miércoles, 29 de junio de 2011

No es importante, es sólo fútbol, es sólo el Atleti

Existen cosas importantes y cosas que no, el mundo es así de sencillo. Existen cosas que nos importan y cosas que no, curiosamente no tienen por qué coincidir con las primeras, tal vez es ahí cuando el mundo empieza a parecer más complicado. Existen cosas que son importantes para mí que no lo son para ti, cosas que van de lo material a lo etéreo, de lo objetivo a lo abstracto. Cosas que puestas en una clasificación son absurdas, sobre todo cuando piensas que cada día hay gente que sufre, que está enferma, que no llega a fin de mes, cosas que, por comparación, te hacen sentir banal e insensible.

Cada valiente que se atreva a leer este lamento estará pensando en su preocupación insustancial, yo de hecho tengo varias, pero aquí a veces escribo de la tontería del fútbol, de esa estupidez a la que etiqueto como sentimiento atlético. Posiblemente la primera estupidez es esa, llamarla sentimiento, y lo es desde el mismo momento en que por su culpa ríes y lloras, cuando es capaz de amargarte una cena, cambiarte de humor y hacer tonterías como subirte de madrugada a un autobús para hacerte en un día 1300 kilómetros, ver perder a tu equipo y luego irte a trabajar con la forma de la ficha verde del Tetris y cara de tonto.

Y es que hacer hueco en tu corazón a unos tíos que corren detrás de un balón, efectivamente, es de ser tonto, si además se lo haces a unos tíos que llevan franjas rojas y blancas y de propina eres inasequible al desaliento, creo que de propina también eres gilipollas. Algunos dirán que el fútbol es un arte, y muchos hasta lo dirán convencidos de estar en lo cierto, y claro, si cualquier cosa es elevada a la categoría de arte ya podemos justificarlo, más en este país en el que sabemos hacer arte con una espada y un trozo de trapo. Yo ya no soy uno de ellos.

Pero lo era, hasta hace muy poco, y no sé si algún día volveré al camino de los que creyeron, pero hoy solo veo negocio, un negocio que por cierto es un timo. ¿Cómo se puede llamar a un espectáculo, porque un espectáculo sí que es, en el que te hacen pagar sin saber qué es lo que vas a ver? Y además con muy malas formas, negando la evidencia de que esto es un cierre por derribo y que se está ordeñando a la vaca hasta dejarla tiesa, lo cual no tendría mayor importancia si yo no fuese parte de la vaca, si tuviera todavía en mi cuenta corriente algunos cientos más de euros.

Veo lo que están haciendo con mi equipo y se me cae el alma a los pies, y no es una cuestión de ser buenos o malos, es una cuestión de ser dignos, si a estas alturas nos importaran más los resultados que las formas ya hace tiempo que no existiríamos. Por eso dudo de nuestra propia existencia, aunque la vea con mis propios ojos cada dos domingos, a lo mejor solo somos muertos vivientes que sin saberlo vamos al campo para aplaudir a ídolos mercenarios mientras que comemos bolsas de pipas esperando el descanso para sacar del papel de aluminio el bocadillo de tortilla.

Me duele que me roben algo que para mí era bonito, las tardes en familia, la ilusión de llevar a mi niño al campo junto con su padre, su abuelo, su tío y su primo, verle crecer allí como he visto crecer a tantos niños a lo largo de los muchos años que llevo siendo abonado, se me quitan las ganas de inculcarle algo que ahora me parece una mierda y de lo que seguramente nunca va a disfrutar. Me fastidia estar tan desilusionado y que de alguna forma me afecte, sobre todo al ver el mundo real desmoronarse a mi alrededor, cosas serias de las que ya escribe mucha gente con bastante más criterio que el mío.

sábado, 25 de junio de 2011

Lucio Cornelio Sila

Hubo un tiempo y un lugar en el que pertenecer a la gens Cornelia era un símbolo de riqueza y poder, casi como ser de la casa de Alba pero con palacios en el Palatino en lugar de en Medina Sidonia, la diferencia es que los Cornelios fueron, mientras que duró la Roma republicana, cuna de políticos y generales, vamos, que partían el bacalao. Sin embargo, los Cornelio Sila eran una rama de la familia venida a menos, con la pasta muy justa como para darle una educación digna al joven Lucio Cornelio Sila, que si por linaje estaba destinado a alcanzar las más altas magistraturas de la república, a la hora de la verdad no tenía recursos ni para entrar en el senado, ya lo dijo el bueno de Quevedo “don sin din, cojones en latín”.

