lunes, 28 de febrero de 2011

Brown Eyed Girl

Ahora ya puedo decirte que odio que me llames millita, aunque realmente es lo único que odio de ti. Porque a alguien como tú solo se le puede querer, porque eres guapa, por fuera, que es lo más evidente, pero sobre todo por dentro, de llamar la atención, vamos.

Por qué alguien es más especial que otra persona es difícil de explicar, será cuestión de química o algo por el estilo, pero desde que te conocí has sido la niña de mis ojos en esa empresa que tan ingratamente te ha tratado, y sé que es algo recíproco, esas cosas se notan. Te escribiría mil tonterías de esas que suelo escribir yo para hacerte sonreír, pero hoy no me salen, de hecho solo me apetece esconderme aquí, en esta página de la que he hecho refugio y en la que solo tienen un hueco las cosas importantes, como tú. Por eso te escribo aquí y no en otro sitio, para poder recordarte siempre que lea la historia de este día de mierda, para recordar a esa niña de ojos marrones que escribe en los cuadernos con letra de colegio de monjas, que se pone solemne cuando habla en serio y que se ríe hasta de su sombra cuando es necesario, con ese acento mestizo que espero no olvidar jamás.

Antes, cuando me has llamado, me he vuelto de corcho, no me lo podía creer y me ha costado todo el día asimilarlo, me ha dolido en el alma porque me dueles, y no he sabido decirte palabras de consuelo que en ese momento no me salían, solo he podido abrazarte y te prometo que me hubiera pasado la mañana así para que llorases tranquila en mi hombro, pero no era el sitio, ya lo sabes, desgraciadamente sí que era el momento. Me parece mentira que no vayamos a comer ya juntos el miércoles, como habíamos planeado, lejos de miradas estúpidas que no habrían entendido nada si hoy me hubiese quedado a tu lado llorando, porque, joder, qué difícil se me ha hecho darme la vuelta e irme mientras que recogías tus cosas.

No quiero hablar del trabajo porque sería rebajarte demasiado, no te lo mereces, realmente lo del trabajo es lo que menos me preocupa porque ahora sí que puedo decirte sin que se te suba a la cabeza que eres buena de rabiar, te lo prometo, es verdad de la buena, si alguien no lo ha visto desde luego que peor para él, hoy ha metido la pata y solo espero que un día tenga motivos suficientes para darse cuenta de ello. Sé que te va a dar pereza empezar de nuevo, pero hay que hacerlo, cuando te apetezca, mientras disfruta de esos dos soles que tienes y no dejes que te vean ni un día de bajón, si me entero te voy a dar para el pelo. Seguro que antes de que todos nos demos cuenta ya estás trabajando, si no es así es que todos los recursos humanos del planeta se han vuelto absolutamente locos.

Te vas y no he tenido tiempo de buscarte ese parecido razonable que te había prometido, a lo mejor porque no te pareces a nadie, al menos no a nadie que yo hubiera conocido, y lo supe desde que muy educadamente en un correo me pediste, sin conocerme y de usted, eso sí, ayuda para especificar bien vete a saber qué cachivache que ahora me importa un pimiento. ¿Quién nos lo iba a decir, verdad?, quién me iba a decir que un día como hoy, Dewcita, te echaría tantísimo de menos.

domingo, 27 de febrero de 2011

El tablero


Se despertó en la mitad de aquel tablero de ajedrez en tres dimensiones, ¿un tablero de ajedrez en tres dimensiones?, ¡qué cosa más rara! Los escaques le envolvían, creando un mundo de sombras negras sobre luces blancas que le mareaban, celdas negras sobre celdas blancas y rayos de luz diagonales dirigiéndose al vacío iluminando débilmente cada instancia.

Estaba solo, el silencio era absoluto, el aire fresco, increíblemente, porque la estancia era hermética en sus seis lados, lo supo después de recorrer con las palmas de las manos cada centímetro de los dos metros cuadrados de cada una de las paredes. La claustrofobia vino de repente, con un deseo salvaje de salir de allí, golpeó con los puños, con los pies, con la cabeza, pero no consiguió nada, solo romper el silencio, solo romper sus huesos y abrir heridas en su piel, pero no dolía, ni la sangre manaba porque por arte de magia su cuerpo se regeneraba, no, aquello no le gustaba, no quería permanecer más en un lugar en el que hasta el dolor se le negaba.

Y sucedió, deseo ir hacia delante, y su deseo se cumplió, el mundo dejo de ser negro y se convirtió en blanco. Fue estupendo, volvió a mirar a su alrededor sin tener claro si aquello era un comienzo, por eso lo volvió a hacer, volvió a avanzar, negro y blanco repitiéndose compulsivamente hasta que dijo basta para descansar, porque se sentía enormemente cansado, sin aliento, con las piernas temblorosas y las manos rígidas, entumidas, casi no las podía mover. Las miró fijamente y no pudo dar crédito a lo que veía, eran las manos de un viejo, surcadas de azules venas y oscuras manchas, miró sus piernas arqueadas, se palpó las arrugas de la cara y acarició su cráneo, liso, carente del menor signo de que allí hubiera existido alguna vez una mata de pelo.

Se asustó y volvió de nuevo su vista hacia delante, todavía quedaban algunos escaques que recorrer, pero no muchos, y detrás de ellos se adivinaba un vacío infinito y negro, ese no podía ser su camino. Miro a los lados y se asombró al ver que el camino lateral se había hecho infinito, no captó el mensaje y por eso, muerto de miedo, pidió retroceder y mientras que lo hacía las arrugas se alisaban, el pelo volvía a nacer, los dientes a brillar y el miedo se transformaba en alivio y desconfianza. Reculó, y cuando se sintió de nuevo a salvo detuvo la huida, dispuesto a reflexionar, pero no había aprendido nada y su pensamiento seguía siendo lineal, por eso decidió seguir retrocediendo hasta la casilla de salida.

