Este
mes, en el Club de
Lectura 2.0, hemos leído a propuesta
de Bichejo Joyland, una novela de Stephen King. Es una pena que el
erial laboral en el que vivo no me permita escribir una reseña a la
altura de las circunstancias, porque a mi humilde entender se trata
de un libro sencillo pero maravilloso, escrito con una sensibilidad
que ha logrado en muchos momentos conmoverme. Y como ando más bien
justo de tiempo voy a aprovechar para copiar la reseña del editor
con la que coincido plenamente.
Verano
de 1973. Carolina del Norte. Devin Jones entra a trabajar en Joyland,
un singular parque de atracciones local. La leyenda de un terrible
asesinato cometido en la Casa Embrujada del parque, la pérdida de su
virginidad y unos meses plagados de misterio, aventura y grandes
descubrimientos cambiarán su vida para siempre. «Joyland es un
libro impresionante, bello, desgarrador. Tiene misterio, tiene
atracciones, es una historia sobre madurar y hacerse mayor, y sobre
aquellos que no pueden hacer ninguna de las dos cosas porque la
muerte viene a por ellos antes de hora. Hasta los lectores más
insensibles se emocionarán.»
Está
claro que, sin llegar al nivel de entusiasmo que el editor de Jim
Thompson muestra en la reseña de aquella novela de cuyo nombre no
quiero acordarme, este señor es realmente optimista, porque Joyland
parece no haber conmovido al ala dura de nuestro club, pero en el
fondo tiene toda la razón del mundo y si no me la dais es que, como
dice Bichejo, “estáis muertos por dentro”. Porque Joyland es
sobre todo una historia de amor y de desamor, de jóvenes
desorientados que no han encontrado todavía el sitio en la vida pero
que lo buscan a toda costa, y a pesar de ello no es un libro triste,
como mucho en ciertos episodios se vuelve intencionadamente
melancólico.
Y
digo intencionadamente porque junto a los episodios de melancolía se
van intercalando escenas emocionantes y divertidas, que para eso la
acción se desarrolla en un parque de atracciones y, como no, existe
un misterio un poco de mentirijillas que se resuelve de la misma
forma que se resuelve un capítulo de Scooby Doo, de una manera
lógica y sin dar mucho miedo. Porque las consecuencias que la
historia deja en sus protagonistas poco tienen que ver con su
experiencia paranormal, sino con su experiencia vital, con el paso de
la juventud a la madurez y con el hecho de que a partir de ese
momento se sienten dueños de sus destinos. Y aunque he subrayado
mucho no encuentro un párrafo que resuma mejor el espíritu del
libro que su comienzo, en el que queda claro lo delgada que es la
línea que separa la felicidad y la desdicha.
“Tenía
coche, pero en aquel otoño de 1973 casi todos los días iba paseando
hasta Joyland desde la Pensión Beachside de la señora Shoplaw en la
ciudad de Heaven’s Bay. Parecía lo más adecuado. La única
opción, en realidad. A principios de septiembre la playa de Heaven
estaba prácticamente desierta, lo cual encajaba con mi estado de
ánimo. Puedo afirmar, aun cuarenta años después, que aquel otoño
fue el más hermoso de mi vida. Aunque jamás me he sentido más
desdichado que entonces; eso también lo aseguro. La gente cree que
el primer amor es dulce, y más aún cuando esa primera relación se
rompe. Habrás escuchado mil canciones de música pop y country que
así lo demuestran; canciones sobre algún tonto al que han partido
el corazón. Sin embargo, ese primer corazón roto es siempre el que
más duele, el que más tarda en curarse, el que deja la cicatriz más
visible. ¿Qué tiene eso de dulce?”
Como
siempre, encontraréis en sus blogs las reseñas de Desgraciaíto,
Carmen, Livia
y Bichejo en la que podréis
comprobar una vez más que somos un club muy unido, pero sobre todo
en aquello que no tiene que ver con los libros que leemos. Creo
que con el tiempo derivaremos en una sociedad gastronómica o en un
club de karaoke. Admitimos apuestas.