Pues sí, aquí termina mi estancia en Carthago, en un día de navidad triste y gris, aunque mis ojos, paradójicamente, niegan la realidad y me hacen ser consciente de que fuera de mi mundo irreal brilla con fuerza el sol de invierno.
Es hora de plegar velas y levantar el ancla porque no me apetece ver más las ruinas descarnadas que, cada anochecer, proyectan sombras alargadas, tan lúgubres que hacen que se me encoja el alma siempre que trato de poner un pie en el puerto. Tantas veces lo he intentado, sin conseguirlo, que ya no quiero hacerlo nunca más, no quiero sentir más la angustia de estar tan cerca estando tan lejos. Por eso, en un día en el que los vientos me parecen favorables, pongo rumbo mar adentro. Y no pienso a mirar hacia atrás, hoy hago mías las palabras de Marco Porcio Caton, yo también opino que Carthago debe ser destruida, hasta los cimientos, por eso navegaré deprisa para no escuchar gritos y lamentos que me hagan virar o zozobrar, dejaré que Escipion Emiliano complete su tétrico trabajo y espero que para cuando los buitres monden las últimas palabras yo ya estaré lo suficientemente lejos como para no escuchar sus graznidos sordos y huecos.
Sabía que este día tenía que llegar, a fin de cuentas yo soy de romanos y era mi destino aniquilar Carthago, pero no es fácil, imagino que nunca es fácil terminar con algo que tú mismo has creado, a lo que has dedicado cientos de horas llenas de la ilusión de descubrir algo nuevo. Pero no me voy triste, han sido dos largos años viviendo plácidamente en este puerto, dos años en los que, como no podía ser de otra manera, me han pasado muchas cosas que me han marcado profundamente, aquí las he contado, traicionando muchas veces el sentido de lo que buscaba al sentarme a escribir y sorprendiéndome otras al encontrar las palabras exactas que llenaban mis silencios. Porque yo nunca me había sentado a escribir antes de llegar a Carthago, y creo que lo echaré de menos. A partir de ahora, mis reflexiones morirán, huérfanas de un teclado, junto a los personajes a los que ya no escribiré una biografía histriónica, junto a los relatos por mí inventados, algunos malos, algunos, contra pronóstico, aceptablemente buenos.
Echare mucho de menos a Carthago, sobre todo a las gentes que por entre sus calles vivían, a todos los que alguna vez la visitaron, a todos los que alguna vez, generosamente, me regalaron su tiempo y sus pensamientos, siempre con cariño, siempre aportándome algo, ¡les estoy tan agradecido!, tan agradecido como a todos los que en sus ciudades virtuales pusieron un indicador que mostraba este camino, llenándolo de lectores prestados pero fieles, también los echaré de menos a ellos.
Pero sobre todo echaré de menos ver por aquí a la niña ñoña que con el solo brillo de sus ojos ha hecho que no necesitase un faro para iluminar este puerto, y al valiente Explorador que, desde su acantilado, nos recitaba historias llenas de sensibilidad y cordura, tan apreciadas para mí como su amistad. Sentiré vacío y pena cuando en las tardes más duras no encuentre calor y afecto en la taberna más populosa de Carthago, regentada por buenos amigos a los que siempre llevaré en mi barco, esperando descubrir algún día con ellos un nuevo puerto, no puedo irme sin que sepáis cuanto os quiero.
Y no solo a ellos, también añoraré no encontrar libros de colores en las tiendas del ágora, llenos de historias que merecen la pena ser leídas, no reiré más con las historias del burlón enmascarado, mi compadre del Iberus, al que debo un abrazo y una tarde en el hipódromo, a ver si por fin los rojos ganan a los blancos, ni sonreiré cuando paseando por el campo, buscando la más distinguida de las setas, y también la más brillante, vea batir las alas llenas de optimismo de la princesa de las hormigas y de la reina de las mariposas, siempre dispuestas a levantarme el ánimo, lo mismo que ha hecho tantas veces la chica de la sonrisa alegre al verme pasar cabizbajo delante de su ventana.
No me alargo más en la despedida, aunque se me hace amargo pensar que es lo último que os voy a escribir aquí, parece mentira. Pero lo repito por última vez, no estoy triste, solo algo emocionado, porque pasarme por aquí y conoceros ha sido estupendo.