martes, 28 de diciembre de 2010

Propósitos de año nuevo

A pesar de ser un hombre de principios inamovibles he decidido dar unos retoques a mi vida el año que viene, es un buen momento para hacer la lista de los propósitos para el año nuevo:

1. Me vuelvo vegetariano, pero de los talibanes, solo comeré aquello que no pueda defenderse y crezca en el suelo.

2. Pienso votar a Esperanza Aguirre, he visto la luz, ahora profeso la fe verdadera, el liberalismo corre por mis venas.

3. Abandono a los romanos por los ostrogodos. ¡Viva Teodorico, muera César¡

4. Borraré la memoria de todos los canales de televisión menos el 24 horas de Gran Hermano, con dos cojones, sin anestesia.

5. Me cambio al Real Madrid, se terminó el perder en el derbi porque estoy hasta las pelotas. A partir de ahora la leche siempre merengada.

6. Me hago metrosexual, este verano, a base de depilación, oraciones y cremas, me veo como modelo de bañadores. ¡Abajo la ingeniería, arriba la lencería!

7. Abrazaré la monarquía como símbolo de justicia imperecedera, aceptaré los dictados de la genética y el poder del ADN por muy mezclado que esté consigo mismo.

8. Se terminó el rock, abandono el Spotify por el canal bakala de loca fm. Pon, pon, pon, tildo tildo, tildo, pon, pon, pon, tildo, tildo, tildo, tildo, tildo...

9. Abandono el alcohol, a partir de ahora las heridas siempre con agua oxigenada y con mucha mercromina.

10. Cierro el blog, ya está bien de tirar mi juventud escribiendo tonterías sin sentido.

Y al que no le guste que se fastidie, porque voy en serio, muy en serio, menos en lo del blog, porque a lo mejor todavía me lo pienso...

domingo, 26 de diciembre de 2010

El mensaje navideño del ser superior


Pongo la tele, es víspera de navidad y todavía no he cenado, lo digo para dejar claro que lo que a continuación sucedió no fue fruto ni del alcohol ni de una mala digestión, simplemente así ocurrió. Un supuesto ser superior me mira a la sobra de un árbol navideño, tiene mala cara, claro, que yo también la tendría si tuviera que pasar año tras año la misma papeleta. El ser superior está hinchado, tiene ojeras, balbucea, y al hacerlo deja entrever unos dientes que seguro que conocieron mejores tiempos, me recuerda a un roedor, me disgusta, a fin de cuentas yo soy republicano.

El ser superior comienza a hablar, le miro atento, le escucho, trato de entender lo que dice pero me cuesta trabajo, me concentro hasta establecer una conexión cerebral con su imagen pregrabada, entonces lo consigo, pero no solo comprendo sus palabras, también comprendo lo que representa. Escucho su arenga desvergonzada, quiere ser mi hermano pero no vamos a cenar juntos por año nuevo, quiere que compartamos con entereza nuestras penurias, pero yo solo quiero compartir las suyas, o por lo menos hacer la media, me habla de esfuerzo y de sacrificio, de que somos grandes y de que saldremos adelante, me habla de reformas, a mí, que he jugado siempre siguiendo las reglas que otros como él me impusieron, a mí, que he pasado siempre por el aro, a mí, que no entiendo que he hecho mal para que ahora tenga que arreglarlo. Echo de menos que regañe a los que la jodieron, pero antes resucitará el cochinillo que se tuesta en el horno, antes resucitarán al alimón todos los cochinillos que se asan en todos los hornos del planeta, antes llegarán saltando los besugos del barrio de Salamanca al Tajo y de allí al océano Atlántico, antes el turrón crecerá en los almendros y el mazapán florecerá el mes de marzo.

Sus palabras resuenan vanas, a mentirijillas, sé que le han escrito el guión, pero uno en la vida es reo de sus palabras, por muy postizas que sean, por eso el ser superior piensa “Señor perdónalos porque no saben lo que me escriben”, y lo más triste es que aunque lo supieran él no lo entendería porque desde su árbol de navidad los corderos se atisban más tiernos y más blancos. En esas estamos los dos, en medio de nuestra mutua incomprensión, cuando pienso en cuantas veces a lo largo del tiempo nos habremos (des)engañado, me siento mal y la cabeza comienza a darme vueltas, al principio despacio, más tarde rápido, más rápido, muy, muy, muy rápido. Y cuando todo para el ser superior ya no es el ser superior, es el rey Alfonso XI el que se lamenta, y yo sigo siendo un mindundi, por lo menos eso deduzco de mi vestimenta de harapos.

Alfonso me habla también de la crisis, a pesar de que echando unas cuantas rápidas parece que murió hace más de seiscientos años. Me cuenta que vivimos en una crisis global que asedia a toda Europa, en pleno siglo XIV, nos cuenta que cada vez más difícil alcanzar el equilibrio entre producción de alimentos y población, y más en plena reconquista. Me habla de hacer reformas estructurales porque el sistema agrícola tradicional se está viniendo abajo, me habla de que él y los nobles se van a dedicar a criar ovejas porque es la forma más fácil de ganar dinero en el floreciente mercado de la lana, convirtiendo a Castilla en un país sin industria, dominado por una aristocracia rural y dependiente del exterior en todos los productos manufacturados.

