Estos días leo los
periódicos y la veo, miro los noticieros y ahí esta, aguantando el
batir de las olas, los terremotos e incluso las cagadas de las
gaviotas. Y no me lo creo.
Tampoco me creo que esa
plataforma en el mar forme ya parte de mi vida, de casi tres años de
mi vida, que en ella haya algo de mí, de lo mejor de mí, de mis
conocimientos, de todo ese sudor, lágrimas y sinsabores que resumen
el trabajo de ingeniero. Me imagino todavía subido a ella, mirando
fijamente al mar,
abrumado por la responsabilidad pero orgulloso de estar haciendo algo
bueno y necesario.
Antes de seguir que quede
claro que yo hablo como técnico, que a mí cuando trabajo y diseño
el dinero me preocupa lo justo, porque tengo clarísimo que lo
principal es que las cosas cumplan con su función de una manera
segura y que una vez conseguido eso tenemos un fabuloso departamento
de compras que se encarga de que el proyecto entre en el presupuesto.
Siempre hay un tira y afloja entre lo que uno piensa que es necesario
y lo que dice la normativa o un contrato, y como hablamos de mucho
dinero cada elemento que se decide instalar se debe justificar,
incluyendo todos los sistemas de seguridad. Nosotros, los ingenieros,
tratamos de seguir lo que llamamos buenas prácticas de ingeniería,
que en muchas ocasiones van más allá de la normativa y nos llevamos
grandes berrinches para que se compre ese elemento que consideramos
tan necesario.
Pero en esta ocasión no
fue así, esta vez no se ha escatimado nada en seguridad, es más, se
ha ido siempre más allá para garantizar que no habría problemas,
no hace falta que nadie me lo cuente, muchos los he comprado yo mismo
y he comprobado que todo funcionaba correctamente en campo. Y, de
repente, la tierra se pone a temblar y todo se va al garete, no me lo
creo, de la misma manera que no me puedo creer que haya habido mala
fe o que alguien haya escondido un mal informe geotécnico,
sinceramente creo que nadie sabe qué está pasando y que nos quedan
semanas de escuchar a sesudos genios y políticos echándose mierda
los unos a los otros y sacando conclusiones de ingeniero de obra
acabada, mis queridos colegas saben de qué estoy hablando.
Inyectar gas en un
yacimiento de petróleo agotado no es un invento nuevo. En España
existe otra plataforma que hace lo mismo y nada ha pasado y nadie se
ha quejado. Tampoco tiene nada que ver con el famoso fracking, aquí
no se inyecta nada para extraer gas, aquí se toma gas de la red y se
guarda en el yacimiento, que no es una caverna hueca, como la mayoría
debe pensar, es una roca porosa, parecida a una esponja, en cuyos
intersticios queda acumulado el gas inyectado, unos huecos que en sus
momentos ocupó el crudo y que soportaron la presión sin problemas.
Que los cambios de tensión en la roca provocarían pequeños seísmos
era algo con lo que se contaba, que algo más está pasando está
claro, que nadie sabe a ciencia cierta qué es lo que pasa, pues
seguro. ¿Que qué haría yo si fuese vecino de la zona? Pues irme a
dar golpes a una cacerola en la plaza del ayuntamiento para que
parasen el proyecto de inmediato.
Lo increíble es leer
todas las cosas absurdas que estoy leyendo y escuchando, algunas
divertidas por lo estúpidas, como por ejemplo que están haciendo
pruebas de vaya usted a saber qué los americanos. Esto es lo que es,
un almacenamiento de gas natural, y punto profundo, esa fuente de
energía que consumimos en casa para hacer la comida y calentar el
agua con la que nos bañamos y llenamos los radiadores con los que
nos calentamos, de las centrales eléctricas con turbinas de gas y de
su uso industrial ya ni hablamos. Un gas que tenemos que importar de
fuera, a no ser que queramos todos el fracking de repente, y no,
seguro que ninguno lo queremos. Además, curiosamente, el gas que
importamos viene de países conflictivos que no garantizan el
suministro de una forma fiable, por tanto no parece mala idea guardar
ese gas y, mierda, ese gas tiene la manía de ocupar mucho volumen
cuando no está licuado. Si piensas en todo esto, tener un poquito de
gas por si algo pasa en mitad del invierno no parece tan
descabellado.
Por eso me revienta que
cualquiera clame en contra del almacenamiento cuando vive en un país
del primer mundo que derrocha energía y que seguro que no quiere
hacer el esfuerzo de cambiar radicalmente sus hábitos de vida para
no tener que jugársela con la naturaleza que, además, es bastante
hija de puta cuando le tocas las narices como estamos comprobando.
Porque ese es el debate de fondo, queremos agua caliente, calefacción
y electricidad, queremos tener disponible toda la energía que
necesitemos, mejor si es barata, y no queremos pagar el precio que
eso conlleva. No queremos nucleares, ni almacenar gas, queremos
energías limpias pero no queremos, o podemos, pagar el coste que eso
conlleva si no lo subvencionamos, y tampoco nos gustan las
subvenciones, claro.
Pues es lo que hay,
estamos atrapados. Y claro que a la sombra de todo esto existen
cabrones que sólo van a pillar cacho, pero hay algo más gordo de
fondo, que nos debería hacer pensar que hay al otro lado del enchufe
cada vez que cargamos el móvil y cada vez que bajamos un grado el
aire acondicionado.