Después dejé de pensarlo, bastante ocupado estaba forjándome un porvenir como para tener tiempo de plantearme preguntas metafísicas. Pero ahora, concretamente ayer, me volví a hacer la misma pregunta, como casi siempre atrapado en el atasco de la M40, es sorprendente pero es el lugar de las preguntas fundamentales, y es que, a lo mejor, cuando hicieron los túneles del pardo atravesaron alguna corriente electromagnética de energía que activa mis neuronas, o no. Gilipolleces aparte, lo más curioso es que tenía la solución, de repente había encontrado la teoría que lo explicaba todo y como soy un tío que escribe un blog voy a compartirla.
Vamos a llamarla “teoría de las muñecas rusas”, imagino que todo el mundo las conoce, son una serie de muñecas huecas que al abrirlas contienen una nueva muñeca más pequeña en su interior y así sucesivamente (diría que siento la maldad de la foto, pero ni de coña porque es estupenda, no dejo de pensar en qué tendrá Chemari en su interior). Pues eso, creo que soy una especie de muñeca rusa, y no porque cada vez sea más grande y sea capaz de contener a un Juanjo anterior, que también, soy una muñeca rusa porque puedo diferenciar perfectamente a los Juanjos que en mi vida han sido, como si fueran distintas personas de las que guardo algunos recuerdos pero que puedo mirar desde una perspectiva exterior.
Y cada uno de esos Juanjos, ha tenido problemas distintos, alegrías distintas, metas y objetivos distintos, compañía distinta, lo cual ha sido también un factor importante para dar discontinuidad a mi propia vida, en cada momento he estado rodeado por mis congelados. ¿Que por qué los llamo congelados? Porque son todas esas personas que en un momento del pasado se separaron de nuestro camino pero que nosotros nos empeñamos en recordar como cuando teníamos veinte años, eso daría para otro tipo de análisis mucho más divertido, como es nuestra reacción cuando vemos al macizo de turno con barriga y medio calvo esperando su turno en la caja del supermercado.
Yo por lo menos puedo diferenciar cinco Juanjos distintos, claro que soy el único que puede hacerlo, cada uno con su problemática particular, totalmente independientes, que no me crean ningún tipo de problema, ni cargo de conciencia. Ni siquiera me siento responsable de sus actos, únicamente de los del actual y, si no ha prescrito alguna tontería con hacienda, tal vez, y solo digo tal vez, del post universitario. Voy a presentarlos.
El niño: Ese Juanjo era feliz, a pesar de tener unos amigos cabrones que cuando jugaba de portero le llamaban Arcofofo, curiosa forma de llamarme gordo metiendo de por medio al gran Arconada, portero en blanco y negro (al menos en mi casa) que nos hizo perder una Eurocopa. El Juanjo niño creía firmemente que sería algo en la vida, tenía confianza, sacaba buenas notas y desbordaba ganas de vivir. Era valiente y no le importaba partirse la cara con nadie, sí, era terco como una mula, creo que era el mejor Juanjo de todos. Como ya he dicho en este blog otros días le echo mucho de menos y creo que de alguna forma le he traicionado.
El adolescente: Un tío complicado, lleno de miedos y crisis existenciales para las que no estaba preparado, curiosamente murió de un enfisema pulmonar. No le tengo especial cariño porque era un bobo y un pánfilo. Sus pajas mentales fueron un lastre para el desarrollo de los demás, siempre preocupado por intentar gustar, intentar caer bien y reventarse los granos, fue el tonto de los cojones que no tuvo narices para estudiar historia y no ser ingeniero, los siguientes Juanjos le odiamos. Evidentemente pasó sin pena ni gloria por la vida, a pesar de sus buenas calificaciones y su cara de no haber roto un plato.
El universitario: Un cabra loca, un viva la virgen que afortunadamente volvió del lado oscuro para desolación de mis padres y mucho de mis allegados. Era talento en estado puro, ironía y mala leche concentradas, capaz de sacarse esa tontería llamada industriales sin pisar en clase los últimos tres años. Un Ave Fénix deseando de recuperar el tiempo perdido preocupado por vivir mucho, vivir todo y vivir rápido, yendo de experiencia en experiencia, buenas y malas, todas útiles, de borrachera en borrachera, de tontería en tontería, hasta que un día le sonó el reloj y comprendió que el tiempo de hacer el tonto se le había acabado.
El post universitario: El cisne del patito feo, con su título en el bolsillo, un trabajo en la empresa patera (lo cual significaba tener la pasta que nunca había tenido) y unos ojos azules de escándalo que paseaba en citas de dudosa reputación con estupendas mujeres surgidas de una cosa que se llamaba internet. Fue claramente de más a menos, sobre todo porque fue un idiota que se enamoró con el resultado de una trituración por minipimer de corazón, le hicieron gazpacho. Pero se le pasó, y se volvió a enamorar, y no le hicieron daño, y se casó, se hipotecó, se compro un perro y luego fue padre. No hemos vuelto a verlo, yo creo que se fue a por tabaco.
El padre: Ese soy yo, cuando nació Dani me cambió la vida y me volví mucho más responsable y preocupado. Como las serpientes mudé la piel y me transformé en lo que soy ahora, un señor preocupado por el paso del tiempo, la caída del pelo y los horarios. No sé cuánto tiempo tardaré en desprenderme de él, de mí, pero creo que no le voy a echar mucho de menos, ni él a mí. Es curioso, pero yo que soy un mar de dudas y todo me lo replanteo, creo que esta vez he dado en el clavo con mi teoría, y lo sé porque miro a mi hijo y me miro a mí, y pienso en el niño que fui y es imposible que sea el hombre de ahora. Es claro y meridiano, porque ese niño de tres años algún día crecerá y ya no será mi niño de tres años, por mucho que le siga queriendo igual o más que ahora.
Y sobre todo porque ahora, que he consumido gran parte de mi vida, soy consciente de que únicamente así es posible sobrellevar las emociones de los éxitos y de los fracasos, de las alegrías y de las penas, es necesario soltar lastre y abandonarse, aunque sea a uno mismo, y es necesario comenzar de nuevo, aunque sea de vez en cuando.