Como es un rey bueno nos cuenta que está muy preocupado por la situación de los pequeños campesinos, que son los que más sufren la crisis y son los más indefensos frente a la inflación y al alza de la presión fiscal, porque con todo el dolor de su corazón ha decidido que la reforma debe incluir privilegios a los nobles ganaderos en detrimento de los agricultores y del pueblo llano, pero por nuestro bien, que no nos enteramos, nosotros solo debemos mirar al frente y tener altitud de miras mientras que nos siguen desvalijando. Nos pide fortaleza, aunque no podemos seguir cultivando nuestras tierras y caemos en el desamparo y en la mendicidad, también nos pide que ignoremos el hambre de nuestros hijos no haciéndonos bandoleros ni provocando desórdenes sociales, como hacen los buenos cristianos. Porque a pesar de todo, y por mucho que le duela, él tiene pensado seguir comiendo caliente todos los días y no va a reparar en gastos, y como él los suyos, los nobles y la iglesia, que tienen consentidos los malos usos, ya sean indignos e infrahumanos, y añade que al que a pesar de todo se rebele, le cuelga, bondadosamente, para que deje de pasar penurias y malos ratos.

En esas estaba cuando el himno nacional me ha despertado, atónito ante todo lo que acababa de escuchar y vivir, ebrio de indignación y muerto de vergüenza ajena. Menos mal que la primera canción de Raphael me ha recordado que de Alfonso XI a Alfonso XIII, o a su nieto, que tanto monta o monta tanto, en este país va solo un salto.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Vuelta a la obra (... y feliz navidad)


Es la primera vez que escribo un post en un tren, bueno, creo que es la primera vez que escribo cualquier cosa en algo que se mueve, es una sensación extraña pero me gusta, como los trenes, me encantan, los que van lentos y dejan ver el paisaje y los que como éste van rápido pero parece que ni se mueven.

Hacía tiempo que no me movía de la oficina, era parte del objetivo que perseguía cuando acepté mi trabajo actual, moverme mucho menos que antes, porque hace unos años mi maleta y yo estábamos más de gira que un cantante de éxito. Pero creo que todo tiene una época para hacerlo, y la mía ya pasó, por mucho que mis jefes traten de convencerme de que haga la maleta y me vaya a eso que en el mundo de los ingenieros se llama puesta en marcha, pero que su equivalente en el mundo real es morir por Dios y por la patria. De momento resisto en la oficina, aunque ahora que no me lee nadie puedo decir sin problemas que estar en la oficina me mata.

La verdad es que ser ingeniero para terminar moviendo papeles es algo lamentable, y que me perdonen mis compañeros que hacen del apalancamiento un arte, pero de ahí al funcionariado en empresa privada va un paso. Lo ideal es ir alternando un poco las etapas de oficina con las etapas en obra, pero claro, aquí o una cosa u otra porque al final si dices que te gusta salir te acaban encasillando y vuelta otra vez a las andadas. Por mí estaría encantado pero ahora tengo una familia y sobre todo un hijo al que me gusta acostar después de pelearnos un rato. Es importante tener esto muy claro, porque la gente que hace de ello una forma de vida no sé si acaba mal, eso habría que preguntárselo a ellos, pero sí que acaban la mayoría divorciados, cincuentones y con cierta tendencia a la vida disipada, es decir, al vino y a las putas.

Sin embargo cuando se te mete el gusanillo de la obra no se te va aunque pases cien años sin ir a ella. A mí se me pone la carne de gallina cuando después de llevar un montón de tiempo pensando en algo, dándole vueltas, discutiéndolo y hasta llorándolo, llegas a un sitio para ponerte un casco, unas gafas y unas botas de obra y allí está, con cientos de personas construyendo lo que has ayudado a parir, moviéndote por una instalación en la que nunca has estado como por tu propia casa porque conoces de memoria los planos, y la realidad es esa, por mil problemas que existan, te sientes importantísimo y partícipe de algo.

Porque la sensación que se tiene entonces es impagable, la satisfacción de ver funcionar algo que has parido y pensado, un privilegio que no todo el mundo tiene, una sensación de ser útil para algo, por mucho que últimamente me sienta más insignificante que el rabo de una lagartija. Y no solo es satisfacción, es como un chute de adrenalina, el cerebro se pone en guardia y empieza a funcionar más deprisa, los ojos se aguzan y estás alerta a todo. Es una especie de instinto, algo que no sabes que está ahí pero que por mucho, muchísimo tiempo que pase sacas en un momento, es como montar en bicicleta aunque no hayas dado pedales en años.

Con esa sensación vengo, lleno de dudas y temores, los temores propios del trabajo, aunque eso es solucionable con dinero, y con tiempo, es un principio universal de los proyectos, todo es solucionable con tiempo y dinero, pero no es mi temor principal, lo que me da vueltas es saber hasta cuanto podré resistir sin que me den otro billete de tren sin retorno inmediato, porque tengo todas las papeletas para ser desterrado al paraíso de los pescados, las paellas y los arroces y ahora mismo no puedo. Me da pánico pensar que ahora que estoy tan a gusto en mi nido de arañas a alguien se le ocurra poner patas arriba mi vida sin tenerme en cuenta. Y yo lo entiendo, son solo negocios, pero ahora no puedo.

