Hoy no he podido ir al Calderón porque
estoy enfermo y en mi lugar ha ido mi hijo lleno de emoción por
poder pasar una mañana viendo jugar a su equipo con su tío y con su
abuelo. Tiene sólo siete años y vive en un mundo en el que el odio
todavía no tiene cabida, es feliz porque para él todo lo malo está
todavía por descubrir y en su cabeza no hay sitio ni para la malicia
ni para la crueldad. Podéis imaginar lo que he sentido cuando al
encender la tele para ver el partido en casa me he enterado de la
nueva hazaña de los malnacidos que se aprovechan del fútbol para
dar rienda suelta a su violencia.
He sentido tristeza y también
vergüenza simplemente de pensar que la masa enfurecida me relacione
de cualquier manera con ellos. He sentido rabia al pensar que a pocos
metros de esa gentuza estaba mi hijo esperando pasar una mañana
divertida y que miles de personas le estarían incluyendo en sus
insultos mientras que él, en su inocencia, estaría esperando ver la
última genialidad de Arda Turan para poder contársela mañana a sus
amigos en el recreo.
Después he pensado en ese hombre, casi
de mi edad, con un hijo, como yo, que se dejaba la vida en la orilla
del Manzanares, ¿por qué?, qué forma tan estúpida de morir, ¿qué
le contarán algún día a ese niño que deja huérfano?, espero que
una mentira piadosa hasta que tenga edad de asimilarlo que no de
entenderlo. Porque quién puede entender que gente que no se conoce
de nada, que tal vez nunca se haya cruzado una mirada, quede antes de
un partido de fútbol para abrirse la cabeza. Es tan absurdo.
¿Cómo es posible que grupos radicales
del Atleti y del Sporting por un lado y del Deportivo, el Rayo y el
Alcorcón por el otro, queden para matarse en una fría mañana de
invierno como si fuese algo natural? ¿Cómo nadie sabe nada de esto
y hace algo por impedirlo?¿Cómo cojones se puede actuar con tanta
impunidad cuando todo el mundo sabe lo que se cuece en cada casa
desde hace tanto tiempo? Porque no es cosa de un día, es algo que se
consiente haciendo la vista gorda y de lo que nos escandalizamos sólo
cuando pasa algo.
Y que pase algo tarde o temprano sólo
tiene que ver con la probabilidad si no se limitan los factores de
riesgo. Pienso de verdad que esto poco tiene que ver con el fútbol
en sí mismo, pero no me valen las excusas de que es algo inevitable
y que se tratan de poner todos los medios porque es mentira. Casi
todos los clubes, y el primero el Atleti, les dan cobijo y hasta
presumen de ellos, por tanto es un problema del fútbol y ya vale de
poner excusas señores Gil Marín y Cerezo.
Porque
aunque no todos los días se mata a alguien, sí que es el pan
nuestro de cada día la mala educación, los insultos, las
agresiones, aunque sean verbales, y los malos modos. No es extraño
que se coree desear la muerte a alguien, y si no defiendo la muerte
ni para un asesino ni para un violador, menos se la deseo a un
futbolista o un entrenador que solo hace su trabajo. No soporto el
racismo, ni en la más mínima expresión, que llamen a alguien
gitano por ser portugués, que se coree que El Retiro no es un parque
de Ecuador, como si fuera una gracia cuando es vergonzoso, que se le
llame mono a un jugador por ser negro. No soporto ver símbolos nazis
en las gradas sin que nadie los retire, escuchar mofarse de Juanito,
de Puerta y de Zabaleta como si no tuvieran una familia que les llora
cada día, escuchar cantar el Cara al Sol y callar por miedo
avergonzado.
No quiero seguir escuchando a los
forofos que dicen que no pasa nada porque pasa en todos los sitios y
mil excusas más que no me valen, porque a mí me duele lo mío, no
quiero que se me juzgue como un impresentable más que calla, porque
callar es ser cómplice y no me da la gana. Si por mí fuese, y
aunque me duela, cerraba unos partidos el campo, para que aprendamos,
para que echemos a esa panda de hijos de puta que utilizan la
multitud como refugio de sus repugnantes actos, para que no demos
cobijo a los violentos entre los que queremos ser normales, porque no
quiero seguir sintiendo vergüenza ajena y propia, porque se puede
hacer a poco que se intente, porque tienen nombre, cara y muchos, por
desgracia, un número de abonado rojiblanco.