miércoles, 2 de febrero de 2011

A mi padre


La mayor injusticia de este blog es que después de casi doscientos post no he hablado nunca de mi padre, es para matarme. Por si acaso se me pasan las ganas de escribir un día de estos no voy a dejarlo para otro día, es algo que él me ha enseñado siempre, si hay que hacer algo cuanto antes mejor, una enseñanza estupenda que yo me empeño en no seguir.

Decir que ha tenido una vida difícil sería quedarme corto, era el pequeño de nueve hermanos y su madre murió cuando él tenía un año, con dos se cayó en una hoguera, cosas de no tener una madre vigilante, y además de unas horribles quemaduras se le inutilizó prácticamente una mano que no arreglaron hasta que fue a la mili y le operaron. Su padre era un bala perdida que yo conocí cuando ya era octogenario y no podía valerse por si mismo, una persona sin ningún tipo de sentido de la responsabilidad que sin embargo tuvo la suerte de ser acogido por el hijo del que nunca se preocupó, porque eso es muy de mi padre, el sentido del deber, el hacer lo que su corazón le indica que es justo sin dudarlo. Y es para aplaudirle, porque la idea de mi abuelo, al quedarse viudo, fue disolver la familia pasados un par de años, vendió la casa, repartió el dinero que como herencia le tocaba a cada hijo y si te he visto no me acuerdo. ¿Qué fue de mi padre? Pues que le internaron en un colegio del auxilio social en Linares hasta los doce o trece años, un sitio que no me puedo imaginar para pasar una infancia de férrea disciplina eclesiástica y bastante penurias y no poco hambre. No hemos hablado mucho de ello, imagino que le debe doler y no tengo ganas de remover el pasado.

Del colegio le sacaron unos tíos que no veían en él más que mano de obra barata para trabajar en el campo, sus hermanos bastante tenían con sobrevivir, no lo soportó y con quince años se subió en un tren con destino a Huesca, solo y sin dinero, pasándolas moradas. Allí encontró trabajo en los Pirineos, trabajando en la construcción de las pistas de esquí, durmiendo por la noche en barracones llenos de obreros que le duplicaban y triplicaban la edad, imagino que con un ojo abierto y otro cerrado. Como es más listo que el hambre salió adelante trabajando de cualquier cosa, panadero, vaquero, pescadero, albañil, lo que se terciara, recorriendo Aragón, Navarra y el País Vasco. Luego le toco ir a la mili, vuelta otra vez a Andalucía, para emigrar luego a Madrid con 22 años. Me da vértigo escribirlo, pero la verdad es que con esa edad ya había vivido más de todo lo que yo voy a vivir en mi vida, pensar en las cosas que a nosotros nos frustran me da vergüenza y el término trauma mejor ni mencionárselo.

Cualquiera podría pensar que una vida así ha hecho de él alguien triste y huraño, pues si lo piensa se equivoca, mi padre es todo alegría, muy simpático, con un don especial para la gente, que siempre piensa en positivo y no se arruga ante nada. Vamos, casi todo lo que no soy yo. Al poco de estar en Madrid conoció a mi madre, en un semáforo de la calle Santa Engracia, cosas de la vida, porque si hubiera estado en verde no estaría yo aquí escribiendo esto. Entre su gracia andaluza y que es guapo de llamar la atención consiguió acompañarla a casa, algo muy milagroso en aquellos recatados tiempos, sé que es guapo porque mis amigas se mataban por subir a casa para verle y más de una, y más de dos, todavía me sigue diciendo que sigue siendo interesante a pesar de los años. Pero volvamos a la historia, en un par de años se casaron, él con 25 y ella con 21, sin un puto duro y viviendo en un piso compartido de mala muerte, y a los nueve meses clavados yo vine al mundo ganándonos el derecho a vivir solos de alquiler en un apartamento en Leganés del que prácticamente ni me acuerdo. No deja de ser una historia de supervivencia, como muchas más de un país roto, pero es la suya y por eso es la mía, y por eso le admiro, le respeto y sobre todo le quiero.

A partir de ahí ya pueden hablar mis recuerdos, de tiempos difíciles en los que nunca perdía la compostura, en los que sabía suplir lo material con su atención, porque ni un día puso una excusa para no jugar conmigo y mis hermanos, nos llevaba al campo todas las semanas, nos enseñó a distinguir los árboles, los bichos, los pájaros, a distinguir las setas buenas de las malas, a buscar espárragos. Nos llevaba de acampada a la sierra, nos contaba historias, se preocupaba de enseñarnos él mismo a leer y a escribir, a sumar y restar, hasta que se le terminó el repertorio después de los quebrados. Nos enseño a luchar por nuestros ideales, desde sus ideas de sindicalista de los que ya no quedan, nos inculcó la importancia del saber, eso hasta la obsesión, a apreciar la oportunidad de tener esos estudios que a él se le había negado, sin tener nunca nada para él mismo, lo mismo que mi madre para ser justo, invirtiendo en nosotros hasta la última peseta sin importarle no tomarse una cerveza con los amigos o tener un coche descacharrado de segunda mano. Así año tras año, hasta sacar cuatro hijos adelante, hasta llegar a la jubilación, hasta ver nacer a sus nietos, hasta que la vida quiera, y más le vale a la vida que sean aún muchísimos años.