Dicen las malas lenguas que su padre contrajo un matrimonio de conveniencia con una mujer rica, eso era normal en Roma, lo de apañar matrimonios por los más diversos motivos, y que con ese dinero Sila pudo tener una educación apañadita en la que aprendió un buen latín y un excelente griego ático. Pero poco más, en una edad en la que debía estar aprendiendo las reglas de la política y de la retórica, además de recibir una educación militar, él se pasaba los días visitando los bajos fondos, en compañía de gente de teatro, vividores y prostitutas. Y como Sila era un tío guapetón, de ojos azules penetrantes, tez blanca y pelo de un rojo dorado, una de las más famosas cortesanas de Roma, llamada Nicópolis, cayó rendida a sus pies. También dicen las malas lenguas que tras la muerte de su padre él se instaló en concubinato con su propia madrastra y con Nicópolis, y que, de manera muy oportuna, ambas murieron en extrañas circunstancias, tal vez asesinadas por él, legándole sus fortunas.

Y no sería el oro y el moro, pero sí lo suficiente como para entrar en el senado y comenzar a la tardía edad de 30 años su recorrido en el Cursus Honorum, esa sucesión de cargos electos que culminaban en el consulado, sin más experiencia que la adquirida entre actores y rameras, especialmente con un actor llamado Metrobio que, probablemente, fue el amor de su vida, porque Sila era seguidor de las teorías de Gorostiza, aquel que dijo “donde veas pelo, ¡atiza!”. Como primer destino fue asignado a Cayo Mario, que era el hombre del momento, para actuar como cuestor, vamos el que repartía la pasta, en la guerra contra Yugurta, rey de Numidia, y como Sila era un lince Mario pronto se alegraría de tenerlo a su lado. Si algo tenía Sila es que se movía como pez en el agua en el mundo de las intrigas, algo así como Kiko Matamoros en Sálvame, pero sin rivales de pacotilla, por eso aplicó la regla del divide y vencerás, ofreciéndole a Boco, rey de Mauritania, el oro y el moro (valga la redundancia), de manera que éste traicionó a Yugurta y Sila se lo llevó a Roma para ser parte del desfile triunfal de Cayo Mario.

Tal vez el protagonismo de Sila en la captura de Yugurta fue el principio de la enemistad entre Sila y Mario, pero siguieron formando tándem demoledor en la guerra contra la invasión de los germanos, dirigiendo a dúo los dos ejércitos consulares romanos, lo cual les llevaría a las más altas cotas del poder. La realidad es que Sila todavía no era cónsul, y el ejercito estaba al mando de un tal Lutacio Cátulo, pero de facto Sila fue su general, consiguiendo una fama militar que comenzó a hacer sombra a la del propio Cayo Mario. Tras unos años de dejarse ver por Roma consiguió ser elegido pretor y más tarde se trasladó a anatolia como gobernador de Cilicia, allí tuvo gran éxito poniendo en su sitio a los reyezuelos locales que se entretenían invadiéndose los unos a los otros lo que a fin de cuentas no era bueno para los asuntos del dinero, y por tanto para nadie. Sila fue el primer romano que llegó con un ejército hasta el río Eúfrates, firmando un tratado de paz muy ventajoso con los temidos partos.

De esa manera regresó cubierto de gloria, y de oro, a Roma, porque para eso se iba uno de gobernador de una provincia, para enriquecerse lo máximo posible, algo que se daba por supuesto y que nadie criticaba, er buenos tiempos para las gentes amantes de los trajes y el lujo, por eso se quedó con dos palmos de narices cuando fue acusado de corrupción y de aceptar sobornos del rey capadocio Ariobarzanes, lo cual seguramente era verdad pero iba en el cargo. Estaba claro que eran agentes de Cayo Mario los que le acusaban, y, aunque finalmente no fue condenado, su dignitas quedó tan entre dicho que tuvo que retirarse de la circulación durante unos años. Y es que el tema de la dignitas no era baladí entre los romanos, y no se refería solo a la dignidad, sino a un compendio de la reputación, los logros personales y el honor adquiridos en el tiempo, vamos que un hombre valía lo que su dignitas y por preservarla se podía llegar al asesinato e incluso al suicidio por perderla. Sila, que a pesar de su vida disipada era muy conservador, se pasó al bando de los optimates, cuyo fin era preservar el poder en mano de la aristocracia y el senado, en contra de los populares, partidarios de que legislase la asamblea del pueblo y de la extensión de la ciudadanía romana a los aliados itálicos, digamos que entonces los populares estaban a la izquierda y su líder era Mario (no confundir con Mariano).

A partir de ahí las cosas le fueron mucho mejor, cuando los aliados itálicos de Roma se sublevaron al no conseguir la ciudadanía, lo cual se llamó guerra social pese a no ser más que una especie de guerra civil, Sila tomó el mando de las operaciones, dirigiendo una brillante campaña militar que culminó con la consecución de la corona de hierba, la más alta distinción militar romana. Al finalizar la guerra se casó con Cecilia Metela Dalmática, perteneciente a una de las familias más aristocráticas de Roma, afianzando su posición el los optimates, y fue elegido cónsul, Sila estaba en la cima. Tanto que fue elegido para dirigir las legiones que habían de enfrentarse al rey del Ponto, Mitridates VI, que aprovechando que los italianos estaban en guerra había invadido las provincias orientales llegando a la mismísima Grecia.