Sintió su cuerpo rejuvenecer, cada vez era más ligero, en cuerpo y en alma, porque a cada salto iba soltando lastre, tanto que hasta ese mismo momento no fue consciente del gigantesco peso de la experiencia, del lastre que supone el pasado. Miró fijamente hacia lo que él creyó que era el principio y se vio deslumbrado por una luz cegadora que no le dejaba retroceder más, no al menos sin correr el riesgo de fundirse en ella y desaparecer. Volvió a mirar a los laterales y esta vez el camino era mucho más estrecho, tanto que en algunos sitios empezaban a faltar casillas y en unas decenas de saltos se podía llegar a un vacío gris que le transmitía desesperanza, estaba seguro que tras ese vacío de grises se encontraba una muerte temprana.

Por eso decidió saltar a la casilla lateral en la dirección en que la luz gris le parecía más lejana, y al hacerlo toda su vida cambió, seguía siendo él pero con los recuerdos modificados desde esa casilla hacia delante hasta el punto en el que se había despertado. Empezó a entender el juego y saltó sin pensarlo mucho hacia un lado y hacia otro, hacia delante y detrás, de manera que recorrió un abanico infinito de sensaciones, de vidas diferentes, fue valiente y cobarde, fue ladrón de almas y amante despechado, salvó vidas y las quitó, surco los mares y fue ermitaño, ¡era tan fácil! Pasó así un tiempo que a él se le hizo eterno hasta que cayó de bruces contra el suelo, desorientado y agotado.

Miró arriba y miró abajo, aturdido por la sensación de no saber ya ni quién era, se tumbo de espaldas y no se sorprendió de solo ver más escaques que verticalmente ascendían hasta el infinito. No había reparado en ellos hasta entonces como parte del juego, pero con la respiración todavía agitada por su experiencia bidimensional tuvo la convicción de que, aunque no parecía el camino más fácil, a lo mejor ese era el camino. Su mente le proyectó hacia arriba y de repente él ya no era él, era otra persona diferente, volvió a saltar y la persona volvió a cambiar, fue mujer y fue hombre, amarillo, blanco, negro, habló todas las lenguas imaginables y algunas que él mismo inventó, recorrió todo aquel mundo en todas las direcciones posibles hasta que no supo ya quién era, ni qué hacía allí, perdido y sin rumbo, abrumado por los recuerdos acumulados de múltiples vidas, hasta que desesperado gritó ¡Quiero volver a comenzar la partida!

Y se despertó en la mitad de aquel tablero de ajedrez en tres dimensiones, ¿un tablero de ajedrez en tres dimensiones?, ¡qué cosa más rara! Los escaques le envolvían, creando un mundo de sombras negras sobre luces blancas que le mareaban, celdas negras sobre celdas blancas y rayos de luz diagonales dirigiéndose al vacío iluminando débilmente cada instancia.

