lunes, 29 de marzo de 2010

El porqué de las cosas


Si conociese el porqué de las cosas posiblemente no tendría gracia alguna el seguir viviendo. Vivir solo tiene sentido si ocupamos el breve paréntesis en el que somos en empaparnos lo más posible de lo que nos rodea, de lo trascendente y de lo nimio, por consiguiente dejar pasar el tiempo sin hacerlo es una estupidez y un desperdicio, porque solo vamos a ser una vez, nos guste o no. Así pienso y trato de actuar en consecuencia, dejo que sea la curiosidad la que maneje el volante de mi comportamiento por las curvas de la ignorancia, cuantas más curvas me encuentre más me apetecerá que dure el viaje, será mucho más divertido.

Y mi curiosidad es un monstruo de apetito insaciable capaz de devorarme hasta a mí mismo. ¡Si será grande! Cuando era pequeño, un verdadero renacuajo, decidí prescindir de la figura de Dios en mi vida, el que lo hiciera nada tiene que ver con una educación demasiado liberal para lo que se terciaba, simplemente no tenía sentido para mí porque no me resolvía las constantes preguntas de niño viejo que me hacía. Para lo muy complicado no servía, en un día era capaz de ventilarse tareas que a mi yo infantil le parecían titánicas, “Y dijo Dios: Sea la luz: y fue la luz”, ¡te cagas!, demasiado fácil para creérselo, y las cosas demasiado fáciles me han hecho siempre desconfiar, no he ganado nunca ni la chochona de una rifa, menos voy a ganar la vida eterna.

Porque partiendo del punto de partida de que la luz era una creación divina, los vulgares mortales veíamos con sorpresa como nuestros padres se las deseaban para pagarle la factura a Iberduero, que tenía que ser una franquicia de Santa Lucía, que, por cierto, también mandaba puntualmente un señor con cara de pocos amigos a cobrar una cosa llamada “el recibo de los muertos”. Muertos es lo que nos hacíamos todos en casa cuando sonaba el timbre y mi madre no tenía el dinero para pagarle, que alguna vez ha pasado. Está claro que ser cobrador de recibos en el Alcorcón de principios de los ochenta era un oficio de riesgo.

Por eso no entraba en mi cabeza que un señor hiciese luz a su voluntad y luego no resolviera nuestros problemas más cotidianos, porque si era capaz de tales maravillas, ¿por qué no nos hacía a todos ricos y guapos?, ¿por qué no acababa con el hambre y detenía las guerras?, creo que no era mucho pedir. Me mandaron a catequesis y me hablaron del más original de los pecados, que sin comerlo ni beberlo me vetaba del mundo de los que tenían zapatillas de marca y un spectrum. Ante mis múltiples quejas la catequista me recetaba resignación, me decía que era su voluntad y que no éramos quienes para juzgarlo y por si no fuera poco, además, me hacía cantar unas canciones que directamente insultaban a mi intelecto. Me negué a ir a catequesis y ellos a darme la comunión, si tienen cojones ahora que me excomulguen.

Pero que yo crea en la existencia de Dios o no, no es lo verdaderamente importante. Lo importante es que existimos, que existen la luz y las tinieblas, que estamos montados en una enorme pelota azul que gira por el espacio en una danza cósmica infinita, que otros antes que nosotros la bailaron y que todos la estamos bailando esparciendo el esperma germinal del que nacen los futuros actores de esta función que es la vida. Y cuanto más la bailo más la quiero, y menos la comprendo, porque me parece a la vez lo más complicado del mundo pero también lo más sencillo, porque yo, que no creo en el azar, comprendo que es la obra de un genio que mueve con destreza los hilos, pero no es un ser todopoderoso porque a veces la caga, y mucho menos es bondadoso y misericordioso, no sé ni lo que es, pero me hace llorar para que aprecie el reír y me hace amar para que aprenda a tener miedo de perder todo lo que he querido. Le admiro y le odio.