Porque entre medias casi le perdemos, el año maldito que le diagnosticaron un cáncer que afortunadamente ha superado, y ni los médicos se explican mucho cómo salió todo tan bien, a lo mejor algo se merecía bueno después de tanto malo, seguramente, o a lo mejor tiene razón mi madre y su madre, que se llamaba Ángeles, es el de la guarda y le sigue cuidando. Desde entonces todos los años me busco la vida y nos vamos un fin de semana solos los dos, y es el fin de semana del año más maravilloso, porque nos llevamos genial y disfrutamos de las mismas cosas, que suelen ser sencillas, pero sobre todo disfrutamos de ser adultos y comprendernos, y de poder hablar de cualquier cosa y poder callar también sin molestarnos. Y he descubierto que no solo es un padre genial, sino que es casi mejor como abuelo, sus nietos le adoran y se me cae la baba viéndole disfrutar de ellos, como si el reloj hubiera vuelto a los setenta y estuviera de nuevo jugando con sus hijos, pero sin preocupaciones, ayudando en todo lo que puede si hace falta, madrugando para llevarles al cole no porque se lo pidamos, sino por el placer de verlos, comprándoles más chuches de las que a mí me gustaría, aunque quién las hubiera pillado, ahora que lo que menos le preocupa en la vida es el dinero.

Y no deja de enseñarme lecciones cuando me dice que él ha tenido una vida feliz, a pesar de todo, ya jubilado, a punto de cumplir 40 años casado y criando a cuatro hijos, algo que nunca pudo imaginar cuando salió de Jaén con poco más que unos pantalones remendados, como él dice, y sobre todo con la satisfacción de haber podido comprarse una casa en su pueblo, para reconciliarse con la vida, con los suyos, con su pasado.

11 comentarios:

Sil dijo...

Yo creo que el ángel es tu padre. Y tienes razón: de cuántas gilipolleces nos quejamos hoy en día, yo la primera.

Ha sido una entrada preciosa, Juanjo. Gracias por compartir esto con nosotros ;)

Anniehall dijo...

Se me saltan las lágrimas, espero que tu padre lo lea. Qué hombre.

El niño desgraciaíto dijo...

A mí también me asoma la lagrimilla. Muy buena entrada.

molinos dijo...

Espero que no seas cenutrio y se lo dejes leer....

Newland23 dijo...

La historia de mi padre es de una superación personal increíble,solo con pensar en él se me cargan las pilas de inmediato.

Y no sé si lo leerá, pero afortunadamente da igual que lo haga o no porque con él demuestro cada día mis sentimientos. Todo lo que he escrito aquí se lo he dicho mil veces, y más, es mi padre, mi amigo y mi cómplice, sobre todo ahora que yo también soy padre.

Newland23 dijo...

Ah, y no he contado algo fundamental, cómo nos crió a sus dos hijos y dos hijas en plena igualdad, y como se remanga para barrer, fregar, hacer la compra o cocinar, sobre todo ahora que mi madre anda fastidiada y no puede. Me gustaría ser como él pero ha puesto el listón muy alto :)

Explorador dijo...

Seguro que es un gran tipo, entre esa generación de gente que las pasó canutas, supo salir adelante, luchó y merece reconocimientos así. No sé si llegarás a ser como él (desde el conocimiento anónimo y superficial diría que te acercaras, espero acertar), pero en cualquier modo, en este mundo de plástico cada cual elige los héroes que se merece, y en medio de la cultura de la queja, necesitamos ejemplos así. Gracias por la historia, un abrazo (y a tu padre también, y que lo disfrutes muchos años más)

Newland23 dijo...

Qué va, no le llego ni a la suela de los zapatos, pero eso es lo de menos, si algo bueno tengo seguro que algo tiene él que ver.
Un abrazo

el chico de la consuelo dijo...

Lo comenté cuando hablé de mi abuelo,y aquí lo veo otra vez con tu padre. "Una vida dura hace muchas veces a los hombres dulces"

Ma encantao!!!

Newland23 dijo...

Me gusta lo de los hombres dulces, muchísimo, y a lo mejor es más común de lo que creemos. Posiblemente la vida fácil y la abundancia llenan los divanes de los psicólogos de hombres insatisfechos, tristes y frustrados.

Salamandra dijo...

Aunque voy tarde, le estoy echando un vistazo a tu blog ... esta entrada me ha puesto los pelos como escarpias. Preciosa.