viernes, 25 de febrero de 2011

Doscientos

 A veces pierdo el norte; A Esperrancia; Cómo conquisté el oeste (I); El baúl de los sentimientos; ¿Qué haces en mis sueños?; De la vergüenza y de las miradas; El reencuentro; A mi padre; Fe, fútbol, religión; Akenatón; El mal amigo; Juanjo Bronkovich; Una llamada en la noche; Sí, es difícil, pero... ¿por qué no?; Et maintenant?; Del amor propio; Quita los putos antinieblas de los cojones, por favor; Post para jugar; La gran melopea; Propósitos de año nuevo; El mensaje navideño del ser superior; Vuelta a la obra (... y feliz navidad); Se armó el Belén; Cuando no te quieres; Historia increíble que nunca sucedió; El monstruo comelotodo; Del pudor y otros animales; Diez fobias y un chuletón; De la paciencia; Sit tibi terra levis; Imilce; Tamerlán; La encuesta de satisfacción laboral; Olenska; Interpretaciones bíblicas (I); El sufrimiento no sabe a fresa; Estimado Neptuno; La casa de trapo; Siempre adelante, siempre a la izquierda; Las muñecas rusas; No se puede vivir sin música; El cavernícola; The show must go on; 1973 (musicalmente hablando); La guerra de Troya; El pozo de los deseos; If I could turn back time; El puto payaso; Maybe Someday; El miedo atroz; La niña ñoña y el payaso; Un año en Cartago; ¿Comer es adictivo?; Marco Ulpio Trajano; Pour Some Sugar On Me; ¿Qué puede haber peor?; ¿Quieres otra vuelta? Compra una ficha; Cómo estropear unas vacaciones; Una de ciclismo; La vida con alfileres; Mega-call-meeting-of-the-death; Súper Campeones; Eliza debe estar enfadada; Calor; Una (des)ventura holandesa; De lo grande y de lo pequeño; Verdades infantiles (como puños); De la cobardía; Tocando las nubes, mordiendo el polvo; Here comes the moon; Trepas y otros animales; Desengrasando el blog; Extremoduro (y yo); Estúpidos pensamientos inconexos; Muerte en Venecia; ECC – La Traición de Enemigo (cantar popular); Campeones, campeones, oe oe oe!!!!!!!!!!!!!!!!!!!; Vacaciones, ¡por fin!; La Excelencia; Crónicas futboleras; ¿Quién eres? ¿Qué haces ahí?; La lección de cetrería; I'm so tired; Proyectos internacionales (o la lucha contra el infiel); Problemas de la convivencia; El reparto de cerebros; El apartamento (50 años); ¡Qué sueño más cabrón!; Desgastando las suelas; Ingeniero busca esposa; Antínoo (y Adriano); Delenda en français; Hoy declaro la guerra a los kilos (otra vez); ECC – El Sacro Imperio Romano Castellano; Yo, el niño concha; Este blog es una ruina; ¿Merece la pena?; El día que nací; Barcelona rojiblanca; Absurdas ideas infantiles; Hasta las pelotas… y más allá; Ahora es la hora; Buscando culpables; Primavera; Y la carne se hizo carne; Cursos; Brico-chapuzas; Con la iglesia hemos topado; ECC – La I Guerra de Sucesión Castellana; Voy a montarme un chiringuito; La banda del Maligno, el Tortuga y Techines; Una de romanos; La libertad; Viajar con niños; Miedo al fracaso; El porqué de las cosas; Yo me acuso; ECC – La abdicación de Froilán II; Añoranza; Valoraciones laborales; Buenos y feos verdes; Cosas que me gustan (Y no deberían); Una de colores; De cómo terminé casado (III, El desenlace); De cómo terminé casado (II, La trama); De cómo terminé casado (I, La decisión); DLG; Ser pequeño; Blas de Lezo y Olavarrieta; Ser guay; Cuentos infantiles; Mis problemas con las mujeres; Monstruos al volante; Canciones de amor; ¿Cuándo va a ser la última vez?; Ser gordo sigue siendo una maldición; ECC – Los I juegos ibéricos; De cómo nació Dani (II); De cómo nació Dani (I); Experiencias turcas (III); Cuestión de fe; Pesadilla; Ingeniero multiusos; Lo que sé y lo que ignoro; Reuniones; Crisis de identidad; La vida es un partido de fútbol; ¡Cielos!, tengo un blog; Declaración de amor a mis musas del cine; Defensas bajas; ECC - El reinado de Froilan I; Perseverar; El poder de los caramelos; Paraíso perdido; Carta a los Reyes Magos; Escáner corporal; Hace diez años; ECC - La defensa de Castro; Personalidad múltiple; ECC - La formación del estado; Si eres ingeniero ¿qué haces leyendo un blog?; ¿Hay que salvar a la especie?; Había una vez un circo; Todos vivimos en el manicomio; Nostalgia; Atila, rey de los hunos; WC de empresa; No me gusta diciembre; Consultor hidráulico; Dibujos animados; De Camarón a Harry Potter; Fiesta fin de carrera; Políticamente correcto; Gripe ¿A?; Negociación; Desmontando a Juanjo; Experiencias turcas (II); Experiencias turcas (I); I have a dream; Grandes inventos de la humanidad: El matasuegras; Enmienda Beckham; El día de la marmota; Calabazas; Alcorcón; El cielo puede esperar; Watchmen; Enfisema pulmonar; Laboratorios Radio; Ramses II; Deporte escolar; El Padrino III; El Padrino II; El Padrino I; Mi nombre es válvula de control; Colonia Bellas Vistas; Ingenieros; Ser gordo es una maldición; Yo soy de romanos; ¿Por qué un blog?

A veces pierdo el norte

A veces pierdo el norte, pero mucho, de muy mala manera.

A veces se me olvida lo importante, como si fuera un niño pequeño que no es responsable de sus actos, que no sabe lo que es la vida. Y la vida no puede ser lo que yo hago de ella, no la puedo tratar con tanto desprecio, a golpes, a patadas, como si la vida no fuera yo mismo, como si fuera un ser prescindible, como si no me quisiera nadie, como si yo no quisiera a nadie. Y la vida continuará sin mí, pero qué más dará si yo no estoy aquí para verla, para disfrutarla, para compartirla con los que quiero.

No ha sido un año fácil, todo lo contrario, ha sido horrible y en cierto sentido continúa siéndolo porque todo flota en el aire, como esos platos que bailan en un palo. Y yo me mato por ir corriendo a volver a darles impulso cuando están a punto de caer, pero seguro que alguna vez llegaré tarde y alguno se estrellará. ¡Qué error tan lamentable!, yo solo no puedo, no podría matar al León de Nemea ni capturar al Jabalí de Erimanto, yo no soy Hércules, ni Atlas, el mundo no depende de mí, son muy pocas cosas las que dependen de mí y la principal soy yo y me estoy descuidando, mucho.

Hoy he recogido los resultados de unos análisis y como ya esperaba, y no podía ser de otra forma, tenían más estrellas que la bandera de la unión, pero no la europea, sino la norteamericana. De propina me ha caído hacerme un escáner, por otro tema, que será una bobada, pero del que llevo pasando por lo menos dos años con la excusa de que siempre hay algo más urgente, más importante, algo que ni siquiera me gusta, algo que no tiene que ver absolutamente nada conmigo, que no es más que dinero, con la excusa de arreglar los problemas de los demás antes que los míos, por más que me duelan, por más que ellos sí que tengan mucho que ver conmigo.

Ya he hablado de ello mil veces, mis problemas se traducen en una especie de castigo que me autoimpongo, dejo de cuidarme, y yo para no engordar tengo que cuidarme a rajatabla, es una putada, pero es así, es un tema del metabolismo y contra el metabolismo no se puede hacer nada de nada. Solo con verme se puede saber cómo estoy, soy transparente y no necesito un psicólogo para saber cómo estoy, yo tengo suficiente con una báscula. Pero no es una cuestión de estética, es una cuestión de vida o muerte, y estoy avisado, pero es como dejarse arrastrar por un sumidero hasta aterrizar en medio de una cloaca.

