En
la segunda quincena de este mes, los acalorados miembros del Club
de Lectura 2.0, hemos leído “La fiesta de la insignificancia”
a propuesta de ND, una novela corta escrita por Milan Kundera, uno de
esos escritores cuya sola mención impone cierto aura de respeto y
una promesa de trascendencia sobre lo vulgar y cotidiano.
Desafortunadamente, esta novela, o lo que sea (porque ND en su lucha
contra la novela nos lleva por un camino de mezcla estrambótica), es
tan insignificante (valga la redundancia) que cuando vas a comenzar a
bostezar ya la has terminado, lo cual es muy de agradecer en un libro
que se tuerce porque, como hemos dicho tantas veces, la vida es
demasiado corta y hay muchos buenos libros esperándonos.
Tusquets
Editores, que publica la novela, nos hace esta sinopsis: “Proyectar
una luz sobre los problemas más serios y a la vez no pronunciar una
sola frase seria, estar fascinado por la realidad del mundo
contemporáneo y a la vez evitar todo realismo, así es La fiesta de
la insignificancia. Quien conozca los libros anteriores de Kundera
sabe que no son en absoluto inesperadas en él las ganas de
incorporar en una novela algo «no serio». En La inmortalidad,
Goethe y Hemingway pasean juntos durante muchos capítulos, charlan y
se lo pasan bien. Y en La lentitud, Vera, la esposa del autor, dice a
su marido: «Tú me has dicho muchas veces que un día escribirías
una novela en la que no habría ninguna palabra seria… Te lo
advierto: ve con cuidado: tus enemigos acechan». Pero, en lugar de
ir con cuidado, Kundera realiza por fin plenamente en esta novela su
viejo sueño estético, que así puede verse como un sorprendente
resumen de toda su obra. Menudo resumen. Menudo epílogo. Menuda risa
inspirada en nuestra época, que es cómica porque ha perdido todo su
sentido del humor. ¿Qué puede aún decirse? Nada. ¡Lean!”
Y
uno va y lee, y piensa que se va a encontrar ante un festival del
humor digno de los dioses y como mucho de unos pocos héroes, y
claro, parece que un servidor, mortal ingeniero, no es lo
suficientemente intelectual y sofisticado como para carcajearse con
la fina ironía del señor Kundera, que la tiene, pero que a mí me
deja tan frío como la esperanza de que algún día llegará el mes
de Febrero. Pero lo peor no es pensar que el escritor ha decidido
gastarnos una pequeña broma a sus 85 años, llevando a término lo
que dice el refranero respecto a nuestros últimos días de nuestra
existencia y un convento, que va, lo peor es que uno se queda con la
duda de si es un zote y no entiende nada. Y esa duda lleva a una
cierta angustia existencial que se ve muy acentuada cuando, buscando
auxilio en otros lectores zozobrados, se leen las crónicas y reseñas
publicadas el año pasado con motivo de la edición en castellano del
libro.
Porque
si nos quedamos con esas opiniones nos encontramos con “un
minúsculo tratado encubierto de ética y descreimiento”, “una
magnífica comedia que nos deslumbra con su exaltación de la vida y
su ironía sobre las diferentes facetas del ser humano, que ama sin
saber por qué, desea sin entender qué le mueve y espera sin
albergar ninguna certeza”, “un
digno entretenimiento vodevilesco-surrealista con algún que otro
disparo con bala a la sociedad moderna”, “una
desenfadada y espléndida composición en forma de fuga que se nutre
de las más sutiles variaciones en torno al tema que da título al
libro”. Y yo todo eso no lo veo, por más que me esfuerzo, por
mucho que cavilo no consigo que ese puñado de páginas, de escritura
tan impecable como intrascendente, puedan ser un tratado de nada, ni
una exaltación de la vida y mucho menos una crítica de la sociedad
moderna, sobre todo porque la sociedad de la que habla Kundera, la
sociedad en la que él ha vivido, lleva bastante tiempo muerta.
Sin
embargo, al margen de la sociedad en la que uno ha tenido la tenido
la fortuna de nacer y vivir que, por cierto, es uno de los hechos
insignificantes de los que nos habla Kundera, el libro sí que nos
pone en frente de ciertos temas que son universales aunque, en mi
opinión, sin entrar a fondo en ellos. Se ironiza sobre la tiranía,
la injusticia, el perdón, la amistad, la existencia, la muerte, la
enfermedad, la sexualidad, las moralidad, con leves pinceladas de
pretendido humor pero dejando la mayor parte de la reflexión en el
lado del lector, por eso digo que nunca podemos estar hablando de un
tratado, más bien hablaríamos de un recuento de poca monta, del
atraco de un editor o de un puedo y no quiero.
Como
siempre, encontraréis otras opiniones en las reseñas
de Desgraciaíto,
Carmen,
Paula
y Bichejo,
y espero que os dejen mejor sabor de boca que la mía, ya sabéis
¡corred a leerlas!
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