Y si estamos aquí será por algo y a ese algo hay que darle sentido, y disfrutar de las cosas grandes, tratar de entender sus leyes y no conformarnos con simplemente aceptar su existencia. Disfrutar del arte y de la belleza, del que entra por los ojos y del que entra por los oídos, del que se lee también, por supuesto, que es el alimento de los cerebros inquietos. Pero también hay que aprender, y mucho, de lo pequeño, de lo cercano y hasta de lo cotidiano, entender el mundo que nos rodea, aprender de nuestras experiencias más sencillas, ponernos en el lugar del otro y comprender su comportamiento. Esa va a ser mi religión, sin importarme lo que me queda, solo por darme el gusto de saber, cada día que despierte, que no estoy muerto.

8 comentarios:

El niño desgraciaíto dijo...

Creo que ya lo he comentado alguna vez, pero aquí va de nuevo: según el budismo la felicidad no está en encontrar la respuesta a las preguntas, sino en no preguntar. Y yo creo que algo de razón tienen. El buscarle sentido a la vida no tiene ningún sentido. La felicidad no se busca, se encuentra y muchas veces no te das cuenta porque estás a otra cosa.

La felicidad son las pequeñas cosas, el reirte y disfrutar sin pensar que va a haber momentos malos. Disfrutar sin medida de las cosas simples.

lluvya dijo...

Respecto de Dios:

Libre albedrío, amigo, libre albedrío.

¿Te imaginas que siempre hubiese alguien que te dijera lo que puedes o no hacer, qué decisiones tomar, lo que debes sentir...?

Un saludo :)

Anniehall dijo...

Estoy con ND la felicidad no está en encontrar el porqué de las cosas, eso es otra cosa.

Es más, yo creo que cuanto más sabes más te preocupas y menos feliz eres.

Lo cual no quita para qué me pregunte el porqué de las cosas. Seré masoca.

alma dijo...

Por lo poco que sé, ningun Dios de ninguno de los muchos y variopintos olimpos tiene mucho interés en la felicidad de los humanos, a algunos se la trae directamente al pairo y otros, más hipócritas, se escudan en el supuesto amor que nos tienen para meternos el dedo en el ojo...se vive mejor sin tomarlos en serio, me parece a mí.

A los Dioses, lo que de verdad les toca la fibra es lo que ellos llaman soberbia, osea, cuando uno quiere vivir como ellos y ser como ellos...ahí sí, para castigar eso si que dan rienda suelta a la imaginació...

También pienso que el conocimiento suele dar lucidez aunque no felicidad.

Un saludo

Newland23 dijo...

ND, yo estoy de acuerdo, creo que me haré medio budista, porque hablo de eso, de ser inquieto, de querer saber, de cuestionarse un poco que pintamos en este mundo.

Porque otras muchas cosas no las entenderé o no me gustará entenderlas, pero HOY no me apetece la felicidad nacida de la ignorancia. Aunque mis principios son tan volátiles como los de Groucho.

Newland23 dijo...

lluvya, iba a contestarte una maldad y bueno, voy a hacerlo, ese "alguien" tu pregunta se parece mucho a mi madre :)

En serio, el libre albedrío, siempre que se respete a los demás es lo que tendría que movernos. No soporto que me digan que debo hacer y que es bueno y que es malo, sobre todo desde una cierta posición de superioridad moral que me repugna.

Newland23 dijo...

Annie, un poco lo mismo que le digo a ND, me niego a pensar que por ser más ignorante seré más feliz. HOY.

y existen millones de conocimientos que no me van a hacer infeliz, está claro que no me apetece saber que tengo una enfermedad incurable, pero me encantaría saber que es lo que me mueve a ser como soy, de donde surgen las asociaciones que tengo de ideas, no sé, mil chorradas intrascendentes pero que me traen de cabeza.

Newland23 dijo...

almalaire, en civilizaciones más antiguas que la nuestra, y posiblemente más prácticas, muchas veces eran los dioses los que se ponían al servicio de los mortales y no al revés, bueno no de todos los mortales pero si de los mortales más poderosos. Asirios, egipcios, griegos y romanos son buenos ejemplos.

Son dioses más recientes los que nos dan una felicidad a cuenta, pero yo no quiero entrar en eso, cada uno es libre de creer su propia versión de la historia y vivir en consecuencia.

Interesante el debate de la lucidez y la felicidad, da para una entrada monográfica sobre el tema :)