Pero eso era algo que Mario, que deseaba dirigir la guerra a pesar de su avanzada edad y a que estaba más para allá que para acá, no podía consentir. Cuando Sila estaba a punto de embarcar con seis legiones hacia Grecia, la asamblea de la plebe le retiraba el mando para dárselo a Mario, que tenía dinero e influencia como para comprar las voluntades necesarias, entonces pasó algo que cambió la historia de Roma para siempre, Sila agarró a sus seis legiones y se fue c­on ellas a Roma liándola parda. Nunca nadie había usado al ejército contra Roma, y Sila no se lo pensó, entró en la ciudad a sangre y fuego dando un golpe de estado, Mario y su camarilla salieron por patas, siendo declarados enemigos del estado y Sila legisló a su favor, quitando poder a las asambleas del pueblo. Tras ello partió por fin a Grecia con sus legiones, lo que evidentemente aprovechó Cayo Mario, junto con el otro cónsul Cinna y su hijo el joven Mario, para regresar con un ejército formado en gran parte por esclavos liberados y arrasar de nuevo Roma. Tuvo que ser el horror, pues todos los partidarios de Sila fueron ejecutados y sus cabezas cercenadas fueron exhibidas en el foro. A los pocos días murió Mario.

Sila tenía clarísimo que si quería volver a Roma debía ser convertido en un héroe militar, de tal manera que pudiese reconquistar el poder con la fuerza de sus entrenadas legiones. La campaña en Grecia no fue buena, debido a la falta de suministros que hicieron a su ejército pasar grandes penurias, pero como no hay mal que por bien no venga la dependencia de los botines para su subsistencia, incluyendo los tesoros de los templos, le hicieron combatir con bravura. Sila arrasó la región del ática y puso sitio a su capital, Atenas, en eso estaba cuando por falta de higiene contrajo la sarna y la enfermedad le desfiguró su antes apuesto rostro. Sila hizo caer Atenas, además de ganar a los partidarios de Mitridates un par de batallas decisivas en Queronea y Orcomeno, mientras tanto el gobierno de Roma había mandado un par de legiones para hacer la guerra por su cuenta contra el Ponto, tropas que se amotinaron bajo el mando de un tal Fimbria y sembraron el terror por Asia. Sila y Mitridates firmaron un tratado de paz por el Roma recuperaba los territorios asiáticos y se cobraba una generosa indemnización, con la condición de que Sila antes hiciera fiambre con Fimbria, y así fue. Con las cosas en orden Sila puso rumbo a la Roma de los cónsules Cinna y Carbón.

Fue la locura conejil, aunque al principio los cónsules trataron de negociar para evitar la guerra civil la muerte de Cinna en un motín hizo que las fuerzas populares se vinieran abajo. Las expertas legiones de Sila le dieron a Carbón y al hijo de Mario lo suyo y lo de su prima, más cuando Sila contaba entre sus filas a gente tan válida como los futuros triunviros Pompeyo y Craso. La última batalla se libró a las puertas de Roma y los populares fueron derrotados y miles de ellos ejecutados. Sila no dudó en nombrarse dictador y en imponer un régimen del terror, en el que listas de proscritos aparecían todos los días, casi todos ellos senadores y caballeros acaudalados. Estos eran inmediatamente ejecutados, y en caso de que escaparan cualquiera estaba autorizado a matarlos y cobrar una recompensa del estado, y todos sus bienes eran confiscados para subastarse por dos duros entre los partidarios de Sila que se enriquecieron escandalosamente. Además, Sila legisló de manera que todo el poder volvió a manos del senado, eliminando la promulgación de leyes en las asambleas del pueblo, quitando todo el poder a los tribunos de la plebe y machacando a los caballeros a los que se expulsó de los jurados que quedaron conformados solo por senadores.

En un par de años puso patas arriba a Roma, y cuando él creyó que su labor había terminado, para sorpresa de todos, dejó voluntariamente el cargo y se retiró a una villa en el campo. Que se sepa es el único dictador en toda la historia que una vez tomado el poder por la fuerza renuncia voluntariamente al cargo. Allí, anciano y enfermo, paso los últimos años de su vida, junto a su nueva esposa, Valeria Mesala, de la que dicen que era escandalosamente joven y escandalosamente bella, montando fiesta tras fiesta junto a una corte de mujerzuelas, bufones y borrachos, artistas de todo tipo y tal vez con su amado Metrobio. Desde allí escandalizó a la recatada Roma, riéndose de la obra que les había legado. Dicen que su muerte fue dolorosa y atroz, muy propia de un hombre que hizo de su vida una tragicomedia, de uno de los personajes históricos más importantes de la antigüedad, cuya influencia fue tan grande que tal vez sin él la historia que conocemos habría cambiado.

