de cintas de audio vírgenes. En una vibrante asamblea se decidió por mayoría reinvertir el dinero de los disquetes para comprar cintas, cien mil pelas invertidas en cintas con un beneficio máximo previsto de diez mil. Todo nuestro dinero inmovilizado para obtener un beneficio que como mucho nos daría para un bonobús para cada uno. Si Emilio Botín hubiera estado allí algunos de mis ex compañeros estarían hoy limpiando las letrinas de la sucursal del Santander de Comitán de Domínguez, estado de Chiapas. No me preguntéis que vote yo, la duda ofende.

Lo que costó vender las puñeteras cintas lo voy a obviar, pero al menos recuperamos la inversión. Menos mal que lo hicimos porque era necesario para poder organizar nuestra fiesta, la bebida aunque fuera mala no la regalaban. Los preparativos fueron trepidantes, tras conseguir permiso para hacer la fiesta dentro de la misma universidad solo nos quedaba contratar la música y la bebida. De la música ya ni me acuerdo, luego no debió estar mal la cosa, si alguien se acuerda y piensa lo contrario que lo diga y me corrija. El tema de la bebida es harina de otro costal.

A ver, tenemos una fiesta de barra libre por mil pelas, va a ir todo el mundo porque no se había hecho una fiesta en la escuela jamás, no tenemos ni un puto duro y el éxito de nuestro viaje depende de la recaudación ¿y de repente la gente se plantea qué bebida comprar?, ¡joder, es de cajón!, la más barata posible. Alguien con menos cabeza que un alfiler propuso que el whisky por lo menos fuera DYC, ¡un huevo de pato!, pensé yo, el DYC es un néctar de los dioses comparado con lo que merecen unos universitarios de barra libre. Como estaba escarmentado de las cintas salté como una liebre, el que quisiera comprar DYC pasaría por encima de mi cadáver y eso (junto con mi 1,85 y mis 100 kilos) tuvo que condicionar el sentido de la votación porque al final conseguimos licencia para comprar lo más cutre, y eso hicimos.

Compramos al por mayor marcas tan distinguidas como el vodka Príncipe Igor, recuerdo aún las palabras del tío del almacén del Alcampo, “llevaros éste otro que por solo un duro más la botella no deja ni la mitad de dolor de cabeza”, la respuesta un no rotundo, el que no quisiese que le doliera la cabeza el día siguiente que no fuera a una barra libre de mil pelas. Así llego el día de la fiesta, la música contratada y la bebida preparada, un éxito seguro, ¿o no?

Porque no contábamos con la astucia de nuestra intendencia, esos pequeños detalles que pueden hacer fracasar a George Clooney en un congreso de ninfómanas. La encargada de comprar los artículos de limpieza se presentó con fregonas, pero fregonas sin palo, súper útiles para limpiar en una fiesta de mil personas, pero comparado con la encargada de los vasos era perdonable, ésta se presenta tan feliz con unos vasos de un tamaño entre vaso de chupito y vaso de vino, nos pasamos toda la noche sirviendo copas con un hielo, un dedo de licor y dos de refresco.

Otra gran idea fue alquilar una máquina de perritos calientes para venderlos durante la fiesta. Aquí hubo sus más y sus menos. La gente después de una tarde montando la fiesta se encuentra delante de la máquina de perritos y claro se prepara alguno sin pasar por caja, natural. En eso aparece un simulacro de señorita Rotenmeyer histérica gritando “¡os estáis comiendo las ganancias!”, claro, uno de mis compis que llevaba toda la tarde cargando cajas de bebida y creía justo comerse un miserable perrito tuvo un instante de enajenación mental transitoria y contestó “¿Por qué no me comes lo que también tiene forma de salchicha y rima con Montoya?” (ésta es una versión políticamente correcta de sus palabras). De aquí a la guerra civil un paso, unos discutiendo a grito pelado, otros comiendo de extranjis perritos (confieso que me comí dos), otros liados con la bebida y mientras la gente haciendo cola en la calle para comenzar la fiesta.

Pero a pesar de todo la fiesta comenzó y no fue un fracaso, todos ocupamos nuestros puestos, yo como siempre de portero, otros de camareros aunque no tuvieran claro si se echaba primero el refresco o el licor, otros en la famélica máquina de perritos y sobre todo la gente acabó borracha perdida y con un buen dolor de cabeza, tal y como mandaban los cánones, además podían fanfarronear con sus amigos por haber sido capaces de tomarse treinta copas. De propina sacamos lo bastante como para irnos de viaje a Santo Domingo, ¡Dios protege a la ignorancia!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Dios mío, menos mal que aprobaste la carrera y no acabaste de organizador de eventos...

jejeje

Saludos desde Howards, tu amigo Harry Potter...