Siempre es igual, lo tengo delante de mis narices y lo veo, pero lo ignoro, como si me hiciera daño a propósito, como si necesitara sentir ese dolor que me rodea en mis propias carnes, o a lo mejor me sirve de excusa pretendiendo que no me quiero. Hasta que ya no puedo más y suena el despertador, entonces me asusto y me llevo las manos a la cabeza pensando en la tontería que estoy haciendo, pongo distancia y pienso en mí, y me cuido, y adelgazo, y me siento bien, y no existe análisis que me tumbe, y soy yo mismo, y me gusto. Pero ¿por qué esta vez no suena el despertador?

A veces me hago daño y soy mi peor enemigo.

lunes, 21 de febrero de 2011

A Esperrancia


Sé que a lo mejor no debería escribir esto, que posiblemente es de mal gusto, que seguramente es oportunista, políticamente incorrecto, pero si no lo hago reviento, aunque alguno me va a dar para el pelo.

Resulta que la señora lideresa, doña Esperrancia, tiene cáncer de mama, como tanta otra gente, eso sí. Es del dominio público que políticamente la odio, que representa casi todo lo que me repugna en un político, pero aun así quiero dejar claro que lo siento y que espero que se recupere lo antes posible, porque lo cortés no quita lo valiente, eso me lo enseñaron de pequeño en las clases particulares que me daban en casa de educación para la ciudadanía. Por eso tampoco voy a hacer chistes fáciles de esos tipo bicho malo nunca muere o que si no pudieron con ella ni un tiroteo ni un helicóptero menos lo van a hacer unas cuantas células descarriadas, no, no lo pienso hacer, sería demasiado miserable. Ese comportamiento tan mezquino prefiero dejárselo a sus pupilos de Telemadrid, posiblemente la televisión más manipulada del mundo occidental, como diría su colega Paco.

Podría listar las cosas que más me indignan de su comportamiento político, bueno, debería decir mejor de su ideario, porque vuelvo a repetir que no son los comportamientos los que me asustan, lo que me asusta es que alguien piense así, pero vale, tampoco lo voy a hacer hoy, solo me voy a limitar al estado lamentable de la sanidad pública madrileña, a la mentira de las listas de espera, a la externalización de servicios, al desvío de las cirugías a clínicas privadas, a no convocar plazas de médicos y enfermeras porque es más fácil tenerlos sumisos agotando infinidad de contratos, a las horas interminables en las urgencias, a las camas por los pasillos, a tanta mierda que existirá en muchos otros sitios, sí, pero que ella consiente y fomenta y que los estúpidos votantes, perdón, quería decir ciudadanos, sufrimos y padecemos.

Recuerdo con pavor la experiencia de mi padre cuando tuvo el cáncer, las visitas a urgencias orinando sangre solucionadas con un lavado de vejiga y una tortilla de Buscapinas, semana tras semana, con una negligencia que me hiela la sangre, tirado en mitad de un pasillo, con unas pruebas que nunca llegaban, porque no era tan grave, así durante meses, luego, cuando sí que vieron algo “malo”, tardaron unos cuantos meses más en operarle, cosas de unos papeles perdidos, y como propina tuvieron que parar la primera operación, que no iba a ser nada, cuando descubrieron que la broma era un tumor de nueve centímetros que se había pasado por alto. Evidentemente no culpo a Ësperrancia de tal desaguisado, en primera persona, pero son cosas que se ven venir y el que no lo sabe es porque por fortuna no le ha tocado. Admito que una vez que se lo tomaron en serio hicieron una obra de arte con mi padre pero podría haber pasado cualquier otra cosa, no quiero ni pensarlo.

Tan tocado me dejó la experiencia que decidí hacerme un seguro privado, que en el fondo es seguir el juego y pasar por el aro, pero me apetece que si un día me tienen que hacer un escáner me lo hagan a tiempo antes de lamentar daños. También me hice socio de la AECC a la que religiosamente aporto unos eurillos todos los meses, sé que es una miseria, pero prefiero gastármelo en eso que en una cena, un dinero que ayuda a que existan autobuses que hacen mamografías, como la que le han hecho a Esperrancia, con las que se evitan muertes absurdas, hasta me gustaría pensar que su mamografía se pagó con mi aportación, pero no la veo en el mamobús haciendo cola, además no lo permitirían ni su título nobiliario ni la dignidad de su cargo.

Pero lo que sí veo es que se va a operar en un hospital público, algo que le honra, eso sí, tomando un atajillo. Se opera mañana, sin pasar días infernales pensando en si el tumor será malo o bueno, en si habrá o no metástasis, en los estragos de la quimio, sin sufrir dolores evitables mientras que el tumor sigue creciendo. Además, cosas de la seguridad, tendrá más de una habitación a disposición de ella y de sus familiares, sin tener que aguantar los alaridos de otro paciente agonizante que perturbe su descanso. La comida será estupenda, nada de comida traída de fuera del hospital porque tener una cocina es muy caro, su caldito estará siempre caliente y con las legumbres que tome no se podrá empedrar un camino adoquinado. Sí, va a ser una lástima que no tome conciencia del mundo en el que gracias a gente como ella los demás vivimos, y me apuesto hasta las escrituras de la casa de que saldrá encantada del hospital presumiendo de su mundo virtual del que los demás no disfrutamos.

