“Do, or do not. There is no try”. O lo que es lo mismo “Hazlo, o no lo hagas, pero no lo intentes”.
Eso le decía un bicho enano y verde a un jovenzuelo que aún no tenía ni puta idea de lo que iba la vida, por lo menos de la vida de caballero Jedi, midicloriano más, midicloriano menos. Admito, con cierto sonrojo, que nunca he acabado de entender la frasecita de marras. Bueno, la parte de no hacerlo sí la entiendo, me pase la mayoría de mi juventud con todas las ganas del mundo de hacerlo y sin que me dieran cancha. Pero vamos a analizar lo de hacerlo. Hacerlo sabiendo que no lo quieres hacer es lo mismo que no hacerlo, no me vale, hacerlo sabiendo que no lo vas a conseguir se llama estupidez o suicidio, hacerlo con ganas creyendo que lo puedes hacer es ya intentarlo (eso es lo que no entiendo de la frase), y a hacerlo y no conseguirlo se le llama fracaso.
El fracaso es una faceta más de la vida, hay que aceptarlo, no pasa nada, aunque no es que sea de las más agradables, aún así yo creo que es bastante necesario. Porque el fracaso es parte de nuestro aprendizaje, nos pone en nuestro sitio y nos hace tener los pies en la tierra. El que no ha fracasado no sabe nada. Por supuesto no fracasar es mejor que hacerlo, que nadie se lleve a engaño, pero a veces es tan importante el intentarlo como el conseguirlo, por mucho que se empeñe el maestro Yoda en lo contrario. Son los ideales más nobles del ser humano, apuntillados por la frase madre de los fracasados, “lo importante no es ganar, es participar”, pues sí, yo desde mi perspectiva de fracasado reincidente lo corroboro, lo importante es participar, por no participar, o no intentarlo, cuantas cosas de la vida me habré perdido.
Porque yo no he querido jugar a muchas cosas y así me ha ido. Ahora, que juego hasta a la taba, pienso con cierto desdén que fui un adolescente bastante estúpido, con una vida interior tan rica como equivocada. Posiblemente no era ni la mitad de insignificante como me creía entonces, más viendo ahora a los adolescentes que hacen botellón en mi plaza, si sumas la inteligencia de todos a lo mejor llegas a la de Einstein, pero cuando éste tenía dos años. Sin embargo yo no tenía que ir mucho más sobrado. Debo haber madurado.
Si es así, madurar es el paso que va de lo carnal a lo emocional, aunque me siga chiflando la carne. Y como para lo carnal no tengo las mejores armas ahora lo tengo que fiar todo al intelecto. No es mala apuesta. Además comienzo a tener la sensación de que no tengo que demostrar nada y es una sensación reconfortante y liberadora. Hace no muchos años el miedo al fracaso me atenazaba y me angustiaba, las causas pueden ser muchas pero yo las resumo en dos, no aceptar el rechazo y el propio orgullo.
No ser capaz de aceptar el rechazo es lo peor, porque da lugar a traumas que aunque puedes llegar a superar dejan su huella. Puedes pegarte el corazón, y hasta el alma, con Loctite, y aparentemente todo está bien, pero si te acercas mucho al final se ven los desperfectos, pasan los años y siguen allí; los demás no entienden el rollo que les cuentas de patito feo apaleado cuando lo que comienzan a ver es un cisne, orondo, pero un cisne al fin y al cabo. Por eso, cuando no eres capaz de aceptar el rechazo, la autoestima baja, comienza una etapa en la que el rechazo no solo viene de fuera, de repente tienes un caballo de Troya en el encéfalo que se niega a auto aceptarte, te aíslas para que nada de eso pase pero es precisamente entonces cuando empieza a pasar. Te montas una historia que habla de la exclusión social, de considerarte el apestado de un grupo, de ser el friki del que todo el mundo se ríe y con el que todos juegan al pin pan pun, es una película que no se está rodando en otros sitio que en tu imaginación.
El orgullo juega otro papel principal en esta historia, porque si eres soberbio y orgulloso, como lo soy yo, no estás dispuesto a aceptar que otro ser, o la misma realidad de las cosas, te ponga en tu sitio. Porque más duro que no comerte un rosco es no comerte un rosco y que alguien con más pecho que cerebro te de calabazas, al final ni lo intentas. Y más duro que alguien critique tu trabajo o lo tire por tierra es que ese alguien al final no tenga ni puta idea de lo que está hablando. Así mueren las buenas ideas dentro de nosotros, eso sí que es un fracaso.
Como dijo el gran Roberto Inhiesta, “Hablo con la sabiduría que me da el fracaso”. Si eso es verdad yo debo ser muy sabio.
Eso le decía un bicho enano y verde a un jovenzuelo que aún no tenía ni puta idea de lo que iba la vida, por lo menos de la vida de caballero Jedi, midicloriano más, midicloriano menos. Admito, con cierto sonrojo, que nunca he acabado de entender la frasecita de marras. Bueno, la parte de no hacerlo sí la entiendo, me pase la mayoría de mi juventud con todas las ganas del mundo de hacerlo y sin que me dieran cancha. Pero vamos a analizar lo de hacerlo. Hacerlo sabiendo que no lo quieres hacer es lo mismo que no hacerlo, no me vale, hacerlo sabiendo que no lo vas a conseguir se llama estupidez o suicidio, hacerlo con ganas creyendo que lo puedes hacer es ya intentarlo (eso es lo que no entiendo de la frase), y a hacerlo y no conseguirlo se le llama fracaso.
