Los milagros existen, todos los días, en cada rincón del mundo, sin darle mucha importancia, casi sin darnos cuenta. Todos los días millones de heroínas anónimas enganchan a este mundo el siguiente eslabón de la cadena, sin prácticamente hacer ruido, apretando los dientes y dejándose el alma, con miedo y con incertidumbre, pero también con mucho amor, alegría y esperanza, una alegría que solo conoce el que ha conseguido transformar sus genes en carne, una esperanza que unos días será temor, angustia otros y la mayoría simplemente será un juego de cartas, esperando levantar un naipe y que nos salga un as o una dama.
No existe amor parecido al que se siente por un hijo, no es prepotencia ni presumir de nada, es así y no se sabe hasta que le has mirado a los ojos por primera vez. Posiblemente no te ha visto, ni siquiera te reconoce, no eres nadie aún para él pero con solo haber atravesado esa flor en llamas que es la puerta del mundo, con su vida, ya ha llenado la tuya, te ha poseído hasta los tuétanos y cruzarías mares y desiertos por conservarla. Porque por mucho que quieras no volverás a ser jamás un individuo, una fuerza sobrehumana te ha fisionado para después fusionarte con su materia, que es diferente, pero en la que encajas como encajan una figura y su molde. Todavía deberás aprender que la figura cobrará vida propia hasta que no dependa para nada de ti, pero hasta que llegue ese día ahí estarás, para lo bueno y para lo malo, e incluso después, cuando ya no hagas falta.
Y pasaras ratos buenos y ratos malos, ratos en los que habrás creído encontrar el sentido de la vida y serás dichoso, embriagado por una felicidad plena porque no se nutre de la necesidad de obtener nada, y existirán otros ratos en los que desearas no haberle tenido, pero esos son ratos de mentira, porque su mirada lo llenará todo, su olor te devolverá a la vida y el tacto de su piel te transportara siempre a una mañana de primavera, junto al mar, con la brisa revolviéndote el pelo y acariciándote la cara. Eso lo vale todo, a partir de ahora será tu gasolina y el mejor motivo para nunca tirar la toalla, y algún día cuando él inicie ese ciclo escribirá cosas parecidas y te estará agradecido y te querrá más que nunca.
Pero hay que aprenderlo por uno mismo, escuchando con mucha atención todas las opiniones que, requeridas o no, comenzaran a bombardearte a tu alrededor, es ley de vida. Aunque sin hacerlas caso al pie de la letra, y eso a las más sensatas, porque lo más emocionante del viaje que comienza es el mutuo aprendizaje, todas las enseñanzas que vais a intercambiar, él sorprendiéndote con su inocencia, tú bañándole con tu experiencia. Porque un niño es un lienzo en blanco, pero un padre es una pared que hay que volver a pintar, al principio de blanco cuando no se sabe nada, y después de los colores que nacen de la intuición y de un instinto durmiente que, sin saberlo, está grabado en nuestro código genético.
Él lo aprenderá todo porque no sabe nada y tú querrás desaprender mucho de lo que sabes para encontrarle a la mitad del camino. Le regalarás un idioma para expresarse, al principio torpemente, equivocando sonidos y conceptos, pero poco a poco llegaréis a un entendimiento, palabra a palabra os iréis uniendo hasta que cantéis la misma canción con la misma letra aunque seguramente con distinta música, es como debe ser. Él te enseñará tus errores, te cambiará los conceptos y juntos escribiréis un nuevo libro lleno de manchones y gurripatos, vuestro libro, el más bonito, el que se viene escribiendo desde hace miles de años, el libro de la vida, el libro que todos entendemos aunque hablemos diferentes lenguas, aunque seamos amarillos, negros o blancos.
Esta semana me he enterado de que dos nuevas personitas ya son, y que dentro de nada les conoceremos. No son de mi sangre, pero me da lo mismo porque aprecio y quiero a quienes les han engendrado, les quiero a mi manera, claro, siempre en segundo plano y como si no estuviera, por tanto les quiero a ellos también y estoy deseando abrazarlos. Sé que son unos niños deseados, los más deseados, pero también sé que serán unos niños felices y queridos, tremendamente afortunados, porque vienen al lugar adecuado, porque tienen libros del Pato Donald esperándolos y un mundo a éste y al otro lado del océano por descubrir. Solo les deseo que crezcan sanos y felices, que no le tengan miedo a nada porque sean valientes pero sobre todo porque no exista nunca nada a lo que tengan que temer, que miren al mundo de frente y si hace falta que se lo coman a bocados.