La caricatura la he bajado de aquí http://www.toonpool.com/artists/Xavi_739 me ha encantado

viernes, 17 de junio de 2011

10 años no es nada

Si como cantaba Gardel veinte años no es nada, diez son casi nada, pero para mí lo han sido todo. Este es un post improvisado, que no tenía intención de publicar ni hoy ni nunca pero que me ha llegado casi por la espalda. Hoy era un día normal de los de mantener una pinza en el estómago esperando una llamada tranquilizadora, una llamada que como un ritual, al principio cada seis meses y después cada año, se ha ido prolongando durante una década. La verdad es que el paso del tiempo ha hecho que cada vez fuera menos angustiosa, desde el no poder pensar en otra cosa en todo el día de las primeras al seguro que no es nada de las últimas, cada vez más relajado y despreocupado, pero nunca tranquilo porque uno tiene presente que el mal siempre acecha.

Los que me hayáis ido siguiendo en el blog ya sabréis que si existe una persona que quiero y admiro como a nadie más es a mi padre, ya he hablado antes de su vida, de su historia de superación personal, de todo lo que ha dado por tener esa familia que él no tuvo, por haber sabido llegar a esa edad que raya en la vejez con los deberes hechos, sin embargo un tumor del tamaño de una pelota de tenis casi se lo lleva por delante impidiendo completar una vida que necesita compensarse de tantos problemas y sinsabores. Ese año fue una mierda, pero el anterior no fue tampoco mejor, en unos meses vi fallecer a dos personas que me importaban y a una tercera que ahora tendría que estar aquí para conocer a su nieto y a la que no me dio tiempo a tomar afecto. Siempre la misma canción, siempre un cáncer de por medio.

Aun recuerdo el día que murió el padre de mi amigo Carlos, con el que tan buenos momentos habíamos pasado durante años, recuerdo no saber qué decir ni como comportarme, tan emocionalmente torpe como el día que di mi primer beso. Peor fue cuando al poco tiempo murió mi tío Miguel, por ser la primera vez que la muerte se presentaba en primera persona, recuerdo estar tomándome un yogur de cereales cuando mi padre me dio la puñetera noticia, y en cómo entre lágrimas tuve que ir a vomitarlo. Mi tío, que tan buen ejemplo fue siempre para mí, ese rayo de persona culta y leída que no reconocía en nadie más de mi familia, no era de mi sangre pero le llevo grabado en el comportamiento. Tanto me afectó su muerte que estuve meses sin salir de casa, meses en los que estudié como si estuviera poseído, escuchando en bucle tres discos sin parar, el “Coming Up” de Suede, el “White on Blonde” de Texas y el “Tragic Kingdon” de No Doubt, machaconamente, hora tras hora, hasta memorizar todas sus canciones que me vuelven mezcladas con problemas de cálculo de estructuras y sistemas electrónicos digitales. Ese año, entre junio y septiembre terminé todas las asignaturas que me quedaban de la carrera, sin un suspenso de por medio, creo que se lo debía y así se lo dije en las dedicatorias del único libro que he escrito en mi vida, y escribiré, mi proyecto fin de carrera.

Recuerdo el día de la primera operación a mi padre, llevaba unos pocos meses trabajando en la empresa patera, que por cierto se portó conmigo impecablemente, todavía no sabíamos que tenía un cáncer. Recuerdo la extraña llamada del cirujano a los veinte minutos de haber comenzado a operar, en la que nos comunicó que se habían encontrado con algo imprevisto, un tumor, que las cosas cambiaban, que habría que volver a operar pero que no perdiéramos la esperanza. Lo recuerdo como si yo no hubiera estado allí, como si se tratase de una teleserie, pero no, aquello era de verdad y había que afrontarlo. Nunca he sentido tanto miedo, sin mi padre el mundo no existía, no podía existir. La primera semana seguramente fue la más difíciles de mi vida, porque aun no tocaba decírselo, lágrimas en los pasillos y risas en la habitación, cuando se lo contaron me impactó su entereza, su fe en que nada malo le iba a pasar, su fe en la protección de una madre que no conoció, también me sorprendió la humanidad de los médicos, el doctor Lledó y el doctor Llorente, a los que nunca podré estar suficientemente agradecido aunque ellos no lo sepan, y también al resto del equipo que le operó que interrumpió sus vacaciones para intervenirle un 21 de agosto. Desde entonces lo celebramos como si fuera otro cumpleaños.

