Esta mañana me he despertado que no sentía las piernas, aunque afortunadamente las dos estaban allí, calentitas dentro del pijama, que, por cierto, he tenido que volver a sacar porque con el inviernillo de Santo Bogumilo de Gniezno dormir en calzones es un deporte de riesgo. Si alguien se está ahora mismo haciendo la gran pregunta, la respuesta es sí, Bogumilo existe y es el santo del cuarenta y uno de mayo, lo he sacado de una página de culto llamada Catholic.net, gran página en la que también me han aconsejado que me encomiende a San Benito, patrón de los ingenieros (ahora entiendo lo de Manolo y Benito) y, con gran cortesía e interés en mi persona, me han informado de que me conviene ser santo, aunque yo no he entendido bien los beneficios de la santidad.
Pero a lo que iba, me he despertado porque he tenido una pesadilla cruel que, por desgracia, es la realidad del español asalariado de nuestro tiempo. Uno, en esta época de incertidumbre, hace como que no pasa nada y que no va con él, a pesar de ir viendo cada día los cadáveres caer alrededor, pero el miedo es libre y de manera anónima se va adueñando del subconsciente, ese otro yo invisible que se apodera de nosotros cuando rendimos pleitesía a Morfeo. He llegado a la conclusión de que mi miedo debe ser muy profundo, porque si se atreve a manifestarse en sueños es que la cosa está muy mala. Digo esto porque desafortunadamente yo nunca recuerdo lo que sueño, si es que sueño algo, aunque supongo que sí, como todo el mundo.
Y no recordar los sueños es una putada, porque me encantaría poder revivir miles de sueños trepidantes complementarios a mi vida anodina y un tanto gris, pero no hay manera. Ni intentándolo cerrando los ojos y estrujándome las meninges con todas mis fuerzas lo consigo, es imposible, mi cabeza es como una videocámara sin tarjeta de memoria. A quien sueñe con regularidad le parecerá una solemne estupidez (marca de la casa que este blog lleva a gala), pero a mí me encantaría poder soñar que estoy poniéndome chuzo de cerveza bien fresquita en el paraíso de los vikingos rodeado de bellas diosas nórdicas, o, en su defecto, estar de fiesta en una discoteca en Copenhague que para el caso es casi lo mismo. Pero no, eso no lo sueño, si alguna vez sueño con un paraíso, y me acuerdo, seguro que es con el paraíso de los Amish, en el que me paso toda la noche esquilando ovejas, mesándome las barbas y jugando al corro de la patata.
Se me ocurren montones de sueños más, perfectos para pasar una noche plácida y levantarme después totalmente relajado y con la cara sonriente, podría soñar que tengo talento para escribir y soy un escritor de éxito, sería un sueño genial, podría soñar que soy Julio César antes de cruzar el Rubicón para saber si de verdad dijo "la suerte está echada" o si por el contrario dijo “joder, qué fría está el agua”, podría soñar que como de todo y hasta hartarme sin engordar un gramo y hasta podría soñar con ser capaz de traspasar la pantalla del televisor y que Shirley MacLaine me llevara en su ascensor hasta mi apartamento. En resumen, que si me tengo que acordar de un puñetero sueño ya podría ser de un sueño bueno y hecho a mi medida y no que me ponen de patitas en la calle, sin comerlo ni beberlo, porque aunque sea un sueño me ha dejado todo el día hundido en la miseria y lo noto como una sombra que se cierne sobre mí amenazando con tragarme entero.
¿Que cómo ha sucedido? De la manera mas tonta, mi jefa se ha acercado a la pradera donde pastamos con un sobre en la mano, después de atraer nuestra atención y explicarnos que tres de nosotros seríamos sacrificados a los dioses de la empresa, va y saca un jodido papel con mi nombre para ponerme en la puta calle ante el alivio de todos mis compañeros. A mí, que no he ganado en mi vida ni la chochona ni el perrito piloto en una rifa, que acabo de destrozar las ilusiones de cuarenta millones de argentinos poniendo a su selección como ganadora del mundial, va y me toca el único sorteo que no tiene premio ¡Joder!, eso no se hace.
Todavía al contarlo en la hora del café alguien me ha preguntado que cómo me lo había tomado, como si fuera importante, y la verdad es que no lo sé porque justo en ese momento he abierto los ojos para salvarme, de momento.
Pero a lo que iba, me he despertado porque he tenido una pesadilla cruel que, por desgracia, es la realidad del español asalariado de nuestro tiempo. Uno, en esta época de incertidumbre, hace como que no pasa nada y que no va con él, a pesar de ir viendo cada día los cadáveres caer alrededor, pero el miedo es libre y de manera anónima se va adueñando del subconsciente, ese otro yo invisible que se apodera de nosotros cuando rendimos pleitesía a Morfeo. He llegado a la conclusión de que mi miedo debe ser muy profundo, porque si se atreve a manifestarse en sueños es que la cosa está muy mala. Digo esto porque desafortunadamente yo nunca recuerdo lo que sueño, si es que sueño algo, aunque supongo que sí, como todo el mundo.