Así que cruzaré los dedos mientras que disfruto de mis no vacaciones de navidad, porque me he autocastigado sin vacaciones a ver si arreglo en estos días de paz el carajal en el que se está convirtiendo el proyecto. Son las “ventajas” de organizarse uno mismo el trabajo, menuda mierda, pero no me quejo pensando en la que está cayendo por ahí fuera. Y aunque no soy precisamente el espíritu de la navidad admito que un cinco por ciento de mí llega a ponerse tierno estos días, desde esa pequeña fracción de mí mismo, sea un pié, una oreja o el mismísimo duodeno, os deseo feliz navidad y, aunque espero escribir algo antes, feliz año nuevo.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Se armó el Belén


Belén, una noche de invierno, cerca de un portal

Una pareja venida de Galilea trata de refugiarse del frío junto con su bebé recién nacido en un pesebre, una mula y un buey completan la bucólica escena. Se ha corrido el rumor por toda Judea de que ese niño es el mesías al ver una estrella aparecer junto al sol naciente, eso al menos afirman los tres reyes magos que a lomos de sus camellos han peregrinado desde oriente. Atraídos por la buena nueva pastores, campesinos y artesanos se agolpan en los alrededores del portal.

Todo es paz y felicidad junto al nacimiento, solo se escuchan los cantos pastoriles, los balidos de las cabras y el runrún de un arroyo de aguas claras en las que morenas lavanderas hacen la colada. Pero de repente algo cambia, gritos de pavor se elevan al cielo por doquier, las cabras huyen despavoridas, los pastores reclaman auxilio a la legión romana acuartelada en la ciudad, las lavanderas se lanzan sin pensárselo al río, ¿qué ha podido suceder para que tal apocalipsis se apodere del paisaje?

La respuesta se hace evidente cuando un claro se hace en mitad de la pradera. Tres extraños guerreros, entre furiosos y desconcertados, se alzan majestuosos sobre una pila de pastores y campesinos mutilados. Nadie ha visto nada parecido, su aspecto es desconocido para todos, así como sus ropajes y su colorido, son la viva estampa de la desolación. No van armados pero han utilizado sus propios brazos para sembrar el terror, ante su fuerza sobrehumana los pocos que se han atrevido a hacerles frente han sido descuartizados.

A lo lejos comienza a verse la polvareda que, inconfundiblemente, solo puede levantar la infantería romana. La guarnición de Belén ha salido a campo abierto para comprobar que hay de cierto en el inverosímil relato que algunos pastores catatónicos, al llegar al campamento, han narrado al legado. Son 500 de los peores soldados de la infantería auxiliar que han sido destinados a mantener la seguridad allí donde nunca pasa nada. La vida sedentaria y el vino abundante les ha hecho gordos y perezosos, demasiado para afrontar con cierta garantía el peligro que se les viene encima. Pero ellos todavía no son conscientes del peligro que corren sus miserables vidas.

El legado, prudentemente, les ha hecho avanzar en formación cerrada y con las jabalinas en la mano, no quiere sorpresas, máxime cuando un reguero de cadáveres y destrucción se va mostrando a su paso. Piensa en chacales, en hienas, tal vez en algún león que presa del hambre se ha atrevido a internarse en la ciudad, desde luego lo último que podía imaginar era la visión de tres enormes guerreros de más de dos metros y el cuerpo azulado. Sin dudarlo manda lanzar las jabalinas, pero apenas una docena alcanzan su objetivo, y de éstas no más de cuatro o cinco consiguen realizar algún daño. Se promete que si salen de ésta con vida les tendrá un año lanzando jabalinas a un saco.

Los guerreros no rehuyen el combate y con ferocidad atacan a los legionarios que por docenas son desmembrados. Pero el cansancio y la desigualdad numérica poco a poco hacen mella en los guerreros, igualándose de esa manera el combate. Una lluvia de mamporros, espadazos y hasta de escupitajos cae sobre los majestuosos guerreros que, tras matar un par de cientos de romanos, hincan la rodilla exhaustos. La primera intención del legado es hacerles matar allí mismo, la segunda llevárselos al gobernador, pero en su cabeza se enciende una luz, no los llevará al gobernador, esa rata decadente que le tiene muerto de asco en ese rincón del inframundo, no, se los llevará al rey Herodes, está seguro de que bajo el favor de Herodes, enemigo inconfeso del gobernador, pronto volará más alto.

Jerusalén, palacio de Herodes, poco antes del anochecer

Un guardia entra corriendo en los aposentos del rey que, ensimismado, se arranca con la precisión de un arquero nubio los pelos de la nariz, el guardia tiene la cara desencajada y la sangre helada en sus venas, no puede apartar de su mente la horrible visión de los horribles monstruos que han llegado al palacio como venidos del Hades, sin duda los dioses les han castigado.

- Majestad, los prisioneros capturados en Belén acaban de llegar, parecen muy peligrosos, los romanos han perdido a cientos de sus mejores soldados antes de ser capaces de cubrirlos con cadenas. Estos guerreros son de una fiereza y un aspecto desconocido hasta ahora, o los dioses se vengan de nosotros o es algún sucio truco de los narizotas para amedrentarnos.