El fracaso es una faceta más de la vida, hay que aceptarlo, no pasa nada, aunque no es que sea de las más agradables, aún así yo creo que es bastante necesario. Porque el fracaso es parte de nuestro aprendizaje, nos pone en nuestro sitio y nos hace tener los pies en la tierra. El que no ha fracasado no sabe nada. Por supuesto no fracasar es mejor que hacerlo, que nadie se lleve a engaño, pero a veces es tan importante el intentarlo como el conseguirlo, por mucho que se empeñe el maestro Yoda en lo contrario. Son los ideales más nobles del ser humano, apuntillados por la frase madre de los fracasados, “lo importante no es ganar, es participar”, pues sí, yo desde mi perspectiva de fracasado reincidente lo corroboro, lo importante es participar, por no participar, o no intentarlo, cuantas cosas de la vida me habré perdido.
Porque yo no he querido jugar a muchas cosas y así me ha ido. Ahora, que juego hasta a la taba, pienso con cierto desdén que fui un adolescente bastante estúpido, con una vida interior tan rica como equivocada. Posiblemente no era ni la mitad de insignificante como me creía entonces, más viendo ahora a los adolescentes que hacen botellón en mi plaza, si sumas la inteligencia de todos a lo mejor llegas a la de Einstein, pero cuando éste tenía dos años. Sin embargo yo no tenía que ir mucho más sobrado. Debo haber madurado.
Si es así, madurar es el paso que va de lo carnal a lo emocional, aunque me siga chiflando la carne. Y como para lo carnal no tengo las mejores armas ahora lo tengo que fiar todo al intelecto. No es mala apuesta. Además comienzo a tener la sensación de que no tengo que demostrar nada y es una sensación reconfortante y liberadora. Hace no muchos años el miedo al fracaso me atenazaba y me angustiaba, las causas pueden ser muchas pero yo las resumo en dos, no aceptar el rechazo y el propio orgullo.
No ser capaz de aceptar el rechazo es lo peor, porque da lugar a traumas que aunque puedes llegar a superar dejan su huella. Puedes pegarte el corazón, y hasta el alma, con Loctite, y aparentemente todo está bien, pero si te acercas mucho al final se ven los desperfectos, pasan los años y siguen allí; los demás no entienden el rollo que les cuentas de patito feo apaleado cuando lo que comienzan a ver es un cisne, orondo, pero un cisne al fin y al cabo. Por eso, cuando no eres capaz de aceptar el rechazo, la autoestima baja, comienza una etapa en la que el rechazo no solo viene de fuera, de repente tienes un caballo de Troya en el encéfalo que se niega a auto aceptarte, te aíslas para que nada de eso pase pero es precisamente entonces cuando empieza a pasar. Te montas una historia que habla de la exclusión social, de considerarte el apestado de un grupo, de ser el friki del que todo el mundo se ríe y con el que todos juegan al pin pan pun, es una película que no se está rodando en otros sitio que en tu imaginación.
El orgullo juega otro papel principal en esta historia, porque si eres soberbio y orgulloso, como lo soy yo, no estás dispuesto a aceptar que otro ser, o la misma realidad de las cosas, te ponga en tu sitio. Porque más duro que no comerte un rosco es no comerte un rosco y que alguien con más pecho que cerebro te de calabazas, al final ni lo intentas. Y más duro que alguien critique tu trabajo o lo tire por tierra es que ese alguien al final no tenga ni puta idea de lo que está hablando. Así mueren las buenas ideas dentro de nosotros, eso sí que es un fracaso.
Como dijo el gran Roberto Inhiesta, “Hablo con la sabiduría que me da el fracaso”. Si eso es verdad yo debo ser muy sabio.
7 comentarios:
A todos nos gustan las historias de perdedores, supongo, pero nadie queremos ser uno de ellos. Creo sinceramente que ni el fracaso en sí mismo, ni, mucho menos, el éxito, deberían ser una medida válida de las cosas, sólo una circunstancia más. Lo chungo viene cuando lo que se cree sinceramente no es un arma suficiente contra el dolor y además no tienes otras...pero en fin, "no queda sino batirse" .
Me gusta mucho lo que dices :)
También el dolor es una circunstancia más. Y necesario como contrapeso de la balanza, o seríamos tan felices que levitaríamos por el espacio.
Gracias por pasarte por aquí :)
Yo tampoco he entendido nunca eso de no intentarlo. El miedo, no sólo al fracaso, es el peor lastre con el que cargamos. Tantas cosas me he perdido yo por miedos absurdos.
Es cierto que de los errores se aprende, pero me he encontrado en mi vida a varias personas de una candidez pasmosa que siempre pienso 'qué torta se van a dar!', pero a lo mejor no. A lo mejor siguen toda la vida sin recibir palos por equivocarse.
No os metáis con Yoda. Lo de halo o no lo hagas, pero no lo intentes se refiere a que si ya de partida vas a tantear no te entregas al 100%.
Quería decir hazlo.
O, también, "hablo desde el fracaso, a pesar de la sabiduría", vaya usté a saber.
ND: Yo no me meto con Yoda, simplemente no le entiendo :) Pero no debo de tener suficiente nivel de midiclorianos en la sangre. Y los seres felices al final se la pegan, Annie y yo sabemos que es así!!!
Gordi: Mitad y mitad, pero lo importante es que hablamos.
Por cierto quién me iba a decir que me podría conectar desde mi retiro jienense. Qué gusto!
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