No existe amor parecido al que se siente por un hijo, no es prepotencia ni presumir de nada, es así y no se sabe hasta que le has mirado a los ojos por primera vez. Posiblemente no te ha visto, ni siquiera te reconoce, no eres nadie aún para él pero con solo haber atravesado esa flor en llamas que es la puerta del mundo, con su vida, ya ha llenado la tuya, te ha poseído hasta los tuétanos y cruzarías mares y desiertos por conservarla. Porque por mucho que quieras no volverás a ser jamás un individuo, una fuerza sobrehumana te ha fisionado para después fusionarte con su materia, que es diferente, pero en la que encajas como encajan una figura y su molde. Todavía deberás aprender que la figura cobrará vida propia hasta que no dependa para nada de ti, pero hasta que llegue ese día ahí estarás, para lo bueno y para lo malo, e incluso después, cuando ya no hagas falta.
Y pasaras ratos buenos y ratos malos, ratos en los que habrás creído encontrar el sentido de la vida y serás dichoso, embriagado por una felicidad plena porque no se nutre de la necesidad de obtener nada, y existirán otros ratos en los que desearas no haberle tenido, pero esos son ratos de mentira, porque su mirada lo llenará todo, su olor te devolverá a la vida y el tacto de su piel te transportara siempre a una mañana de primavera, junto al mar, con la brisa revolviéndote el pelo y acariciándote la cara. Eso lo vale todo, a partir de ahora será tu gasolina y el mejor motivo para nunca tirar la toalla, y algún día cuando él inicie ese ciclo escribirá cosas parecidas y te estará agradecido y te querrá más que nunca.
Pero hay que aprenderlo por uno mismo, escuchando con mucha atención todas las opiniones que, requeridas o no, comenzaran a bombardearte a tu alrededor, es ley de vida. Aunque sin hacerlas caso al pie de la letra, y eso a las más sensatas, porque lo más emocionante del viaje que comienza es el mutuo aprendizaje, todas las enseñanzas que vais a intercambiar, él sorprendiéndote con su inocencia, tú bañándole con tu experiencia. Porque un niño es un lienzo en blanco, pero un padre es una pared que hay que volver a pintar, al principio de blanco cuando no se sabe nada, y después de los colores que nacen de la intuición y de un instinto durmiente que, sin saberlo, está grabado en nuestro código genético.
Él lo aprenderá todo porque no sabe nada y tú querrás desaprender mucho de lo que sabes para encontrarle a la mitad del camino. Le regalarás un idioma para expresarse, al principio torpemente, equivocando sonidos y conceptos, pero poco a poco llegaréis a un entendimiento, palabra a palabra os iréis uniendo hasta que cantéis la misma canción con la misma letra aunque seguramente con distinta música, es como debe ser. Él te enseñará tus errores, te cambiará los conceptos y juntos escribiréis un nuevo libro lleno de manchones y gurripatos, vuestro libro, el más bonito, el que se viene escribiendo desde hace miles de años, el libro de la vida, el libro que todos entendemos aunque hablemos diferentes lenguas, aunque seamos amarillos, negros o blancos.
Esta semana me he enterado de que dos nuevas personitas ya son, y que dentro de nada les conoceremos. No son de mi sangre, pero me da lo mismo porque aprecio y quiero a quienes les han engendrado, les quiero a mi manera, claro, siempre en segundo plano y como si no estuviera, por tanto les quiero a ellos también y estoy deseando abrazarlos. Sé que son unos niños deseados, los más deseados, pero también sé que serán unos niños felices y queridos, tremendamente afortunados, porque vienen al lugar adecuado, porque tienen libros del Pato Donald esperándolos y un mundo a éste y al otro lado del océano por descubrir. Solo les deseo que crezcan sanos y felices, que no le tengan miedo a nada porque sean valientes pero sobre todo porque no exista nunca nada a lo que tengan que temer, que miren al mundo de frente y si hace falta que se lo coman a bocados.