Este
mes, en el Club
de Lectura 2.0,
hemos leído “Momentos
estelares de la humanidad” de Stefan Zweig, elección que hemos
hecho, tal vez para que sirva como precedente, de manera consensuada.
Yo espero que esta sea una de esas raras veces en las que todos nos
vamos a poner de acuerdo, porque estamos hablando de una pequeña
joya de la narrativa histórica compuesta por una serie de miniaturas
que van engarzándose en el tiempo hasta formar una cadena cuyos
eslabones son tanto la épica y el valor como la suerte y el destino.
Ya
queda clara su intención desde el prólogo, porque Zweig nos hace
ver que hechos cruciales tienen como punto de partida circunstancias
a priori insignificantes o casuales: “Ningún
artista es durante las veinticuatro horas de su jornada diaria
ininterrumpidamente artista. Todo lo que de esencial, todo lo que de
duradero consigue, se da siempre en los pocos momentos de
inspiración. Y lo mismo ocurre en la historia.”
Como
todo relato de ficción histórica, nos encontramos en la disyuntiva
de ser críticos o ser constructivos, y es que la mayoría de los
detractores de la narrativa historiada basan su rechazo a la misma en
el contenido de esa amalgama de ficción que tiene que conectar los
hechos que por todos son conocidos. Por eso se retuercen al ver como
el autor pone en boca de personajes, para ellos hechos de lienzo o
mármol, ideas y pensamientos, sufren al no poder dar por seguros
hechos irrelevantes que hacen arte del conocimiento, que recubren de
carne y pelo a los esqueletos.
Y
de esto hay mucho en Zweig, que sin el menor pudor, y para gran
suerte de nosotros, sus lectores, vemos como habla por boca de los
más grandes personajes de la historia como si fuese un medium. Con
una prosa rica y preciosista, nos pone delante de personajes
históricos justo en el momento en el que se juegan a cara o cruz el
destino de sus vidas; vemos personajes de carne y hueso tan reales
que sentimos la necesidad de cruzar las páginas para tenderles una
mano. Sentimos como nuestro su dolor y su angustia, participamos en
sus victorias y lloramos con sus derrotas, literalmente, porque hay
que ser de piedra para no leer las desventuras de Robert Scott en la
Antártida sin lágrimas en los ojos.
Yo,
que soy de romanos, he disfrutado al ver hecha realidad esa mezcla de
dignidad y cobardía que tuvo que hacer de la vida de Cicerón un
infierno. He podido imaginar cómo Santa Sofía perdía sus cruces
para lucir bajo sus pechinas ornamentos islámicos. Me ha permitido
formar parte de la expedición de Núñez de Balboa y comparar su
mirada con la mía cuando hemos visto juntos el nuevo océano
separados sólo por una pequeña distancia de quinientos años. Zweig
me ha presentado en persona a Häendel,
Goethe, Tolstoi y Dostoievsky, para descubrir que su genialidad era
frágil y por ello mucho más hermosa. También me ha demostrado con
el ejemplo de El Dorado que no es el más rico el que más tiene, que
todos en algún momento dependemos de alguien, aunque seas el
mismísimo Napoleón, Emperador de Francia, y nunca hayas visto a tus
ejércitos derrotados.
Además, me fascina el empeño que pone Zweig en humanizar a los personajes que
escoge, y de forma especial la forma en que los dota de una voluntad
capaz de unir con un cable dos continentes, desafiando a la técnica,
haciendo más pequeño el mundo y más grande a la humanidad; una
voluntad que los vuelve capaces de arriesgarlo todo en una loca
carrera sobre la nieve contra la muerte, o sobre un tren para
derribar, llevando como uniforme una chaqueta raída, el imperio de
los zares y el orden mundial. Aunque también vemos como la voluntad
de todo un presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, se
vuelve de papel mojado cuando fuerzas invisibles se cruzan en tu
camino.
Espero
que esta reseña os anime a leer los “Momentos estelares de la
humanidad”, porque merecen mucho la pena, y si yo solo no puedo
seguro que hoy cuento con la ayuda de las reseñas de Desgraciaíto,
Carmen,
Livia
y Bichejo.
Yo
de vosotros las leería corriendo.