Y no recordar los sueños es una putada, porque me encantaría poder revivir miles de sueños trepidantes complementarios a mi vida anodina y un tanto gris, pero no hay manera. Ni intentándolo cerrando los ojos y estrujándome las meninges con todas mis fuerzas lo consigo, es imposible, mi cabeza es como una videocámara sin tarjeta de memoria. A quien sueñe con regularidad le parecerá una solemne estupidez (marca de la casa que este blog lleva a gala), pero a mí me encantaría poder soñar que estoy poniéndome chuzo de cerveza bien fresquita en el paraíso de los vikingos rodeado de bellas diosas nórdicas, o, en su defecto, estar de fiesta en una discoteca en Copenhague que para el caso es casi lo mismo. Pero no, eso no lo sueño, si alguna vez sueño con un paraíso, y me acuerdo, seguro que es con el paraíso de los Amish, en el que me paso toda la noche esquilando ovejas, mesándome las barbas y jugando al corro de la patata.
Se me ocurren montones de sueños más, perfectos para pasar una noche plácida y levantarme después totalmente relajado y con la cara sonriente, podría soñar que tengo talento para escribir y soy un escritor de éxito, sería un sueño genial, podría soñar que soy Julio César antes de cruzar el Rubicón para saber si de verdad dijo "la suerte está echada" o si por el contrario dijo “joder, qué fría está el agua”, podría soñar que como de todo y hasta hartarme sin engordar un gramo y hasta podría soñar con ser capaz de traspasar la pantalla del televisor y que Shirley MacLaine me llevara en su ascensor hasta mi apartamento. En resumen, que si me tengo que acordar de un puñetero sueño ya podría ser de un sueño bueno y hecho a mi medida y no que me ponen de patitas en la calle, sin comerlo ni beberlo, porque aunque sea un sueño me ha dejado todo el día hundido en la miseria y lo noto como una sombra que se cierne sobre mí amenazando con tragarme entero.
¿Que cómo ha sucedido? De la manera mas tonta, mi jefa se ha acercado a la pradera donde pastamos con un sobre en la mano, después de atraer nuestra atención y explicarnos que tres de nosotros seríamos sacrificados a los dioses de la empresa, va y saca un jodido papel con mi nombre para ponerme en la puta calle ante el alivio de todos mis compañeros. A mí, que no he ganado en mi vida ni la chochona ni el perrito piloto en una rifa, que acabo de destrozar las ilusiones de cuarenta millones de argentinos poniendo a su selección como ganadora del mundial, va y me toca el único sorteo que no tiene premio ¡Joder!, eso no se hace.
Todavía al contarlo en la hora del café alguien me ha preguntado que cómo me lo había tomado, como si fuera importante, y la verdad es que no lo sé porque justo en ese momento he abierto los ojos para salvarme, de momento.
5 comentarios:
Qué familiar me resulta ese sueño. Yo revivo la sensación cada vez que mi jefa se acerca por mi sitio (si casi lo acabo de estrenar, jooooo)
Yo casi nunca me acuerdo de lo que sueño, pero es cierto que en situaciones de estrés me suelo acordar más de lo que sueño.
Pero, aunque hay veces que los sueños tiene que ver con el trabajo, la mayoría de las veces no, aunque si me acuerdo, normalmente son situaciones agobiantes. Así que para eso mejor no soñar.
Y es que, aunque te acuerdes de los sueños, no tienen por qué ser los que tú cuentas. El cerebro es muy cabrón.
Malditos sueños ''pesadillentos''... Horrible soñar que una persona muy tonta te dice que ha aprobado un examen, y que tú en cambio lo has suspendido. Porque perder el trabajo en sueños chungo, pero perder convocatorias y beca, peor :-(
Annie a la pobre se la saltaban las lágrimas al decírmelo, espero que por lo menos fuese de pena...
ND, en mi caso sería mejor no soñar jamás, haré lo que cantaba Sabina y meiré a una farmacia a preguntar si tienen pastillas para no soñar. Mi cerebro es muy cabrón, pero día y noche, incapaz de desconectar.
Némesis, si solo es un sueño no pasa absolutamente nada, si te sirve de consuelo 12 años después yo sueño que me llaman de la universidad porque se han dado cuenta de que me falta una asignatura... Vaya, de ese sueño también me acuerdo
Yo hace poco soñé que me llamaban porque me faltaba aprobar TEOLOGÍA (sí, en mi escuela son así, teología). Y eso sí que es desasosegante.
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