Hoy planteo un tema, realmente peculiar, surgido en los postres de una comida con los compañeros del trabajo. ¿Hay que salvar a la especie? ¿Qué especie?, se puede preguntar cualquiera, ¿al delicado lince?, ¿a los tiernos pero peligrosos koalas?, ¿al cochino jabalí? Nada de eso, se trata de algo mucho más importante y que nos afecta mucho más de cerca. La pregunta correcta es: ¿hay que salvar a la humanidad?, ¡coño!, ¿de qué?, ¿de quién?, posiblemente de ella misma, pienso yo.
Aunque admito que a veces he dudado si lo merecemos o no, si de lo que hablamos es de la Humanidad con hache mayúscula, y no de cierta parte de la humanidad, desde mi punto de vista la respuesta es evidente, sí, hay que salvar a la especie. A los otros, los de la hache minúscula, les deseo que corran la misma suerte que los dinosaurios y que un meteorito con el tamaño y forma de la catedral de Milán caiga sobre sus cabezas. De todas formas, la conversación no trataba ni de cataclismos ni del cambio climático, una comida en el trabajo no debe ser tan profunda, simplemente hablábamos de la preservación de la especie mediante la reproducción y el nacimiento de hijos. Visto así yo pensaba que nadie discutiría mi planteamiento, pero no, una vez más me equivocaba, nada es evidente para todo el mundo.
Tengo una amiga que es un caso pero a la que quiero muchísimo. La quiero mucho porque es muy buena persona, sabe escuchar y me hace sentir siempre bien cuando estoy con ella, también la quiero mucho porque está como una cabra y su permanente estado de caos la hace entrañable. Pero cuando más la quiero es cuando demuestra su devoción por nuestros amigos los animales, no importa si están recubiertos de pelo, plumas o escamas o de si corren, nadan o vuelan, a ella le gustan todos. Lo sorprendente es que su amor a los animales no se hace extensible a los seres humanos, por muy animales que seamos, por ella los seres humanos podemos desaparecer del planeta, eso sí, los gatos no, pobrecitos. ¿No te gusta la idea? Pues te jodes, haber nacido gato. Ella es la culpable de este post, quiero hacer que cambie de opinión.
Desde que soy padre la verdad es que la cabeza se me ha vuelto del revés, he pasado del más absoluto desprecio por el futuro a la más absoluta preocupación por el porvenir, pero no solo del mío, ni del de mi hijo, que ya es un cambio, sino que también pienso en el futuro de los hijos de mi hijo y de lo mucho que me apetecerá conocerlos. Yo, como mis padres, también quiero malcriarlos, quiero dejarles que me destrocen la casa por darles gusto y por mentir a mi hijo diciéndole que a él, por supuesto, le dejaba hacer lo mismo. Quiero inflarles a golosinas hasta hacerles vomitar para negarlo después a voz en grito aunque se vean los trozos de chocolate y gominolas entre los restos del naufragio. Y quiero ir con ellos al parque para enseñarlos a tirarse de cabeza por los toboganes, aunque se rompan la crisma, para ver la cara de su padre el día que lo haga en su presencia.
Estos ya me parecen unos motivos lo suficientemente egoístas y lo suficientemente buenos para salvar a la especie, pero tengo más. Hay que salvar a la especie porque debe quedar alguien que finalmente descubra si lo del juicio final es un camelo o no, porque debe quedar alguien que vea amanecer el día en el que la selección española gane un mundial, porque debe quedar alguien que se teletransporte por el espacio y nos cuente que hay más allá de la Puerta de Tannhäuser y sobre todo porque yo no me creo que el sol vaya a explotar un día y necesito un testigo que me de la razón para que mi alma pueda descansar en paz.
Pero también existen motivos más idealistas y más profundos que habitan dentro de mí. La especie debe seguir existiendo para ser testigo de los amaneceres en el mar que no serían tan bellos si nadie los contemplase, la especie debe seguir existiendo para seguir contando las historias dignas de no enmudecer jamás, la especie debe seguir existiendo para seguir interpretando la música que no merece extinguirse ni olvidarse, ¿te parece poco Bea?. Y no merece extinguirse para que no se sequen los pechos que han de amamantar, para poder escuchar el sonido de los labios que aprenden a besar y para poder llorar sin consuelo a los que queremos el día que no les volvamos a ver más.
