lunes, 19 de octubre de 2009

Enfisema pulmonar


Si a los diecinueve años se te rompe un pulmón la verdad es que te cambia la vida. A lo mejor habéis escuchado a alguien decir que sintió un click en el cerebro y ya nada fue igual, pues yo puedo afirmar que no miente, a mí me ha pasado. Aunque a los diecinueve todo se cura rápido y da igual si se te rompe el pulmón o el corazón a mí se me piró la olla, desde entonces soy así, una desgracia.

Una noche me desperté asfixiado, asma, de los esfuerzos por respirar rajé el pulmón. Cuando me vi en la ambulancia camino del final del túnel no hubiera dado por mi pellejo ni un euro con la cara del pato Donald. Solo recuerdo haber pensado dos cosas en ese momento, la primera que había hecho el capullo matándome a estudiar toda la vida, la segunda que el conductor de la ambulancia era gilipollas. Me explico, entra un tío en una ambulancia con menos aire en los pulmones que en la atmósfera de Marte, con el pecho más inflado que el de El Increíble Hulk (porque allí era donde iba el aire que mi pulmón no atrapaba) y me pregunta: “¿me das permiso para que vaya deprisa?” Nooooooooooooo hombre, qué va, tómate tu tiempo y gústate en las curvas campeón. Lástima que no pudiese hablar pero mi mirada tuvo que bastar para que supiese mi opinión sobre el tema.

Todo mejoró al llegar a urgencias. Me encantan los médicos que hablan de los pacientes como si no estuviesen delante, dicen frases como “se está volviendo cianótico” (¡yupi!) o “está a punto de reventarle el esófago” (¡coño!). Menos mal que mi nivel de conciencia era tan bajo por la medicación que igual me daba que dijesen eso o que me iban a amputar los dedos de los pies a mordiscos, era como si no hablaran de mí. Por fin alguien dijo algo sensato, “no hagamos nada y veamos si se estabiliza”… ¿y si no? pensé yo... Pero fue que si y ese día escuché el click. El túnel que vi en la ambulancia deberían ser las farolas de la nacional V.

Así que allí comenzó mi nueva vida, una vida que quería vivir al día, una vida sin responsabilidades y sin aspiraciones de futuro que duró casi cinco años, el tiempo de darme cuenta de que a pesar de mis temores no iba a morirme fulminado por un rayo. Por el camino destrocé mi carrera y seguramente mi porvenir pero es lo que sucedió y ya no puedo cambiarlo.

Por cierto, “allí” es el Hospital Clínico Universitario, no sé como estará diecisiete años después, pero por entonces decir que daba pena era como echarle un piropo a Carmen de Mairena, un poco desproporcionado, lo que daba era asco. Me pusieron en una habitación de seis personas con sus respectivos amigos y familiares, teníamos la misma intimidad que en una playa nudista, por no tener no tenía ni baño, ni un miserable retrete, ni una ducha. Me tocaba ir siempre a un baño que había en un pasillo en el que entraban también las visitas, no hubiera sido muy sangrante de no ser porque allí estaba también la ducha, para ducharme tuve que idear un sistema para atrancar la puerta por dentro porque ni cerrojo tenía.

Pero si las condiciones higiénicas eran malas ¡qué decir de la comida!, no es que fuese mala, es que era digna de un campo de concentración. Era, como escuché decir a una chica años atrás en un restaurante, “sosa, seca y sin sustancia”, eso sí de postre todos los días ya fuese comida, merienda o cena una puta manzana asada. No creo yo que las manzanas de los cojones tuvieran células madre pulmonares que ayudaran a cerrar mi herida, imagino que sería por motivos de presupuesto y ese año debió haber una cosecha de manzanas del tamaño de Groenlandia. Años me costó volver a comer una. Recuerdo también la imaginación del que escribía los menús, aún guardo uno de los papeles en los que rebautizaba a una miserable sopa de verdura como “Esencia de hortalizas en flor”, la madre de todos los eufemismos.

Pasaban los días y las semanas y yo seguía allí, con menos sangre en las venas que un defensa del Atleti porque me hacían análisis todos los días rigurosamente a las seis de la mañana. Y claro a esas horas no era cuestión de ponerme a escuchar música y leer en mi superpoblada habitación. Después de la visita de los vampiros yo me iba a leer y escuchar música a la sala de espera, aquellos días me regalaron mis primeros discos de los Beatles y el Out of Time de los REM, ¡qué maravilla! Era tal el nivel del hospital que un día sin darme cuenta estuve leyendo en compañía de un fiambre (tapado con una sábana eso sí) que se habían dejado en la sala de espera. No me di cuenta hasta que una enfermera dijo “nos hemos dejado al de la habitación XXX en la sala de espera” pero para su suerte el de la habitación XXX no podía ir ya muy lejos y no opuso resistencia al ser capturado.

El Clínico es un hospital universitario, de vez en cuando aparecía un profesor con su rebaño de alumnos pasando consulta. Yo eso lo entiendo, pero creo que ciertos comentarios se los podían ahorrar delante del enfermo. Personalmente que hablasen de mí como si fuera el sofá me tocaba bastante las narices inguinales. Un día una de las alumnas le dijo al profesor si las ronchas eran parte de mi cuadro clínico, el hombre la contesto con flema británica que no, que las ronchas eran producto de la mala leche que me provocaba su presencia y que era mejor irse. Fue el mismo médico cabrón al que pregunté al darme el alta si podría volver a jugar al fútbol. “Sí, pero de portero” fue su respuesta, afortunadamente se equivocaba.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

pues, espero ,que te mejores, y es bueno que cuentes tu historia asi talvez algunas personas recapasite y puedas salvarle la vida a personas con el problema de la adiccion al tabaco ATTE: Una lectora

Anónimo dijo...

no seas pendejo si te preguntan esas cosas en la ambulancia es para saber el nivel de conciencia k llevas y el manejo k puden darte, y deberias res y pienso k tienes razon en lo de los estudiantes pero no hay mejor manera de aprender medicina que asi y de perdis de las gracias por k puedas respirar de nuevo