domingo, 1 de junio de 2014

Momentos estelares de la humanidad



Este mes, en el Club de Lectura 2.0, hemos leído “Momentos estelares de la humanidad” de Stefan Zweig, elección que hemos hecho, tal vez para que sirva como precedente, de manera consensuada. Yo espero que esta sea una de esas raras veces en las que todos nos vamos a poner de acuerdo, porque estamos hablando de una pequeña joya de la narrativa histórica compuesta por una serie de miniaturas que van engarzándose en el tiempo hasta formar una cadena cuyos eslabones son tanto la épica y el valor como la suerte y el destino.

Ya queda clara su intención desde el prólogo, porque Zweig nos hace ver que hechos cruciales tienen como punto de partida circunstancias a priori insignificantes o casuales: “Ningún artista es durante las veinticuatro horas de su jornada diaria ininterrumpidamente artista. Todo lo que de esencial, todo lo que de duradero consigue, se da siempre en los pocos momentos de inspiración. Y lo mismo ocurre en la historia.

Como todo relato de ficción histórica, nos encontramos en la disyuntiva de ser críticos o ser constructivos, y es que la mayoría de los detractores de la narrativa historiada basan su rechazo a la misma en el contenido de esa amalgama de ficción que tiene que conectar los hechos que por todos son conocidos. Por eso se retuercen al ver como el autor pone en boca de personajes, para ellos hechos de lienzo o mármol, ideas y pensamientos, sufren al no poder dar por seguros hechos irrelevantes que hacen arte del conocimiento, que recubren de carne y pelo a los esqueletos.

Y de esto hay mucho en Zweig, que sin el menor pudor, y para gran suerte de nosotros, sus lectores, vemos como habla por boca de los más grandes personajes de la historia como si fuese un medium. Con una prosa rica y preciosista, nos pone delante de personajes históricos justo en el momento en el que se juegan a cara o cruz el destino de sus vidas; vemos personajes de carne y hueso tan reales que sentimos la necesidad de cruzar las páginas para tenderles una mano. Sentimos como nuestro su dolor y su angustia, participamos en sus victorias y lloramos con sus derrotas, literalmente, porque hay que ser de piedra para no leer las desventuras de Robert Scott en la Antártida sin lágrimas en los ojos.

Yo, que soy de romanos, he disfrutado al ver hecha realidad esa mezcla de dignidad y cobardía que tuvo que hacer de la vida de Cicerón un infierno. He podido imaginar cómo Santa Sofía perdía sus cruces para lucir bajo sus pechinas ornamentos islámicos. Me ha permitido formar parte de la expedición de Núñez de Balboa y comparar su mirada con la mía cuando hemos visto juntos el nuevo océano separados sólo por una pequeña distancia de quinientos años. Zweig me ha presentado en persona a Häendel, Goethe, Tolstoi y Dostoievsky, para descubrir que su genialidad era frágil y por ello mucho más hermosa. También me ha demostrado con el ejemplo de El Dorado que no es el más rico el que más tiene, que todos en algún momento dependemos de alguien, aunque seas el mismísimo Napoleón, Emperador de Francia, y nunca hayas visto a tus ejércitos derrotados.

Además, me fascina el empeño que pone Zweig en humanizar a los personajes que escoge, y de forma especial la forma en que los dota de una voluntad capaz de unir con un cable dos continentes, desafiando a la técnica, haciendo más pequeño el mundo y más grande a la humanidad; una voluntad que los vuelve capaces de arriesgarlo todo en una loca carrera sobre la nieve contra la muerte, o sobre un tren para derribar, llevando como uniforme una chaqueta raída, el imperio de los zares y el orden mundial. Aunque también vemos como la voluntad de todo un presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, se vuelve de papel mojado cuando fuerzas invisibles se cruzan en tu camino.

Espero que esta reseña os anime a leer los “Momentos estelares de la humanidad”, porque merecen mucho la pena, y si yo solo no puedo seguro que hoy cuento con la ayuda de las reseñas de Desgraciaíto, Carmen, Livia y Bichejo. Yo de vosotros las leería corriendo.