La bronca que no te tocaba fastidia más que ninguna, además de por injusta por traicionera e inesperada.
Da igual lo que hayas hecho, da igual si realmente te merecías una bronca por ese motivo o por cualquier otro, el caso es que te acabas de llevar la del pulpo porque casualmente pasabas por allí. Y por eso mismo es un ataque demoledor, es como uno de esos documentales que pasan en la 2 de leones desmembrando gacelas.
Lo más gracioso, y esto es un eufemismo, es que eres una víctima colateral de una guerra que inició alguien que en ese momento seguro que está en casa, tocándose los genitales con ambas manos, mientras que tú estás como un gilipollas haciendo horas extras no remuneradas o desplazado en la Cochinchina (o más allá) cobrando 40 miserables euros de dieta, por cierto, deben llamarlas así porque en algunos sitios se adelgaza mucho con lo que te dan (desde aquí aprovecho para mandar un afectuoso saludo a todos mis colegas ingenieros que se dejaron las pestañas en su juventud estudiando para acabar firmando un contrato de semi esclavitud a cambio de un sueldo de subsistencia).
Este tipo de bronca tiene de bueno que si no entras al trapo, y consigues camuflarte como el “bichobola” que realmente eres, tal como viene se va, es como una ola en el mar, total, si a Bruce Lee le parecía bien eso de “be water my friend” a todos los demás seres mortales debería bastarnos. Si lo dejas pasar tarde o temprano el “abroncador” se olvidará de ti y volverá a concentrar su ira en la verdadera presa. Lo malo es tomárselo a la tremenda y ser víctima de un ataque de dignidad que te haga plantar cara. Es un error de principiantes, las puertas del INEM están llenas de despedidos con 20 días de indemnización y de pardillos que no supieron callarse a tiempo, es más, en muchos casos coinciden ambos atributos en la misma persona.
Si eres tan torpe de contestar airado que esa no es tu vaina, entonces has dejado de ser parte del decorado y pasas a formar parte del problema, te conviertes automáticamente en otro empleado díscolo con ganas de tocar los cojones sin venir a cuento, porque un jefe en pleno ataque de ira no es consciente de sus actos, el pobre. A partir de ahí te puedes llevar una retahíla de contestaciones entre las que se hayan:
- Sois todos unos putos inútiles (a secas).
- Al final tendré que hacerlo yo, no sé para qué os pago un sueldo si sois todos unos putos inútiles.
- Eso se hace así porque me sale de los cojones, putos inútiles.
- Sois todos una panda de rojos y putos inútiles, con Franco no pasaba esto.
Si en ese momento se te ocurre replicar que no tiene razón y que no eres un puto inútil ya puedes ser muy indispensable o eres hombre muerto.
Una vez superado el trance, dependiendo de la clase de mal bicho que sea tu jefe, se plantean varios escenarios. El más probable, afortunadamente, es que la cosa quede así, aunque ese año la cifra de tu subida rime con Zapatero. En algunos casos, los menos, lleva aparejada tarjeta roja y expulsión, aunque existe una variante de este plan a la que denominaré “ajuste de cuentas”, este consiste en que a la mínima oportunidad, en cuanto dejes de ser indispensable te darán una caja para que metas tus cosas dentro bajo la vigilancia de un guarda de seguridad.
Sin embargo, existe una especie de jefe en peligro de extinción que es el jefe blandito, un raro espécimen que, una vez pasado el calentón inicial, tiene remordimientos. Nadie sabe por qué los jefes blanditos llegan a ser jefes. Tener un jefe así es una suerte tan grande como encontrarte a Michelle Pfeiffer en una isla desierta (sí, ya se que si está ella no está desierta, pero me tomo mis licencias literarias, con Michelle me tomaría otras licencias, además de quitarle algo de ropa y veinte años). Un jefe con remordimientos es un chollo, en ese momento le puedes sacar cualquier cosa, sobre todo si manejas el noble arte de las sutiles indirectas. Con habilidad puedes conseguir unos bolígrafos de colores, tipex (de cinta), un par de horas de vacaciones por estrés, entrar en la lista de los que van a dar un vale descuento cuando compres desodorante sin alcohol o un boleto para la rifa de un perrito piloto, porque tampoco hay que abusar, que tu jefe sea blandito no significa que sea gilipollas.
Resumiendo, si te cae la bronca que no te tocaba mantente frío como una cobra, sonríe y sé profesional, déjate el orgullo y los principios en casa, y sobre todo no recurras a la violencia, que es, como dijo Asimov, el último recurso del incompetente.
Nota del autor: Todos los personajes de este post son de ficción, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Ningún empleado fue herido o despedido durante la redacción del mismo.