- Los romanos pagan tu rancho y esta bonita corona, harías bien en contener más tu sucia lengua si es que quieres seguir luciendo sobre el cuello esa estúpida cabeza, ¡pasad a los prisioneros! - dice orgullosamente Herodes – ya veremos si es tan fiero el león como lo pintan.

El ruido de las cadenas al arrastrarse contra el suelo de piedra inunda poco a poco la habitación, unas sombras proyectadas por la luz de las antorchas irrumpen en la sala, tras ellas unos furiosos guerreros hacen acto de presencia, Herodes les mira con el rostro desencajado, no, esto no puede ser obra de los romanos, admite en su interior, es cosa del más allá, los dioses romanos se deben haber vuelto locos, o el dios de los judíos, igual le da, una cosa es esperar al mesías y otra a estos esperpénticos combatientes. Armándose de valor pregunta:

- ¿Tenéis que ver algo con la estrella que surca el cielo de oriente a poniente, esclavos? – ruge el rey Herodes tratando de disimular el miedo que le invade por dentro – ¡ya tengo bastante con lidiar con los tres reyezuelos venidos del este y su pléyade de seguidores!, está Belén mas concurrido que el oráculo de Delfos.

- Ciertamente hemos visto a la estrella y a los reyes que nombráis – dice con voz de ultratumba el que parece ser el líder de todos ellos – es más, al vernos llegar los camellos han corrido despavoridos atropellando a su paso pastores, ovejas y algún que otro carnero, al resto nosotros mismos los hemos despachado. Sin embargo nada tenemos en común con ellos.

- ¿Pero entonces quiénes sois?, ¿de dónde venís?, ¿acaso sois idumeos, asmoneos, nabateos, hebreos, macabeos o filisteos? – pregunta Herodes con perplejidad.

- No conocemos ninguno de esos pueblos, nosotros somos los invencibles señores de la naturaleza, nuestro pueblo es el del mar, mi nombre es Nobilmantis, señor de los mares, ellos son Medusantica y Tantartica, venimos de una isla lejana, pero no sabemos muy bien cómo hemos llegado hasta este reino.

Herodes se mesa las barbas con preocupación, ha escuchado las leyendas que hablan de la invasión de los pueblos del mar y de cómo arrasaron todo a su paso, no, no puede haber piedad para ellos, no pueden volver a su patria y volver con refuerzos, jamás nadie podrá amenazar los tesoros que se ocultan en el templo del rey Salomón, la decisión es clara, no volverán a ver la luz del sol.

- Llevadlos a las mazmorras y ejecutadlos al amanecer – sentencia Herodes – que sus cuerpos se pudran al sol donde todos los vean, que sirvan de ejemplo a dioses y mortales, que hasta los romanos teman el poder de mi cetro.

Los soldados atemorizados no dudan en seguir las órdenes del títere rey romano, llevan a las profundidades de palacio a los prisioneros que nunca más volverán a ver la luz del sol, tampoco el legado romano.

Alcorcón, finales de diciembre, casa de Dani un domingo por la mañana

Dani, volvió la vista de nuevo al portal, había quedado churuli, churuli, mejor que ningún año, lo tenía clarísimo, los mayores no tienen ni idea de cómo decorar un Belén. Mira satisfecho al niño Jesús durmiendo plácidamente en su pesebre, al burro y a la mula que yacen victima de un infarto con las piernas hacia arriba, los reyes magos sin camellos amontonados junto a los pajes, las ovejas y cabras desperdigadas por el belén, el parqué y la alfombra, los pastores desmembrados, las lavanderas caídas en el río y la mayoría de los soldados romanos descuartizados.

De repente escucha la voz de su madre llamándole desde la cocina:

- Daniel, ¿se puede saber qué estás haciendo tan calladito?, miedo me das cuando no te siento hacer ruido – afirma su madre con la seguridad que solo puede nacer de la experiencia - ¿no me estarás liando alguna?, ¡que te conozco!

- No mamá – miente Daniel – solo estoy ayudándote a decorar el belén, ahora está mucho más bonito que antes.

La madre de Daniel, asustada, deja de limpiar las plumas del pollo que hará en pepitoria para almorzar y corre al salón sabiendo que algo malo, muy malo, acaba de pasar. Sus peores temores se confirman cuando llega delante del portal y ante sus ojos se presenta el escenario de una brutal batalla. El paisaje es desolador, trozos de musgo cuelgan del equipo de música, el falso río ha cambiado su cauce y ahora transcurre por la alfombra, el perro mordisquea tranquilamente las patas de los pastores, pero no es lo peor, ni mucho menos, cuando mira el portal ve algo que la deja patidifusa, no le salen ni las palabras del cuerpo y a duras penas consigue exclamar:

- ¡Daniel!, ¡¡¡¿Qué hacen esos Gormitis crucificados en el portal de Belén?!!! - pregunta dando un alarido que retumba a varias manzanas a la redonda.

- Nada mamá, los Gormitis han sido muy malos y el señor de la barba les ha castigado.

Mientras que respira hondo, conteniendo las ganas de asesinarlo, piensa en que a lo mejor no era mala idea lo de apuntar a Daniel a clases de religión, ya es el segundo año consecutivo que confunde la navidad con la semana santa.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Cuando no te quieres


El peor desamor que existe, aunque parezca mentira, no es aquel que viene de un corazón ajeno, ni mucho menos. Que te rompan el tuyo es una gran putada pero da igual si te quieres morir mortificándote a base de latigazos, copazos o escuchar boleros, no lo vas a conseguir porque tarde o temprano se te a terminar el tango, aunque el trance te deje una herida y una fea cicatriz que duele en invierno. No, ese no es el peor tipo de desamor.

