La historia de cómo terminé un sábado en Ankara para comenzar ese trabajo está llena de decisiones ilógicas y arriesgadas, pero vistas desde la distancia afortunadas, más pensando que el sábado anterior estaba en el paro y uno antes haciendo pegamento en una fábrica de fibra de vidrio. Admito que soy cobarde para tomar ciertas decisiones, pero sorprendentemente en el trabajo no, es verdad que me hubiera ido al centro de la tierra para librarme de mi anterior empleo pero todo tiene un término medio. En mis decisiones no suele haberlo y así me va.
El fin de semana de adaptación a mi nueva situación y a mis nuevos compañeros lo voy a pasar por alto, aunque fue bastante jugoso. Si cuando aterricé hubiera tomado el avión de regreso en ese mismo momento, unas copas de Capitán Morgan después no me hubieran sacado de allí ni las tropas de élite del ejército turco. Lo lógico, si hubiera tenido cabeza, habría sido pedir mi deportación pero no lo hice, así que al día siguiente me encontraba metido en un coche camino de la central hidráulica de Yenice, casualmente tenía el dudoso honor de ser la peor central hidráulica de Turquía. Es normal, la peor central para el peor consultor, buen sitio para hacer mi puesta de largo.
Afortunadamente no estaba solo, tenía una compañera que era una máquina de matar en eso de las centrales, si no es por ella el buenazo del eléctrico de la central y yo estaríamos todavía buscando la resistencia de puesta a tierra del generador y no por su culpa precisamente. Aún el hombre debe estar preguntándose por qué coño tenía yo tanto interés en ir a verla, tres veces le hice abrirme el cuadro donde estaban las resistencias, para su estupor y mi sonrojo. Así que por primera vez en mi vida me tocó jugar el papel de hombre florero, mi misión, pues mantener la boca cerrada lo más posible, ir rellenando un cuadernillo con los datos que íbamos recopilando y hacer fotos ilustrativas. Chupado, menos lo de cerrar la boca.
Porque soy un bocazas y un curioso y ya que estaba allí qué menos que intentar aprender algo. Pero claro, esa no es la moto que le habían vendido a los de la central, de repente el tío que Alá les había enviado para solucionar sus problemas hacía aguas (sobre todo aguas) por todos los lados. A ver, es como si fichas al sustituto de Fernando Alonso y cuando le arrancas el coche pregunta qué es eso que suena, ¡leches!, ¿qué ruido que se nos escapa has escuchado figura?, pues ese que hace brom brom, en ese momento te cagas vivo. Imagino que los pobres, además de que no tenía mucha idea, pensarían que no estaba en el mejor momento de mi carrera profesional o simplemente me había dado a la bebida. ¡Quién en su sano juicio iba a imaginar la realidad!
Un día con cara cariacontecida me preguntaron que qué había estudiado, ingeniería industrial, les dije con orgullo, ¿tres años?, insistieron, no, dije yo, seis (una mentira piadosa), entonces se miraron entre ellos con cara de fliparlo y uno dijo, tamam master engineer, ¡qué bien sonó eso de master engineer!, me sentí envuelto por un aura de respeto, pero ellos cruzaron sus miradas con resignación, no entendían nada, pobres. Pero una vez que les quedó claro lo poco que de mí podían esperar de mí todo fue mucho más fácil, hicimos la toma de datos, unas fotos bien chulas y poco a poco me fui empapando del argot necesario. Tubería forzada, chimenea de equilibrio, válvula de guardia, cojinete de empuje, alabes, excitación, distribuidor, todo empezó a formar parte de mi vocabulario e incluso a saber cómo funcionaba y para qué servía. Nunca llegue a ser el experto por el que cobraban pero por lo menos en la siguiente central mantuve el tipo y cumplí el expediente. Además de buenos amigos y buenos recuerdos aprendí una lección, todo es posible con un poco de empeño y con un jefe con los huevos de plomo que te apoye.