La
antigüedad era una cosa muy chunga, pero chunga de narices, tan
chunga debía ser que están todos muertos. No, en serio, en la
antigüedad lo de envejecer estaba muy sobrevalorado, y si no que se
lo pregunten a Cleopatra VII, Cleopatra para los amigos y la
historia, última reina del Egipto Ptolemaico, una satrapía
macedónica con capital en Alejandría, cuyo primer rey fue uno de
los diádocos de Alejandro Magno, Ptolomeo I Sóter (el salvador).
Cleopatra era hija de Ptolomeo XII Auletes (el que toca la flauta),
una mierda de sobrenombre, porque ya es triste que tu dinastía
comience por el salvador y tú seas como Bartolo y acabes tocando la
flauta de un agujero sólo.
Auletes,
además de tocar la flauta, se dedicó a tocar las narices a su
pueblo. Por lo visto era un pájaro que, mientras que la gente las
pasaba moradas, se dedicaba a ir de fiesta, emborracharse y matar
elefantes, perdón, a matar elefantes no, que me lío. Tan mal lo
debió ver que pensó que era buena idea pedir a los romanos que le
ayudasen a no perder el empleo, y los romanos encantados porque eran
fáciles de sobornar para después, si hacía falta, decir si me has
sobornado no me acuerdo. Por eso, untó de lo lindo a un tal Pompeyo
y a un tal César, ¿os suenan?, el primero era rico y codicioso, el
segundo listo pero más tieso que la mojama. Auletes se dejó así un
ojo de la cara y la isla de Chipre, que ocuparon los romanos, para
disgusto de los egipcios que no pensaron aquello de más se perdió
en Cuba y se sublevaron. Son un pueblo de tradiciones estos egipcios.
Auletes
se fue a Roma y esta vez ya tuvo que empeñar hasta los dientes de
oro para que los romanos le reconociesen su derecho al trono... y
nada más, porque no le prestaron ni un miserable soldado. Mientras,
en Egipto, reinaba su hija mayor Berenice, nombre molón donde los
haya, y mala hija si nos atenemos a las circunstancias. Auletes, como
vio que en Roma no se comía un colín, se fue a Éfeso para sobornar
al procónsul de Siria, que sí que le prestó un ejército con el
que volvió a Egipto y le rebano el pescuezo a su díscola hija,
nombrando poco tiempo antes de morir a Cleopatra corregente del
Reino. Y se murió, y Cleopatra reinó a los 17 años, por la obra y
gracia de Serapis, dios híbrido venerado por egipcios y macedonios
junto, con su hermano y marido Ptolomeo XIII Filópator I (el que ama
a su padre), nombre muy piadoso vistos los antecedentes familiares de
los Ptolomeos.
En
aquella época, ser rey de Egipto no equivalía a ser faraón, hasta
que llegó Cleopatra, que era más lista que el hambre, con cierto
don de gentes y que hablaba varios idiomas, entre ellos el egipcio
antiguo. Eso le abrió el corazón de los sacerdotes, que la
nombraron reina y faraona, y de paso le dieron su influencia y su
dinero, pero las cosas no iban bien. Los hermanos se llevaban como el
perro y el gato, el Nilo no se desbordaba como debía por lo que la
gente de Alejandría pasaba hambre y los romanos les sacaban hasta
los higadillos. Tan mal iba todo que los consejeros del rey el eunuco
Potino y el general Aquilas hacen que Cleopatra tenga que exiliarse
en Siria, donde busca la protección de los romanos.
Los
romanos tampoco pasaban por su mejor momento. César había derrotado
a Pompeyo en Farsalia y éste corrió a buscar refugio a Egipto donde
el Filópator I le cortó la cabeza para mandársela a César. Un
error enorme del chaval, porque los romanos se podían cortar la
cabeza entre ellos pero no iban a consentir que un extranjero se
tomase la justicia por su mano por muy fugitivo que fuera Pompeyo.
Así que César se presentó con un pequeño ejército en Alejandría
a ver qué pasaba, de momento no iba a cargarse al chaval pero le
tomó la matrícula. Además de general victorioso, César era el
testamentario de Auletes, que había encargado a Roma velar por el
cumplimiento de su testamento y por el bien de Egipto, sabiendo todos
que eso suponía que el gobierno de facto en Egipto era de los
romanos, y los romanos de donde entraban ya no se iban jamás.
César
consiguió forzar un acuerdo entre los cuatro hermanos que quedaban,
Ptolomeo XIII y Cleopatra gobernarían en Egipto, mientras que los
hermanos menores Ptolomeo XIV Filópator II y Arsinoe IV gobernarían
en Chipre. Dicen las malas lenguas que por entonces César y
Cleopatra eran algo más que amigos y residentes en Alejandría, por
lo que Filópator el mayor se sublevó junto con Arsinoe, que no se
quedaba atrás de ninguno de sus hermanos si lo que estaba en juego
era un cetro real. Reunieron un ejército que por poco no derrota a
los acorralados amantes, pero al final César consigue algunos
refuerzos y se lleva la victoria. En la huida la barcaza de Filópator
encalla y éste muere ahogado, y voy yo y me lo creo, mientras que
Arsinoe es mandada a Roma como prisionera de César. De esa manera
Cleopatra, con la protección de César queda como reina indiscutible
de Egipto y se casa con su segundo hermano, un niño de 10 años.
Cleopatra
está plenamente enamorada del aura de César, al que considera casi
como un Dios, tanto es así que tiene un hijo con él, Ptolomeo XV
Cesarión. César también está encantado de la vida en Alejandría,
pero ser el primer hombre de Roma es algo complicado y pronto debe
partir a combatir y derrotar a Farnaces rey del Ponto. Tras ello,
vuelve a Roma a donde le sigue Cleopatra que vive allí como
concubina suya, para escándalo de los romanos que nunca la aceptan y
ningunean cuanto pueden. Eso incluye a Calpurnia, la mujer de César,
y a su amante, Servilia (madre de Bruto y hermana de Catón el
joven), porque según la mentalidad romana cuernos extranjeros eran
menos cuernos, y, además, hasta una reina egipcia era inferior a la
última de las romanas. Eran orgullosos estos romanos.
Para
colmo, ningún rey podía entrar en Roma, aunque fuese un rey de
importación, por lo que la pobre Cleopatra vivía en las afueras de
Roma más aburrida que una ostra sin poder ir a los espectáculos y
teniéndose que conformar con las escasas visitas que César podía
hacerle, porque las cosas no le iban muy bien a él tampoco. Sus
enemigos políticos le hacían la vida imposible, tanto que un día
con un poco de mala uva le asestan 23 puñaladas contra las que no
puede hacer otra cosa que morirse y convertirse en dios Si ya os
advertí que la antigüedad era algo muy chungo. Cleopatra, con el
corazón partío y muerta de miedo, se vuelve a Egipto con
Cesarión, aunque todavía no había dicho su última palabra.