Existe algo mucho peor y mucho más doloroso, dejarse de querer uno mismo, hasta un punto en el que todo te da absolutamente igual, en el que no eres más que una hoja que caprichosamente mueve el viento, hasta el más absoluto desprecio, hasta llegar al abandono dejándote morir. Imagino que existen muchas formas de despreciarse, evidentemente yo no las conozco, y no me estoy refiriendo al suicidio, que hasta me parece una salida fácil, no, me refiero a algo más complicado, sin duda mucho más perro. Me refiero a esa caja de Pandora que nunca deberíamos abrir, en la que habitan nuestros fantasmas y todo aquello que nos hace vulnerables, porque siempre lo digo y lo vuelvo a repetir una vez más: todos tenemos algo que nos hace temblar, todos tenemos algo que nos avergüenza y que nos mortifica, todos tenemos un armario donde escondemos nuestros muertos.

Cuando ya no te quieres te ves atraído por ello como un insecto por un farol, es una especie de imán de polo opuesto, el punto central de un sumidero, la desembocadura de la voluntad, la rendición incondicional de la razón y el gobierno por el desgobierno.

Cuando ya no te quieres te da igual lo que piensen los demás, lo que te digan los demás, lo que sientan los demás, y lo que es infinitamente peor, lo que le duelas a los demás.

Cuando ya no te quieres eres como un árbol hueco, como un barco a la deriva, como una carta sin sello, como un beso que encuentra el aire, como abrir los ojos estando ciego.

Cuando ya no te quieres eres cristal y eres hielo, eres transparente y opaco, eres bemol y sostenido, la ley y la trampa, el verdugo y el reo.

Cuando ya no te quieres el sol ni nace ni muere, el reloj cuenta absurdos segundos eternos mientras que la ruleta avanza sin que la bola llegue nunca a caer, girando y girando por el carrusel del movimiento eterno. Pero no se puede jugar a la ruleta para siempre, sobre todo si sigues apostando todo al rojo y tu futuro es el negro.

Yo una vez dejé de quererme siendo querido, me dejé llevar por mis infiernos sin importarme el precio y me dejé un trozo de vida que algún día echaré de menos, hasta que desperté solo de la pesadilla arrepentido y muerto de miedo. Ha llovido un mar desde aquello y la marca que me dejó la sigo teniendo, por eso me duele ver a alguien que deja de quererse, me dueles tú que estás tan cerca y a la vez tan lejos. Por eso, y aunque no me vas a escuchar, no dejes que empiece una canción tras otra sin darte cuenta, porque se te acaba el tiempo, porque es una pena verte así, porque no es justo, porque pase lo que pase y hagas lo que hagas te quiero y te seguiré queriendo.

Dame la mano y ofréceme este baile, déjate llevar por la música para que cuando dejé de sonar caiga el telón y despiertes del sueño, para que empieces de nuevo, para que empecemos de nuevo.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Historia increíble que nunca sucedió

Nota: Este relato no me gusta nada de nada, es fruto de una tarde de depresión, bueno el tema tampoco ayudaba, a contracorriente, pero si he publicado los relatos "buenos" es de justicia desempolvar los malos...

Juan García García era un hombre gris y vulgar, tan vulgar como su nombre. Lo supo desde el mismo momento que vino al mundo al ver reflejados en los ojos de la comadrona sus cincuenta centímetros y sus tres kilos ciento cincuenta gramos. Nadie le llamo guapo, nadie le pellizco en las mejillas, ni siquiera mintieron diciendo que era un niño gracioso o simpático. No, lo único que escuchó fue a su tío Mariano murmurar en bajo que el jodio niño tenía cara de inspector de hacienda, y el tío Mariano nunca se equivocaba, todos asintieron. Solo su madre le acarició la cabeza mientras por primera vez le ofreció un pecho seco como el corcho y con sabor a poliespan.

Juan recibió una educación sobria y austera, casi podría calificarse de espartana, sin la compañía de un hermano y rodeado siempre de adultos que nunca reparaban en su presencia. ¡Y cuánto hubiera deseado ser invisible!, sobre todo en el colegio, donde era la victima recurrente de las burlas de sus compañeros. Las collejas y capones le forjaron el alma, la alegría de la infancia murió aplastada sobre el yunque de la incomprensión, por eso, desde niño, comprendió que su vida no sería como la de los demás, a él le tocaría pelear y girar en el sentido inverso de la órbita terrestre. Buscó refugio en los libros y leyó compulsivamente, persiguiendo respuestas, pero solo encontró nuevas preguntas hasta comprender que lo que él necesitaba saber no se podía encontrar en los libros. Fue su primera lección aprendida.

