Este
mes, los más valientes que nunca miembros del Club
de Lectura 2.0, hemos leído “Lugares donde se calma el dolor”
de César Antonio Molina, sí, habéis leído bien, ese señor que
tuvo la osadía de ser ministro de cultura en un gobierno de
Zapatero. Y caramba, vive Dios que a este hombre se le cae la cultura
cuando a escribe de la misma manera que a Chaves se le caían
bellotas cuando hablaba. Me imagino que antes y después de los
consejos de ministros hablarían de las inclemencias del tiempo.
“Lugares
donde se calma el dolor” es un cuaderno de viajes que recorre
ciudades, países y continentes, aportando la experiencia personal de
Molina, de manera que, al mismo tiempo que nos describe lo que ve,
nos cuenta la historia de los personajes que en algún momento allí
habitaron, todo ello hilvanado por sus opiniones y por su visión del
mundo. La editorial nos resume todo esto de la siguiente manera:
“¿Existen
lugares donde estamos libres del dolor, lugares donde no nos puede
alcanzar la muerte? Acercarnos a ellos es entrar en contacto con
espacios donde el tiempo se detiene a la manera de una especie de
limbo a salvo de todo. Puntos de la tierra donde dialogamos con
nuestro pasado y los viejos maestros. A lo largo de la historia de la
literatura muchos escritores en sus obras han hablado de la
fascinación y magia de estos enclaves, a veces de una manera
secreta. El autor de este libro los rastrea de una forma original y
apasionante. La búsqueda se inicia en una de las zonas más bellas y
míticas del mundo, la colina de Posillipo (el lugar que calma el
dolor), frente a la bahía de Nápoles, junto a Cumas, donde
desembarcó el Eneas de Virgilio, y el Averno. Luego continúa a lo
largo de varios continentes.”
He
de confesar que, a pesar de que todo parecía a priori que iba a
terminar en un desastre, he disfrutado mucho con la lectura del
libro. Porque de primeras son 800 páginas que echan para atrás,
porque yo soy un lector básicamente de novelas y no me suelo
enganchar mucho a los demás géneros, porque Molina se empeña en
exhibir tanto sus conocimientos que por momentos se pone insoportable
y farragoso y sobre todo porque esa forma de escribir a base de
abusar hasta el infinito de las frases cortas y el punto seguido, al
principio me resultaba insoportable y no me permitía alcanzar un
ritmo aceptable de lectura.
Pero
ante todo esto, que ya a la mayoría habrá hecho desistir de pensar
en leerse el libro, se eleva un monumento al humanismo que por
momentos me ha emocionado. Porque Molina no ha podido estar más
acertado al elegir el nombre de su libro, ya que consigue llevarnos a
lugares en los que el tiempo se ha parado, en los que el dolor no
existe, en los que no importa nada más que lo que allí sucedió,
dando igual que juzguemos los acontecimientos con ojos antiguos o
modernos, porque se nos presentan los lugares y personajes como si
fueran atemporales, como si nos pertenecieran desde el mismo momento
en el que nos interesamos por ellos y seguimos sus pasos, porque
Virgilio, Visconti, Antonioni, Leopardi, Joyce, Pushkin, Anna
Ajmátova, Marina Tsvetáyeva o Stefan Zweig, forman ya parte de las
raíces del árbol que nos cobija a todos, porque su mundo forma
parte del nuestro a pesar de que a muchos de ellos ni siquiera les
conozcamos.
Y
a estas conclusiones nos hace llegar, o por lo menos a mí, sin
necesidad de contarnos una versión edulcorada de sus historias,
porque es de alabar que, a pesar de sus innumerables circunloquios,
sea capaz de transmitirnos todo lo que los lugares que visita
significan para él, tanto en lo bueno como en lo malo. Porque es
capaz de anonadarnos con la belleza del mundo para en el capítulo
siguiente hacernos caer en la desazón y en el desánimo, que es tal
vez la parte mejor del libro, cuando vemos la fragilidad de un Joyce,
un Zweig o una Ajmátova. Quién lo diría. O cuando estando en la
India nos hace la reflexión de que existen millones de personas allí
que no saben para qué han nacido, y se te encoge de repente el
corazón y te pesa dentro, como una piedra, el alma.
Como
siempre, encontraréis otras opiniones en las reseñas
de Desgraciaíto,
Carmen,
Paula
y Bichejo,
me temo que en algunos casos bastante diferentes de las mías. Pero
así es el club, nadie dijo que pertenecer al mismo fuese un camino
de rosas, ¿pero qué sería de las rosas sin las espinas?