Así será, y espero escucharlo porque todo le haya ido bien, porque no sea más que un mal rato del que pronto se recupere, para desearla que muera de viejecita y alejada de la política, derrotada en todas las elecciones a las que se presente en el futuro, pero más sana que una manzana, faltaría más, doña Esperrancia.

domingo, 20 de febrero de 2011

Cómo conquisté el oeste (I)



Una de las paradojas de trabajar en la empresa patera era que un día estabas en una nave en Azuqueca sin baños, ni calefacción, sin licencia de apertura y enganchados de manera pirata al cuadro de la luz y al día siguiente podías tener un billete de avión, en clase turista por supuesto, para ir a la Cochinchina. Imagino que son cosas del empresariado español, siempre echado para delante y con pocos escrúpulos a la hora de timar al personal. Que esa empresa de cuatro amigos llegara a exportar robótica a los EEUU era un síntoma claro de que la globalización no iba por buen camino, pero claro, eran los tiempos en los que Bush ganó las elecciones con papeletas mariposas que, curiosamente, volaron a donde más les convenía, algo no iba bien en Norteamérica, era evidente.

El proyecto era la crónica de una muerte anunciada, trabajábamos para una multinacional para la que habíamos hecho unos robots parecidos en una fábrica de Alcalá, con más pena que gloria, eso sí, un poco a la española, dejando que los operarios se jugasen la vida todos los días como asistentes de los robots, porque sí, los robots no son infalibles y allí donde uno fracasaba había un operario que le esquivaba con reflejos de banderillero y manos de orfebre para que la producción continuara. Eso, por supuesto, en la maravillosa Texas no pasaba, si aquí se puenteaban las seguridades y se desmontaban las puertas de acceso a las celdas robotizadas sin que a nadie se le moviera una ceja allí era imposible, los robots tenían más seguridades que la prisión de Alcatraz y no había paisano que se arrimase a ellos mientras que estaban en marcha. Conclusión, otro fracaso más a las espaldas, pero ya volveré a ello más tarde.

En principio yo no tenía que ir a esa puesta en marcha, pero los que nos dedicamos a este oficio sabemos que en cualquier momento se moviliza a la caballería y te toca ir a batirte el cobre a cualquier lugar recóndito del mundo. Por eso, en menos de lo que se tarda en decir “God bless America” tenía en mi poder un billete de avión para Dallas, ciudad en la cual tenía que llamar a un shuttle que me llevaría a Wichita Falls, pueblo al norte del estado, en la frontera con Oklahoma, famoso por absolutamente nada, en la mitad de la nada y en el que no había absolutamente nada que ver ni que hacer, salvo ir al mall o ver crecer la hierba, es lo que habitualmente se denomina “la América profunda”. El viaje en sí nada tuvo que envidiar al de Phileas Fogg, teniendo en cuenta que los escombros de las torres gemelas aún estaban humeantes cuando hice escala en el aeropuerto de Newark. Curiosamente no tuve problemas para meter mil cachivaches electrónicos en la maleta y pasar el control de equipaje, eso sí, avisé de que los llevaba y me pusieron unas pegatinas muy chulas diciendo que mi maleta ya estaba revisada. Pasé la aduana sin mayor contratiempo que aclararle a un señor muy misterioso de que no pensaba atentar contra el presidente de la unión y que no portaba bombas ni era un terrorista, imagino que los terroristas se desmoronan cuando alguien en un aeropuerto hace eso tipo de preguntas tan sutiles, son tipos muy astutos los de los servicios de inteligencia.

Pero no tuvo que quedar muy claro, porque al pasar el trolley por el escáner antes de tomar el vuelo de Dallas el chico que miraba la pantalla se puso a dar gritos tan desesperados como si se le hubiera estallado una almorrana. El abuelete que estaba al cargo del asunto hizo un gesto alarmado a un geyperman de la guardia nacional que ni corto ni perezoso me encañonó con su recortada. Creo que no me hice mis necesidades allí mismo porque la comida de la clase turista estriñe más que comer durante una semana seguida solamente galletas maría, pero tuvo que faltarme poco. Encañonado me pidieron amablemente, eso sí, que abriese las cremalleras del trolley, despacito a ser posible, y eso hice, faltaría más, los de Alcorcón respetamos a la autoridad, sobre todo si va armada. Al escuchar al chaval exclamar con alivio “Grandpa it’s just a book” me dieron ganas de matarle, todo el escándalo era por mi diccionario de inglés, manda eggs, pero no por eso me iban a dejar en paz, ya que me tenían allí me descalzaron, me despelotaron, me registraron el equipaje y me pasaron unos algodoncitos muy monos para hacerme un control de explosivos, desde entonces volar a los EEUU no es una de mis aficiones favoritas.

Llegué a Dallas después de unas 16 horas de viaje, pero no terminaban allí mis penurias, tenía que conseguir llegar a Wichita Falls que queda como a unos 300 km. Como la planificación era lo nuestro, la única referencia que tenía era un número de teléfono para avisar a un shuttel, o minibús para los amigos, para que se pasara al aeropuerto a recogerme. Así funcionan allí, tú llamas y el bus se va pasando por las puertas del aeropuerto antes de volver a casa, pero claro, si logras hablar con alguien, porque al llamar al teléfono que tenía copiado en un post it conseguí sentirme como el perro de los Simpson, saltó un contestador automático que hablaba un idioma para mí desconocido, luego aprendí algo, se llama texano. No entendí nada y me vi abandonado en aquel aeropuerto por el que deambulaban señores con sombrero de vaquero, cinturones con hebillas de un palmo y botas de cuero repujado, ¿y si el número estaba equivocado? Decidí darme una segunda oportunidad y volví a marcar, algo entendí esa vez, “later”, pronunciado “leira”, era un comienzo. A la tercera adiviné el horario en el que podría ser atendido, faltaban dos horas y no me resignaba a mi suerte.

