Hubo un tiempo y un lugar en el que pertenecer a la gens Cornelia era un símbolo de riqueza y poder, casi como ser de la casa de Alba pero con palacios en el Palatino en lugar de en Medina Sidonia, la diferencia es que los Cornelios fueron, mientras que duró la Roma republicana, cuna de políticos y generales, vamos, que partían el bacalao. Sin embargo, los Cornelio Sila eran una rama de la familia venida a menos, con la pasta muy justa como para darle una educación digna al joven Lucio Cornelio Sila, que si por linaje estaba destinado a alcanzar las más altas magistraturas de la república, a la hora de la verdad no tenía recursos ni para entrar en el senado, ya lo dijo el bueno de Quevedo “don sin din, cojones en latín”.
Dicen las malas lenguas que su padre contrajo un matrimonio de conveniencia con una mujer rica, eso era normal en Roma, lo de apañar matrimonios por los más diversos motivos, y que con ese dinero Sila pudo tener una educación apañadita en la que aprendió un buen latín y un excelente griego ático. Pero poco más, en una edad en la que debía estar aprendiendo las reglas de la política y de la retórica, además de recibir una educación militar, él se pasaba los días visitando los bajos fondos, en compañía de gente de teatro, vividores y prostitutas. Y como Sila era un tío guapetón, de ojos azules penetrantes, tez blanca y pelo de un rojo dorado, una de las más famosas cortesanas de Roma, llamada Nicópolis, cayó rendida a sus pies. También dicen las malas lenguas que tras la muerte de su padre él se instaló en concubinato con su propia madrastra y con Nicópolis, y que, de manera muy oportuna, ambas murieron en extrañas circunstancias, tal vez asesinadas por él, legándole sus fortunas.
Y no sería el oro y el moro, pero sí lo suficiente como para entrar en el senado y comenzar a la tardía edad de 30 años su recorrido en el Cursus Honorum, esa sucesión de cargos electos que culminaban en el consulado, sin más experiencia que la adquirida entre actores y rameras, especialmente con un actor llamado Metrobio que, probablemente, fue el amor de su vida, porque Sila era seguidor de las teorías de Gorostiza, aquel que dijo “donde veas pelo, ¡atiza!”. Como primer destino fue asignado a Cayo Mario, que era el hombre del momento, para actuar como cuestor, vamos el que repartía la pasta, en la guerra contra Yugurta, rey de Numidia, y como Sila era un lince Mario pronto se alegraría de tenerlo a su lado. Si algo tenía Sila es que se movía como pez en el agua en el mundo de las intrigas, algo así como Kiko Matamoros en Sálvame, pero sin rivales de pacotilla, por eso aplicó la regla del divide y vencerás, ofreciéndole a Boco, rey de Mauritania, el oro y el moro (valga la redundancia), de manera que éste traicionó a Yugurta y Sila se lo llevó a Roma para ser parte del desfile triunfal de Cayo Mario.
Tal vez el protagonismo de Sila en la captura de Yugurta fue el principio de la enemistad entre Sila y Mario, pero siguieron formando tándem demoledor en la guerra contra la invasión de los germanos, dirigiendo a dúo los dos ejércitos consulares romanos, lo cual les llevaría a las más altas cotas del poder. La realidad es que Sila todavía no era cónsul, y el ejercito estaba al mando de un tal Lutacio Cátulo, pero de facto Sila fue su general, consiguiendo una fama militar que comenzó a hacer sombra a la del propio Cayo Mario. Tras unos años de dejarse ver por Roma consiguió ser elegido pretor y más tarde se trasladó a anatolia como gobernador de Cilicia, allí tuvo gran éxito poniendo en su sitio a los reyezuelos locales que se entretenían invadiéndose los unos a los otros lo que a fin de cuentas no era bueno para los asuntos del dinero, y por tanto para nadie. Sila fue el primer romano que llegó con un ejército hasta el río Eúfrates, firmando un tratado de paz muy ventajoso con los temidos partos.
De esa manera regresó cubierto de gloria, y de oro, a Roma, porque para eso se iba uno de gobernador de una provincia, para enriquecerse lo máximo posible, algo que se daba por supuesto y que nadie criticaba, er buenos tiempos para las gentes amantes de los trajes y el lujo, por eso se quedó con dos palmos de narices cuando fue acusado de corrupción y de aceptar sobornos del rey capadocio Ariobarzanes, lo cual seguramente era verdad pero iba en el cargo. Estaba claro que eran agentes de Cayo Mario los que le acusaban, y, aunque finalmente no fue condenado, su dignitas quedó tan entre dicho que tuvo que retirarse de la circulación durante unos años. Y es que el tema de la dignitas no era baladí entre los romanos, y no se refería solo a la dignidad, sino a un compendio de la reputación, los logros personales y el honor adquiridos en el tiempo, vamos que un hombre valía lo que su dignitas y por preservarla se podía llegar al asesinato e incluso al suicidio por perderla. Sila, que a pesar de su vida disipada era muy conservador, se pasó al bando de los optimates, cuyo fin era preservar el poder en mano de la aristocracia y el senado, en contra de los populares, partidarios de que legislase la asamblea del pueblo y de la extensión de la ciudadanía romana a los aliados itálicos, digamos que entonces los populares estaban a la izquierda y su líder era Mario (no confundir con Mariano).
