Este
mes, los simpáticos miembros del Club
de Lectura 2.0, hemos leído “El libro de los vicios”, de
Adam Soboczynski, un simpático periodista y escritor polaco afincado
en Alemania, a propuesta de Carmen. El libro es un híbrido entre
novela y ensayo, no sé si existe el termino ensayo novelado, que da
vueltas y vueltas para tratar una idea que se resume en una frase:
Nos estamos volviendo gilipollas.
Como
casi siempre parecía una elección adecuada, además, es un libro
corto que nos venía fenomenal para leerlo antes de la reunión
plenaria del club antes de la navidad y que, de esa manera, pudiera
entrar en las votaciones. Pero no, el libro es tan ameno como debatir
con una almeja, y por eso lo corto se hace largo... así es el karma
en el club de lectura.
La
editorial Anagrama trata de vendernos la moto con esta sinopsis: “En
veintinueve capítulos y a través de un puñado de personajes que
recorren toda esta «casi novela» con sus vicisitudes, el autor
desgrana su visión ácida del mundo moderno. Antes la gente tenía
más vicios, fumaba en los bares, comía carne sin complejos,
apreciaba más lo inesperado, actuaba con pasión. Ahora, en cambio,
se prohíbe fumar, todo el mundo bebe menos en las fiestas, come sano
y practica deporte, las ciudades parecen fotocopiadas unas de otras y
lo «ecológico» triunfa por doquier. Quiere celebrar la ciudad como
un lugar repleto de aventuras en cuyas callejuelas esperan las
amantes más bellas, pero constata con horror cómo proliferan en
ella los horrendos centros comerciales. Lamenta que en el mundo de
hoy todo lo informal y erótico se combate, y todo lo pornográfico,
en cambio, goza de la aprobación general.”
La
pena de este libro es que la idea es buena, porque tiene un mensaje
claro de crítica contra la modernidad de pega que podría dar
muchísimo más de sí. Porque desde la ironía con la que pretende
contarnos su pensamiento, debería meternos en el bolsillo desde la
primera página y no soltarnos hasta la última, pero algo no
funciona, desde mi punto de vista los personajes que son unos agonías
y unos cansinos, de manera que todo aquello que prometía hacernos
pasar un buen rato se convierte no en un castigo, que tampoco hay que
exagerar, pero si en un ni fu ni fa muy decepcionante.
Soboczynski
(gracias al que inventó el corta y pega) critica duramente la
superficialidad de lo moderno, la uniformidad hacia la que nos
dirigimos, lo políticamente correcto, y lo hace con un sarcasmo que
me sorprende en alguien que es más joven que yo, realmente me
sorprende leer a alguien más joven que yo, pero no es capaz de
rematar la jugada y la estira más de lo que su idea da de sí.
También puede influir en mi visión del libro que realmente esté
hablando de mi propia generación, de la gente que estando en la
mediana edad pretende vivir en una juventud casi perpetua, y que a
pesar de ello me sienta tan poco identificado.
Tal
vez, y admitiendo la verdad que hay detrás de la mayoría de las
cosas que cuenta, mi mundo y el suyo llevan órbitas paralelas, de
manera que vemos el mismo sol pero cada uno desde su perspectiva. Al
menos desde ambas se ve que adoramos la banalidad, que el progreso no
nos hace más libres, tal vez todo lo contrario, y que a cambio
estamos perdiendo gran parte de lo que nos hacía diferentes y
originales. En todo éso sí estoy de acuerdo pero no era necesario
tratar de adornarlo tanto.
Como
siempre, encontraréis otras opiniones en las reseñas
de Desgraciaíto,
Carmen,
Livia
y Bichejo,
que una vez vistas las votaciones del club de este año se van a
resumir en que si apreciáis vuestro tiempo no toquéis este libro ni
con un palo. Hacedles caso.