martes, 10 de noviembre de 2009

Experiencias turcas (I)



Los que me conocéis bien sabéis que adoro Turquía y a los turcos, allí fui feliz cada uno de los días que pasé durante mis tres viajes de ¿trabajo? Admito que fueron las vacaciones mejor pagadas de mi vida y además de propina me encontré con unos compañeros a los que ahora puedo llamar sin excepción amigos. La vida a veces te sonríe, Chok teşekkür ederim!!!!!!!!!!!

Podría contar anécdotas de todos los tipos, imagino que si este blog sigue para delante las iré contando, pero hoy me toca hablar de mis experiencias en la peluquería y en el baño turco, ambas inolvidables, ambas memorables. Dejaré para otra ocasión la historia de cómo por un malentendido acabamos en un puticlub en el Kurdistán, otra historia para no dormir, de momento adelantaré que salimos tal y como entramos, y ya es mucho.

Comencemos por la peluquería. Una cosa inevitable que te pasa cuando estás lejos de casa es que te crece el pelo, te guste o no, si no quieres acabar pareciéndote a Alf tienes que pelarte. Así que allí me vi, en Trabzon, ciudad de lo más peculiar a las orillas del mar negro. Para ser una ciudad de rudos marineros la peluquería a la que me llevaron era súper fashion, nada que objetar, una pinta cojonuda. Y quién lo iba a decir cuando la noche de antes el único sitio que encontramos para tomar una cerveza fue un tugurio del puerto lleno de fornidos turcos y ucranianos con unos bigotes más tupidos que los de una morsa bailando agarrados por los brazos al ritmo de un casiotone. Jamás se me olvidará el puñetazo que le dio una de las tres meretrices que allí había a uno de ellos que se atrevió a tocarla el culo, imagino que por hacerlo sin pagar, claro. ¡Qué glamour se respiraba en el ambiente¡

Pero volvamos a la peluquería. Tras el típico té de bienvenida comenzó lo interesante, si normalmente hacer que tu peluquero de toda la vida te entienda y no te corte el pelo como le de a él la gana es complicado imaginaos la misma situación sin que te entiendan una palabra. Total, que un poco de mímica y al final el peluquero te dice Tamam, que es una palabra mágica que en turco significa “lo he pillado”. También es verdad que con los cuatro pelos que me quedan era difícil pensar que quería unas rastas, aunque nunca se sabe.

Total que el corte de pelo bien, un artista el tío, pero justo en ese momento comenzó el espectáculo. De repente el peluquero llamó a un chaval para que me lavase la cabeza, se presenta un crío de 14 o 15 años que sin mediar palabra me empuja la cabeza y me la mete en un lavabo lleno de agua que siempre había tenido delante de mí pero en el que no me había fijado. No repuesto de la sorpresa inicial cuando intento sacar la cabeza para tomar aire noto una firme presión en la nuca para mantenerla sumergida y de repente dos dedos se enroscan en mis oídos y cual sacacorchos entran en ellos enroscándose hasta una profundidad indeterminada e inquietante. ¡Qué chungo ser auxiliar de peluquería en Trabzon! Cuando el mozo tras unos segundos de angustia vital los sacó fue como si me descorcharan el cerebro.

Mientras trataba de reponerme del susto el chaval me secaba la cabeza con esmero, al terminar le vuelve a pasar los trastos de matar al peluquero. Si creéis que los turcos no son coquetos os equivocáis, lo son y mucho. Llega la parte de la depilación, un poco los pelos de la nariz y yo dejándome hacer, no es que me entusiasmara pero bueno. Es entonces cuando sin mediar palabra el tipo saca un Zippo del bolsillo, ¿para qué coño puede querer un peluquero un Zippo?, me pregunto, ¡pues muy fácil! De repente lo acerca a uno de mis oídos y con toques cortos pero precisos comienza a chamuscarme la oreja como si después fuese a cortármela y echársela como guarnición a unas judías pintas.

En ese momento descubrí que es cierto que te puedes quedar paralizado de terror, o tal vez de sorpresa, allí estaba yo, más quieto que una figurita del belén y teniendo la desagradable sensación de oler mi propio cuerpo chamuscado, un olor que nunca olvidaré, un olor a cerdo quemado que me inundó la pituitaria. Lo único que se me ocurrió pensar fue en no moverme y dejarme hacer por si era peor, total al hombre se le veía la maestría y decisión del que lo hace todos los días. Una vez asumido mi rol de cochinillo me dio por reírme de la situación para sorpresa del personal, ¡ah! y las orejas quedaron impecables, creo que hay sitios en los que nunca ha vuelto a nacer el pelo.

Por último y para rematar la faena intentó hacerme las cejas, pero ahí me salio toda la dignidad contenida y le dejé claro que podía profanar mis pabellones auditivos pero que las cejas no me las tocaba ni la madre que me parió, ¡faltaría más!

Vaya, se me ha hecho tarde, creo que tendremos que dejar el baño turco para otro día, ya veremos si antes o después del puticlub del Kurdistán, se admiten propuestas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Por favor, el puticlub del Kurdistán primero; sin ninguna duda.

Anónimo dijo...

Rubén no ha parado de descojonarse :).
Bea