Aunque admito que a veces he dudado si lo merecemos o no, si de lo que hablamos es de la Humanidad con hache mayúscula, y no de cierta parte de la humanidad, desde mi punto de vista la respuesta es evidente, sí, hay que salvar a la especie. A los otros, los de la hache minúscula, les deseo que corran la misma suerte que los dinosaurios y que un meteorito con el tamaño y forma de la catedral de Milán caiga sobre sus cabezas. De todas formas, la conversación no trataba ni de cataclismos ni del cambio climático, una comida en el trabajo no debe ser tan profunda, simplemente hablábamos de la preservación de la especie mediante la reproducción y el nacimiento de hijos. Visto así yo pensaba que nadie discutiría mi planteamiento, pero no, una vez más me equivocaba, nada es evidente para todo el mundo.
Tengo una amiga que es un caso pero a la que quiero muchísimo. La quiero mucho porque es muy buena persona, sabe escuchar y me hace sentir siempre bien cuando estoy con ella, también la quiero mucho porque está como una cabra y su permanente estado de caos la hace entrañable. Pero cuando más la quiero es cuando demuestra su devoción por nuestros amigos los animales, no importa si están recubiertos de pelo, plumas o escamas o de si corren, nadan o vuelan, a ella le gustan todos. Lo sorprendente es que su amor a los animales no se hace extensible a los seres humanos, por muy animales que seamos, por ella los seres humanos podemos desaparecer del planeta, eso sí, los gatos no, pobrecitos. ¿No te gusta la idea? Pues te jodes, haber nacido gato. Ella es la culpable de este post, quiero hacer que cambie de opinión.
Desde que soy padre la verdad es que la cabeza se me ha vuelto del revés, he pasado del más absoluto desprecio por el futuro a la más absoluta preocupación por el porvenir, pero no solo del mío, ni del de mi hijo, que ya es un cambio, sino que también pienso en el futuro de los hijos de mi hijo y de lo mucho que me apetecerá conocerlos. Yo, como mis padres, también quiero malcriarlos, quiero dejarles que me destrocen la casa por darles gusto y por mentir a mi hijo diciéndole que a él, por supuesto, le dejaba hacer lo mismo. Quiero inflarles a golosinas hasta hacerles vomitar para negarlo después a voz en grito aunque se vean los trozos de chocolate y gominolas entre los restos del naufragio. Y quiero ir con ellos al parque para enseñarlos a tirarse de cabeza por los toboganes, aunque se rompan la crisma, para ver la cara de su padre el día que lo haga en su presencia.
Estos ya me parecen unos motivos lo suficientemente egoístas y lo suficientemente buenos para salvar a la especie, pero tengo más. Hay que salvar a la especie porque debe quedar alguien que finalmente descubra si lo del juicio final es un camelo o no, porque debe quedar alguien que vea amanecer el día en el que la selección española gane un mundial, porque debe quedar alguien que se teletransporte por el espacio y nos cuente que hay más allá de la Puerta de Tannhäuser y sobre todo porque yo no me creo que el sol vaya a explotar un día y necesito un testigo que me de la razón para que mi alma pueda descansar en paz.
Pero también existen motivos más idealistas y más profundos que habitan dentro de mí. La especie debe seguir existiendo para ser testigo de los amaneceres en el mar que no serían tan bellos si nadie los contemplase, la especie debe seguir existiendo para seguir contando las historias dignas de no enmudecer jamás, la especie debe seguir existiendo para seguir interpretando la música que no merece extinguirse ni olvidarse, ¿te parece poco Bea?. Y no merece extinguirse para que no se sequen los pechos que han de amamantar, para poder escuchar el sonido de los labios que aprenden a besar y para poder llorar sin consuelo a los que queremos el día que no les volvamos a ver más.
6 comentarios:
Escalofríos tengo, qué emocionante el final. De verdad estoy conmovida.
Por cierto, sabia que era Bea varios párrafos antes de que la llamaras por su nombre. :)
Ay, vaya líos es que me meto...Si a mí lo que me pasa es que me da pánico eso de tener a alguien 100% dependiente de tí y para toda la vida, ¡qué hay que ser muy valiente!. Además yo creo que el instinto de perpetuación de la especie a mí se les olvidó ponérmelo de serie :).
Pero una cosa sí que es cierta, la especie Humana no debe extinguirse porque existen personas como tú, como nuestros amigos del Hydra,....
Y eso, pues que te quiero un montón y que eres un SOL (así, bien grande, con mayúsculas).
Bea
Me apunto para los amaneceres en el mar.
Besos.
:)
Ah, era Bea?
Y tú?
Hablo desde el sufrimiento de vivir en un zoo. No porque viva YO MISMO EN MI CASA, sino porque vivir con un gato y un conejo que posee cuenta en Facebook es una situación insólita. Es o no un Zoo??
No llorar con el principio de "Buscando a Nemo", no significa que no tenga corazón pero frases y finales como éste no tienen precio. Te hacen levantarte de la cama con un mejor ánimo.
Ole tus huevos toreros!!!!!
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