Después de acabar con mi desdichada adolescencia llegué junto con la nueva década a la juventud, eran los noventa. Y ahora que lo pienso fue una década cojonuda, a pesar de todo, porque podría no haberlo sido. Que mucha culpa de la felicidad de aquellos años viniera de la venda que se me cayó de los ojos cuando me rompí el pulmón es muy irónico (ojo, que no estoy diciendo que fuera la felicidad de la perdiz, sino que tuvo sus momentos), pero gracias a eso descubrí montones de cosas que a mi yo angelical le estaban vetadas, de repente descubrí la noche, el no ir a clase, suspender, salir entre semana para ir al cine…
Y allí, en el cine, proyectadas en la pantalla estaban esperándome, dulces, espléndidas, hermosas, siempre radiantes, viéndolas solo podía sentir amor hacia ellas, pero un amor platónico con destellos de carnalidad. Porque yo hubiera matado por olerlas, por estrecharlas entre mis brazos, por revolverlas el pelo, por morderlas en los labios y eso que todavía eran unos labios torpes que no sabían besar. Yo las adoraba, me hacían feliz y me hacían soñar. Ahora ya casi no queda nada de mi inocencia de entonces y tal vez es por eso que las estupendas chicas que llenan las carteleras no me dicen nada, solo veo carne, como en una charcutería. Yo las sigo prefiriendo a ellas, aunque ronden los cincuenta y alguna los haya pasado más que de largo. Para mí siempre serán jóvenes y preciosas, en mi cabeza, en su honor, se ha parado el reloj.
Conocí a Meg, era tan sosa, tan insustancial, tan mosquita muerta... Tenía ya entonces un punto de repipi, de redicha, de sabelotodo, the girl next door, la vecinita. Pero los tíos somos así, nos perdemos por una cara bonita aunque la palabra superficial parpadee con luz roja en la frente de nuestra amada. Con Meg habría ido al cine y a cenar, la habría dado un beso en la mejilla en la puerta de su casa antes de volver saltando de nube en nube hasta la mía. Con Meg me hubiera casado, habría tenido tres hijos y un perro antes de divorciarme aburrido de hablar de punto de cruz y de listas de la compra. Meg era Sally y era Annie, en mi reverso tenebroso eran palabras mayores que me obligaban a quererla aunque supiera que no me convenía.
Sharon paso desapercibida hasta que se convirtió en Catherine y a partir de entonces su sola presencia provocaba fuegos artificiales en mi interior. Sharon era diferente, desde luego era todo lo contrario que Meg, con Sharon nunca me hubiera casado ni se la hubiera presentado a mis padres, y ni falta que hacía. Ella era el riesgo que le había faltado a mi vida hasta entonces, merecía la pena arriesgarse a terminar granizado si la que empuñaba el picahielos era ella, a veces un instante puede ser tan intenso que justifique una vida. Además Sharon tenía cara de lista, y lo era, me imagino tumbado a su lado después de una noche de pasión hablando de astrofísica y exoplanetas, qué lastima que de astrofísica yo no sé ni una palabra.
Lo de Kim fue un amor tardío, es verdad que antes de conocernos bien, y cuando aún yo no tenía ni pelusa que afeitarme, ella fue Lynn, un rollo pasajero, adorable pero prescindible, la olvide pronto. No fue hasta diez años más tarde, oculta bajo el nombre de Nadia, cuando volvió a llamar mi atención, no era ya una niña pero ¿a quién le importaba? Parecía tímida y nostálgica, algo indefensa debajo de su capucha, pero era la carne hecha mujer, una parte de mi solo me pedía quererla y protegerla, pero la otra me pedía amarla y poseerla, decían que entonces era prostituta, a mí me dio igual, todos de alguna manera nos hemos prostituido alguna vez. Por eso me robo el corazón y aunque desapareció sin decir nada desde entonces un pedazo de él la pertenece.
Y queda Michelle, ¡Michelle!, la reina de todas ellas, the one and only. Cuando Paul McCartney escribió eso de “Michelle, my belle, sont des mots qui vont très bien ensemble, très bien ensemble” lo hizo pensando en ella aunque no la conocía y solo era una niña de cinco años. Sus fotos forraron mis carpetas y las paredes de mi habitación, lo tenía todo, ¡y más!, no creo ni que fuese de mi especie. Todos deberíamos haberla odiado por ser la personificación de la injusticia con forma de mujer, pero era imposible. Su cara de ángel y sus ojos de gata eran simplemente irrepetibles, y encima me parecía tan buena actriz…, poco importaba el papel que la tocase interpretar, porque la daba igual contornearse encima de un piano embutida en rojo que poner unos cafés, ella siempre estaba espléndida. Pero cuando más la amé fue vestida de dama de la alta sociedad congelada por fuera y ardiendo por dentro, Ellen se llamaba. Hubiera traspasado la pantalla para encontrarla bajo la nieve en el NY de hace más de cien años y llevarla conmigo a algún lugar de este mundo, o del otro. Allí nos veremos.
