domingo, 15 de noviembre de 2009

Negociación



Comenzar a negociar es comenzar a perder y por tanto la negociación es el arte de perder lo menos posible. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos nos pasamos el día negociando, e incluso mientras que dormimos estamos negociando con nuestra pareja la superficie de la cama que nos pertenece a cada uno. El arte de una buena negociación se llama diplomacia, el de la mala coacción o chantaje y el de la pésima violencia. En resumen, la negociación es un proceso en el que suele ganar el que menos tiene que perder.

Empezamos el día negociando con el despertador, pidiéndole cinco minutos más, pero con el despertador no cabe ni la diplomacia ni la coacción, a los cinco minutos vuelve a sonar, es entonces cuando muchas veces se recurre a la violencia, estoy seguro de que existe un infierno en el que suenan sin parar despertadores estrellados contra una pared. Más tarde cuando salimos a la carretera, camino de nuestra prisión en régimen de tercer grado, seguimos negociando. Cada incorporación y cada cambio de carril forman parte de una negociación poco sutil, el “pase usted primero” que tendríamos delante de la puerta del portal se cambia aquí por recuerdos a la madre, cambios de luces, toques de claxon y ese gesto que normalmente se hace con el dedo corazón y que popularmente se conoce como peineta. En esta negociación el tamaño importa bastante, los conductores de la EMT son expertos negociadores.

En el trabajo es uno de los sitios donde más y peor se negocia. Se negocia con los jefes, pero esa negociación no es muy justa por lo desigual de las consecuencias, curiosamente nadie de la empresa lo llamaría chantaje, seguramente usarían el término “bien común”. Bien común es exactamente ese tipo de bien que satisface a todo el mundo menos a uno mismo. Por eso hacemos lo que nos dicen por estúpido que sea, si no lo hacemos pueden llegar a concedernos la libertad y la libertad tiene paradójicamente traumáticas consecuencias. Además se puede utilizar como arma adicional de la negociación que existen millones de hombres y mujeres libres deseando cargar con nuestras cadenas. Se negocia con los proveedores, esa pobre gente que no nos ha hecho nada pero a la que puteamos en el nombre de otros, se negocia con los clientes, esos hijos de puta en los que nosotros nos transformamos cuando nos toca jugar ese papel, se negocia con los compañeros por ver quién curra menos y quién vive mejor, a los que mejor negocian de todos les solemos llamar trepas y pelotas.

En casa se negocia aún más que en el trabajo, los motivos son todos los imaginables y alguno más. Normalmente si se llega a una casa se sabe quién es el mejor negociador porque maneja el mando a distancia y decide que canal de televisión se ve. Aunque parezca mentira en una casa los negociadores más duros son los niños. Los niños carecen de cualquier tipo de prejuicio moral y se mueven únicamente guiados por el egoísmo, no conocen palabras como tacto, disimulo o cortesía y o haces lo que quieren o se pondrán a chillar y a gritar, eso mientras te miran con una cara de desprecio peor que la que pondrían si te hubieran visto matar con tus propias manos a la madre de Bambi.

La convivencia en pareja es una negociación perpetua, es muy dura porque se disputa siempre en el terreno de juego de los sentimientos y está llena de medias verdades, medias mentiras y frases trampa que quieren decir todo lo contrario. Se negocia dónde se va de vacaciones, en casa de quién se celebra la nochebuena y la nochevieja, con los amigos de quién se va al cine, la película que veremos y si nos tomaremos las palomitas con queso o con caramelo. La negociación en pareja es complicada porque a veces tienes que volver a negociar después de haber cedido si los motivos del pacto no parecen suficientemente justificados. Está claro que en esos casos no se negocia para llegar a un acuerdo, se negocia por la negociación en si misma, da igual lo que digas, no vas a acertar ni a llegar a conclusión alguna, tanto pecarás por hablar como por callar. Una pista, esta situación casi siempre comienza con un “¿qué te parece si…?”, si lo escuchas ponte a temblar.

Los amigos tampoco se libran, los amigos son los antinegociadores, para ellos todo está bien mientras no se hable de una decisión firme, si les preguntas donde ir a cenar o a tomar una copa la respuesta será siempre “a mí me da igual”, pero es por supuesto mentira. Si es una decisión a tomar entre varios está será pospuesta sine diem por la indiferencia hasta que un valiente tome la iniciativa y proponga un sitio. Entonces es cuando comienza el juego, pero en este caso no es una negociación, es un linchamiento público, porque ese sitio será una mierda y todos conocerán uno mejor que por supuesto no dicen para no pasar a ser ellos el rival más débil. Las consecuencias de esto son cenas de navidad celebradas en pleno mes de mayo y despedidas de solter@ que tienen lugar el día de la comunión del nieto pequeño del contrayente.

Negociar es una maldición que tenemos que sufrir, pero es inevitable, yo lo detesto y saco fuerzas de flaqueza pensando que más vale una mala negociación que una buena tiranía, aunque muchas veces su frontera sea tan sutil como el aletear de una mariposa.

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