Este mes, los componentes
del Club de Lectura 2.0 hemos tenido la suerte de leer “La Última
Noche en Twisted River” de John Irving, una novela maravillosa,
aunque algunos de mis compañeros del Club tratarán de convenceros
de lo contrario. Este mes, debido a las últimas críticas recibidas
comparándome con Jack el Destripador, voy a intentar no contar nada
fundamental de la trama, pero yo como siempre aviso, por si acaso.
Poco o nada conocía de
Irving, salvo la adaptación al cine de su propia novela “Príncipes
de Maine, reyes de Nueva Inglaterra”, llamada aquí “Las Normas
de la Casa de la Sidra”, y sí, me gustó mucho, pero sobre todo
porque me enamoré hasta las trancas de Charlize Theron, que todo hay
que decirlo. Tan alucinado he terminado que he decidido sumergirme a
fondo en lo que podríamos llamar el “Universo Irving”, y
aconsejado por mi compañera de lecturas Bich, me he leído del tirón
“Hasta que te encuentre” y ya en pleno frenesí lector “El
hotel New Hampshire”, donde, efectivamente, he podido encontrar
muchos lugares comunes que forman parte de los traumas y obsesiones
del autor, más tarde hablaré de ellos.
“La Última Noche en
Twisted River” es la historia de una huida, de una carrera contra
la distancia y el tiempo. Es una historia que nunca se tendría que
haber producido y que debería haber terminado antes de empezar
porque es lo que nos dice la lógica, que las cosas nunca deberían
haber llegado tan lejos, y eso, que muchos utilizarán en contra de
Irving, es lo más maravilloso de todo. Es increíble como la
historia no se concibe como algo lineal, sino como algo circular, o
espiral, como si la historia viajara en un tren en el que los vagones
van enganchados por un muelle a la locomotora, de manera que mientras
que esta ha llegado a la siguiente estación los vagones siguen
recorriendo su camino.
Por eso no es importante
lo que pasa, es tan poco importante que hechos trascendentes son
anticipados en el momento más inesperado, y es así porque Irving no
necesita de golpes de efecto para mantener la tensión, aquí lo
importante es cómo pasa, entender por qué pasa, asumir que las
cosas tienen que terminar por pasar, que huir es inútil, que muchas
veces no se puede luchar contra el destino.
Me ha impresionado
profundamente la capacidad de Irving de crear un universo complejo
alrededor de la trama. No es sólo la cantidad de personajes que
forman parte de la historia, es sobre todo cómo los desarrolla, como
hace que vayan entrando en la narración sin ánimo de rellenar
espacio, al contrario, todos tienen su importancia en la historia,
todos tarde o temprano cobrarán protagonismo, porque si están ahí
es por algo, si algo caracteriza a Irving es que nunca da puntada sin
hilo. Y cuando digo complejo no me refiero sólo a una cuestión
cuantitativa, me refiero sobre todo a que este universo es
multirracial, multicultural y libre.
Libre en el sentido de
denunciar a una sociedad opresora que se encarga continuamente de
decirnos cómo nos debemos comportar, qué es bueno y malo, qué es
aceptable, a quién debemos amar y con quién nos debemos acostar. Si
esto lo mezclamos con sus obsesiones personales, centradas
básicamente en la búsqueda de la figura paterna, la iniciación
sexual temprana de los adolescentes por un adulto y los lugares
comunes de sus novelas (Maine, Iowa, Boston y Toronto), tenemos una
mezcla fascinante propia de un genio loco. Tal vez Irving no sea el
mejor escritor del mundo, tal vez no desprenda glamour, pero es
autentico, tiene alma y no puede dejar a nadie indiferente.
“La Última Noche en
Twisted River” me ha dejado huérfano al terminar de leerlo, he
sentido con fuerza la sensación de pérdida de algo tan maravilloso
que había hecho mío, y eso no es algo que se sienta muchas veces,
así que no me queda más remedio que recomendarlo, sobre todo si
sois idealistas y no necesitáis que el fin justifique los medios, si
os gustan los detalles y lo poco convencional. A mi me ha encantado.
Podréis encontrar otras reseñas aquí: Desgraciaíto, Carmen, Livia, Bich anda sin blog y publicará en el propio blog del club, no os la perdáis.