Y allí, en el cine, proyectadas en la pantalla estaban esperándome, dulces, espléndidas, hermosas, siempre radiantes, viéndolas solo podía sentir amor hacia ellas, pero un amor platónico con destellos de carnalidad. Porque yo hubiera matado por olerlas, por estrecharlas entre mis brazos, por revolverlas el pelo, por morderlas en los labios y eso que todavía eran unos labios torpes que no sabían besar. Yo las adoraba, me hacían feliz y me hacían soñar. Ahora ya casi no queda nada de mi inocencia de entonces y tal vez es por eso que las estupendas chicas que llenan las carteleras no me dicen nada, solo veo carne, como en una charcutería. Yo las sigo prefiriendo a ellas, aunque ronden los cincuenta y alguna los haya pasado más que de largo. Para mí siempre serán jóvenes y preciosas, en mi cabeza, en su honor, se ha parado el reloj.
Conocí a Meg, era tan sosa, tan insustancial, tan mosquita muerta... Tenía ya entonces un punto de repipi, de redicha, de sabelotodo, the girl next door, la vecinita. Pero los tíos somos así, nos perdemos por una cara bonita aunque la palabra superficial parpadee con luz roja en la frente de nuestra amada. Con Meg habría ido al cine y a cenar, la habría dado un beso en la mejilla en la puerta de su casa antes de volver saltando de nube en nube hasta la mía. Con Meg me hubiera casado, habría tenido tres hijos y un perro antes de divorciarme aburrido de hablar de punto de cruz y de listas de la compra. Meg era Sally y era Annie, en mi reverso tenebroso eran palabras mayores que me obligaban a quererla aunque supiera que no me convenía.
Sharon paso desapercibida hasta que se convirtió en Catherine y a partir de entonces su sola presencia provocaba fuegos artificiales en mi interior. Sharon era diferente, desde luego era todo lo contrario que Meg, con Sharon nunca me hubiera casado ni se la hubiera presentado a mis padres, y ni falta que hacía. Ella era el riesgo que le había faltado a mi vida hasta entonces, merecía la pena arriesgarse a terminar granizado si la que empuñaba el picahielos era ella, a veces un instante puede ser tan intenso que justifique una vida. Además Sharon tenía cara de lista, y lo era, me imagino tumbado a su lado después de una noche de pasión hablando de astrofísica y exoplanetas, qué lastima que de astrofísica yo no sé ni una palabra.
Lo de Kim fue un amor tardío, es verdad que antes de conocernos bien, y cuando aún yo no tenía ni pelusa que afeitarme, ella fue Lynn, un rollo pasajero, adorable pero prescindible, la olvide pronto. No fue hasta diez años más tarde, oculta bajo el nombre de Nadia, cuando volvió a llamar mi atención, no era ya una niña pero ¿a quién le importaba? Parecía tímida y nostálgica, algo indefensa debajo de su capucha, pero era la carne hecha mujer, una parte de mi solo me pedía quererla y protegerla, pero la otra me pedía amarla y poseerla, decían que entonces era prostituta, a mí me dio igual, todos de alguna manera nos hemos prostituido alguna vez. Por eso me robo el corazón y aunque desapareció sin decir nada desde entonces un pedazo de él la pertenece.
Y queda Michelle, ¡Michelle!, la reina de todas ellas, the one and only. Cuando Paul McCartney escribió eso de “Michelle, my belle, sont des mots qui vont très bien ensemble, très bien ensemble” lo hizo pensando en ella aunque no la conocía y solo era una niña de cinco años. Sus fotos forraron mis carpetas y las paredes de mi habitación, lo tenía todo, ¡y más!, no creo ni que fuese de mi especie. Todos deberíamos haberla odiado por ser la personificación de la injusticia con forma de mujer, pero era imposible. Su cara de ángel y sus ojos de gata eran simplemente irrepetibles, y encima me parecía tan buena actriz…, poco importaba el papel que la tocase interpretar, porque la daba igual contornearse encima de un piano embutida en rojo que poner unos cafés, ella siempre estaba espléndida. Pero cuando más la amé fue vestida de dama de la alta sociedad congelada por fuera y ardiendo por dentro, Ellen se llamaba. Hubiera traspasado la pantalla para encontrarla bajo la nieve en el NY de hace más de cien años y llevarla conmigo a algún lugar de este mundo, o del otro. Allí nos veremos.
5 comentarios:
Yo creo que me enamoré de Cameron Díaz en Cómo ser John Malkovich... y hasta ahora, oiga.
Fantástica, me ha encantado tu entrada y tu fascinación, tus motivos y tus mitos. Es de las que más me han gustado creo.
Por cierto, ni una sola morena, tintes pasajeros aparte. Y hay morenas tremendas, ¿o no? Sé que de otra época pero ¿qué hay de Ava, Sara (sí, sí, Montiel en sus buenos años, que los tuvo), Charo o, más reciente, Catherine? Para mí bellas entre las bellas. Y bravas.
Tal vez yo no debería opinar de esto, ND siempre dice que miro demasiado a las tías. Pero, ¿qué quieres?, soy bocazas y de todo tengo que hablar, aunque no sepa lo que me digo.
Es que es verdad, por la calle no haces más que mirar culos y tetas. Por lo menos mucho más que yo. Eres una observadora cular!!
Gordi: Cameron si pero no, tiene algo que me acaba echando hacia atrás (ays que frivolidad, yo miserable reptil criticando a semejante beldad) Yo estoy enamorado de Daniel Day Lewis, cada uno tenemos lo nuestro...
Annie: Llevo un día pensando en morenas de aquella generación y no soy capaz de encontrar una que esté a la altura de estas cuatro. Pero que conste que yo de toda la vida soy de morenas (ays que frivolidad, yo miserable reptil expresando preferencias)
ND: Me dejas de piedra!!!!!!!!!!!!!
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