Y se le quedó grabada a sangre y fuego, existían personas para las que todo era fácil, a las que el éxito les venía rodado, y él no era una de ellas, él era un salmón. Tan amargo era su pensamiento que se convirtió en obsesión, en un deseo brutal por ser querido y aceptado fabricando un personaje imaginario que suplantaba su verdadera personalidad. Luchó con todas sus fuerzas por ser parte de la tribu, aprendió a ser ingenioso y a llamar la atención, o eso creía, porque a los ojos de los demás nunca pasó de ser un estúpido bufón, el hazmerreir, el payaso de las tortas. Pero se inventó que no le importaba, que si no lo pensaba no le dolería y se lo creyó y lo llamó normalidad. No lo era.

Estudió una carrera y aprobó unas oposiciones, de inspector de hacienda, por supuesto, para gran regocijo de su tío Mariano que se colgó la medalla dorada del ya lo decía yo. Juan fue todo lo que no quería ser, sin ni tan siquiera saberlo y, aunque de puertas para afuera de su verdadero yo todo parecía ir bien, se abrió en su interior una sima que separaba a sus sentimientos reprimidos de su caparazón prefabricado, una fractura que cada día se iba haciendo más grande, sin poderlo remediar. Su vida se convirtió en un río de aguas profundas que irremisiblemente le arrastraban a un sumidero del que era imposible escapar.

Y llegó el día en el que Juan no pudo más, su cerebro dijo basta y decidió, sin preguntarle, olvidarlo todo. Fue una renuncia voluntaria del subconsciente, una desconexión de los sentidos que se volvieron incapaces de acceder al cofre de los recuerdos. Paso una hora, pasaron dos, llegó la noche, amaneció, volvió a anochecer y Juan no acumuló ningún recuerdo nuevo, solo era consciente de su existencia, pero ésta ya no le pertenecía. Fue entonces cuando desapareció la indiferencia, cuando se hizo invisible la ausencia de amor y, aunque no pudo adivinar cómo había llegado a esa situación, sintió un gran alivio, un deseo infinito e irresistible de dejarse llevar.

Notó que la corriente del río le arrastraba a favor, que solo tenía que dejarse llevar, era el triunfo del olvido, el salmón había muerto, por fin era libre.

viernes, 10 de diciembre de 2010

El monstruo comelotodo


En mi casa comienzan a suceder cosas extrañas, muy extrañas.

Al principio no me preocupé mucho, eran cosas pequeñas, casi sin importancia. Por ejemplo, mi ropa empezó a menguar, mis cinturones a encoger, algo de locos, digno de un mago hijoputa empeñado en hacerme pasar por una morcilla de Burgos o de un fabricante de botones haciendo un estudio de resistencia de materiales. Mi mujer dice que es culpa de la nevera y su contenido pero yo no la creo, seguramente está compinchada con el mago o el botonero, lo sé porque se empeña en llenar al pobre frigorífico de cosas incomestibles si no eres Blitzen, el segundo reno de Santa Claus, pero no se van a salir con la suya. Pienso fabricarme un zulo secreto en el que guardar galletas y fiambres, mi sitio favorito es el hueco que queda en la salida de humos de la caldera, aunque primero tendré que desalojar a la familia de gorriones que se obstina en pasar allí el invierno. Y si los botones siguen explotando que se j**** (joroben)

También tenemos nuestro fantasma, posiblemente el del antiguo dueño de la casa, ese rey del bricolaje capaz de hacer armarios empotrados en la cámara de aire de la fachada. Se ve que como le fastidió que tapé esos metros cuadrados útiles ganados a la nada, incluyendo unas baldas que había creado retirando unos ladrillos de la pared que une la cocina y el baño (cómo se descojonó el instalador de la cocina cuando al descolgar los muebles la pared se le vino abajo y tuvo hasta que encofrarla), su alma en pena recorre los pasillos puteando a mi perro, de nombre Tito y de apodo “El imbécil”. Si no conoces a Tito la verdad es que puedo parecer un ser sin sentimientos por llamarle así, pero es que el nombre se lo ha ganado a pulso, a ver, ¿alguien ha visto a un perro correr, mirar a un lado y estamparse contra una farola?, pues ese es Tito, el mismo que, de repente, en mitad de la noche y sin avisar da un salto acojonado imagino que por la presencia del fantasma. Ahora me he acostumbrado, pero al principio se me salía el corazón de su caja.

Sin embargo todos son unos aficionados si los comparamos con el verdadero protagonista de esta historia, el monstruo comelotodo. Podría pensar que es el difunto dueño de la casa con un pluriempleo, además del de asustar perros, pero qué iba a hacer ese pobre con nuestros abalorios, ¿poner un mercadillo en el purgatorio?, pues como comparta barrio allí con el chino que oficialmente nunca murió o se harta a hacer horas o lo va a llevar claro, seguro que lo de la globalización llega hasta a los espectros, ¡qué horror!, me veo comiendo ternera con bambú y salsa de ostras hasta después de muerto. Por eso, descartado el fantasma, siento que tengo el deber moral de admitir la existencia del monstruo comelotodo, esa urraca invisible que habita en nuestro minúsculo piso de dos habitaciones y escasos sesenta metros cuadrados, cámaras de aire excluidas, y sin trastero, ese pisito de soltero que el pelotazo del ladrillo y mi falta de liquidez han reconvertido en residencia familiar.