A partir de ahí las cosas le fueron mucho mejor, cuando los aliados itálicos de Roma se sublevaron al no conseguir la ciudadanía, lo cual se llamó guerra social pese a no ser más que una especie de guerra civil, Sila tomó el mando de las operaciones, dirigiendo una brillante campaña militar que culminó con la consecución de la corona de hierba, la más alta distinción militar romana. Al finalizar la guerra se casó con Cecilia Metela Dalmática, perteneciente a una de las familias más aristocráticas de Roma, afianzando su posición el los optimates, y fue elegido cónsul, Sila estaba en la cima. Tanto que fue elegido para dirigir las legiones que habían de enfrentarse al rey del Ponto, Mitridates VI, que aprovechando que los italianos estaban en guerra había invadido las provincias orientales llegando a la mismísima Grecia.
Pero eso era algo que Mario, que deseaba dirigir la guerra a pesar de su avanzada edad y a que estaba más para allá que para acá, no podía consentir. Cuando Sila estaba a punto de embarcar con seis legiones hacia Grecia, la asamblea de la plebe le retiraba el mando para dárselo a Mario, que tenía dinero e influencia como para comprar las voluntades necesarias, entonces pasó algo que cambió la historia de Roma para siempre, Sila agarró a sus seis legiones y se fue con ellas a Roma liándola parda. Nunca nadie había usado al ejército contra Roma, y Sila no se lo pensó, entró en la ciudad a sangre y fuego dando un golpe de estado, Mario y su camarilla salieron por patas, siendo declarados enemigos del estado y Sila legisló a su favor, quitando poder a las asambleas del pueblo. Tras ello partió por fin a Grecia con sus legiones, lo que evidentemente aprovechó Cayo Mario, junto con el otro cónsul Cinna y su hijo el joven Mario, para regresar con un ejército formado en gran parte por esclavos liberados y arrasar de nuevo Roma. Tuvo que ser el horror, pues todos los partidarios de Sila fueron ejecutados y sus cabezas cercenadas fueron exhibidas en el foro. A los pocos días murió Mario.
Sila tenía clarísimo que si quería volver a Roma debía ser convertido en un héroe militar, de tal manera que pudiese reconquistar el poder con la fuerza de sus entrenadas legiones. La campaña en Grecia no fue buena, debido a la falta de suministros que hicieron a su ejército pasar grandes penurias, pero como no hay mal que por bien no venga la dependencia de los botines para su subsistencia, incluyendo los tesoros de los templos, le hicieron combatir con bravura. Sila arrasó la región del ática y puso sitio a su capital, Atenas, en eso estaba cuando por falta de higiene contrajo la sarna y la enfermedad le desfiguró su antes apuesto rostro. Sila hizo caer Atenas, además de ganar a los partidarios de Mitridates un par de batallas decisivas en Queronea y Orcomeno, mientras tanto el gobierno de Roma había mandado un par de legiones para hacer la guerra por su cuenta contra el Ponto, tropas que se amotinaron bajo el mando de un tal Fimbria y sembraron el terror por Asia. Sila y Mitridates firmaron un tratado de paz por el Roma recuperaba los territorios asiáticos y se cobraba una generosa indemnización, con la condición de que Sila antes hiciera fiambre con Fimbria, y así fue. Con las cosas en orden Sila puso rumbo a la Roma de los cónsules Cinna y Carbón.
Fue la locura conejil, aunque al principio los cónsules trataron de negociar para evitar la guerra civil la muerte de Cinna en un motín hizo que las fuerzas populares se vinieran abajo. Las expertas legiones de Sila le dieron a Carbón y al hijo de Mario lo suyo y lo de su prima, más cuando Sila contaba entre sus filas a gente tan válida como los futuros triunviros Pompeyo y Craso. La última batalla se libró a las puertas de Roma y los populares fueron derrotados y miles de ellos ejecutados. Sila no dudó en nombrarse dictador y en imponer un régimen del terror, en el que listas de proscritos aparecían todos los días, casi todos ellos senadores y caballeros acaudalados. Estos eran inmediatamente ejecutados, y en caso de que escaparan cualquiera estaba autorizado a matarlos y cobrar una recompensa del estado, y todos sus bienes eran confiscados para subastarse por dos duros entre los partidarios de Sila que se enriquecieron escandalosamente. Además, Sila legisló de manera que todo el poder volvió a manos del senado, eliminando la promulgación de leyes en las asambleas del pueblo, quitando todo el poder a los tribunos de la plebe y machacando a los caballeros a los que se expulsó de los jurados que quedaron conformados solo por senadores.
En un par de años puso patas arriba a Roma, y cuando él creyó que su labor había terminado, para sorpresa de todos, dejó voluntariamente el cargo y se retiró a una villa en el campo. Que se sepa es el único dictador en toda la historia que una vez tomado el poder por la fuerza renuncia voluntariamente al cargo. Allí, anciano y enfermo, paso los últimos años de su vida, junto a su nueva esposa, Valeria Mesala, de la que dicen que era escandalosamente joven y escandalosamente bella, montando fiesta tras fiesta junto a una corte de mujerzuelas, bufones y borrachos, artistas de todo tipo y tal vez con su amado Metrobio. Desde allí escandalizó a la recatada Roma, riéndose de la obra que les había legado. Dicen que su muerte fue dolorosa y atroz, muy propia de un hombre que hizo de su vida una tragicomedia, de uno de los personajes históricos más importantes de la antigüedad, cuya influencia fue tan grande que tal vez sin él la historia que conocemos habría cambiado.