Ha llovido tanto que parecen historias de fantasmas, pero el rastro que han dejado no lo puedo borrar. La cirugía es dura, pero el tratamiento posterior es casi peor, la recuperación lenta y dolorosa, y cuando crees que estás ganando la batalla a la enfermedad te encuentras con otra que es casi peor, la depresión que llega por la espada en cuanto te paras a pensar qué te ha pasado. Pero ha pasado, y todo ha sido para bien, dicen que no hay mal que por bien no venga y a mí me sirvió para madurar de golpe, para tomar las decisiones de la familia, como hermano mayor que era, porque mi madre no salía del estado de shock y delegaba. Por eso, hoy me alegra poder contar una historia con final feliz, porque esto, como casi todo, se puede superar y no hay que identificar cáncer con muerte. Sé que cada vez se curan más pacientes, que se investiga más, que la prevención es mejor, que los medios cada día son más potentes, que si entre todos arrimamos el hombro las cosas pueden ir a mejor. Yo desde entonces todos los meses colaboro con la AECC, qué menos, sé que es poco pero si muchos hicieran lo mismo todos lo agradeceríamos.

Han pasado diez años y de repente en esta última llamada me dicen que todo esto se acabó, que le han dado de alta, que las únicas secuelas que quedan son las físicas, porque las del alma ya están más que superadas, y me emociono como un niño porque quiero verle envejecer en paz, porque por fin podemos pasar página y olvidar esta historia, porque he podido escribir un post a base de pico y pala en el que enterrarla.

jueves, 16 de junio de 2011

Querido diario (I)

Querido diario:

Bueno, perdona que te llame así, porque antes eras un blog, pero ya sabes, nos hemos vendido al populismo, así va esto del share y yo no quiero acabar como Eva Hache haciendo un programa de entrevistas, ¿ah, que también la han echado de ahí?, ¡cáscaras!, ¡cómo está el patio!

Hace unos días que no te escribo, y no ha sido por voluntad propia, no sé si sabes que me han operado, me han hecho una nariz nueva y han desalojado a hostia limpia al pólipo por okupa, pobre, aunque dice el anestesista que su resistencia fue pacífica... no sé yo, el cirujano da otra versión y afirma con rotundidad que el pólipo le iba provocando. La buena noticia es que era un pólipo muy bueno y nos podemos olvidar de él. Ahora que todo ha pasado puedo afirmar que soy un acojonado, que me daba miedo dormirme y no despertar, ya sabes, esas gilipolleces que escribí el otro día en plan reina del drama y que afortunadamente borré antes de publicarlas. El Juanjo del mañana nos lo agradecerá profundamente.

De la operación en sí no puedo decirte nada, al entrar en el quirófano había unos tíos así como disfrazados para una despedida de soltero en Alabama, sí, de esas en las que terminan descuartizando a la puta, aunque estos parecían majos, ya, siempre parecen majos. La verdad es que como fiesta fue una mierda porque me liquidaron en dos segundos, a mí, que me metía las copas de DYC con menos remordimientos que hielos... si es que ya no soy el que era. Solo recuerdo un sueño muy a gustito y que la anestesia mola... lo malo es despertarte después con una mascarilla de oxígeno apretando unas narizotas del tamaño de un pomelo y con una enfermera hablando de no se qué de la saturación, ¡qué tía más cansina!, yo quitándome la puta mascarilla y ella poniéndomela, ¡menuda resaca! Al final me dejó por imposible y hasta trató de hacerse la simpática. Va y me pregunta si tengo los ojos verdes o azules, algo que solo me puede pasar a mí, ya me conoces, que me toque la jodida enfermera daltónica, la que se equivoca de pastilla y te enchufa la azul... no quiero ni pensarlo, como mal menor te provoca una erección en la que puedes sujetar la botella de suero, pero si no tiene el día te manda para el otro barrio dándote la pastilla de cianuro potásico. Y con todo lo que he firmado, seguro que toca que nos jodamos, porque justo debajo de donde ponía posible ceguera, en Arial 3, venía que no se puede reclamar absolutamente nada contra el personal médico aunque lleve un mes tecleando en el ordenador con el monitor apagado.

Pero bueno, como de todo se sale, pues de reanimación también. Lo mas habitual es que te toque un celador con pelo en cresta, pendientes como zafiros de Ceilán y poco más de veinte años, que está pensando más en el repaso que le va a dar a la novia en cuanto acabe el turno que en lo que tiene entre manos, pues ese me tocó a mí, y como si fuera una cuestión de honor me iba atizando contra todos los putos marcos de las puertas, incluyendo la del ascensor, dos veces, mientras que yo le rezaba con fervor a San Cristóbal eso de “Dame Señor mano firme y mirada vigilante para que a mi paso no cause daño a nadie”, que este hijoputa no debe llevar seguro ni a terceros y como mate a una monjita de la clínica igual me hacen pagar una nueva, y a ver de dónde cojones sacamos una monjita en Madrid en el siglo XXI. Me pregunto cuantos pobres no habrán llegado a su habitación por haber salido despedidos de la camilla, por un choque frontal o directamente por un infarto.