Pregunté a un montón de gente muy simpática cómo podía ir a Wichita Falls, pero sus caras eran de lástima hacia mi persona, algunos me aconsejaban buscar un hotel, otros me dieron pistas falsas y los menos me preguntaban qué narices iba a hacer a Wichita Falls un tío de España, y sí, eso también me preguntaba yo, de Madrid al cielo y de Alcorcón al desierto. Por fin, tras esperar un par de horas, conseguí hablar con los del shuttle, ellos en su idioma y yo en el mío, hasta que conseguí hacerme entender lo suficiente como para no tener la menor duda de que ese día dormía en el aeropuerto. Pero no, el bus llegó a mi puerta justo a la hora que me dijeron y con alivio y muerto de sueño me dejé llevar, un par de paisanos trataron de entablar conversación conmigo, sin éxito claro, porque estaba muerto de sueño y porque no era el momento de hacer mi primera inmersión lingüística seria en el texano. Dormí con un ojo abierto y otro cerrado hasta llegar a las Hawthorn Suites, que era donde nos alojábamos, todo el mundo estaba durmiendo y nadie me esperaba. Lo había conseguido tras 24 horas de viaje, Juanjo_ML estaba allí, la conquista del oeste había comenzado.

sábado, 19 de febrero de 2011

El baúl de los sentimientos

El baúl de los sentimientos está guardado en un rincón lleno de polvo de una habitación a oscuras en la que nos da miedo entrar. No hay que ir muy lejos a buscar esa habitación, porque está dentro de nosotros, justo en el centro de ese laberinto que con el tiempo hemos ido creando para que nos sirva de refugio cuando ya no podemos más, cuando nos hacen daño, cuando nos hacemos daño, cuando queremos disfrutar solitariamente de nuestras alegrías y de nuestros pequeños triunfos, cuando queremos ser invisibles, transparentes, insensibles, viento.

No es el baúl de los recuerdos, como decía la canción, porque aunque los recuerdos son parientes de los sentimientos viven en otro pueblo, a veces quedan para cenar y tras unas copas se entremezclan y nos dan gato por liebre, pero es fácil desenmascararlos, lo que nos duele es sentimiento y es presente, lo que nos hace felices también, el resto no es más que indiferencia y pasado, un peso muerto. Tampoco es el baúl de los secretos, no tiene nada que ver a pesar de que se puede llegar hasta a él por el mismo laberinto, pero lo que allí guardamos ni es bueno ni es malo, por lo menos para nosotros, no es más que un almacén de lo que somos en las bambalinas del teatro de la hipocresía al que por derecho de nacimiento fuimos invitados.

Nadie sabe cómo es el baúl de los sentimientos, si es grande o si es pequeño, el hecho es que por fuera todos los baúles parecen iguales, el tuyo y el mío, el del conductor del autobús y el del primer ministro noruego. No tiene llaves porque nadie se atreve a abrirlo por nosotros y, además, aunque lo hiciera, pronto se daría cuenta de que no hay nada que robar dentro de él, porque el que se te atreve a mirar en baúl ajeno suele verlo prácticamente vacío y sus sentidos se vuelven torpes para interpretar qué clases de monstruos se esconden allí dentro. A veces nos volvemos locos y al abrirlo dejamos ver sin pudor qué guardamos dentro, como si fuera ropa vieja y usada tirada por el suelo esperando a ser recogida por un corazón comprensivo que comparta lo que sentimos, y no es una tarea fácil, ni mucho menos. Es tan difícil como lanzar sondas al espacio exterior pensando que algún día encontrarán vidas inteligentes que comprendan el mensaje ininteligible y codificado que gritamos al vacío, a veces es tan estúpido como mirar al cielo esperando ilusamente que ese mensaje nos rebote lleno de la complicidad que vemos en nuestros ojos cuando se miran en un espejo.

En el baúl de los sentimientos tratamos de arrinconar todo aquello que nos hace vulnerables, intentando que se quede bien sepultado en el fondo bajo esa tapa que pesa más que si estuviera hecha de plomo derretido, pero las reglas allí son distintas a las del mundo real, o por lo menos no son ni justas ni son las que necesitamos. Cuando necesitamos buscar algo, el baúl está siempre vacío y es inmenso, podríamos pasarnos horas contando las telarañas que crecen en sus rincones, hiladas por arañas incansables que hablan distintos idiomas y que nunca se encontrarán por mucho que desgasten sus patas tejiendo. Porque los sentimientos no se pueden invocar, si no dejarían de serlo, por eso mismo cuando no queremos vuelven, a pesar de que los dábamos por muertos creyendo que eran recuerdos, o nos engañamos a nosotros mismos fingiendo que ya no los tenemos, porque no se puede ignorar lo que se siente ni mirar para otro lado esperando que las arañas devoren lo que nos molesta, nos es incómodo o simplemente no queremos.

Al baúl de los sentimientos vamos echando lo bueno y lo malo, irreflexivamente, por instinto de supervivencia, porque la vida no espera, porque tenemos prisa, porque no nos damos el tiempo que necesitamos para llorar o reír, por no hacer daño a los demás, por hacer nuestro lo que es ajeno, sin darnos muchas veces cuenta de que son pedazos de esa misma vida lo que arrojamos allí dentro.

sábado, 12 de febrero de 2011

¿Qué haces en mis sueños?


