Voy al volante, tranquilo, relajado, escuchando música mientras disfruto del paisaje, no pienso en nada, mi mundo se reduce a dos líneas paralelas que marcan mi camino, es fácil, no tengo que pensar, no tengo que decidir, ellas hacen todo el trabajo por mí y por una vez me dejo llevar, abandonando la angustia como los malnacidos abandonan a sus mascotas en las gasolineras. Podría seguir así cien kilómetros, mil, cien mil, con la mente en blanco, siendo freno y acelerador, siendo motor y columna de dirección, un ser biomecánico que simplemente sigue su camino.
El paisaje es árido, nada del otro mundo, tierra de pelarte de frío destripando terrones con un arado, pero ya no ara nadie, es tierra yerma, es casi olvido, matojos, piedras y yerbajos. A veces, como despistados, veo verdes campos de cebada que rodean enormes campos eólicos que me hacen pensar en gigantes y en molinos, allí nada crecerá más, no habrá más vida que la de las palas girando síncronamente a cincuenta hercios, monótonamente, desafiando a los caminantes y a las aves que tendrán que buscarse otra ruta para llegar a su destino, gigantes que surten de electrones nuestros aparatos eléctricos, un mal menor, un precio a pagar con disfraz de ecología. Les veo decirme adiós, con su acompasada danza, por mi retrovisor mientras que desaparecen y les deseo buen viento y que los rodamientos no les fallen, cosas que pensamos los ingenieros medio zumbados, meras tonterías.
A mi lado va mi padre, serio, callado, mirando al infinito, sin hacer caso de una música que no es la suya que además está cantada en un lenguaje que ni entiende ni quiere entender, hace un rato me hacía bromas pero ahora respeta mi silencio. Le miro de reojo y me alegro de ir con él, seguro que sigue pensando en el pequeño milagro que es el GPS, en los satélites, en lo que ha cambiado la vida desde que salio de su pueblo, no entiende el rock and roll porque su vida es por soleares y alegrías, y algún que otro fandango que hace bailar a su corazón recordando aquello de “diviértete con quien quieras, que yo me estaré llorando, que puede ser que algún día, tu risa se vuelva llanto y mi llanto alegría”, puro saber popular, pero es universal, lo pienso al escuchar que todo el mundo tiene un corazón hambriento y que Bruce ya sabía que eso de amor está muy bien pero que al terminar la película solo queda un “brilliant desguise”, una muerte anunciada, una apuesta segura al llanto a cambio de una efímera alegría.
Pienso en Bruce y en mi padre, que casi deben tener la misma edad y deben ser casi igual de guapos, es un pensamiento idiota pero me los imagino tomándose juntos una cerveza mientras que en la barra caen al vacío, rendidos, los corazones de las camareras, seguro que se entenderían. Me río y él, que me conoce, me pregunta por la chorrada en la que estoy pensando, y contesto que nada, mientras que busco una salida de la autopista con la excusa de que tengo que ir al baño. Y solo paro para que él tome el volante, para que no piense que no quiero que maneje él el coche, porque se siente joven y le cuesta aceptar que sus reflejos van menguando. Cierro los ojos saboreando todavía el café, y pienso en cuantas canciones se podrían haber escrito con su vida, pienso en las que se podrían haber escrito con la mía, no hay color, pienso en las que podríamos haber escrito juntos y sobre todo en las que no, pienso en el camino que ahora recorremos y en otros caminos paralelos que todavía no conozco pero que sé que están allí esperándome algún día. Que esperen.
Siento el sol naciente en mi cara y estornudo como de costumbre cuando me acaricia la nariz, el maldito, porque voy camino del sol, del mar, de escribir una página más de una historia en la que soy protagonista de rebote, feliz de ser guiado por alguien que quiero mucho, de no tener nada más en lo que pensar en las próximas dos horas, a salvo, lejos de los problemas, tomando nota mental de escribir esto en el blog, inyectándole una transfusión salvadora de optimismo, aun a riesgo de parecer empalagoso, deseando que el viaje no se acabe nunca, que el tiempo no pase, que la vida se detenga, al menos un rato para darme una tregua, para recrearme en lo que veo, en lo que siento, en lo que escribo.