Si existe una expresión que me hace reír es decir que algo es políticamente correcto. Es el eufemismo hecho eufemismo. La frase de marras debe tener un origen ciertamente real, seguramente anglosajón porque el rollo mediterráneo funciona de otra manera, pero hoy en día la corrección de los políticos, al menos la de los nuestros, es tan elevada como la de una cuadrilla de skinheads. Lo más triste es que ambas tribus urbanas parecen tener la misma cantidad de cerebro, el mismo que el de un boquerón, una pena.
Pero no quiero escribir de los políticos, no os asustéis, todavía no estoy lo suficientemente mal de la cabeza y, además, no tengo suficiente pasta para pagar todos los tratamientos de estrés postraumático que una conducta tan irresponsable provocaría en mis hipotéticos lectores. Y no lo digo porque crea que son muchos, los lectores, lo digo porque literalmente no tengo ni un puto duro, no estaría aquí escribiendo esta gilipollez si pudiera permitirme el lujo de ir a la consulta de un buen psicoanalista. Tampoco voy a hablar de victimas colaterales, de hombres de color ni de personas no videntes, deben existir miles de blogs mejores que éste que ya lo hayan hecho.
A mí lo que me preocupa son los comportamientos. La corrección política es en nuestro día a día como la mayonesa en una ensaladilla rusa, todo lo envuelve y todo lo pringa, al final da igual si muerdes patata, atún o huevo, todo acaba sabiendo asquerosamente igual. Por desgracia es lo mismo en cualquier faceta de nuestra vida, estamos continuamente midiendo cómo debemos comportarnos y sobre todo que debemos decir y que debemos callar. Todo eso nos convierte, además de en hipócritas, en seres vulgares, vacíos y planos.
Es patético pensar en todas esas veces que callamos y hasta mentimos para no herir los sentimientos de personas y colectivos que no merecen nuestra degradación como seres humanos. Eso por no hablar de todas esas situaciones en las que ocultamos nuestros gustos y preferencias porque es políticamente más correcto ver “La noche temática” que “Granjero busca esposa” aunque el segundo tenga algún millón más de espectadores que el primero.
Hubo una época de mi vida en la que la corrección política jugaba un papel poco importante, estoy hablando de mis afortunadamente finalizados años de estudiante. Entonces si el peor profesor de electrónica de la historia me preguntaba de qué me reía en clase podía contestar sin parpadear y con voz salida de ultratumba “¡quién se está riendo!”, y si los peores organizadores de fiestas me intentaban convencer de que era malo dar garrafón porque daba dolor de cabeza aunque ganáramos menos dinero les podía mandar al carajo sin el menor de los remordimientos. No era muy popular, pero me importaba un bledo.
Lo políticamente correcto es un lastre que nos impide desembarazarnos de todo lo superfluo. Gracias a lo políticamente correcto seguimos yendo a cenas de amigos con los que ya no tenemos nada en común. Gracias a lo políticamente correcto seguimos asistiendo a bodas de familiares con los que no compartimos más que el ADN. Gracias a lo políticamente correcto criamos niños consentidos y malcriados. Gracias a lo políticamente correcto no ahogamos a nuestros vecinos de urbanización en la fiesta de apertura de la piscina. Gracias a lo políticamente correcto somos empleados sumisos que no aportamos nada constructivo a nuestras empresas.
Cuánto mejor nos iría si mandáramos a nuestros falsos amigos al cuerno, si fuésemos a las bodas a las que realmente nos apetece ir, si tirásemos al vecino del tercero a la piscina y le dijésemos a nuestro jefe la verdad y no lo que quiere escuchar. Hago pública en este post mi voluntad de aquí en delante de pasarme lo políticamente correcto por el revestimiento interior de las dos gónadas masculinas. Veremos lo lejos que llego.
Pero no quiero escribir de los políticos, no os asustéis, todavía no estoy lo suficientemente mal de la cabeza y, además, no tengo suficiente pasta para pagar todos los tratamientos de estrés postraumático que una conducta tan irresponsable provocaría en mis hipotéticos lectores. Y no lo digo porque crea que son muchos, los lectores, lo digo porque literalmente no tengo ni un puto duro, no estaría aquí escribiendo esta gilipollez si pudiera permitirme el lujo de ir a la consulta de un buen psicoanalista. Tampoco voy a hablar de victimas colaterales, de hombres de color ni de personas no videntes, deben existir miles de blogs mejores que éste que ya lo hayan hecho.
A mí lo que me preocupa son los comportamientos. La corrección política es en nuestro día a día como la mayonesa en una ensaladilla rusa, todo lo envuelve y todo lo pringa, al final da igual si muerdes patata, atún o huevo, todo acaba sabiendo asquerosamente igual. Por desgracia es lo mismo en cualquier faceta de nuestra vida, estamos continuamente midiendo cómo debemos comportarnos y sobre todo que debemos decir y que debemos callar. Todo eso nos convierte, además de en hipócritas, en seres vulgares, vacíos y planos.
Es patético pensar en todas esas veces que callamos y hasta mentimos para no herir los sentimientos de personas y colectivos que no merecen nuestra degradación como seres humanos. Eso por no hablar de todas esas situaciones en las que ocultamos nuestros gustos y preferencias porque es políticamente más correcto ver “La noche temática” que “Granjero busca esposa” aunque el segundo tenga algún millón más de espectadores que el primero.
Hubo una época de mi vida en la que la corrección política jugaba un papel poco importante, estoy hablando de mis afortunadamente finalizados años de estudiante. Entonces si el peor profesor de electrónica de la historia me preguntaba de qué me reía en clase podía contestar sin parpadear y con voz salida de ultratumba “¡quién se está riendo!”, y si los peores organizadores de fiestas me intentaban convencer de que era malo dar garrafón porque daba dolor de cabeza aunque ganáramos menos dinero les podía mandar al carajo sin el menor de los remordimientos. No era muy popular, pero me importaba un bledo.
Lo políticamente correcto es un lastre que nos impide desembarazarnos de todo lo superfluo. Gracias a lo políticamente correcto seguimos yendo a cenas de amigos con los que ya no tenemos nada en común. Gracias a lo políticamente correcto seguimos asistiendo a bodas de familiares con los que no compartimos más que el ADN. Gracias a lo políticamente correcto criamos niños consentidos y malcriados. Gracias a lo políticamente correcto no ahogamos a nuestros vecinos de urbanización en la fiesta de apertura de la piscina. Gracias a lo políticamente correcto somos empleados sumisos que no aportamos nada constructivo a nuestras empresas.
Cuánto mejor nos iría si mandáramos a nuestros falsos amigos al cuerno, si fuésemos a las bodas a las que realmente nos apetece ir, si tirásemos al vecino del tercero a la piscina y le dijésemos a nuestro jefe la verdad y no lo que quiere escuchar. Hago pública en este post mi voluntad de aquí en delante de pasarme lo políticamente correcto por el revestimiento interior de las dos gónadas masculinas. Veremos lo lejos que llego.
1 comentario:
La tontería llega vía anglosajona, pero es de origen soviético. Lo PC es aquello que se ciñe a la realidad que aprueba el Partido. Aquí no tenemos un Politburó dictaminando como debe ser la realidad y renombrando cosas al estilo 1984, pero sí tenemos a sus tontos útiles en el poder y en los medios, por lo que a efectos prácticos, es lo mismo.
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