Curiosamente cuando vivía solo nunca reparé en él, si me faltaba algo lo achacaba a un exceso de alcohol en la sangre y punto pelota, las reglas eran sencillas, el mundo un lugar más justo. ¿Cómo entró en mi casa y en mi vida? Existen diversas teorías, todas ellas descabelladas, pero tras minuciosas investigaciones la más veraz es que se ocultaba en modo de larva entre las páginas seis y siete del libro de familia, una vez que lo guardamos en el cajón de guardar las cosas importantes, aprovechando que se estaba calentito y bien, se desarrolló, se hizo fuerte y comenzó sus fechorías. De cachorro se entretenía con pequeños hurtos sin importancia, descabalaba parejas de calcetines, me birlaba alguna corbata, divertimentos de chico travieso. Después fue afinando, se atrevió con documentación varia, con mi mp3, dos veces, con libros y películas, casi siempre mis favoritos, una cámara de fotos, unos pantalones de la talla cincuenta que solo me puse una vez (os prometo que con esto tuve que escuchar que en algún sitio me los habría dejado, claro, como si uno volviera a casa sin pantalones todos los días). El muy cabrito empieza a atreverse con todo.

Pero el colmo de los colmos ha sido este año, el monstruo comelotodo se ha superado y se ha comido los adornos navideños del año pasado. Sí, tal cual, se ve que en una noche loca se dedicó a engullir bolas de colores y guirnaldas, campanas y cascabeles, luces multicolores y lo que es peor, la estrella de cinco puntas que coronaba el árbol, especialmente difícil de tragar y por supuesto mucho más molesta de expulsar. Con eso se ha atrevido el bellaco, y me temo que como no haga algo al respecto el año que viene no va a dejar ni el árbol. Resignado a aceptar su presencia he ido al ayuntamiento a empadronarlo por si conseguía alguna subvención, un subsidio o algo relacionado con la ley de la dependencia, pero se han reído de mí y ante mi insistencia unos guardas de seguridad con muy malos modales me han desalojado.

No puedo más, he tratado de negociar, le he pedido que me devuelva las guirnaldas a cambio de un repollo y de una lombarda pero se ha negado, para colmo ha insinuado que conoce el nido de los gorriones, el mamonazo. Estoy desesperado, necesito ayuda, si alguien sabe como puedo deshacerme de él por favor que me escriba, referencia “Olegario”.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Del pudor y otros animales


Los blogs pasan por fases, como las personas, como la vida, creo que les pasa a todos los blogs, por lo menos a los que yo leo, por tanto, ¿cómo no le va a pasar al mío? si soy una veleta. Llevo una semana sin darle a una tecla y no es por falta de ideas, al contrario, se me ocurren montones de gilipolleces de las que escribir, pero es precisamente por eso por lo que no me pongo, porque me parecen todas banales y sin sustancia, vamos básicamente como ha sido esto siempre, una sarta de tonterías. ¿Por qué no las escribo? Pues me ha dado un ataque de pudor.

Y la cosa es peliaguda, ser pudoroso y tener un blog es tan incompatible como la presencia de vida en marte, me refiero por supuesto a la vida inteligente, porque me apostaría hasta el último céntimo de la devolución de hacienda que nunca llega a que ZP sería capaz de vivir en la atmósfera marciana disfrazado de alienígena cual vulgar Mortadelo. Total, seguro que su cerebro no necesita oxígeno para vivir, acostumbrado a vivir entre la mierda seguro que ya se alimenta de combustible y oloroso metano. Sé que mis palabras suenan a despecho, y con razón, pero me consuelo pensando que la indiferencia es un camino de ida y vuelta, bueno y también pensando en cómo van a putear sus compañeros a Mariano cuando sea presidente (aprovecho aquí para crear una leyenda urbana que dice que si escribes juntas las palabras Mariano y presidente además de que el word te las subraya en verde la pantalla explota y un i-ladrón te limpia la cuenta del banco).

Pero ese no es el tema, que ya lo será y me relamo de placer esperando, el tema es que a buenas horas me da vergüenza contar mis pedaladas, después de año y medio. En general soy una persona a la que le gusta pasar de puntillas, cuanto más desapercibido mejor, más por complejo que por prudencia, porque el exhibicionismo desde luego que no es lo mío, por motivos antropomórficos y de higiene mental, ya lo avisaba en mi primer post: “Es mejor que desnude mis ideas que mi cuerpo. Por lo menos es estéticamente más agradable, aunque no mucho”. El caso es que estos días de puente abría el ordenador y cuando me enfrentaba a la fatídica hoja en blanco todo me parecía banal, historias impropias de ser contadas en un país sumido en el caos y en pleno estado de alarma, no es que me lea mucha gente pero me ha parecido de mal gusto escribir estupideces y hacerle competencia desleal a los periódicos.

Sí, porque la prensa escrita es un circo, se les ha olvidado contar las noticias, ahora es un conjunto de corta y pegas mal escritos y absurdos, nada de información y sí mucha opinión dirigida, curiosamente, a los que ya están convencidos. Como debe ser muy duro sobrevivir sin cubrir gastos en este mundo digital, y no me refiero a digital por los bits, los bytes, los ceros y unos, no, es digital porque escriben al compás que les marca el lobby (feroz) que les sujeta y sustenta metiéndoles el dedo por el ano. Además para ponerle algo de salsa, mientras que nos salta el anuncio del banco de turno, se han inventado los comentarios, que es algo así como las antiguas cartas al director en versión cañí y barriobajera, leerlos es como darse un baño de estiércol. Es algo que me aterra, porque pensaba yo tan feliz que la culpa de todos los males de este país era de la LOGSE, pero no, es algo que debe venir de mucho más lejos porque los de la LOGSE ni se molestarían en leer un periódico, ellos, salvo honrosas excepciones, encuentran la información más veraz en La Noria. De escribir ni hablamos, solo por SMS en ese lenguaje nuevo que yo no entiendo.