Sin embargo llegué, y como si estuviera atravesando la recta de meta de Silverstone, pude ver a toda mi familia reunida y animando, ya sabes, mirando mi narizota fijamente, con caras que a mí me parecían más de horror que de alivio, pero bueno, ver a la familia reunida es tan bonito... tú ya les conoces, hasta recordé el cuento breve ese que dice “Y al despertar su suegra seguía allí”, aunque la mujer se estaba jugando el físico al intentar hacer más de madre que mi propia madre, y eso que me lo haga en su casa vale, pero delante de la mía, que es más madre que la Pantoja, es apostar a que te pongan la cara como un mapa. Sin embargo supieron comportarse y casi ni se insultaron con la mirada ni nada. Tras aguantar el primer chaparrón de amor, en cuanto pude concentrarme un poco, no se me ocurrió otra cosa que mandar un correo y un tuit dando fe de vida, así va el mundo 2.0, ya... entiendo tu reproche, en el blog no puse nada, bueno, dejémonos de escenitas que ya lo arreglaremos en la intimidad. El caso, es que te puede doler la nariz como si te la estuviese mordiendo un caballo, puedes tener los ojos fuera de las órbitas, pero al teclado táctil le aciertas, si en el fondo de pantalla del móvil tuviera una foto de Juan Pablo II seguro que ya le habían apuntado otro milagro. Sin embargo qué conseguí, pues un par de unfollows, porque a la gente nos gusta la carnaza y no las historias de superación personal por 3G, putos ingratos. 

Y poco más recuerdo, bueno sí, la jodida obsesión por ver que orinaba... yo no sabía que después de la operación te hacen el control antidopaje, y claro te presionan y es imposible. Pedí unas cervezas porque había escuchado en la tele que con los futbolistas es mano de santo, pero no hubo manera, no me dieron ni agua los muy canallas, así que use mis truquillos de andar por casa. Primero pensé en un grifo y nada, después en la fuente de mi pueblo y tampoco, pasé a las Cataratas del Niágara y ahí si que sentí un principio de reacción, hasta que como emergencia me acordé de la entrada de los Celebrities y el famoso aiba que chorrazo, oye, manita de santo, sobre todo al recordar el de Sánchez Dragó y su “lo mío es para mear y no echar gota”, casi me lo hago encima, sobre todo cuando me dieron una botella de aspecto más que sospechoso. Porque si no lo sabes, para un hombre eso de mear en una botella es un trauma, ves el agujero y dudas, y como no te queda más remedio por la urgencia la metes y ves que sí que cabe, claro que cabe, pero es raro, no hay ni calculo de trayectorias, ni control de tracción ni nada, un rollo. Además siempre crees que la botella es pequeña y te concentras en cortar el grifo al menor síntoma de humedad, y si eres capaz de tener dos ideas a la vez, como yo, empiezas a pensar simultáneamente en la enfermera daltónica y en si me habrá dado la pastilla azul... uf, ¡qué angustia! y si me pilla la reacción en la mitad del meollo, ¿qué hago?, ¿hará vacío la botella?, ¿explotará el universo entero?, pero no, no pasó nada porque la verdad es que estaba en las últimas y sólo quería dormir.
 
Y recordé a mis Extremoduro y a su necesito droga y amor, mientras que me inyectaban algo en vena, boqueando cual salmonete en la lonja recordando eso de “dirán que apenas necesito respirar me salgo con la mía será que apenas necesito respirar y me salgo con la mía”

martes, 7 de junio de 2011

Soy peludo y azul

¡Eh! Parece que es un buen público chicos, preparados, vamos allá:
Yo soy azul, yo soy peludo y azul, nací un monstruo azul, siendo peludo y azul, azul.
Soy bello y azul, yo soy peludo y azul, me gusta ser como soy, peludo y azul.


Hoy trascendencia cero, contradicciones mil, nostalgia a borbotones y trillones de ganas de vivir.

domingo, 5 de junio de 2011

Quedarse calvo

Desde mi más tierna infancia siempre pensé que eso de quedarse calvo no era más que una frase hecha, algo que solo le pasaba a los demás, como las enfermedades venéreas (¿de verdad he escrito enfermedades venéreas?) o los accidentes de tráfico. Al principio lo de tener pelo te la pela, ese es un asunto de tu madre, porque hay que joderse con las madres empeñadas en proyectar sus frustraciones adolescentes (o que querían una niña) con tu melena, lo mismo acabas como el príncipe de Beckelar que como el doble travelo de Heidi, gritando a las vecinas a pleno pulmón que no eres una niña y mostrándolas con rabia el pito para corroborarlo. Por mucho menos se debería quitar la patria potestad.