¿Qué haces en mis sueños?
Velarlos, vigilarlos, vigilarte
No me acuerdo de ti
No me conoces
Entonces, ¿por qué has venido?
Porque sueñas cosas imposibles, increíbles
Yo nunca las recuerdo
Eso es porque yo te las robo
¿Por qué lo haces?
Vendo tus sueños al mejor postor, hay mucho mercado para los sueños hoy en día
No te creo, nadie pagaría por ellos
¡Ni te imaginas lo que tu imaginación es capaz de crear!, eres una mina de oro, haces feliz a la gente que los vive, me los quitan de las manos
¿Es que los sueños se hacen realidad?
Los tuyos sí, mira a la gente a tu alrededor, ellos son mis clientes
Pero yo no soy feliz, soy muy desgraciado, me siento vacío, estoy cansado
¿Ya estás lloriqueando otra vez?, los sueños con melodrama se venden muy baratos, aunque tienen su público
Ese es tu problema, no el mío, por favor deja de hacerlo, no vuelvas, quiero vivir mis propios sueños
¡Claro que es mi problema!, has dejado de soñar, me estás arruinando el negocio
¿Por eso estás aquí?
Si, soy muy profesional, cuido personalmente de mis asuntos, ¿dime que puedo hacer por ti?
Desaparece para siempre, ¡déjame en paz!
Eso no puedo hacerlo, pídeme lo que quieras menos eso
Entonces no volveré a soñar, a partir de ahora soñaré despierto
¿Piensas hacerme trampas? No sabes con quien estás jugando, soy el guardián de tus sueños, no puedo obligarte a soñar pero puedo traerte las pesadillas que nadie quiera
¿Eres el guardián de mis sueños?¿Y me los robas?
Me he corrompido, no corren buenos tiempos para los soñadores, no es nada personal, entiéndelo
Quiero recuperarlos, te los compro yo mismo, ¿cuanto quieres por ellos?
Pon tú el precio
Te los cambio por mi alma
Ves demasiadas películas baratas. Deberías saber que tu alma no tiene mercado, todos quieren soñar pero sin pagar ningún precio, guárdate tu alma, no la quiero
Entonces, ¿qué es lo que quieres?, no tengo nada que darte salvo mis sueños
Si que lo tienes, te doy un día para que lo pienses, volveré mañana, a ver si ya sabes qué darías por hacer realidad tu sueños

martes, 8 de febrero de 2011

De la vergüenza y de las miradas


Cada mirada esconde un enigma, una historia, un pensamiento oculto.

O eso creo yo, porque la mirada es posiblemente uno de los rasgos más característicos de una persona, una mirada bonita mejora infinitamente cualquier rostro, lo hace automáticamente más agradable, y no tiene que ver con la belleza de los ojos, tiene que ver más con lo que los ojos son capaces de transmitir; no hay nada más bonito que unos ojos que ríen y no hay nada más triste que unos ojos que lloran, aunque estén vacíos de lágrimas. Es evidente que los ojos son el balcón desde el que miramos al mundo, pero además no tienen una tarea fácil, tienen que captar lo que pasa y hacerlo de una manera rápida y precisa, tenemos que interpretar lo mejor posible lo que nos rodea para sobrevivir, incluyendo las otras miradas.

Existen miradas cómplices que nos ahorran todo lo demás, incluyendo las palabras, miradas amenazantes, que dan miedo y transmiten ira, miradas inquisitivas, de deseo, provocadoras, miradas que provocan pena o ternura, miradas de desprecio y miradas de censura, miradas falsas e incluso miradas mal entendidas. Una mirada puede desencadenar en nosotros un torrente de preguntas sin respuestas, buscando una explicación a la forma en la que hemos sido mirados (¿me quiere?, ¿me odia?, ¿me ha mirado mal?, ¿me estaba mirando a las piernas?) o no mirados (me ignora, soy invisible, no existo, soy un gusano). Todos hemos pasado alguna vez por esa centrifugadora y le hemos dado una importancia de vida o muerte, cuando a lo mejor ni siquiera era a nosotros al que estaban mirando o no mirando.

A mí me gusta la gente que mira de frente, la que es capaz de sostener la mirada, por eso mismo yo pongo especial cuidado en mirar atentamente a las personas cuando hablo, y por el mismo motivo cuando algo o alguien no me interesa evito mirarlo, es el mayor desprecio que puedo llegar a hacer, y funciona. Por la misma regla de tres es importante para mí que me devuelvan la mirada, notar la atención del otro, que se establezca un contacto visual que considero tan importante en la comunicación como las propias palabras, o más, porque mirando a los ojos se pueden adivinar muchas cosas que nunca se descubrirían de otra forma. A lo mejor por eso no me fío del que al hablarme no me mira, del que a los dos segundos de mirarme siente la necesidad de desviar la vista, del que mira como a ráfagas y nervioso y sobre todo del que mira de reojo cuando cree que no le miro.

Pero estoy aturdido, porque he encontrado a la horma de mi zapato, hay una persona que cada vez que se para a hablar conmigo me hace sentir como si estuviera absolutamente desnudo, que me intimida, que parece que al hablarme está a un milímetro de mi cuerpo y que podría ser capaz de leer hasta el último de mis pensamientos. No lo entiendo, no me había pasado nunca y me sorprende, es más, me intimida mucho porque soy incapaz de fijar una barrera que hasta el momento de conocerla siempre había sido capaz de interponer, y no es que sea una barrera que me hace hermético, qué va, simplemente me da la seguridad de poder mostrarme hasta donde yo quiero, algo como la mítica frase del 1,2,3 “y hasta aquí puedo leer”, un seguro de privacidad muy necesario que estoy perdiendo.