Tentado he estado de reconvertir el blog para realizar una labor evangelizadora y misionera, pero no de la palabra de Dios, sino cambiando la Biblia por un diccionario, eso sí, lleno de ilustraciones y una gramática nivel elemental con ejercicios resueltos. Porque vale, yo también atento a menudo contra la puntuación y la ortografía, pero en mi casa, sin tratar de esparcir mi supuesta sabiduría aprovechándome de ventanas de terceros que solo están allí para iluminar el circo de los horrores o tal vez de aviso a navegantes para que de verdad sepamos cómo es le mundo que nos rodea, para que lo entendamos, para que conozcamos todo lo que puede urdir el cerebro humano refugiado en el anonimato. ¡He visto la luz!

Porque posiblemente esa sea la clave de todo esto, el anonimato, refugiarse detrás de un personaje que nosotros mismos hemos inventado, por ejemplo Juanjo_ML, pero incluso sabiendo que yo mismo soy un personaje de ficción me he bloqueado y por unos días me ha dado vergüenza seguir. Nunca he contado nada excesivamente personal, bueno, eso es mentira, he contado cosas muy personales pero muy poco comprometidas, a eso me refiero, y no porque me comprometan sino por mero pudor, el mismo que ahora me hace plantearme si mis pequeñas miserias cotidianas le pueden interesar a alguien, si mis reflexiones de tres al cuarto no me convierten en objeto de mofa para mentes más avispadas. O a lo mejor he tenido demasiado tiempo libre y me ha dado por pensar demasiado.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Diez fobias y un chuletón


I - No me gusta la adulación, sí que me gustan los chuletones, con hueso a ser posible y bastante crudos, casi vuelta y vuelta, sin embargo los chuletones no los cato por mucho que me pasen la mano por el lomo, creo que a este paso el número de chuletones que voy a comer cuando el número de adulaciones sea infinito tiende a cero.

II - No me gusta que fuerzas malignas se disputen los mis despojos como si a mí no me fuera nada en ello. No me gusta ser un vendido como si fuera la guarnición de un chuletón que después de morderlo un poco van a tirar al perro del cocinero. No me gusta no tener voluntad propia y sonreír por ello.

III - No me gustan los remilgos, ni las formas, ni hacer teatro, ni el paripé, ni el peloteo. A pesar de ello me podéis llamar garganta profunda. Y me han felicitado por la felación, creo que si sigo así algún día seré digno de comer chuletón acompañado de un chupito de orujo para mejorar la digestión y quitarme el mal sabor de boca y hasta algún pelo.

IV - No me gustan los arquitectos, como a cualquier ingeniero, los desprecian, es algo genético, como los franceses desprecian a los españoles, como los españoles desprecian a los portugueses, aunque escribirlo no sea políticamente correcto. Curiosamente nadie desprecia a un chuletón, salvo que te alimentes únicamente de brotes de soja y hojas de berro.

V - No me gustan las chicas a las que su jefe llama Catalina en lugar de por su nombre y no tienen valor de corregirlo. No me gustan las Catalinas que se montan en el asiento trasero de un Jaguar poniendo cara de novicia a punto de cruzar los alpes y consumar el pecado con don Serio. Sobre todo si se comen mi chuletón y son arquitectas.

VI - No me gustan los gargantas profundas que venden motos a clientes que solo han venido a comerse el chuletón. No me gusta que luego le digan a mi jefe que la chupo muy bien (con perdón) mientras que con sus afilados cuchillos cortan tiernas lonchas de carne a cientos de metros de mi tupper frío y reseco.

VII - No me gusta que mis jefes me recuerden que el lenocinio es parte de mi aprendizaje laboral. No me gusta entenderlo y asumirlo. No me gusta admitir que vendo mi alma por un chuletón virtual. No me gusta vender mi dignidad por un sueldo. No me gusta sentirme como una meretriz sin cobrar a la altura de los méritos.

VIII - No me gusta ser pobre y no poder comprar mis propios chuletones prostituyéndome si hace falta en el intento. No me gusta que la gente sepa que soy pobre y que se me puede comprar. No me gusta que se me note. No me gusta que los colores tengan miles de nombres y texturas y que una diseñadora de interiores austriaca piense que eso es más importante que el fondo de lo que he hecho.

IX - No me gusta estar a dieta, prefiero el chuletón a la pescadilla, el ribera al agua mineral, la tarta de manzana a la fruta. No me gusta tener lujos más caros que mis ideales, tan caros que me obligan a renunciar a ellos diciendo que el negro antracita es ideal y hablando de la luz, el volumen y todos sus muertos.

X - No me gusta este post. No me gusta pensar que últimamente me gusto muy poco, que escribo cada vez peor y que me cuesta mirarme en el espejo. No me gusta no saber que es un puto Passpartout y que mi chuletón pueda depender de ello.