Después uno crece y el pelo permanece, y se crea una falsa ilusión de posesión que culmina en la frase “hago lo que quiero con mi pelo”, ahora puedes parecerte al príncipe de Beckelar, pero porque te sale de los cojones, cambiar a un corte kale borroka o a unas greñas heavies mucho más clásicas. Y en esas estás, pensando en si quieres parecerte al cantante de Def Leppard o decidirte por algo más tipo hair metal cuando en clase de biología aparece un tipo que jugaba con guisantes, llamado Mendel, y por su culpa sin saberlo ya la has cagado. Por que sí, si en la puta vida hubieras escuchado hablar de Mendel nunca habrías dudado de tus genes, si ese día hubieras estado bebiendo y fumando porros en los billares nunca habrías pensado que el mal acecha como bomba de relojería programada para fastidiarte la juventud y nunca se te habría caído el pelo.

Porque repasemos los hechos, sin ir muy lejos, pensemos en mi hermano. Tiene tanto pelo, y tan fuerte, que podría pasar por un pointer alemán de pelo de alambre, el cabronazo. Mi padre es un leoncito que presume de su gran mata de pelo canoso y ondulado, muy rollo Richard Gere, pero mucho más guapo. Otro motivo para pensar que el verdadero Juanjo macizorro se cepilla la melena en otro lado. ¿Mis abuelos?, pues por el estilo, el materno era tan peludo que hubiera triunfado en un casting de hombres lobos, el paterno a sus noventa y tantos se fue a la tumba con su flequillo y su raya a un lado. Por eso llegas a renegar de las leyes de la genética, porque si de verdad había que hacer una búsqueda por el árbol genealógico que me sirviera de consuelo, habría sido mucho más divertido por ser negro y tener el pene del tamaño del de un zimbabwo superdotado.

Durante un tiempo buscas alternativas que justifiquen todo y como no eres tan cafre como para dudar de la virtud de tu madre, porque eso para un hijo está fuera de toda duda, piensas que tal vez en la maternidad les dieron el cambiazo, solución fácil, poco comprometida y que culpa a un tercero. Pero al final cedes porque eres un hombre de ciencia y cultivado, y pasas por el aro la genética, sobre todo cuando tienes un hijo y ves que se parece a tu padre, bueno, entonces crees en la genética, en la buena suerte y hasta en la virgen de los desamparados, porque eso es lo que es el dulce querubín, un ser inocente y desamparado que no sabe lo que se le viene encima, al que peinas con lágrimas en los ojos pensando en su futuro cráneo despejado.

Quedarse calvo jode porque no aporta nada, eres un jodido calvo y punto profundo, además es irreversible, es una puta mierda, algo así como la última frontera. Y si te resistes es mucho peor, la ansiedad es mala para el pelo, y la primavera, y los champús baratos. Porque por ahí se empieza, por cuentos macabeos que te hablan del exceso de grasa, de la respiración del folículo, del riego del cuero cabelludo, que sí, que todo tendrá que ver, pero por mucho remedio que tratas de ponerle al asunto la realidad es que tu pelo y tu cuenta corriente caen sin parar porque está escrito en los libros de la Sibila que serás calvo y nada podrá remediarlo. Desesperado tratas de pedir ayuda profesional y vas al dermatólogo que te cuenta que lo tuyo no es una enfermedad y que no hay nada malo en quedarse calvo, él cree en Mendel y en la medicina, por eso te aconseja tomarte unas pastis milagrosas, y ya pueden serlo con lo que cuestan, utilizadas para tratar el cáncer de próstata con un efecto crecepelo secundario. Y te las tomas por unos meses hasta que empiezan a ser contraproducentes y reflexionas sobre lo que estás haciendo con tu vida y las mandas a la mierda sin dudarlo.

Sí amigos, se acabó, ya has asumido que eres calvo y puedes enfrentarte a un mundo cruel hasta superarlo. Porque puedes hacer lo que quieras que pasarás a la historia como el calvo de la familia, la gente se descojonará en tu cara y encima tendrás que hacer como que no te importa para salvaguardar la dignidad. Porque ya no se trata ni de estética, ni de belleza, ni de salud ni de nada por el estilo, es una cuestión de irlo asumiendo dignamente hasta saber llevarlo. Por supuesto nada de usar trucos como pelucas, bisoñés, peinados ensaimizados, no, todo eso es indigno y chabacano. Tampoco recomiendo el transplante, porque por mucho que nos lo vendan la realidad del asunto es que acabas teniendo el pelo como el de una muñeca de trapo. Mucho menos caer en la rebeldía de dejar crecer los restos del naufragio cual vulgar Tamariz o como Krusty el payaso.