Y el hecho de que sea una mujer, aunque debería ser anecdótico, me desconcierta aun más, porque evidentemente sobra decir que no es algo afectivo, pero yo soy un cenutrio tratando con las mujeres y admito que consigue hacerme sentir muy inseguro, me hace sentir transparente y vulnerable, y me da mal rollo, bueno no, lo que me da realmente, además de eso, es vergüenza, tanto que cuando me cruzo con ella siento el impulso de dar media vuelta y huir, pero no sería justo, porque lo mismo que la belleza reside en los ojos que miran las paranoias también, y yo debo estar paranoico perdido... ¿o tal vez no soy el único que siente ese tipo de vergüenza cuando al mirarle se siente observado?

domingo, 6 de febrero de 2011

El reencuentro


Los días eran grises en su ausencia, condenados a repetirse unos a otros, víctimas silenciosas de un calendario que, sin embargo, solo hablaba de ella. Se obligó a olvidarla porque no debía estar allí, no tenía derecho a ocupar ese espacio de su mente que no le pertenecía, aunque habría vendido su alma por que le perteneciera, es más, habría matado por que fuera suyo, habría hecho de rodillas el camino al infierno por volver a verla, sin sacar billete de vuelta, solo para sentir una vez más el olor de su pelo y volver a morder la fruta de sus labios. En la larga ausencia de ella descubrió que se puede obligar al cerebro a negar una realidad, a arrinconar y negar un sentimiento, pero que no se le puede obligar a olvidar, porque entre sus pliegues sabe ocultar como refugiados de la razón a esa bandada de pájaros multicolores que son los recuerdos, a ese lugar inalcanzable que es el pasado.

Por eso, esa noche se volvió a abrigar por fuera y por dentro, armándose de valor para ser capaz de volver a los lugares comunes que una vez, juntos, habían descubierto. Vagó sin rumbo, oculto bajo su disfraz de sombra irreconocible, merodeando para no ser desenmascarado, y de esa manera nunca la encontró. Sintió el frío de la noche congelar sus tuétanos y sus lágrimas, que, como diamantes salinos, se estrellaban contra el asfalto dibujando un camino de perlas rotas que si lo seguías te llevaba a un abismo oscuro y eterno. Y es que en los caminos del corazón las trampas se pagan caras, no se puede jugar al negro si al pensar en ella la imaginas enfundada en un ajustado vestido rojo, no se puede desear amar y guardarse las ganas bajo un disfraz de hombre triste y amargo. No, ese no era el camino, los dos lo sabían, el destino lo sabía, el futuro se lo estaba pensando.

Cambió de táctica al comprender su error, no conseguiría sacarla de su escondite con un disfraz, no lograría que volviese a la vida, a su vida, con una estratagema. El precio estaba fijado y la unidad monetaria no sería el dinero, esta vez tenía que pagar con la verdad desnuda de sus sentimientos. Admitió que la quería, desde siempre, desde que una vez sus caminos se cruzaron antes de ni siquiera conocerla, maldijo la suerte que los separó a los pocos metros de haberlos cruzado, recordó los letreros del cruce y de cómo él eligió la cómoda recta de lo convencional y de lo apropiado, no, no fue la mala suerte lo que los apartó, fue su cobardía y su estúpido sentido de hacer siempre lo que los demás hubieran esperado. Pensó en cómo habría sido su vida, la suya, la de los dos, si hubiera elegido el camino tortuoso por el que una tarde de lluvia ella desapareció. No la había vuelto a ver desde entonces y guardaba como un tesoro esa última imagen de su cabello castaño empapado de pena y de agua.

Volvió al cruce dispuesto a esta vez jugar, tiró el dado al tapete y contó cinco casillas desde la salida. La sonrisa renació en él sabiendo que detrás de alguna de las curvas la encontraría, cuanto más avanzaba más seguro estaba de su renuncia, a pesar de que le dolían los pies y el aliento le faltaba por momentos siguió adelante sin mirar nunca atrás, tanto tiempo que su piel se curtió de viento, agua y sol, tanto tiempo que su pelo encaneció y sus ropas no eran más que un montón de harapos sucios y viejos. Nunca perdió la fe en encontrarla, y siguió hacia delante, hasta que un día la vio sentada en un banco del camino esperándole, comiéndose una manzana que era la vida y que de un mordisco más se habría terminado. Corrió como poseído a su encuentro, pero ella no se levanto, simplemente con un gesto de la mano le pidió que se sentase a su lado, tampoco le ofreció su manzana, la arrojó junto al camino y sus semillas se esparcieron para germinar en un árbol con frutos de perdón y arrepentimiento.

Al verla junto a él fue como si el tiempo nunca hubiera pasado, siguieron la misma conversación justo en el punto que la habían dejado, sin mezclar porqués ni reproches que ya no venían a cuento. Reafirmaron su amor como si nunca se hubiera roto, como si las arrugas en sus ojos no existiesen, ni las manchas en sus manos, ni la flacidez en sus cuerpos, todo eso era secundario, y el filtro de sus ojos les devolvía la imagen de lo que fueron antes de que la vida les burlase años de felicidad sin tener que preguntarse cada noche qué habría sucedido si él no la hubiera dejado. Sintió la pasión renacer en sus entrañas, rejuveneció de repente y no pudo reprimir el impulso de besarla en sus labios huérfanos, pero al acercar los labios a los suyos su rostro se empotró contra un cristal que saltó en mil pedazos y que hizo jirones su piel, llenando su cara de esquirlas lacerantes que le despertaron del sueño. Y nunca más pensó en ella, ahora que sabía que se habían reconciliado.