Es paradójico que, siendo uno de romanos y habiéndose tragado miles de lecturas y relatos de batallas, se me atragante todo lo relacionado con las guerras modernas. Es como si los pobres persas arrollados por Alejandro Magno en Gaugamela o los romanos aniquilados por Aníbal en Cannas fuesen seres de leyenda a los que no se les nubló la mirada al ser atravesados por una espada. Y murieron por miles, bueno, por miles no, por decenas de miles en un mal día de batalla.
Sin embargo, los muertos modernos son seres de carne y hueso, gente con la que me hubiera podido cruzar un día por el Museo del Prado si no hubieran tenido nada peor que hacer que morir en una cámara de gas o acribillados en una trinchera. Me revuelve tanto el estómago que nunca he sido capaz de profundizar en los detalles de su tragedia.
Pero para eso están los amigos, sobre todo los del Club de lectura 2.0 que, amablemente, mes a mes proponen un libro que nos llega al corazón para comentarlo. Este mes han elegido para tal propósito 'El imperio del sol' y “comme d’habitude” han acertado. Como ellos dicen, a su club se llega leído, por eso a partir de ahora leed bajo vuestra responsabilidad, si os apetece.
Para mí 'El imperio del sol' es un libro de muertos, sobre todo de muertos vivientes, empezando por su protagonista, Jim, un niño inglés que vive con sus padres en un barrio lujoso de Shanghai, junto con la colonia extranjera, y que se ve solo y apartado de sus padres al comenzar la invasión japonesa de china. A partir de ahí el libro narra todas las peripecias de Jim para sobrevivir por las calles de Shanghai, tratando de encontrar a sus padres hasta que, por fin, es hecho prisionero e internado en un campo de prisioneros, junto a un aeródromo militar, del que saldrá tres años después tras la liberación de China por los americanos.
Esa es la trama, pero no me interesa lo más mínimo, a mí lo que me ha llamado la atención del libro es el fondo sobre el que se desarrolla, el conjunto de grupos que conviven, unos encerrados por otros, y que, como he dicho al principio, comparten que ya están muertos, cada uno a su manera. En mi opinión ese es el valor de este libro, la relación que se crea entre todos ellos y, muy a su pesar, cierta resignación que se superpone al odio: “En la guerra de verdad nadie sabía de qué lado estaba, y no había banderas, ni comentaristas ni vencedores. En la guerra de verdad no había enemigos”.
Por un lado están los prisioneros, un grupo privilegiado antes de la guerra. Gente que, aunque llegase a sobrevivir, en realidad está muerta porque su vida murió al comenzar el conflicto armado. Digo esto porque todo lo que podrían haber llegado a ser se perdió con la guerra y esa es una forma de morir: “Había ocurrido una extraña duplicación de la realidad, como si todo lo que le ocurría desde la guerra sucediera dentro de un espejo”. Ellos ya no son ellos, son seres sin alma atrapados en un espejo.
“Todo el mundo en Lunghua estaba muerto. Era absurdo que no hubieran conseguido comprenderlo”.
A su alrededor están los soldados japoneses, a los que Jim parece más admirar que odiar atraído por el valor de sus soldados y sobre todo por el de sus pilotos, a los que temía “más que por su furia por su paciencia”. Ellos también estaban muertos desde el comienzo, víctimas que un imperialismo suicida llevado hasta las últimas consecuencias. Mas que la locura de los kamikaze me sobrecogen los soldados que, sabiendo que todo está perdido, aguantan en sus posiciones hasta las últimas consecuencias, tal vez porque no tienen donde escapar ya que son náufragos rodeados por millones de chinos dispuestos a matarlos sin compasión, pero eso no quita ni un ápice de mérito a que ni siquiera lo intenten y esperen a la muerte como un deber inevitable que forma parte del mismo sentido de su guerra. Sin esa muerte no hay honor y antes es el honor que la propia vida.
Por último están los chinos, y a pesar de que son los protagonistas invisibles de esta historia, para mí lo más sobrecogedor del libro es el papel que ellos tienen en todo esto. La historia de los europeos y japoneses comparada con la suya es tan insignificante como verter en el océano un par de gotas de aceite.
Los chinos eran para todos un genero sub-humano que a pesar de ello y contra su voluntad ponía el tablero de juego y la mayor parte de los sufrimientos. No significaban nada ni para unos ni para otros y hay montones de citas que lo corroboran:
“Los nueve criados chinos que para la mente de Jim y los demás niños ingleses eran tan ciegos y pasivos como los muebles”.
“En muchos sentidos, los esqueletos estaban más vivos que los campesinos que por breve tiempo habían arrendado esos huesos”.
“Sabía que los soldados chinos estaban obligados a trabajar hasta la muerte, que esos hombres hambrientos estaban tendiendo con sus propios huesos una alfombra para los bombarderos”.
Visto así se entiende que ese mundo fuera abono en el que podría germinar sin muchos problemas el comunismo que estaba por llegar. A fin de cuentas “algún día la China castigaría al resto del mundo y se tomaría una venganza espantosa”. Puede que ya lo esté haciendo.
En resumen, 'El imperio del sol' me ha sobrecogido la frialdad con la que está escrito, sin juzgar ni a nada ni a nadie, es una narración desprovista de sentimientos que deja todo al propio juicio del lector. El autor simplemente se limita a exponer unas serie de hechos tal y como son, sin adornos pero tampoco sin miramientos, por lo que si no sientes empatía por los personajes es un libro que no te dirá nada pero si eres capaz de hacer tuyo su sufrimiento te hará pedazos. Si no siempre te quedará una radiografía de una guerra que, como casi todas, no tiene vencedores absolutos, pero sí vencidos.