jueves, 17 de septiembre de 2009

Ingenieros


Existe gente que tiene muy claro a lo que se dedica. Un pollero vende pollos, una modelo vende su imagen, un cura vende la salvación eterna. Son gente afortunada. También existe gente que tiene claro que no se dedica a nada pero a los que les va bien. Están los políticos, los famosillos (incluyendo a los amantes de la duquesa de Alba, seres a los que a semejanza de los gusanos se les junta el esófago con el recto mediante un tubo allí donde debería estar el estómago), los ex futbolistas y algunos que siguen en activo y que tienen por costumbre vestir de rojiblanco. Por último estamos los que no sabemos a que nos dedicamos y que además no tenemos ni oficio ni beneficio, nos suelen llamar ingenieros.

Estoy seguro de que cuando decides hacerte ingeniero o te han obligado o no tienes la menor idea de lo que es ser ingeniero porque si la tuvieras seguro que no habrías pisado ni a mil metros de una escuela de ingenieros. Luego cuando terminas no te queda la menor duda, no tienes ni puta idea de lo que eres, qué es lo que se espera de ti o a qué te vas a dedicar. La prueba más evidente son tus compañeros de trabajo y tus compañeros de estudios, los primeros han estudiado la mayoría algo diferente y los segundos trabajan todos en algo distinto a ti.

Si dar una justa bofetada a un hijo es motivo hasta de cárcel enviarlo a estudiar una ingeniería no sólo debería acarrear la pérdida de la patria potestad, debería además ser motivo de prisión en la más oscura y húmeda celda de castigo escuchando los días pares discursos de Fidel Castro y los impares las “Cartas a un joven español” de Aznar. A la pobre víctima se le debería obligar a llevar una pulsera con GPS en la que en lugar de anunciar los radares se anunciara la presencia de una escuela diciendo: “Atención escuela de ingeniería a 200 m. por tu felicidad y por tu futuro sueldo cambia de sentido”

Una escuela de ingenieros es un lugar tétrico en el que si hacemos caso de esa biblia del saber que es Harry Potter deben habitar los dementores. Desde luego los efectos que se describen en su presencia son los mismos, cada vez que pisas dentro de ella te invade una tristeza terrible, se olvidan los buenos sentimientos y es como si te absorbiesen las ganas de vivir. Cuando estás en primero la verdad es que no te das mucha cuenta, estás tan entretenido tratando de evitar el alubión de hostias que se te viene encima que no tienes tiempo de pensar en el futuro. Pero una vez que has salido de esa, si es que has salido, y miras al porvenir te sientes como John Wayne en Centauros del Desierto, te quedan cinco años de pelear en terreno hostil con los comanches aunque tú no tienes ni caballo ni rifle y los comanches comparados con muchos de tus profesores son activistas en favor de los derechos humanos.

De ese modo la carrera se convierte no en una preparación para algo concreto, se convierte en una gymkhana de clases tan divertidas como ver dormir a una marmota, prácticas de laboratorio tan útiles como el cerebro de Paris Hilton y exámenes tan ajustados al temario impartido como mi cintura a una talla 38. El resultado es que acabas teniendo un diploma que da licencia para matar, ¿qué significa esto?, ¡qué puedes firmar proyectos!, ¡acojonante!, con lo que has aprendido allí es más seguro un mono a cargo del arsenal nuclear (¡ah!, ¿qué eso ya ha pasado?) que ponerse debajo de un tejado que uno haya podido calcular. Pero la vida es así, los monos tienen poder sobre la vida y muerte y los ingenieros también, aunque a la hora de la verdad, los segundos tienen como mucho valor para firmar el cheque con el que cobrar a fin de mes.

Luego con tu título, o mejor dicho con la carta de pago del mismo porque con lo que tardan en dártelo parece que lo haya hecho un amanuense medieval, vas a una empresa y comienzas a trabajar en lo primero que te sale, lo cual es un error porque puedes haber comprometido tu futuro para siempre. Crees que es allí donde aprenderás el oficio pero en pocas semanas te das cuenta de que no va a ser así y de que la asignatura más importante que necesitabas no estaba en el plan de estudios, teatro. Además por alguna ley no escrita pero mucho más poderosa que el “Estatuto de los Trabajadores” tu vida de repente pertenece a esa empresa, no tienes derecho a un horario y puedes acabar en cualquier lugar del mundo civilizado, o no. El trabajo se convierte en una continua huída hacia delante copiando y repitiendo lo que otros ya han hecho antes, si tu iniciativa sugiere algún cambio pronto es aplastada por razones tan contundentes como “es que esto se ha hecho así de toda la vida”.

De lo anterior deduzco que en tiempos ancestrales hubo una primera generación de ingenieros sabios y cabales pero que como los dinosaurios desaparecieron debido a algún cataclismo. O tal vez fue esa misma sabiduría la que les llevo a retirarse del mundo de los mortales y viven en algún rincón oculto plantando tomates y ordeñando cabras, esa si que es la verdadera sabiduría. A pesar de todo existe entre nosotros algún imberbe engreído que proclama con orgullo a los cuatro vientos ¡Yo soy ingeniero! Criatura.

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