Todo eso lleva a la ridiculez y se trata de ser digno, no, ese no es el camino, el camino verdadero es hacer como si la calvicie no existiera, no darle importancia, llevar el pelo siempre corte e inmaculado, tratar de que todo el mundo asuma tu nuevo aspecto hasta que un día se olviden del anterior. Pensemos en Agassi, por ejemplo, y en su antes y después, con pelo era Brooke Shields y sin pelo es Steffi Graf, que sí, que admito que es un cambio a peor, a ver por algo ahora es calvo, pero es digno, porque Agassi con peluca podría haber terminado, por ejemplo, con Arancha Sánchez Vicario.

viernes, 3 de junio de 2011

Los sensacionales

Existe una cualidad de la que carezco y que admiro infinitamente cuando la detecto en los demás, no sé levantar expectación, no sé hacer que lo normal parezca fuera de lo común, no soy capaz de hacer que algo mío parezca bueno, mejor que lo de los demás, interesante, digno de envidia. Imagino que la culpa es mía porque no suelo dar importancia a nada, sobre todo si ese nada es algo material, no sé si me explico. A ver, por ejemplo, soy incapaz de cantar las bondades de un par de huevos fritos con patatas a pesar de que existen seres humanos que son capaces de hacerte sentir mal por no estar en ese preciso momento mojando en su yema, dale que te pego, tubérculo en mano. Para mí, una patata no deja de ser una raíz abultada y un huevo un conjunto de masa orgánica que una gallina expulsa por su ano, no hay poesía, no hay tema, por mucho que lo adornes, por muy bien que lo cuentes. Es, soy, así de triste.

Sin embargo existe una raza de seres a los que voy a llamar los sensacionales, capaces de elevar su huevo con patatas a la categoría de fetiche, de objeto de culto, de obsesión, de obra de arte. Son esa clase de seres humanos que te hacen sentir que el sol ha salido solo para ellos y que por mucho que te expongas a una quemadura de tercer grado lo que achicharra tu piel y te hace estornudar no es más que un sucedáneo de estrella, el puto astro rey destronado. Son personajes que si es necesario son capaces de elevar a la categoría de acontecimiento planetario hasta una amputación, te los encuentras y pueden perfectamente decirte “me ha pasado algo sensacional, me han contado un dedo del pié”, y cuando pones cara de alucinación pueden rematar la faena diciendo “es tan ideal que lo he embalsamado, ¿quieres verlo?” y joder, ¡lo consiguen!, por unos segundos matarías por ser tú el peatón deshuesado.

Es importante no confundir a los sensacionales con los que de verdad tienen motivos para la presunción, aunque no sea de inocencia. Para ser un sensacional tienes que conducir con aire de ferrarista un Xsara Picasso, pero si lo que tienes de verdad es un Ferrari y vacilas eres otra cosa muy diferente, eres un chuloputas, y un sensacional siempre será alguien entrañable y cotidiano. Diferenciarlos, así de buenas a primeras, es bastante fácil, si te cuentan algo y sientes la necesidad vital de soltar a tu interlocutor una buena hostia de autodefensa es que no es un sensacional, es un gilipollas, y los sensacionales no lo son. Un sensacional lo que te tiene que causar es estupor, generarte esa sensación de envidia y deseo seguida de un ¿me lo está diciendo en serio?, ¿qué hay más allá?, ¿qué no veo? Hasta que te das cuenta de que no hay ni maldad ni trampa ni cartón, simplemente su vida está pasada por el prisma de lo fantástico y de lo supremo.

Lo mejor de los sensacionales es que hacen del mundo un lugar mejor, porque por unos segundos te tragas su cuento y hasta compartes su optimismo alucinógeno, quieres conducir su Citroën que es tan patata como el tuyo, quieres ser el padre de sus hijos que suelen ser mucho más feos y zotes que los propios, hasta quieres tener a su perro y recoger sus heces bolsa en mano. Sufres porque no has ido al pueblo más cutre de la España más profunda, que puede ser el suyo o no, eso es lo de menos, lo importante es que haya estado, y te lo vende como si fuera el hijo del alcalde, con pasión no fingida hasta que consigue que vayas a verlo y te cagues en su calavera cuando lo único que te llama la atención es el campanario de la iglesia, y no por bonito, sino porque crees que sería un sitio apropiado para colgarlo. Y se lo perdonas, porque es un sensacional y cae bien, y te la cuela una y otra vez, hasta es capaz de crear tendencia y que todos seamos capaces de adorar a un banano.

Si alguien piensa que escribo llevado por la envidia la verdad es que acierta de pleno, pero si piensa que es una crítica destructiva se equivoca de cabo a rabo, porque yo a los sensacionales les rindo pleitesía, por eso aclaro que este post es más bien un homenaje a esa gente mucho más inteligente que yo, mucho más práctica, que sabe lo que quiere, que es feliz, que da buen rollo, que nos atrapa con sus cosas y temas cotidianos, iguales que los tuyos y los míos, pero que es capaz de transformarlos en una aventura de dragones, príncipes valientes y una princesa de pechos turgentes y lágrima fácil que compra toallitas desmaquilladoras en la sección de droguería de cualquier supermercado.


You!
I wanna be like you
I wanna talk like you
Walk like you, too
You'll see it's true
Someone like me
Can learn to be
Like someone like me
Can learn to be
Like someone like you
Can learn to be
Like someone like me!