La vida está llena de tópicos y todos caemos en ellos.
Es fácil, sobre todo cuando hablamos en primera persona de cosas que le suceden a terceros, sobre todo cuando esos terceros nos importan un pimiento, qué curioso, nuestro amor a la humanidad se termina en el último ser humano al que conocemos y aún así, a veces no llegamos tan lejos.
Todos decimos que la vida es una mierda a pesar de ser lo único que tenemos, dos tópicos encadenados que no por serlo dejan de ser ciertos. Hablamos de la injusticia como si el mal, el dolor o la pena pudieran hacerle justicia a alguien, tal vez sí o tal vez no, si no creo en Dios cómo puedo pretender jugar a serlo. Sin embargo debe haber una escala que ligue el valor de la justicia y el merecimiento, una escala que debe ser logarítmica y que se dedica a castigar con más saña a los más buenos.
V es una persona buena, sin más, hace tiempo que lo conozco y rara vez le he visto un detalle que no me haya gustado, eso, teniendo en cuenta que yo puedo llegar a ser bastante capullo y susceptible, dice mucho de su persona. Él vive y deja vivir, seguramente porque la vida ya fue un regalo cuando nació pesando menos de un kilo hace treinta y cuatro años. Hoy en día casos peores salen adelante sin problemas, entonces fue un milagro que sobreviviera.
Pero no fue sin pagar un peaje, le quedaron secuelas que no le dejaron llevar una vida normal, si pensamos que una vida normal es una vida como la tuya o como la mía. Creció siendo un niño especial, enfermizo y débil, con unos órganos que no maduraron lo suficiente, especialmente los riñones, que siempre fueron del tamaño de un niño pequeño. Nunca le escuché quejarse por ello, al contrario, siempre le vi dándolo todo para ser uno más, dejándose la espalda currando como el que más, llegando a casa dolorido y tumbándose hasta conseguir recobrar el aliento.
Un día sus riñones infantiles dijeron que ya no podían seguir su ritmo y comenzó a ir a diálisis, tres veces a la semana, una condena en vida que sufre mucha más gente de la que pensamos y lo hacen de manera estoica, sabiendo que se lo juegan todo enganchados a ese potro de tortura, porque, precisamente, ir a dializarse no es como ir de paseo. Pero tuvo suerte y a los pocos meses le trasplantaron un riñón que por fin le cambiaría la vida y con el que conseguiría comenzar de nuevo. Y así parecía que iba a ser, a pesar de que tuvieron que operarlo un par de veces más porque estuvo a punto de perderle por falta de riego.
Sin embargo la vida es perra e injusta, como ya decía al principio de este texto, hace un par de meses en unas radiografías de rutina para preparar una nueva operación, la que ya iba a ser definitiva, le encontraron unas manchas en el pulmón, unas manchas que no parecían importantes, que pasaron de parecer una infección a un principio de tuberculosis y que tras múltiples pruebas han resultado ser un linfoma. Un asesino en potencia silencioso y cabrón que en solo unos días se está extendiendo sin parar por su cuerpo.
Dicen los médicos que, aunque raro, es algo que le puede pasar en una persona trasplantada, a mí me recuerda a la historia del caballo de troya, qué mierda de caballo, qué mierda de broma macabra. También dicen que queda esperanza para su curación, aunque sea a base de quimioterapia y a renunciar a su riñón nuevo. Lo escucho y me quiero agarrar a esa esperanza, pero le miro y le veo cansado y débil, asustado... ¡cómo para no estarlo! Pero sé que va a pelear con todas sus fuerzas, porque no queda más remedio.
Hoy me siento triste y lleno de impotencia, muy torpe, incapaz de encontrar palabras que sirvan de consuelo a su hermana y que parezcan creíbles, conteniendo las lágrimas delante de la tarta de cumpleaños de mi hijo, que en menos de una hora cumple cuatro años y que no entiende por qué no ha venido su tío y su abuela a traerle un regalo, incapaz de terminar el post que celebra el segundo aniversario de este blog, haciéndome preguntas que sé que no tienen respuesta en mi vacío interno.
V es mi cuñado y le quiero.